Esta estrategia se sustenta con capital,
líquido, financiero y material, aportado por privados (empresas, fondos,
bancos, aseguradoras, organizaciones internacionales, etc.). Esta
interacción entre lo público y lo privado es lo que entendemos que, hoy
por hoy, define el complejo funcionamiento de la dominación cuyo sostén
político, la forma de gobierno más generalizada en el mundo, es la
democracia. Crear y sostener un miedo también es un negocio.
Implica un
plan estratégico de mercado y sus respectivos movimientos tácticos;
circulación de flujos y mercancías, posicionamiento, y logística. La
primera fase es generar la demanda dado que todo consumo, de por sí, es
demanda. Y para esto se realizan campañas en medios de comunicación
masivos para generar una opinión y crear falsos consensos cuyas antenas
de repetición son los propios individuos. Se generan, tanto a través de
casos y montajes policiales como tras actos terroristas,
sujetos pasibles de ser temidos (delincuentes, terroristas, etc.), así
como sujetos temerosos, que viven en el limbo, entre sus miedos y sus
deseos -saturados y enajenados permanentemente por la gestora de los
deseos, la publicidad, y un incesante y excesivo flujo de información-, y
que hacen de la vida, de la existencia, un campo de batalla.
En el campo económico, el miedo favorece a
una serie de sectores y grupos sociales que, por su idiosincracia,
configuran un sector económico interpendiente y propio. Aseguradoras,
constructoras de cárceles, policías, fabricantes de armas, compañías de
seguridad privada, periódicos y programas de actualidad, etc. Todos, de
un modo u otro, se benefician del miedo, del sentimiento de inseguridad.
Por otro lado los médicos, la industria farmacéutica, los hospitales,
psicólogos, escritores de libros de autoayuda, cirujanos, etc. se
benefician de los sentimientos de miedo, exclusión, depresión y baja
autoestima a la que inducen a las personas.
Tú temes, yo temo, nosotros tememos.
La llamada inseguridad o, mejor dicho, la
política de la inseguridad tan en boga hoy en día se instaló
definitivamente después de los atentados del 11S, siendo un fenómeno
esencialmente urbano y de sociedades densamente pobladas. El fenómeno
11S, en su conjunto, logra el desplazamiento progresivo de las doctrinas
de seguridad externa a las de seguridad interna: recolocar la figura
del terrorista hacia el interior de la sociedad, generando así un
balance perfecto: el miedo a lo externo, a lo diferente, pero en un
espacio de cercanía. El terrorista -o el delincuente común en el
contexto local- que antes sólo podía estar en Afganistán, Irak, Siria o
algún otro país lejano del medio oriente, ahora acecha en cada esquina.
Detrás de esta variabilidad de la figura
del enemigo, del indeseable, del monstruo, está la creación del chivo
expiatorio: cargar la culpa, rabia y frustración de la masa, acrítica y
alienada, en una persona o grupo. En esta lógica cualquier cualquier
minoría social -o inadaptado- pasa a ser sospechosa. Delincuentes,
disidentes ideológicos, árabes y anarquistas están en el puto de mira.
Es en este contexto en el que los
Estados, con los medios de comunicación como creadores y moduladores de
opinión, emprenden campañas masivas de miedo y control social. Es a
través de la construcción de un sujeto social ignorante, miedoso y
egoísta que se construye una cultura del miedo y el control y se
permite, ante su mirada pasiva, la instalación de cámaras de seguridad
en las calles, de software de escuchas y control de teléfonos y redes
sociales. Bajo el falso argumento de la prevención del delito o del
terrorismo se realizan seguimientos, escuchas telefónicas, detenciones,
juicios, encarcelamientos… De forma que se crean condiciones
autojustificantes muy funcionales de cara a la opinión pública:
se crea una alarma social, se detiene y se reprime y, a su vez, se
justifica el endurecimiento previo. De este modo pueden modificar y
endurecer los sistemas penales y jurídicos, formalizando la opresión a
niveles que, en otros tiempos, hubieran sido inalcanzables. Esta es, muy
resumidamente, la situación en la que nos encontramos tras los últimos
montajes contra anarquistas y, sobre todo, tras los atentados de París.
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