En nuestros días se nos impone a cada paso una toma de
posición respecto a la masa amorfa de acontecimientos que estremecen a
la opinión pública. Hay que estar a favor o en contra, porque el matiz
engendra la incertidumbre, la incertidumbre lleva a la duda y esta, con
frecuencia, a la costumbre de pensar por uno mismo. Y, en nuestro
agitado mundo, eso es fatal. Debemos optar ya, sin muchos remilgos, por
unos o por otros. Es urgente. A favor o en contra de los ucranianos, a
favor o en contra de los rusos, o de la Unión Europea. Con la Ley o con
los corruptos. Con los que protestan o a favor de la silenciosa pero
temible corriente de los que asienten. Todos los días se nos ofrece la
posibilidad de realizar este tipo de elecciones, ya se trate de Crimea o
Venezuela, de Melilla o Cataluña. Las personas informadas se reconocen
al instante por eso: siempre que se les requiere (y cuando no, también)
tienen a mano su opinión, preparada para saltar a la palestra a favor o
en contra de lo que sea.
Desde que las masas
entraron por la gran puerta de la Historia, de mano de las distintas
Revoluciones, ya no hemos podido salir de ella en ningún momento. Y como
el curso de la historia y sus catástrofes —desde el motor de combustión
interna a las burocracias internacionales, pasando por la política de
la Reserva Federal de los Estados Unidos—, tomar partido no es ya tanto
una posibilidad como una obligación.
Deberíamos,
por eso, defender nuestra libertad de no pronunciarnos respecto a las
continuas preguntas e inquisiciones diarias. Si no se pueden impugnar
los términos en los que se plantea la pregunta, la opinión está trucada.
Desposeídos de nuestra voluntad para la satisfacción de las necesidades
básicas, se nos acumulan en cambio las cuestiones de actualidad más
banales sobre las que pronunciarnos, y lo hacemos a menudo con la
suficiencia del que lo ignora casi todo. Sin embargo las parcelas de
nuestra vida que han caído bajo la administración técnica de unos
aparatos inconmensurablemente complejísimos nos señalan con claridad en
qué medida nuestra opinión a favor o en contra es inoperante en cuanto a
aquello que nos incumbe más directamente.
- Juanma Agulles, en Piloto automático. Notas sobre el sonambulismo contemporáneo (Cul de Sac. Madrid: 2016).
Sí. Este en concreto es un país de ceporros, de bandismos enfrentistas, de blanco o negro, sin matices.
ResponderEliminarY pobre de ti si se te ocurre titubear en público, desvariar más allá de lo políticamente correcto o situarte en un terreno intermedio, sin posicionarte, al hablar sobre cualquier tema de "rabiosa actualidad".
Los toros, la violencia de género, Cataluña, atropellos a ciclistas.
Blanco o negro.
se puede ser anarquista y tener altas humanistas sociales miras
ResponderEliminarpero el mundo no se hizo en dos dias
cada cosa a su momento
un paso tras otro
la radicalidad no es buena compaña
lo mismo que mas vale votar aveces para qe se puedan subir ls sueldos y luego hacer cooperativas autogestionadas que sin consumo no servirian -socialismo acrata que se dice
es bueno ñla estrategia :
Para mi hay q opinar d todo, siendo consciente d la realidad propia, como anarquista, cual es la posición anarquista respecto a lo de Catalunia?, y respecto a tal o cual ley?, o respecto a tal o cual escándalo? Yo aprobecho la oportunidad para dar mi postura libertaria del asunto aunque siempre quede como el soñador.
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