En el mundo de los relatos y de la IA, la globalización aparece como
el Príncipe del cuento del que jamás veremos sus manos manchadas de
sangre. La Bella Durmiente, esa clase obrera hace tiempo arrullada por
el individualismo y la subjetividad hasta haber desaparecido como sujeto
colectivo entre nanas que hablan de narcicismo, victimización y
egolatría, es aquí interpelada a dejar de soñar con el beso del
príncipe, un beso hecho de racionalidad capitalista, derrota de lo
político y lógica mercantil, para practicar cualquiera de las formas de
sabotaje que nos devuelvan a la vida entendida como la textura social
que hoy nos falta.
Pocos ignoran que detrás del concepto globalización se
esconde la actualidad de las formas de expansión mundial del
capitalismo, la derrota de lo político y la hegemonía universal de la
forma mercado como único valor absoluto al que se pliegan todas las
esferas de la vida. La globalización, alimentada de general intellect al
servicio de la (re)producción capitalista, ha destruido las bases
materiales de los saberes sociales, los vínculos y las relaciones de
interdependencia y conocimiento con el medio natural. Los saberes
acumulados para vivir han sido sustituidos por el saber abstracto del
trabajar. La docilidad y la resignación marcan los nuevos vínculos que
se han establecido entre el sujeto y el mercado como campo privilegiado
de producción de relaciones sociales. La subjetividad e
intersubjetividad, que posmodernos, autónomos y negrinianos esgrimen
como el campo desde donde crece la rebeldía, se podrían plantear como el
lugar donde se está librando la última batalla por la colonización de
las conciencias y no el lugar desde donde se puede volver a reconstruir
ningún sujeto colectivo.
La crudeza de esta evidencia, la persistencia y refinamiento de las prácticas depredadoras del imperialismo, general intellect incluido,
se solapan con las prácticas humanitarias del imperialismo económico y
cultural. La versión pacífica y enriquecedora de la globalización desde
abajo se diluye en los légamos de las viejas propuestas
socialdemócratas, activas a finales del siglo XX, sus ofertas de baja
intensidad (renta básica, ciudadanía universal, software libre,
0,7%, condonación de la deuda, etc.) mientras que hace menos onerosa la
verdad del actual proceso de esquilmado de la biosfera, la aniquilación
de la diferencia social y la construcción de una subjetividad
totalitaria.
Voluntariado oenegesita, algazaras radicales, turismo
anti‐globalización, movimientos cívicos y revoluciones democráticas con
generosa cobertura mediática… Los movimientos de pseudo‐resistencia
actuales responden a la demanda de un mercado de productos emocionales
para apaciguar el malestar de los remisos pero, sobre todo, representan
la faz moderna del partido del orden, basta esperar para ver cómo es
hacia él hacia donde confluyen sus prácticas, a la espera de poder
ocupar un lugar en el espectáculo. El poder los hace visibles y, en
tanto visibles, aparecen como portadores del monopolio de la protesta.
Lo admisible de la protesta adopta la forma de sus reclamaciones y
excluye a todas las demás.
Los movimientos de pseudo‐resistencia extraen sus fuerzas del
demiurgo romántico y se nutren de desclasados, vocacionales, precarios,
autoexplotados, todos ellos apropiados y rentabilizados por el
capitalismo postindustrial que gestiona sus voces, su independencia, la
visibilidad de sus prácticas políticas y culturales. Con ellos se
clausura la parodia de la diversidad de pensamiento y acción en un mundo
totalitario y homogéneo.
Movimientos antisistema, de resistencia global, ¿serán las nuevas
plataformas del turismo revolucionario? Contracumbres: Seattle, Londres,
Génova, Praga, Salónica, Barcelona, World Social Forum: Porto Alegre,
Mumbai… ¿Sus jalones? ®Tmark, Ne Pas Plier, Afrika Groupe, Indymedia,
Reclaim the Streets, Parados Felices, Group Material, Las Fiambreras,
Las Agencias… ¿Los virus artísticos de la rebeldía o una forma u otra de
apropiación de la plusvalía en el posfordismo? Amador Fernández‐Savater
los piropea, con naturalidad, como la otra cara de la moneda
posfordista, la cara rebelde. El chiste tiene su gracia. Todos sabemos
que billetes y monedas nunca tuvieron caras rebeldes. Ahí están las
Guerrilla Girls, que terminaron como el rosario de la aurora, pleiteando
por la gestión de los derechos de copyright del material producido como
«colectivo anónimo», o la gente que ha terminado huyendo de La
Fiambrera, hartos de opacidad y de líderes carismáticos. En el mejor de
los casos, el artisteo, por desgracia, incluidos el ciberactivismo, la
teoría queer u otras mandangas, se pierde en las procelosas aguas de las
influencias y los patrocinios institucionales que, al fin y al cabo,
son los que los hacen visibles previa aceptación de reglas no escritas
que conllevan sumisión, precariedad y niveles de autoexplotación que
harían sonrojarse a un minero asturiano de hace setenta años.
Tampoco les va mucho mejor a todas las demás redes sociales del mundo
virtual, blogs, Myspace, Facebook, Instagram, Tik Tok, Twitter, X, etc.
han terminado convertidas en clubes de narcisismo donde exhibir imagen y
dar rienda suelta a un incesante monólogo que ni siquiera tiene las
virtudes terapéuticas del parloteo de los antiguos patios de vecinas. Lo
único que constatan diariamente los internautas es que fuera se está
peor.
¿Será posible construir formas inéditas de autonomía social desde los
ordenadores, las vitrinas de los museos y las mesas de los
departamentos universitarios? Yo solo veo jerarquía, nuevas formas de la
vieja explotación. También se habla del nuevo paradigma colaborativo
que, de momento, sigue resolviéndose en estar juntos mientras no haya
nada que ganar. Hablan de imaginación radical pero sus concreciones
siguen siendo artísticas, dicen practicar nuevas clases de lucha, pero
las desarrollan desde formulaciones socialdemócratas y solo se hacen
visibles en el momento en que son aplaudidas por el poder. Conferencian
sobre trastornar los espacios, pero practican un activismo de patio de
colegio, codificado, parasitario, circunscrito a lugares muy
determinados, potencialmente receptivos a estas prácticas y
simbólicamente saturados por ellas.
Tanto turismo revolucionario, tanto paseo, más que contestar la
globalización pareciera reforzarla. Más que abolir el Estado pareciera
que este sale juvenil y vigorizado de su encuentro con los bad boys.
Parece que se reúnen para poder hacer, pero hasta la fecha no parece
que hayan hecho otra cosa que reunirse y, en el peor de los casos,
servir de monstruos de feria en los medios de comunicación o, peor aún,
en los museos. Imagen, pose, coreografía… performance. ¿Cambiarán, con
su primer empleo estable, el turismo revolucionario por la ruta de las kasbahs? Seguro que sí; en el fondo, son gente de orden.
Con esto no digo que no crea en las prácticas de sabotaje cultural,
pero a la vez que admito su validez y oportunidad, habría que intentar
que las mismas no fueran deglutidas por el mundo del arte. Su
oportunidad política estribará siempre en la capacidad que tengan de no
caer en las garras de la neutralidad estética y el espectáculo social.
Su efectividad, en ser entendidas como experiencias que interrumpen el
sentido, que refutan, impugnan y rechazan lo que nos impide apropiarnos
de nuestra propia vida, importantes en tanto que sirven, si no a un plan
unitario de subversión total, cuando menos a quienes participan en
ellas para producirse a sí mismos, recuperando la política para la vida
y, con ella, a un sujeto hoy anulado y aniquilado por las dinámicas
simbólicas y materiales del Capital.
No nos engañemos, cualquier cosa que pueda hacer el arte la vida
puede hacerla mejor. Por eso es hora de tratar de vivir el único tiempo
que tenemos para la vida conspirando, amenazando y luchando contra el
tiempo de la muerte, el tiempo del Capital. Hoy en día todos, sin
excepción, estamos amenazados de muerte por el Capital y sus agentes de
destrucción masiva. No es que quieran matarnos a todos, pero aceptan el
riesgo y, desde luego, siembran la muerte y la destrucción allá donde
huelen el beneficio. Ellos, que amenazan la vida, deberían ser
amenazados por la vida, deberían desaparecer.
Movilizarnos para la vida será entonces reunir aspectos de la vida
antes escindidos para recuperar el carácter integral de la vida,
superando la fragmentación en la que asienta el dominio del capital,
perder el miedo, buscarnos en lo local, entramarnos con otros, trazar
complicidades con ellos, generar conflicto, rechazar lo inaceptable,
brindar ayuda, negar el imaginario simbólico del Capital, ejercer contra
él, la legítima defensa que se le reconoce a los amenazados de muerte.
Reinventar un presente, un imaginario de transformación y cambio social;
en el peor de los casos, mantener un embrión de resistencia crítica y
antagonismo desbordante en el que la vida se incline hacia algo mejor.
Los espacios, para quienes decidan salirse del guión y enfrentar la
realidad, sobreviven en el territorio hostil de la precariedad y el
aislamiento. Los canales desde los que participar de forma directa e
inmediata en la construcción de lo común están ahí: secciones
sindicales, ateneos, escuelas libres, cooperativas, colectividades,
grupos de afinidad, de producción y consumo, etc. Ellos pueden volver a
recrear la desobediencia organizada para la disolución del Poder si son
capaces de articularse en las estrategias reivindicativas y en un
proyecto social común. Nada está perdido mientras estemos dispuestos a
dimitir, a desertar colectivamente de este sistema moribundo. Todo está
por redescubrir si somos capaces de activar una poética de lo cercano
sobre la magia de la mesura, el gusto por las pequeñas cosas, los saber
Antonio Orihuela
Arqueólogo del presente y escritor a contratiempo de la modernidad neoliberal
Publicado en Redes Libertarias núm.3