David Segarra, periodista y documentalista valenciano implicado con los movimientos en defensa del territorio, ha realizado una serie de documentales donde se refleja la situación de la huerta —l'Horta— valenciana.
Con la respuesta popular dada cuando, hace dos décadas, l'Horta de La Punta (València) estaba siendo asediada y reprimida, recuerda David Segarra, una generación pudo observar cómo la oposición frontal de una comunidad labradora y rural era posible en la Europa industrializada de los inicios del siglo XXI. “Aquellas personas que luchaban por su manera de vivir, vinculadas a la tierra y los animales, fueron una gran revelación tanto para la juventud de los pueblos como de las ciudades”, explica el documentalista. El ejemplo de resistencia en La Punta se extendería después entre las personas jóvenes de Benimaclet y de Alboraia con la oposición a una Ronda Nort que destruía gran parte de l'Horta. Él fue uno de estos jóvenes: entre el año 1999 y el 2001, Segarra empezó su vinculación personal con las luchas por la defensa del territorio. A raíz de aquello decidió abandonar la ciudad de València y se fui a vivir en Alboraya para empezar a trabajar de labrador. Fue, dice, una especie de viaje a su origen, un viaje para redescubrir sus, nuestras, raíces.
El apoyo a quienes defienden el territorio ha vuelto a ser visible hace escasos días con la respuesta popular tras el intento de desalojo del CSOA L'Horta en València. Un posicionamiento, el de la defensa del territorio, en el cual Segarra ha profundizado durante años a través de su obra documental.
En vuestro último documental, Per molt que bufe el vent —Por mucho que sople el viento—, se habla de estas luchas, pero se da especial relevancia a la que tuvo lugar en el Forn de Barraca el septiembre de 2019. ¿Qué supuso esta última lucha?
El Forn de Barraca es el punto de inflexión en 2019 para las nuevas generaciones que se suman a este aprecio por la tierra. Al hacer el documental, la reflexión era no caer en el aislamiento, en la desconexión y la fragmentación, que son un fenómeno muy habitual a los medios de comunicación modernos. Nosotros hicimos el contrario: contextualizar, conectar y ligar. Quisimos mostrar que la lucha del Forn de Barraca era heredera de las luchas y resistencias que había habido antes en Campanar, Alboraia, Benimaclet, La Punta... La lucha en defensa de l'Horta y la tierra no es una cuestión de décadas, es una cuestión de siglos, e incluso de milenios. El Forn de Barraca es un eslabón más en una larga cadena de compromiso de los seres humanos para defender una vida algo más equilibrada que la que nos propone el poder.
¿Cuál es la vida que nos propone, o a la que nos avoca, el poder?
A partir del siglo XIX, con las revoluciones industriales y con la entrada a la modernidad, hemos logrado un proceso de urbanización radical sin precedentes en la historia. En consecuencia, estamos sufriendo un proceso de desconexión con la tierra y de fragmentación de las comunidades, y de la pérdida de una forma de vida tradicional milenaria. De la vida en alquerías hemos pasado a vivir recluidos en edificios. El malestar generalizado y el proceso global de cambio climático nos reflejan que en el siglo XXI hay una necesidad profunda de retorno. Volver a conectarnos con las personas, con los animales y con la naturaleza. La lucha por la huerta es una de las manifestaciones al mundo de esa necesidad humana de volver a tener una vida con sentido.
A veces parece que estamos en un punto de no retorno, pero, por mucho que sople el viento... No se apagan las estrellas, ¿no?
Esta frase de la cultura popular nos viene a decir precisamente que hay que seguir luchando por muchos cataclismos y destrucciones que haya causado el poder. Las élites no son dioses, aunque desde los faraones hasta los caudillos “por la gracia de Dios”, los tiranos siempre se hayan querido divinizar. Este fenómeno también lo hereda la ilustración, que diviniza el ser humano con la razón. Junto con el mito burgués del progreso —del que nace tanto el fascismo, como el comunismo y el capitalismo— nos han hecho creer que la agricultura, las tradiciones y las comunidades rurales e indígenas son un obstáculo. Pero esto nos ha conducido a los límites del crecimiento y a una vida que se vive al límite a todos los niveles, tanto físicos, como psicológicos y emocionales.
¿Es esto el que nos viene a decir el documental Per molt que bufe el vent?
Aunque tiene muchas lecturas, esa es la magia del cine documental, sí. Aun así, ese es solo el último documental de una trilogía. Esta se inicia con Savis de l'Horta (2018), un primer diálogo con las labradoras y labradores que mantienen este conocimiento ancestral. Seguidamente, Renaixem (2020) es un corto documental que nació de manera inesperada durante la pandemia, y habla de la nueva generación de jóvenes que se han incorporado en l'Horta de València, quienes alimentan verdaderamente en la ciudad. Y es que durante la pandemia pudimos ver como las grandes redes de la globalización económica y sus infraestructuras colapsaban. La ciudad de València podía ser autosuficiente gracias a este aproximadamente 50% de huerta milenaria que nos queda. Finalmente, Per molt que bufe el vent (2020) es el que recoge la lucha intergeneracional en defensa de la verdadera civilización.
¿Cuál sería esta nueva civilización?
No es nueva. El mensaje revolucionario que dan las labradoras y labradores es que gran parte de las respuestas, reflexiones y prácticas; y las formas de vida comunales, comunitarias, y sostenibles con el medio ya existen. L'Horta nos dice “paraos un momento, no hay que buscar respuestas en Moscú, Washington, Londres o Berlín, escuchad a las mujeres y hombres de la tierra porque aquí hay un mundo que vive”. Todas somos herederas, gracias tanto a periodistas como labradoras, de una larga cadena de conocimientos. L'Horta nos enseña que somos parte de una sociedad creadora, y no solo destructora.
Este paradigma, que responde a las teorías del comunalismo eco-regionalista, puede arraigar bien en l'Horta valenciana, pero, ¿crees que se puede aplicar, teniendo en cuenta las particularidades, en cualquier parte del mundo?
En mi experiencia, una de las cosas que me sorprendió mucho es que la cosmovisión de los labradores y las labradoras de l'Horta de València es muy similar a la de las labradoras de Palestina y a la de las indígenas de Colombia y Venezuela. Es muy similar la manera que tienen de relacionarse con el entorno e, incluso, utilizan palabras que se asemejan mucho.
De hecho en el documental hay dos planos con indígenas brasileños que vinieron a l'Horta para solidarizarse con nuestra lucha, porque saben que es la misma que la suya. También, cuando Lluís Fontelles habla de cómo empezó a funcionar el Forn de Barraca, como no tenemos imágenes de hace cien años en l'Horta de València, aparece una mujer marroquí haciendo pan en un horno moruno, que, al fin y al cabo, es el horno tradicional valenciano, porque l'Horta valenciana fue creada por los árabes. La conexión es universal y directa, tenemos el mismo origen civilizatorio. Hay que abrir la perspectiva tanto en el tiempo como en el espacio, y recuperar la universalidad del ser humano que hemos olvidado.
Un modelo completamente opuesto al que nos plantean los poderes hegemónicos, teniendo además en cuenta el hecho que las revoluciones científico-técnicas han hecho posible que la destrucción de la naturaleza se haga mediante procesos más eficientes y con resultados más eficaces.
El proyecto de la modernidad le declaró la guerra a la naturaleza, tanto en los países capitalistas como la Unión Soviética. Pero ya lo hicieron antes en Babilonia, Mesopotamia, Egipto o Roma. Todos estos imperios plantearon un modelo centralista, urbanocéntrico, jerarquizando y violento; y todos van tener la resistencia de las poblaciones labradoras. Aquí y hoy, en la Europa occidental altamente industrializada, también perviven comunidades que nos lanzan el mensaje que la vida en comunidad, respetando la tierra, el agua y el cielo, es posible.
Sin embargo, es cierto que hay un terrible factor: los peligros de la industrialización. Lo hemos visto en las dos guerras mundiales, en el genocidio nazi, en Chernóbil y en Fukushima, en la deforestación y en el agujero de la capa de ozono. Por eso podríamos decir que estamos en la época más peligrosa de la historia humana, con un nivel de destrucción de la vida sin precedentes. Esto hace que estas generaciones tengamos mucha responsabilidad.
Dentro de esa responsabilidad está también la de mostrar y contar realidades, como habéis hecho vosotros en los documentales que tratan la cuestión de l'Horta. Y que, además, son una perfecta herramienta de enseñanza y de aprendizaje para las generaciones que están y las que vienen.
Correcto, por eso nos surgió la necesidad de hacer la crónica y documentar una lucha que cataliza a muchos sectores de la sociedad que plantean que la defensa de la tierra es un modelo vital. Inspirados en otros documentales, como por ejemplo A Torna Llom, y por periodistas de la historia popular como Eduardo Galeano o Patricio Guzmán, quisimos dejar constancia en el ámbito audiovisual de luchas como la del Forn de Barraca, que además de ser simbólica fue significativa. La gente mayor nos enseña que las historias se tienen que guardar y transmitir, porque como día Joan Fuster: “Si las historias no las contamos nosotros, nos las contarán contra nosotros”.
Per molt que bufe el vent —Por mucho que sople el viento— tardó un año al hacerse. ¿Podríamos decir que lo trabajasteis como se trabaja l'Horta?
Efectivamente, trabajamos como se trabaja la tierra tradicionalmente, con muchas manos y con un esfuerzo colectivo y lento. Nosotros consideramos que la vida y las historias se tienen que sembrar, cuidar y trabajar lentamente para poder obtener una buena cosecha. Cierto es que muchas veces la inmediatez y la actualidad no nos dejan, pero nuestra forma de hacer periodismo es esta, para estar a la altura de lo que contamos. Desgraciadamente el modelo de periodismo de esta civilización es el mismo que el que adoptamos en nuestra alimentación y en nuestras relaciones afectivas y sexuales. Y aquí surge otra vez la insostenibilidad del “usar y tirar”.
La modernidad líquida de la que habla Zygmunt Bauman nos llega a todas y todos.
Sí, además con el factor de que el periodismo, más que un trabajo, es un derecho. El derecho de contar nuestras historias. Abarca todas las áreas del conocimiento humano porque es quien comunica la realidad social. Muchos de los grandes escritores, como Estellés y García Márquez, empezaron como periodistas. Después ya abrieron sus horizontes más allá del artículo y la crónica, haciendo periodismo con la literatura, como también se puede hacer con el cine documental.
Me viene también a la cabeza Kapuściński, uno de los imprescindibles a la carrera de periodismo.
Lo hacen estudiar, claro, pero después no nos permiten trabajar como él. Con él nos cuentan lo que nunca podremos, ni nos dejarán, hacer. Hacer una pieza de más de 50 páginas durante seis meses está completamente prohibido en los medios de comunicación actuales. Aun así no nos tenemos que doblegar al modelo de periodismo hegemónico. Siempre habrá una semillita.
Tu semilla periodística está en una tierra muy fértil.
Sí, porque la cuestión de l'Horta también genera consenso social, comunidad y amor. Se ha pensado en el siglo XX que el periodismo, como la política, es para confrontar y dividir. También puede ser para mostrar las cosas que nos unen, que son muchas. L'Horta une la sociedad valenciana, como cuidar a la gente mayor y a las criaturas une a la sociedad en general. Con nuestros documentales queremos hacer lo que hace l'Horta. Nos separa muy poco, pero es en lo que se fija sistemáticamente la política y los medios de comunicación hegemónicos.
Las élites crean en sus laboratorios los odios y después los inocula a la sociedad, como hicieron con el antisemitismo y como hacen ahora con la islamofobia. Es el pensamiento único del que nos habla Noam Chomsky que dice que los poderes económicos obligan los medios de comunicación a hablar sistemáticamente mal de Catalunya o de Venezuela. Esto no es nuevo, Sant Vicent Ferrer ya predicaba contra los judíos diciendo que eran demonios. Después iba la gente y los lapidaba. Siempre ha habido predicadores del odio, pero la diferencia es que ahora, con las tecnologías, pueden llegar a todas partes. El poder necesita enemigos para que la sociedad no vaya a una. Nosotros nos revelamos. Queremos hacer un periodismo que una, y no uno que divida.
Extraído de https://www.elsaltodiario.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario