Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, septiembre 30

Migraciones y cambio climático

Incendio en Suecia
 
El pasado mes de julio ha sido prolífico en noticias climáticas. Una ola de calor y altas presiones ha azotado Europa, principalmente el norte. Temperaturas poco usuales se han registrado en los países nórdicos, Gran Bretaña o Siberia. Da miedo pensar en los 33º centígrados alcanzados en Laponia, cerca del Círculo Polar Ártico. Y todo ello ha dado pie a la extensión de numerosos incendios. Fuegos propagados por los bosques de Gales, Escocia o Suecia, lugares poco acostumbrados a estos desastres naturales, y por tanto con déficits en medios y preparación para afrontar estos peligros. Por otro lado, algo más al sur, esta misma ola de calor también ha hecho saltar las alarmas en el norte de África. En la ciudad de Ouargla, situada en el centro de Argelia y habitada por medio millón de personas, se ha registrado la que hasta ahora sería la temperatura más alta medida en África, 51’3º centígrados. Ahí es nada. En tierras más lejanas, la virulencia de las inclemencias climáticas también se ha hecho notar en Japón, donde grandes inundaciones han provocado más de 100 muertos y han supuesto la evacuación de alrededor de 1,6 millones de personas. Son sólo tres ejemplos de un mes cualquiera de 2018, tres ejemplos preocupantes de una realidad que ya está entre nosotros, el cambio climático.

Estas transformaciones en el medio ambiente de diferentes regiones del globo irán acompañadas, como es lógico, de una serie de efectos culturales y políticos sobre las sociedades humanas. Los efectos de las crecidas del nivel del mar, de la proliferación de catástrofes climáticas o del calentamiento global se verán reflejados (ya se están viendo) en una mayor dificultad para el acceso a recursos hídricos o alimenticios, o en la paulatina degradación delas infraestructuras básicas de muchos núcleos poblacionales. Esto repercute sobre las economías locales, y acaba favoreciendo las migraciones. El cambio climático acelera un proceso de degradación de las condiciones de vida que lleva a puntos de no retorno para muchas capas de la población. Estos mismos problemas en el acceso a suministros básicos o en la degradación económica de una zona, son y serán causas, aunque ni mucho menos las únicas, en conflictos armados o en la represión a minorías. Al final, casos aparentemente tan lejanos como la guerra en Siria, el colapso de pueblos y ciudades en pequeñas islas del Pacífico o el avance del desierto en ciertas zonas de Senegal, devienen en procesos migratorios que tienen como catalizador, en diferentes graduaciones, el cambio climático.

Como siempre, esto afectará, ante todo, a los/as más pobres, a quienes menos medios poseen para adaptarse a las nuevas condiciones y más alta dependencia tienen del medio ambiente y sus vaivenes. El cambio climático golpeará con más fuerza al Sur global, tanto por una cuestión climática como por una cuestión económica, si bien los grandes causantes de este desastre son las economías occidentales (junto a China e India) y sus grandes corporaciones. Está por ver cómo se afronta este desaguisado, los grandes movimientos migratorios están siendo ya una realidad, su alance y la gestión de estos dependerán de nuestra capacidad de generar respuestas al cambio climático y a las nuevas realidades políticas. Hay quienes están optando por cerrar los ojos al problema y seguir con la fiesta, mientras ya se vislumbran salidas cercanas al ecofascismo como la del gobierno italiano de la Liga, con sus propuestas de desacarbonización económica unidas al cierre de fronteras y los controles étnicos poblacionales. Nos queda mucho trabajo en este sentido.
 
El caso de la Península Ibérica

Pues sí, nosotros/as tampoco nos libramos de los efectos del cambio climático. Si bien, como ya se ha comentado, el Sur global será quién más se vea afectado por las transformaciones que ya se están produciendo, la Península Ibérica es considerada como una zona altamente vulnerable en este sentido. La desertificación avanza en el sureste español. El alza de las temperaturas y la escasez de lluvias se unen a una zona ya de por sí sobreexplotada hídricamente por la agricultura intensiva (con la extensión en las últimas décadas de la fiebre del regadío). Almería, Murcia, Granada o el sur de la Mancha acumulan un medio rural ya diezmado por la mano de la industria agrícola. Las sequías endémicas unidas a la apertura de pozos (legales e ilegales) por doquier van dando forma a un territorio que ha roto el equilibrio natural. Si esta situación sigue avanzando (y la acción del cambio climático apunta en esa dirección), los campos se acabarán haciendo improductivos, los suelos adecuados para estas actividades agrícolas se moverán hacia el norte, generando un grave problema en una zona geográfica con una fuerte dependencia económica del sector primario.

Toda esta situación está ya generando una serie de conflictos en torno al agua, tanto a pequeña escala como desde una perspectiva autonómica, como se está viendo con las disputas en torno a los grandes trasvases entre cuencas hidrográficas. A la larga (o no tanto), derivará en una degradación irreversible del medio rural, pues en lugar de buscar soluciones al problema desde la perspectiva de reequilibrar el uso del suelo hacia formas más sostenibles, la dinámica impuesta por la industria y las administraciones es seguir inflando la burbuja del regadío. Hasta que estalle. Y lo hará de la manera habitual en estos casos, generando más desigualdad entre ricos/as y pobres. Los ciclos migratorios en países más desarrollados no son idénticos a los del Sur global, si bien ciertas zonas se irán despoblando, aquí veremos también más movimientos de aquellos/as con mayores recursos a zonas santuario, lo que en este caso se traduce en el traslado de grandes explotaciones agrarias a lugares más fértiles, como ya se está produciendo en ciertas comarcas de Murcia con destino a las cuencas del Guadiana y del Guadalquivir.

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