Lo vi todo. Vi la sangre. Vi al chico, a la pareja. Vi
las luces intermitentes que llegaban al lugar de los hechos. Vi los
puños lanzados al aire y los que acertaban a golpear al chico. Vi como
caía estrepitosamente al suelo y como la pareja lo alzaba como si fuera
una marioneta de madera sin vida, completamente noqueado. Vi como lo
arrodillaban simulando una escena de un film en donde hay un pelotón de
fusilamiento a punto de cumplir órdenes, pero en esta escena el pelotón
se reduce a un total de dos personas y los fusiles son, en realidad, tan
solo una linterna que a modo de juego es posicionada frente a la
dentadura del muchacho que se encuentra arrodillado. Veo la sangre
correr, veo la sangre correr por su boca, veo como el chico escupe
sangre mientras grita y se caga en todos los hijos de puta del mundo.
Veo como lo vuelven a encajonar y lo inmovilizan. Veo como uno de ellos
lo presiona contra el pavimento con sus rodillas puestas sobre su
espalda mientras saca unas esposas y mientras el otro le pisa la cabeza
al mismo tiempo que toca la culata de su pistola como si fuera John
Wayne o Clint Eastwood y la ciudad fuese el salvaje oeste. Veo la
sangre, el charco cada vez más amplio y espeso. Veo cómo mantienen sus
brazos esposados en alto y cómo tiran de ellos. El chico gritaba y
maldecía como un poseso. Vi la luz intermitente acercarse. Una luz azul
que se apoderaba de todo. Vi descuartizarse el mundo.
Víctor Mesa. Poemas rescatados de las llamas. Ed. Piedra Papel Libros, 2017
...y vi cómo el resplandor azulado, teñido de impunidad, alcanzaba la sala del juzgado.
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