En la sociedad capitalista, las relaciones personales están
marcadas por el interés, por considerar al otro una mercancía. Eric
Fromm analizaba que no se producen una gran cantidad de amor ni de odio,
más bien las relaciones se quedan en la superficie, aunque detrás esté
el distanciamiento y la indiferencia.
En las diferentes fases del capitalismo se ha producido una pérdida progresiva de los vínculos sociales del hombre, el
motor de las relaciones humanos no es ya el deseo de cooperación, no
hay solidaridad hacia el prójimo y sí un evidente egoísmo que busca solo
el interés personal (un egoísmo que no duda en usar a otros seres
humanos para sus intereses, sin ninguna lectura de desarrollo
individual). Los reductos sociables que le quedan al ser humano están
encarnados en el Estado, y de ahí que se nos obligue (o se sienta la
obligación) de pagar impuestos, votar o respetar las leyes. Hay una
rígida separación entre la sociedad y el Estado (identificado
exclusivamente con el quehacer político), por lo que éste se convierte
en un ídolo en el que se proyectan todos los sentimientos sociales.
Fromm considera que esa idolatría hacia el Estado solo desaparecerá
cuando el hombre vuelva a incorporar a sí mismo los poderes sociales y
no se produzca una división entre su existancia privada y su existencia
social.
El hombre es en el
sistema capitalista, y así lo ve él mismo, una cosa para ser empleada
eficientemente en el mercado, no se siente como un agente activo y
consciente, portador de las potencias humanas. El ser humano está
enajenado de sus potencias, de la capacidad de sentir y pensar, por lo
que su identidad surge de su papel socioeconómico. El éxito o el
fracaso del individuo está marcado por factores ajenos él mismo, no hay
ya dignidad en la personalidad enajenada (factor que Fromm considera con
mucho peso en otras culturas). Esta "pérdida de personalidad" de la que
habla Fromm es vista por otros autores como algo natural; la falta del
sentido de la identidad sería un fenómeno patológico, ya que la
"personalidad única" no sería tal, y sí un resultado de los muchos
papeles que representamos en las relaciones con los demás (papeles que
tienen la función de obtener la aprobación y evitar la ansiedad
resultante de la desaprobación). Fromm niega dicha teoría e identifica el
sentimiento de sí mismo con el sentimiento de identidad, el cual
desaparece en la sociedad enajenada y se busca la aprobación de los
demás para confundirla con el éxito y convertirse en una mercancía
vendible; los demás no lo consideran ya una "personalidad única", sino una entidad ajustada a uno de los modelos establecidos.
Para
comprender el fenómeno de la enajenación es necesario tener en cuenta
una característica específica de la vida moderna: "su rutinización, y la
represión de la percepción de los problemas básicos de la existencia
humana", en palabras del propio Fromm. El hombre apenas sale del
terreno de las convenciones y de las cosas establecidas, difícilmente
logra perforar la superficie de su rutina y, si lo intenta, lo
efectúa con grotescos intentos rituales (como el deporte, toda suerte de
religiones y creencias, o las hermandades de algún tipo). Fromm
considera que el interés y la fascinación por el drama, el crimen o la
pasión no es solo expresión de un gusto cuestionable y del
sensacionalismo, sino un deseo profundo de dramatización de los
fenómenos importantes de la existencia humana (la vida y la muerte, el
crimen y el castigo, el combate entre el hombre y la naturaleza...). En
el antiguo drama griego, se produciría un tratamiento profundo y de alto
nivel artístico de esos fenómenos. Por el contrario, el drama y el
ritual modernos son toscos, no producen ninguna catarsis y simplemente
revelan la pobreza de esa solución para atravesar la superficie de la
rutina. Estaremos de acuerdo en que la revolución tecnológica, que
hemos vivido en las últimas décadas, se ha producido en el tipo de
sociedad capitalista y consumista cuyos fenómenos psíquicos describe
Fromm, por lo que sus tesis sobre los procesos de abstracción,
cuantificación y enajenación se refuerzan en un mundo en el que la
tecnología parece separarnos de la vida real.
Otras preguntas,
acerca del proceso de la enajenacion, tienen que ver con qué ocurre con
factores como la razón y la conciencia en una sociedad de este tipo. Si
entendemos por inteligencia la habilidad para manipular conceptos con el
fin de conseguir algo práctico, de memorizar o de manejar ideas con
rapidez, eso es lo a lo que nos limitamos en nuestros negocios para
resolver cosas. Fromm define la inteligencia como el pensamiento al
servicio de la supervivencia biológica. En cambio, la razón desea
comprender, profundizar en la realidad que nos rodea, y su meta sería
impulsar la existencia intelectual y espiritual. El desarrollo de la
inteligencia, de la mera habilidad, ha ido en detrimento de la razón,
la cual requiere de individuo capaces de penetrar en las impresiones,
ideas u opiniones, no meramente compararlas y manipularlas. En el hombre
alienado se da una aceptación de la realidad tal y como aparece, desea
consumirla, tocarla o manipularla, pero no se pregunta por qué las cosas
son como son ni adónde se dirigen. Aunque se lea el diario, o se
consuma cualquier otro medio, existe una alarmante falta de comprensión
del significado de los acontecimientos políticos.
Junto a la
falta de razón en la sociedad moderna, debido a la inexistencia de
personalidad en el individuo, está otro factor íntimamente relacionado
que es la imposibilidad de una conducta y un juicio éticos. Si el
hombre de convierte en una especie de autómata en la sociedad enajenada,
díficilmente puede desarrollarse la conciencia y ser la ética una parte
importante de su vida. La conciencia existirá cuando el hombre se
escuche a sí mismo, no se vea como una cosa o una mercancía. Poseemos
toda una herencia ética recibida del pasado, fundada en un humanismo que
niega toda institución que se sitúe por encima del ser humano, aunque
la historia suponga numerosas ejemplos sociopolíticos de lo contrario.
Pero, en la sociedad moderna, en lugar de dar mayor horizonte a la razón
y a la ética, lo que es únicamente una herencia indeterminada termina
por desaparecer y nos acercamos a la barbarie legitimada en una presunta
eficacia técnica y económica. Resulta primordial luchar contra el conformismo, ser capaz de decir "no", para poder escuchar la voz de la conciencia.
Esta consideración nos recuerda al inconformismo del "hombre rebelde"
de Albert Camus, capaz de destruir ídolos e instituciones para construir
un mundo libre.
El proceso de trabajo se identifica en Fromm con
el proceso de moldear y transformar la naturaleza externa al hombre, y
de esa manera el hombre se moldea y cambia a sí mismo. La naturaleza
del hombre, sus potencialidades y las leyes naturales a las que está
sujeto, son un punto de partida para conquistar la naturaleza externa y
desarrollar sus capacidades de cooperación y de razón. Pero el
trabajo ha pasado de ser una actividad satisfactoria en sí misma y
placentera, como sí puede haber sido en algunos momentos de la historia,
a convertirse en un deber y una obsesión. El trabajador industrial
ejerce un papel fundamentalmente pasivo, realiza una función pequeña y
aislada en un proceso productivo grande y complejo, se muestra enajenado
del fin de su trabajo. El trabajo es un medio de obtener dinero y no
una actividad humana con sentido. Este carácter enajenado del trabajo,
profundamente insatisfactorio, da lugar a dos reacciones: por un lado,
el ideal de la ociosidad total; por otro, una hostilidad, consciente o
inconsciente, hacia el trabajo y hacia todas las cosas relacionadas con
él. Fromm consideraba ya en su época que los medios de comunicación,
junto al desarrollo de la técnica, no hacen más que potenciar ese anhelo
de holganza, la ilusión de poder dominar la realidad sin apenas talento
ni esfuerzo. En cuanto al odio, parece más grave que la falta de
sentido y el tedio del trabajo, ya que se manifiesta tantas veces de
modo inconsciente. Se acaba odiando el entorno, a los demás y,
finalmente, a uno mismo si se sacrifica el sentido de la vida por un
éxito aparentemente embriagador.
El pensamiento de Fromm, también
como psicoanalista de la sociedad, resulta fascinante y,
desgraciadamente, el tiempo ha consolidado lo que él ya tomaba como
problemas graves de la sociedad capitalista. La noción de trabajo de
este autor era liberadora, herencia de unos valores de la Ilustración
pendientes de adquirir sentido en la existencia humana (es la única
manera de aceptar la posmodernidad, sin desesperanza alguna, otorgándole
mayor campo y sentido a los valores de emancipación). Las respuestas
de Fromm a los males de la sociedad moderna, que dejaremos para un
nuevo artículo, solo podía pasar por un socialismo que se encargara de
la emancipación en todos los aspectos de la vida, sin dar predominancia
al factor económico sacrificando el resto, tal y como pretendió el
marxismo y fracasó estrepitosamente en su praxis. Un socialismo que solo
puede ser calificado de libertario.
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¡ Pedazo articulo ! Lo subo a meneame para que lo lea mas gente.
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