Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, julio 23

Breves consideraciones sobre la figura del/la ciudadan@

Estamos insertados dentro de una sociedad basada en símbolos y valores. Muchos de éstos invaden cotidianamente nuestras relaciones, convirtiéndolas en normas socialmente aceptadas. Uno de los pilares que más visiblemente sostiene las estructuras del Estado, la sociedad y el mercado capitalista, corresponde a la figura del ciudadano.

Al ciudadano lo podemos definir como el ente social cuyas características son la férrea defensa de los regímenes democráticos y por consiguiente la participación en la misma. Otra de las características del ciudadano es la intención del fortalecimiento del Estado y de las instituciones que lo componen, de esta forma el modelo social se conserva y no hay amenazas para los sectores sociales. Los ciudadanos son la base de los sistemas democráticos, éstos son los que hacen girar los engranajes de la república y de la existencia de éstos depende la legitimación de un sistema social.

El término ciudadano tuvo su origen dentro de las antiguas civilizaciones griegas, especialmente dentro de la sociedad ateniense. Dentro de esta polis el término ciudadano era adjudicado para los hombres y mujeres que habían nacido dentro del territorio ateniense, habían adquirido la mayoría de edad, y que no tenían algún pasado o presente reñidos con las leyes. Fuera de esta categoría quedaban los esclavos (desde los nacidos con esta “cualidad” hasta los capturados por las campañas bélicas).

El término ciudadano en la Esparta, era concebido a las personas nacidas dentro de la polis, que cumplían la mayoría de edad y no tenían antecedentes penales (nuevamente los esclavos de cualquier tipo no eran concebidos como ciudadanos). Sin embargo, a diferencia de Grecia, en Esparta el régimen de gobierno no era la república sino que la monarquía ocupaba ese espacio. La función del ciudadano netamente correspondía a servir al Estado, quien era dueño omnímodo de las personas y éstas debían regirse según los intereses de la monarquía.

Con el pasar del tiempo, el modelo de ciudadano griego se conservó y es la piedra angular de las sociedades occidentales.

El ciudadano es un ente que consta en su composición de derechos y deberes. Dentro del primer grupo caben todas las acciones y facultades que otorga el Estado para la sobrevenía armónica de las persona dentro de un esquema social, estas se conserva a través de los márgenes legales que posea una república. Los derechos morales no son reconocibles o simplemente irreconocibles dentro del sistema, los derechos deben ser reconocidos a través de la ley, sin el reconocimiento de ésta prácticamente no existen.

Los deberes corresponden a todos las normas que el ciudadano debe acatar y accionar sin ningún tipo de rechazo. La mayoría de las veces los deberes son relacionados directamente con el Estado o sus instituciones. Éstos, coincidentemente con los derechos, son dictados a través de la ley. Nuevamente el ciudadano se convierte en la figura fiel del Estado y el mantenimiento del orden social. El ciudadano debe su existir al Estado, es más, debe su forma de vida a este último.

El área donde el ciudadano se desenvuelve de mejor forma corresponde a la participación ciudadana. El ciudadano modelo es el que participa dentro de las instancias de decisión política enmarcadas dentro de los marcos legales. Es así como las elecciones políticas se transforman en la tan mediatizada “fiesta de la ciudadanía”, las habituales elecciones democráticas corresponden al espacio donde el ciudadano puede sentir que es el verdadero rector de su vida. Es así como el Estado y sus instituciones nuevamente entregan las herramientas que logran apaciguar y conservar los esquemas sociales, prueba de esto es el mayo del 68, el Estado al verse amenazado entrega la ilusión de participación a través de las elecciones que finalmente conservan a la sociedad tal como la conocemos.

El buen ciudadano, el tipo respetuoso de las leyes y por consiguiente de la propiedad privada, es el tipo correcto, aquel que no escupe en la calle, que pasea al perro con correa, aquel que moldeo su moral en el liceo o si se le dio la oportunidad en la universidad, aquel que no se escandaliza al hablar de sexo pero que admite ciertos limites, el que se casó por la iglesia y el Estado, aquel tipo que respeta las ideas de otros pero si estalla algún conflicto bélico no duda en empuñar un arma, es aquel que reza “mi libertad termina donde empieza la del otro” es la persona que no es una amenaza frente al sistema, no es una amenaza ni para sí mismo.

El ciudadanismo conserva y defiende este orden, es el pilar de un tétrico sistema. El ciudadano crucificó al animal que llevó algún día dentro de sí. Si el ciudadano es el pilar de esta sociedad, no nos queda otra opción que derribarlo, si es el cimiento no nos queda más que destruirlo. Nosotr@s no queremos ser ciudadan@s, ni una persona políticamente correcta, no queremos ser cómplices de este sistema, nuestros cómplices solo son los sentimientos y acciones salvajes que logren destruir todas estas ilusiones sociales. Nos resistimos a que nos enmarquen dentro de esquemas que han creado, queremos incendiar a todos los esquemas y convencionalismos.


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