¿cómo pueden crecer los arbolillos
bajo toda la nieve del invierno?
Bertold Brecht
La fiesta del 1 de Mayo de 1934 se celebró en Zaragoza con un paro total.
La amenaza patronal no se hizo esperar y despidieron a muchos trabajadores.
Los sindicatos declararon la huelga general para exigir la readmisión de los despedidos,
treinta y seis días de huelga general en Aragón.
El séptimo día la situación era dramática,
sin necesidad de una huelga
la miseria se comía ella sola las fuerzas
y los hogares obreros.
Para aliviar la situación la CNT ideó
abrir una suscripción popular
para organizar el traslado a Cataluña
de los hijos de los huelguistas
y ayudarles así a triunfar.
Más de 15.000 familias se inscribieron, sólo en Barcelona,
para recibir a los niños y cuidarlos,
también se recaudaron 30.000 ptas.
para sostener la huelga.
La multitud esperaba la llegada de los seis primeros autobuses,
eran ya más de las diez de la noche,
las noticias telefónicas del retraso
decían que apenas podían avanzar,
que la gente los recibía en los pueblos,
los hacía parar,
para abrazar a los niños
y llevarles regalos.
Como la muchedumbre congregada en la plaza Concell de Cent no se movía,
como ondeaban banderas rojas y negras,
como se daban gritos y vivas a la revolución y la anarquía,
la policía de la Generalitat empezó a disparar
y hombres, mujeres y niños se dispersaron.
En el suelo quedó, muerto, Salvador Anglada, obrero metalúrgico.
Esa noche los locales de CNT fueron clausurados.
Mil taxistas de la confederación anarcosindicalista
intentaron marchar a Zaragoza
a buscar al resto de los niños
pero la Guardia Civil fue avisada
y se cortaron las carreteras.
Los autobuses fueron interceptados
y escoltados por la policía hasta hospicios y comisarías.
Ni los actos de solidaridad obrera
ni la represión de la policía cesaron durante los 36 días.
Hace años que se ganó esa huelga
y con ella, otra batalla, por la dignidad y la utopía,
contra la miseria y los poderosos.
Hoy, esta es una extraña historia,
también interceptada y puesta fuera de circulación.
Una historia de nubes oscuras y caminos del revés.
En ella, he vuelto a encontrar las caras de otros niños
y el mismo perro que vio Bertold Brecht,
muerto
de hambre,
un perro que pasa
y no vuelves a verle.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta Rusa, 2017
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