Anne Steiner
(2008)
[Traducción: Diego L. Sanromán]
En los trabajos que reconstruyen la génesis del movimiento feminista
apenas se citan las figuras de las mujeres anarco-individualistas de
principios del siglo XX. Tal vez, porque, siendo hostiles tanto al
régimen parlamentario como a la relación salarial, se mantuvieron al
margen de los combates emprendidos por las feministas de la Belle Époque
para la obtención del derecho al voto y por la mejora de las
condiciones de trabajo de las mujeres; y acaso también porque, con
excepción de artículos publicados en la prensa libertaria y de algunos
panfletos hoy olvidados, dejaron pocas huellas escritas.
Estas mujeres, que no fueron ni reformistas ni revolucionarias,
expresaron esencialmente su rechazo de las normas dominantes mediante
prácticas tales como la unión libre, a menudo plural, la participación
en experiencias de vida comunitaria y de pedagogía alternativa y, en
fin, mediante la propaganda activa a favor de la contracepción y el
aborto al lado de los militantes neo-malthusianos. Al evocar sus
itinerarios y sus escritos, nos gustaría dotar de algo de visibilidad a
estas “marginales” que desearon, sin dejarlo para hipotéticos mañanas de
utopía, vivir libres aquí y ahora.
El anarquismo individualista: una corriente emancipadora
El rechazo del obrerismo
Puede fecharse a finales de los años 1890 la aparición en Francia de
una corriente individualista en el seno del movimiento anarquista.
Enfrentada tanto a los anarquistas comunistas como a los
anarco-sindicalistas, tanto a quienes sueñan con la insurrección como a
quienes ponen todas sus esperanzas en la huelga general, se caracteriza
por la primacía concedida a la emancipación individual por encima de la
emancipación colectiva. Su desconfianza con respecto a toda tentativa
revolucionaria procede en parte de que la creen condenada al fracaso, al
menos en el futuro próximo, y de que rechazan la condición de
generación sacrificada:
Los individualistas son revolucionarios, pero no creen en la
Revolución. No creer en ella no quiere decir que sea imposible. Tal cosa
resultaría absurda. Nosotros negamos que sea posible antes de mucho
tiempo; y añadimos que, si un movimiento revolucionario se produjese en
el presente, aunque saliese victorioso, su valor innovador sería mínimo
[…]. La revolución aún está lejana; y, puesto que pensamos que las
alegrías de la vida se encuentran en el Presente, creemos poco razonable
consagrar nuestros esfuerzos a dicho futuro [1].
Esta urgencia por vivir es reafirmada constantemente a lo largo de
las columnas de l’anarchie, órgano de los individualistas anarquistas:
“La vida, toda la vida, se encuentra en el presente. Esperar es
perderla” [2]. Pero su rechazo de trabajar por la revolución se funda
también en la certidumbre de que ésta no podría dar a luz un mundo mejor
en el actual estado de las mentalidades:
Siempre hemos dicho que votar no servía de nada, que hacer la
revolución no servía de nada, que sindicarse no servía de nada en tanto
los hombres sigan siendo lo que son. Hacer la revolución uno mismo,
liberarse de los prejuicios, formar individualidades conscientes, he
aquí el trabajo de la anarquía [3].
Realizan, en efecto, una constatación pesimista del estado de
alienación en el que se encuentran sumergidas las masas, de su debil
combatividad, de su demasiado elevada natalidad, del excesivo consumo de
alcohol y tabaco.
Su crítica del obrerismo es feroz. Acusan a los revolucionarios y a
los sindicalistas de rendir culto al trabajador, a un trabajador de
imagen de Épinal, sano, vigoroso y orgulloso. A la clase obrera
redentora, sujeto de la historia, oponen “el lamentable rebaño” cuya
resignación confirma la tesis de la servidumbre voluntaria desarrollada
por La Boétie. Convencidos de que la opresión no se mantiene más que por
la complicidad de los oprimidos, consideran que la lucha contra los
tiranos interiores debe acompañar a la lucha contra los tiranos
exteriores:
El enemigo más áspero de combatir está en ti, está anclado en tu
cerebro. Es uno, pero tiene diversas máscaras: es el prejuicio Dios, el
prejuicio Patria, el prejuicio Familia, el prejuicio Propiedad. Se llama
Autoridad, la santa prisión Autoridad, ante la cual se inclinan todos
los cuerpos y todos los cerebros [5].
Es esta voluntad de introducir la racionalidad en todos los aspectos
de la vida cotidiana la que les conducirá a rehabilitar el placer, a
denunciar la represión sexual y la institución del matrimonio y a hacer
de la emancipación de las mujeres una condición de la emancipación de
todos. Convencido de que no puede haber regeneración social sin
regeneración individual previa, el anarquista individualista es un
“educacionista-realizador”, conforme a la clasificación propuesta por
Gaetano Manfredonia [6]; es decir, un militante que, a diferencia del
insurreccional o del sindicalista, no considera la revolución ni posible
ni deseable si no va precedida de una evolución de las mentalidades.
De las universidades populares a las charlas populares
Esta concepción de la lucha llevó a los anarquistas individualistas a
participar en la experiencia de las universidades populares, nacidas en
el contexto del asunto Dreyfus por iniciativa de Georges Deherme,
obrero tipógrafo de sensibilidad anarquista, y de Gabriel Séailles,
profesor de filosofía en la Sorbona. Por una muy módica cuota, los
afiliados tenían acceso a una biblioteca de préstamo, cursos de idiomas,
consultas jurídicas, y podían seguir las conferencias que se
organizaban varias tardes por semana. Entre 1899 y 1908, doscientas
treinta universidades populares abrieron sus puertas en el conjunto del
territorio francés para un auditorio de varias decenas de miles de
personas. Sus modalidades de funcionamiento variaban algo de unas a
otras, pero el principio era el mismo: traer a los intelectuales al
pueblo y permitir a todos el acceso a la cultura. Todos los temas, todas
las disciplinas, eran abordados por conferenciantes voluntarios,
estudiantes, periodistas, profesores de secundaria y maestros, y, más
raramente, profesores universitarios, sin gran preocupación por la
coherencia. Se podía hablar una tarde de poesía contemporánea o de arte
egipcio y la siguiente de astronomía o telefonía. Pero los oradores no
dominaban siempre la materia y la audiencia carecía, en la mayoría de
las ocasiones, de la formación de base que le habría permitido captar el
contenido de las intervenciones. Esto suscitó cierto número de
reservas, tanto entre los intelectuales, que temían los perjuicios
ocasionados por una torpe vulgarización, como entre los militantes, que
recelaban de que el escenario de las universidades populares se
transformase en campo de entrenamiento para jóvenes intelectuales más
ambiciosos [7] que generosos.
Fue este temor el que llevó a los anarquistas individualistas
Libertad y Paraf-Javal a fundar las charlas populares [causeries
populaires, en francés], más explícitamente libertarias en su modo de
funcionamiento. Las primeras sedes para las conferencias y los debates
se abrieron en los barrios de Ménilmontant y de Montmartre; las
siguientes, en la periferia e incluso en provincias. Tras el éxito
obtenido por estas iniciativas, algunos individualistas parisinos
decidieron fundar un periódico para favorecer la circulación de ideas
entre los diferentes grupos e intercambiar experiencias. En abril de
1905 sale el primer número del semanario l’anarchie. “Estas páginas
–afirma el editorial- desean ser el punto de contacto entre todos
aquellos que, por todo el mundo, viven como anarquistas, bajo la única
autoridad de la experiencia y el libre examen”. El periódico, con una
tirada de seis mil ejemplares, se convierte rápidamente en el primer
órgano individualista y garantiza una nueva visibilidad a una corriente
hasta entonces obligada a expresarse en las columnas de publicaciones
libertarias de sensibilidad diferente. Aparece regularmente desde 1905
hasta 1914 y cuenta con numerosos abonados en provincias.
Trayectoria de los y las militantes
Los hijos de la primera democratización escolar
En su gran mayoría, los militantes anarquistas individualistas que
gravitan en torno a las charlas populares y que se reconocen en
l’anarchie son jóvenes obreros parisinos, nacidos en provincias entre
1880 y 1890, que dejaron la escuela a la edad de doce o trece años y que
vivieron dolorosamente ese contacto precoz con el mundo del trabajo.
Muchos de ellos se sindicaron y participaron en conflictos sociales
violentamente reprimidos y condenados al fracaso, lo que durante mucho
tiempo quebró su confianza en la acción de masas. Arrancados de una
escuela en la que a menudo habían destacado, pero que no les había
provisto más que de un saber elemental, no pueden reconocerse en la
clase social a la que han sido asignados. Han estado, en efecto,
escolarizados más tiempo que sus padres, obreros o campesinos apenas
alfabetizados, sin que se les ofreciera la menor perspectiva de
movilidad social. En una sociedad en la que la condición obrera no
mejora sino muy lentamente, se ven privados de toda posibilidad de
desarrollo personal. De ahí que se reconozcan en lo constatado por
Victor Kibalchich, el futuro Victor Serge, en l’anarchie:
¿Qué es vivir para el anarquista? Es trabajar libremente, amar
libremente, poder conocer cada día un poco más de las maravillas de la
vida… Reivindicamos toda la vida. ¿Sabéis lo que se nos ofrece? Once,
doce o trece horas de labor cada día para obtener la pitanza cotidiana.
¡Y menuda labor y qué pitanza! Labor automática bajo una dirección
autoritaria en condiciones humillantes e indecentes, por medio de la
cual se nos permite la vida en la grisalla de los barrios pobres [8].
Esta voluntad de escapar de una condición considerada envilecedora
condujo a algunos de los anarquistas individualistas al ilegalismo,
considerado como una práctica subversiva y un medio de supervivencia al
margen del salario. La falsificación de moneda o de billetes y el robo
son puestos en práctica por algunos camaradas, y las condenas de cárcel o
a trabajos forzados son, a menudo, el precio que tienen que pagar. Esta
deriva ilegalista alcanaza su apogeo en una serie de sangrientos
atracos perpetrados en 1912 en la estela del asunto Bonnot. Uno de los
protagonistas de esta trágica epopeya, Octave Garnier, se hace eco de
las palabras de Victor Serge en las memorias encontradas en el lugar de
su ejecución: “Porque no quería vivir la vida de la sociedad actual ni
esperar a estar muerto para vivir, me defendí contra mis opresores con
todos los medios a mi disposición” [9].
Pero, ya sean partidarios o adversarios del ilegalismo, los
individualistas, para vivir como anarquistas aquí y ahora y no dentro de
cien años, como les exhortaba Libertad, privilegian sobre todo la vía
de la experimentación social. Fundan colectivos de hábitat y de trabajo,
intentan restringir su consumo suprimiendo todos los productos dañinos o
inútiles, llevan vestimentas menos rígidas, practican el nudismo,
defienden la libertad sexual y ponen medios para no tener más hijos que
los que desean. Esta búsqueda de una vida distinta se traduce igualmente
en prácticas como las baladas dominicales en espacios campestres en los
alrededores de París o las estancias en Chatelaillon, una ciudad
balnearia al sur de La Rochelle en el que se encuentran cada verano por
iniciativa de Anne Mahé, co-fundadora de l’anarchie, para hacer de “esta
playa de magnífica arena, que los burgueses no invadirán pues
mantenemos la guardia, un rincón de camaradería, al margen de los
prejuicios [10]”.
La importancia de las mujeres en el movimiento
Numerosas mujeres se sumaron al discurso individualista y tomaron
parte en el movimiento de las charlas. Resulta muy difícil establecer
cifras, puesto que los anarquistas no mantienen un registro de sus
afiliados: forman una constelación de contornos movedizos. Pero todos
los informes de la policía atestiguan su presencia en las reuniones y,
en ocasiones, revelan su asombro, mientras que algunas instantáneas
tomadas durante las baladas dominicales por los propios individualistas
muestran que su presencia es abundante. Casi todas son jóvenes
provincianas, de origen modesto, llegadas a París antes de cumplir los
veinte. Muchas de ellas han seguido sus estudios hasta conseguir el
diploma elemental y se declaran institutrices de profesión. Pero pocas
de ellas han llegado hasta el final el fastidioso proceso de las
suplencias, intercalado por largos intervalos sin paga, reservado
entonces a aquella que no habían pasado por la Escuela Normal de
Institutrices. Para vivir, recurrieron a trabajos de modista o a puestos
de oficina poco cualificados. El discurso individualista, que rompe con
el obrerismo y propone a todo el mundo perspectivas de emancipación
inmediatas, seduce a estas jóvenes, a las que su excelencia escolar y
sus esfuerzos no han conseguido sacar de una situación miserable.
Algunas se convierten en colaboradoras regulares u ocasionales de
publicaciones anarquistas, hacen turnés de conferencias por invitación
de grupos libertarios de provincias y redactan panfletos que consiguen
una amplia difusión.
Otras, menos dotadas de capital cultural, dejaron pocos trazos
escritos y no aparecen más que en los informes de la policía o en los
procesos verbales de interpelación o de registro. Son criadas,
lavanderas, sirvientas, costureras o intentan escapar a la relación
salarial montando puestos de mercería en los mercados. Inmersas en el
medio, todas ellas adoptan sus códigos, se comprometen en relaciones
duraderas o efímeras con camaradas, a veces con varios simultáneamente,
pasando en la mayoría de las ocasiones del matrimonio, y protegiéndose
contra los nacimientos no deseados. Algunas, como Anna Mahé, que
rechazan toda inmisión del Estado en su vida privada, llegan hasta a
negarse a inscribir a sus hijos en el registro civil. Esforzándose por
vivir como anarquistas sin esperar a mañana y por escapar a la relación
salarial, participan en experiencias de vida comunitarias e intentan
educar de forma distinta a sus hijos, proyectando con tal fin la
fundación de estructuras educativas alternativas abiertas a todos,
realizando así una vocación de institutriz fuera de los modelos laicos y
congregacionistas, a los que refutan por igual. Se las puede ver en las
manifestaciones y participan en las escaramuzas que enfrentan a los
individualistas con sus adversarios políticos o con las fuerzas del
orden. Otras, en fin, se encuentran comprometidas en actividades
ilegalistas como la emisión de moneda falsa o están implicadas en robos y
atracos.
Refractarias y propagandistas activas: algunas figuras
Rirette Maîtrejean: una adolescente rebelde
Una de las figuras más conocidas del movimiento es Rirette
Maîtrejean, quien, después del asunto Bonnot, en el que estuvo
implicada, confió sus memorias a una gran publicación de la época.
Nacida en Corrèze en 1887, frecuenta la escuela primaria superior y se
prepara para la profesión de institutriz, pero el fallecimiento de su
padre le obliga a renunciar a sus proyectos. Para escapar al matrimonio
que su familia pretende imponerle entonces, huye a París a la edad de
dieciséis años. Allí trabaja como costurera sin renunciar, sin embargo, a
completar su formación intelectual. Rechaza el enclaustramiento en la
condición obrera, frecuenta la Sorbona y las universidades populares, en
las que conoce a militantes individualistas que le descubren las
charlas animadas por Libertad y los suyos. Son el rechazo de las
asignaciones en términos de clase y de género y la importancia concedida
a la subjetividad los que seducen a esta desclasada, hija de campesino
convertido en albañil, institutriz obligada a trabajar con las manos.
Encinta poco después de su llegada a París, se casa con un talabartero,
habitual de las charlas, y trae al mundo a dos niños con diez meses de
intervalo. Su segunda hija todavía no ha cumplido los dos años cuando
abandona a su pareja, con la que no tiene intercambios intelectuales
satisfactorios, para vivir con un “teórico” del movimiento, estudiante
de medicina, que mantiene una sección científica en l’anarchie. A su
lado se convierte una propagandista activa y participa en todas las
manifestaciones en las que están presentes los individualistas. Juntos
se ocupan durante algunos meses de la dirección del periódico tras la
muerte de Libertad, y antes de embarcarse en un largo viaje que los
llevará hasta Italia y Argelia. De vuelta a París, la pareja se separa y
Rirette se convierte en la compañera de Victor Kibalchich, joven
anarquista individualista de origen ruso ya conocido por sus artículos.
Junto a él, asume de nuevo la responsabilidad del órgano individualista,
en un momento en el que los debates en torno al ilegalismo desgarran al
movimiento. Inculpada por asociación de malhechores tras una serie de
atracos perpetrados por gentes cercanas a l’anarchie, de la que es
entonces gerente oficial, cumple un año de prisión preventiva antes de
ser finalmente absuelta. Después de su liberación, se aleja del
movimiento individualista, del que condena su deriva ilegalista y en el
que observa ciertas reservas políticas. Convertida en correctora en los
años que siguen a la Primera Guerra Mundial y afiliada al sindicato de
correctores, Rirette conserva, sin embargo, fuertes vínculos con el
medio libertario.
Anne Mahé y Émile Lamotte: el combate por una pedagogía alternativa
Nacida en 1881, en Loira Atlántico, Anna Mahé frecuenta el ambiente
de las charlas desde 1903, poco tiempo después de su llegada a París. Se
ocupa, con Libertad, de la dirección de l’anarchie, mientras su hermana
Armandine, institutriz como ella, se encarga de la tesorería. Las dos
comparten la vida de Libertad, del que cada una tiene un hijo. Pero
pronto se comprometen en relaciones afectivas con otros camaradas, que,
como ellas, viven en el número 22 de la calle del Chevalier-de-la-Barre,
comunidad de hábitat que es también la sede del periódico, y al que la
policía y los periodistas apodan el “Nido rojo”. Anna es autora de
numerosos artículos aparecidos en l’anarchie, así como en la prensa
regional, y de algunos panfletos. Escribe en ‘ortografía simplificada’,
pues estima que los ‘prejuicios gramaticales y ortográficos’ constituyen
un motivo de ralentización del aprendizaje de la lengua escrita y están
al servicio de un proyecto de ‘distinción’ de las clases dominantes.
Acusa a ‘tales absurdeces del lenguaje’ de romper el impulso espontáneo
de los niños hacia el saber y de sobrecargar inútilmente su espíritu.
Considera, por otro lado, demasiado precoz el aprendizaje de la lectura y
la escritura; la iniciación científica, que se refiere más a la
observación y a la experimentación, deberían, en su opinión, preceder a
aquél, pues podría suponer un poderoso estímulo al desarrollo
intelectual del niño. Anna tiene sus referentes en los pedagogos
libertarios Madeleine Vernet y Sébastien Faure, que aplican métodos de
pedagogía activa en el ámbito de los internados [11], que ellos mismos
han creado y animan. Tiene el proyecto de fundar un externado en
Montmartre que funcionaría conforme a los mismos principios para los
niños del barrio, pero la realización de tal proyecto, durante mucho
tiempo diferida por motivos financieros, jamás verá la luz. Los informes
de la policía la describen como una mujer de carácter que posee un
fuerte ascendiente sobre Libertad, incluso después de su relación. Sin
embargo, Anna no desempeñará más que un papel desvaído después de la
muerte de este último y dejará la dirección del periódico a otros
militantes.
Otra institutriz, Émilie Lamotte, dejó también su huella en este
medio. Nacida en 1877 en París, antigua institutriz congregacionista y
pintora aficionada, comienza a escribir en 1905 en Le Libertaire, antes
de colaborar en l’anarchie. En 1906, funda, junto con algunas compañeras
y compañeros, una colonia libertaria en una granja de
Saint-Germain-en-Laye, donde se establece con sus cuatro hijos. Dotada
de una imprenta, de una biblioteca y de una escuela, dicha comunidad de
trabajo y de hábitat es un auténtico centro de propaganda anarquista.
Émilie Lamotte, que es una conferenciante muy solicitada, se ausente
regularmente para embarcarse en turnés de propaganda a través de toda
Francia. En ellas evoca su experiencia profesional y expone sus críticas
tanto a la escuela confesional como a la escuela laica, que “enseña el
respeto a la Justicia, al ejército, a la patria, a la propiedad, y la
inferioridad del extranjero” [12], que anula la curiosidad natural del
niño y le impone una disciplina tan nociva para el cuerpo como para el
espíritu.
El educador libertario debe estar bien convencido por el principio de
que la enseñanza en la que el niño no es el primer artesano de su
educación es más peligrosa que provechosa […]. Se debe considerar,
intrépidamente, al niño como un genio al que debe aprovisionarse de la
materia de sus descubrimientos y los instrumentos de su experiencia
[13].
Al igual que Anna Mahé, considera que la enseñanza científica debe ir
por delante de las enseñanza de las sutilezas de la lengua y condena el
“terrible sistema de castigos y recompensas” [14] todavía en práctica
en la escuela primaria. Anima a los libertarios a organizar, en los
barrios en los que residen, estudios anarquistas que funcionen después
de las clases para ofrecer a los niños del pueblo una educación
complementaria capaz de contrarrestar “el pernicioso influjo” de la
escuela. Émilié Lamotte lleva a cabo, de palabra y por escrito, una
activa propaganda neo-malthusiana y contribuye a difundir cierta
cantidad de técnicas contraceptivas, de las cuales explica el principio,
las ventajas y los inconvenientes respectivos en detallados folletos,
actividad que está entonces sujeta a sanciones penales. A finales del
año 1908, abandona la colonia, que descompone bajo el peso de las
tensiones internas, y experimenta la vida nómada, recorriendo en
caravana, junto a André Lorulot, su compañero de la época, las
carreteras del Mediodía, para dar una serie de conferencias. Contempla
la idea de llegar hasta Argelia, pero, enferma, muere en el camino pocos
meses después de su partida, el 6 de junio de 1909, no lejos de Ales,
en el Gard.
Jeanne Morand: criada y anarquista
Queda por evocar la figura de Jeanne Morand, originaria de
Saône-et-Loire, que llega a París en mayo de 1905, a la edad de 22 años,
para colocarse como criada. Educada en un medio familiar permeable a
las ideas libertarias, lectora asidua de la prensa anarquista, pronto
frecuenta las charlas populares, y deja a sus patrones dos años después
de su llegada a París para instalarse en la sede de l’anarchie. Es
arrestada en diversas ocasiones por alteración del orden público, pegada
de carteles, participación en manifestaciones prohibidas, etc. Tras la
muerte de Libertad, del que fue la última compañera, retoma durante
algunos meses la gestión del semanario individualista junto a Armandine
Mahé. Sus hermanas pequeñas, Alice y Marie, que se reúnen con ella en
París, se mueven en los mismos círculos. En los años que preceden a la
guerra, Jeanne es nombrada secretaria de un comité femenino que se
moviliza contra la ley que ampliaba el servicio militar de dos a tres
años. Publica entonces cierta cantidad de artículos antimilitaristas en
la prensa libertaria y toma muy a menudo la palabra en los mítines. En
1913, participa en la creación de un ‘curso de dicción y de comedia’,
dependiente del ‘Teatro del Pueblo’ y toma parte igualmente en la
fundación de una cooperativa de cine libertario, ‘el cine del pueblo’,
que produce obras documentales y de ficción que muestran las condiciones
de vida de los obreros y la organización de las luchas. Durante la
guerra se refugia en España con su compañero, Jacques Long, desertor;
más tarde, vuelve a Francia y reanuda clandestinamente la propaganda
antimilitarista. Es condenada en 1922 a cinco años de prisión y a diez
de exilio por llamar a la deserción. Al tribunal que la acusa de ser una
anti-patriota le responde “que impedir la muerte de jóvenes franceses
es un acto más patriótico que enviarlos a ella”. Emprende dos huelgas de
hambre para obtener el reconocimiento de presa política y recibe un
amplio apoyo en el exterior, más allá incluso del movimiento libertario.
A su salida de prisión, conserva fuertes lazos con varios de sus
antiguos camaradas, pero su militantismo es menos ofensivo: en 1927 es
eliminada de la lista de anarquistas vigilados por la policía. Aquejada
de delirios paranoicos, en los años posteriores conocerá una vida
errante y miserable.
Una herencia ignorada
Todas estas mujeres tienen en común, a través de la diversidad de sus
recorridos, el haber rechazado a la vez el matrimonio, que asimilaban a
una forma de prostitución legal, y la condición de dominadas y
explotadas que se les ofrecía en el marco de las relaciones salariales.
Se apropiaron de las posibilidades de emancipación inmediata que les
ofrecía el único movimiento político que concedía a la esfera privada
una importancia determinante. Mediante la invención de nuevas formas de
vida, que incluían las experiencias comunitarias, la educación
anti-autoritaria de los niños, la afirmación de una sexualidad libre,
llevaron a cabo una forma exigente de propaganda por el hecho.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa, a la cual se sumaron
algunos individualistas, aceleraron la descomposición de la herencia de
Libertad, ya debilitada por el sectarismo y ciertas derivas sectarias.
Y, sin embargo, pueden encontrarse, en las aspiraciones del movimiento
que sacudió a la juventud occidental a finales de los años sesenta, la
mayoría de los ideales que defendieron estas mujeres, y puede
reconocerse el ‘gozar sin límites’ de los libertarios de Mayo como un
eco lejano del ‘vivir su vida’ de los anarquistas individualistas de la
Belle Époque.
[1] Le Rétif (alias Victor Serge), l’anarchie, 14 de diciembre de 1911.
[2] Le Rétif, l’anarchie, nº 309, 9 de marzo de 1911.
[3] Bénard, l’anarchie, 26 de mayo de 1910.
[4] “¡Qué lamentable rebaño! […] A medida que sus osamentas se
descarnan, que sus espaldas se curvan bajo el peso del sobretrabajo
cotidiano, las fortunas de sus amos se hacen más escandalosas, su lujo
más insolente. Qué les importa, están contentos con su suerte […] No
conocen la observación, el estudio, la rebelión. La tasca, el fútbol,
eso lo que les interesa”, se puede leer en Le Combat social (diciembre
de 1907, nº 15), publicación de los obreros de las guanterías de Saint
Junin ganados para la causa del anarquismo individualista.
[5] Libertad, l’anarchie, 12 de julio de 1906, Le Culte de la charogne, Marsella, Agone, 2006, p. 239.
[6] Gaetano Manfredonia, Anarchisme et changement social, Lyon, Atelier de création libertaire, mayo de 2007.
[7] Cf. el balance crítico realizado por Marcel Martinet, escritor y
militante revolucionario nacido en 1887, en su obra Culture
prolétarienne, Paris, Agone, 2004, p. 83.
[8] Le Rétif, l’anarchie, nº 354, 18 de enero de 1912.
[9] Memorias de Octave Garnier, Archivos de la prefectura de policía
citados por Jean Maîtron en Ravachol et les anarchistes, Paris,
Gallimard, 1992, p. 183.
[10] Anna Mahé, Les amis libres, l’anarchie, nº 118, julio de 1907.
[11] Sébastien Faure fundó en 1904, cerca de Rambouillet, el internado
La Colmena, que funcionó hasta 1917, y Madeleine Vernet dirigió, desde
1906 hasta 1922, el orfanato El Porvenir Social. Estos dos
establecimientos eran mixtos y aplicaban los métodos de pedagogía activa
predicados por los libertarios, y ya puestos en práctica en la Escuela
Moderna de Barcelona por el anarquista Francisco Ferrer, fusilado en
octubre de 1909.
[12] Émilie Lamotte, L’éducation rationnelle de l’enfance, édition de l’Idée libre, Paris, 1912.
[13] Ibid.
[14] Ibid.
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