La opresión del sector femenino no se circunscribe sólo al mundo familiar y del hogar, se manifiesta en muchas esferas de la realidad humana. Se me viene a la mente en esta reflexión el terreno filosófico y el de la religión cristiana. Platón, a quien comúnmente se le alaba por ser el filósofo griego que más dignificó a la mujer por lo que expresó de ella en su República, en esa obra de capital importancia para el ámbito filosófico, sostuvo que la mujer es perfectamente capaz de ejecutar las mismas actividades físicas e intelectuales que los hombres realizan; eso, en todo caso, no lo redime de haber sido lo que fue: un machista y un misógino. Pues la mujer, a su juicio, tenía que adecuarse a las exigencias del hombre, debía ser como él, pero no aquel como ella.
Aristóteles, el gran fundador de la lógica formal y dotado de las más eminentes virtudes intelectuales, cuando tuvo que opinar sobre las mujeres nos salió con esta joya de juicio: “parecen hombres —sostiene—, son casi hombres, pero son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los varones”, (…). “son meras vasijas vacías del recipiente del semen creador”; y, para encriptar su sabiduría sobre esta cuestión, continúa: “el esclavo está absolutamente privado de voluntad; la mujer la tiene, pero subordinada; el niño sólo la tiene incompleta”; los bárbaros y la mujer son el no ser, los exteriores, no son considerados en su sistema. Pero no para allí, luego se jacta diciendo que “el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad” (Política (1254 b 13-15) La mujer, por naturaleza, es inmensamente inferior al hombre, según los criterios básicos de Aristóteles. Hegel, como sabemos, en su sistema no contempló como necesaria la existencia de los morenos, las mujeres y las colonias dominadas por los europeos.
Veamos si tenemos un poco más de suerte en el terreno de Dios. Empecemos por el Antiguo Testamento, me parece que nuestra suerte cayó en tierra movediza: porque uno de los sectores más damnificados, producto de los perjuicios y prejuicios de los creadores de la Biblia es, para el que lo quiera saber y el que no, el femenino. La Biblia de cuyo contenido se deriva la moral y la teología cristianas es, por lo que allí se expone, furibundamente machista. El antiguo testamento demuestra, de manera irrefutable, lo que digo. No caería mal una lectura bien concienzuda sobre estos versículos: GÉNESIS 3:16, donde se narra el castigo de Dios a la mujer; LEVÍTICO 12: 1, 2 & 5 y JUECES 21:10-12 etc. Todos esos versículos comparten algo en común: su frenético y virulento odio contra las mujeres. Para los autores de la Biblia, la culpable de toda la desdicha e infortunio de los hombres fue la mujer; asimismo fue la responsable directa de la enemistad de éste con aquellos. Mas esa negativa no se superó en el nuevo testamento.
Si en el Antiguo Testamento caímos en arenas movedizas, en el Nuevo nos terminamos de hundir completamente (si bien eso sólo ocurre en las películas de Hollywood, vale como ilustración aquí). Pablo de Tarso, fundador real del cristianismo (del cual surgió la Iglesia Católica) y máximo promulgador de la propaganda ideológica cristiana, tenía una opinión bastante lamentable del sector femenino. En una de sus cartas, cargada de inconmensurable sabiduría, solemnemente proclamó: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.” (CORINTIOS 14: 34& 35). En otra parte dice: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. Nos ilumina, con las luces refulgentes de los autores del Génesis, dado que “Adán —dice— fue formado primero, después Eva; Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará —de una forma bastante curiosa— engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor, santificación, y modestia”. (1° TIMOTEO 2: 11-15).
¿Y qué dicen los santos? San Agustín, el santo de las viejecitas, nos ofrece una perspectiva que revela mucho el nivel de penetración que alcanzó con su pensamiento. El santo, fundamentando su argüir en la exagerada erudición que abunda como las arenas del mar en el Génesis, nos ofrece un razonamiento bien agudo sobre la mujer, de ella dice:
Si la mujer no fue creada para ayudar al hombre en la generación de los hijos, ¿para qué ayuda fue creada? No fue para trabajar la tierra, pues aún no existía trabajo que necesitara ayuda en el paraíso), y, si necesitaba ayuda, mejor le hubiera sido la de un varón. Esto mismo puede decirse del solaz, si tal vez la soledad le apesadumbrase. Pues ¿cuánto más conveniente no es para convivir y hablar la reunión de dos amigos que la compañía del hombre y la mujer? Pero si convenía vivir juntos como dos amigos, el uno mandando y el otro obedeciendo para que las voluntades contrarias no perturbasen la paz de los cohabitantes, no hubiera faltado un orden para conservarla, teniendo en cuenta que primero existió uno y después otro, sobre todo si el último fuera creado del primero, como lo fue la mujer. ¿O dirá alguno que Dios, si hubiera querido, no hubiera podido hacer de la costilla del hombre un varón, sino solamente una mujer? Por lo tanto, no encuentro para qué ayuda del hombre fue hecha la mujer, si prescindimos del motivo de dar a luz a los hijos (San Agustín, De Genesi Ad Literam).
Y termina de exhibir su descomunal santidad opinando sobre la mujer cuando dice que:
“Hay también un orden natural en los seres humanos, de modo que las mujeres sirvan a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte. Hay, pues, una clara justificación en las dominaciones y en las servidumbres, de modo que quienes sobresalen en la razón, sobresalgan también en el dominio”.
Santo Tomás de Aquino gozó la fama de ser un gran lógico y de ser el mejor estudiante de Aristóteles, su entimema lo confirma: "Si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla". Pero, por decir algo, la concepción que Santo Tomás tenía con respecto a la mujer, no creo que exceda en juicio a la de éstos célebres filósofos y nuestro santo. Con todo ese caudal de sabiduría, lo menos que se podía esperar de santo Tomás era una definición lánguida de la mujer, y no defraudó, pues definió con gran lucidez a la mujer como “defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer proviene de una falta del poder activo” (Suma teológica – Parte I a – Cuestión 92, s.f.). También Tertuliano hace lo que puede; él dice:
¿Y no sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquél a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir. (Tertuliano, Padre de la Iglesia, "De Culta Feminarum”, 1.1)
Y por lo que toca a san Agustín, como ya vimos, es bien sabida, por si alguien se le da por indagar un poco más, su docta misoginia.
La edad media es considerada como una de las etapas más sombrías por las que la humanidad ha tenido que transitar, lo fue sobre todo para las mujeres, quienes por la sola razón de ser mujeres, segundas en la creación de dios y culpables de incitar Adán a que merendara el fruto prohibido por dios y que trajo como secuela la muerte y la enemistad de aquel con el ser humano. Ellas sufrieron en carne propia todo el odio misógino que destila por naturaleza de la religión cristiana. En esta época fue el tiempo cuando más fuerza y vigor tuvo la religión y el dogma cristianos. Con todo el poder que ésta tenía en lo político, económico, ideológico, y social se dedicó activamente a perseguir, condenar, y quemar brujas. Se estima que un número de 40.000 mujeres fueron sentenciadas a ser abrasadas en la hoguera, ahorcadas, torturadas, por la amenaza de “brujería”.
Alguien podría argüir que eso fue cosa del pasado, que la religión ya cambió y que la situación de la mujer ha mejorado considerablemente; es verdad que se han logrado ciertos avances, pues sería penoso que continuaran con las prácticas absurdas del medievo, pero no es lo suficiente, la religión católica, especialmente, sigue oprimiendo y discriminando a la mujer; al presente este organismo religioso sigue relegando a la mujer, y, por ese motivo, ésta sólo sirve para cumplir las funciones más ínfimas en la institución, vaya progreso. Son los hombres, porque Jesús era hombre, los únicos que pueden convertirse en diáconos, sacerdotes, obispos y papas. Pero las mujeres católicas, al parecer, no son capaces de advertir todos esos atropellos a su dignidad.
El Capitalismo, la religión secular de nuestra época, explota a la mujer como la mercancía más vulgar; le quitó la cara, y en su lugar le puso glúteos como dice José Pablo Feinmann, pero las mujeres no lo pueden ver. Para el capitalismo, la religión más sanguinaria que ha existido, la mujer tiene piernas, bustos y posaderas, pero no tiene cara, a no ser que sea como la de un ángel. Esto es peor que la esclavitud antigua, no exagero, pues en ese tiempo se sabían que eran esclavas, eran conscientes, pero hoy, no sólo son esclavas del sistema, el problema es que un gran número de ellas ni lo saben.
Víctor Salmerón
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