“Nos hemos transformado en autómatas que viven bajo la
ilusión de ser individuos dotados de libre albedrío. Tal ilusión ayuda a
las personas a permanecer inconscientes de su inseguridad, pero ésta es
toda la ayuda que ella puede darnos. En su esencia el yo del individuo
ha resultado debilitado, de manera que se siente impotente y
extremadamente inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido toda
conexión genuina y en el cual todas las personas y todas las cosas se
han transformado en instrumentos, y en donde él mismo no es más que una
parte de la máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa,
siente y quiere lo que él cree que los demás suponen que él deba pensar,
sentir y querer, y en este proceso pierde su propio yo, que debería
constituir el fundamento de toda seguridad genuina del individuo libre
[…] La consecuencia de este abandono de la espontaneidad y de la
individualidad es la frustración de la vida. Desde el punto de vista
psicológico, el autómata, si bien está vivo biológicamente, no lo está
ni mental ni emocionalmente. Al tiempo que realiza todos los movimientos
del vivir, su vida se le escurre de entre las manos como arena. Detrás
de una fachada de satisfacción y optimismo, el hombre moderno es
profundamente infeliz; en verdad, está al borde de la desesperación”.
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