“Así es cómo la cárcel me destruye por dentro. Duele a diario. Cada día que pasa me aleja más de mi vida” – Jack Henry Abbott, En el vientre de la bestia.
Si torturar es infligir a una persona, con cualquier utensilio o método, un grave dolor físico o psicológico, con intención de castigarla u obtener algo de ella (información, una confesión, obediencia, sumisión…), entonces, la cárcel se puede definir como un instrumento de tortura. Como explicaremos más adelante, esto es así no sólo por el empleo de la violencia física directa por parte de funcionarios/as del Estado, sino por la propia dinámica del encierro, de la infantilización del/la preso/a y del constante control.
La tortura “evidente”: los malos tratos
“Los burócratas del dolor, soldados y policías, no son más que instrumentos del poder que necesita la tortura para asegurar y ampliar sus dominios. Nada tiene de anormal que un sistema atrozmente injusto utilice métodos atroces para perpetuarse. Y nada tiene de anormal que los amos del mundo no sólo practiquen la tortura, sino que además la prediquen llamándola ’medio alternativo de coerción’, ‘técnica intensiva de interrogatorios’ o ‘táctica de presión e intimidación’” – Eduardo Galeano, Digamos no a la tortura.
Las primeras en constatar que los malos tratos y las torturas constituyen un instrumento empleado sistemática y cotidianamente por los/as carceleros/as para hacer funcionar la máquina penitenciaria (infundir el temor y, por tanto, imponer la docilidad de los/as presos/as) son las propias personas presas. En los relatos sobre sus experiencias y sobre la represión, constatan también la ineficacia de los procedimientos institucionales de prevención de la tortura ideados por los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria o el Defensor del Pueblo y algunas estiman la necesidad de sustituirlos por otros.
Entidades como el Relator especial, el Subcomité contra la tortura, o el Comité de los Derechos del Niño, los tres de la ONU, organizaciones como Human Rights Watch (HRW), Amnistía Internacional (AI), el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y otras organizaciones más o menos gubernamentales han denunciado (en mayor o menor grado) también la existencia de la tortura en centros penitenciarios, de internamiento de extranjeros/as, de reclusión de menores y comisarías del territorio español,la impunidad creciente con que se practica, así como ciertas situaciones institucionales que la favorecen, como los regímenes de incomunicación de detenidos/as o de aislamiento de presos/as.
A pesar de la adhesión formal del Estado español a todas las convenciones, protocolos y pactos internacionales contra la tortura habidos y por haber, hay muchos signos de que no existe voluntad política de erradicar esa siniestra y repugnante práctica: existe una cadena perpetua de hecho, la última reforma del Reglamento Penitenciario ha apuntalado legalmente el régimen FIES; mantienen y piensan mantener la detención incomunicada; se endurece constantemente el Código Penal; y varios/as funcionarios/as condenados/as por torturas han acabado siendo indultados/as.
Existe una Coordinadora para la Prevención y Denuncia de la Tortura, compuesta de una cierta cantidad de grupos, que muestra su preocupación por el control, visibilización, denuncia y prevención de la tortura desde la “sociedad civil”. Hace años que publican informes anuales, en los que recogen las denuncias formuladas por torturas (más de 7000 desde 2001), señalando asimismo el hecho evidente de que la tortura está generalizada en todos los lugares de encierro y que han sido denunciadas reiteradamente todas las policías y cuerpos de carceleros/as y agentes de seguridad del Estado. Informan también del imponente número de muertes bajo custodia que se han producido (853 desde 2001), poniendo en evidencia la destructividad de las instituciones punitivas y especialmente de la cárcel.
Más de 7000 denuncias es una cantidad nada desdeñable, sobre todo si se tiene en cuenta que una serie de mecanismos o filtros llevan a que en la mayor parte de las ocasiones no se denuncien las agresiones sufridas: el hecho de que las torturas se producen en lugares ocultos, sin más testigos que la persona torturada y sus torturadores/as; el temor fundado a represalias ya que el/la denunciante queda a merced de los/as denunciados/as; las contradenuncias típicas por atentado a la autoridad que pueden traer incluso una nueva condena para el/la denunciante; la superficialidad de los exámenes médicos, mal hechos o que llegan tarde; el frecuente archivo de las denuncias por falta de pruebas y negligencia en las diligencias de investigación; la obstrucción administrativa a su realización; la descalificación y criminalización de quienes intentan apoyar a los/as denunciantes, etc. Todo lo cual hace pensar que esos casos conocidos sólo constituyen la punta del iceberg de los que verdaderamente se producen.
Es esta triste situación la que, al hacer de la que nos ocupa una cuestión de supervivencia para las personas presas, nos obliga a poner el acento en esos aspectos más evidentes del empleo de la violencia como instrumento de dominación por parte del Estado. Mirando para otro lado, nosotros/as también nos convertiríamos en cómplices. Aunque no pretendamos discutir con la opresión sobre los detalles de su propio ejercicio, no podemos callarnos ante esta situación en la que las torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes en su aspecto más brutal y descarnado son de uso cotidiano en manos de los/as agentes del Estado en el ejercicio de sus funciones.
La “otra” tortura: cárcel = tortura
“¿Puede imaginar cómo me siento al ser tratado como un chiquillo y no como un hombre? Y cuando era un muchacho me trataban como a un hombre. ¿Puede imaginar lo que eso supone para un chico? Espero desde hace años llegar a tener sentido del humor, pero hasta ahora carezco de él por completo” – Jack Henry Abbott, En el vientre de la bestia
Ahora bien, la cárcel es tortura en sí misma, violencia abrumadora sobre el cuerpo de la persona presa, sobre sus sentidos, sus ritmos vitales, su percepción y sus sentimientos. Por citar algunos ejemplos, al estar todo el día rodeados/as de muros, muchos/as presos/as desarrollan miopía; al limpiarse todo el centro penitenciario con lejía (la opción más barata) pierden el olfato y el gusto. Los/as presos/as viven constantemente bajo amenazas (legales o ilegales), lo cual altera sus conductas y recaen en una sumisión aparentemente voluntaria, que imprime sobre la personalidad de sus víctimas un estigma imborrable.
La cárcel impone una relación de dependencia del/la preso/a con la Administración penitenciario, una “relación de sujeción especial” donde la administración de su derecho a la vida ha sido transferida al Estado y predomina absolutamente sobre su libertad. El Estado pasa a controlar todos los aspectos de la existencia de una persona presa y decide cuándo se ha de levantar y acostar, cuándo y qué ha de comer, cuándo y por cuánto tiempo ha de ver a sus seres queridos (en consecuencia, el impacto del centro penitenciario sobre las relaciones personales y sociales del/la preso/a es también enormemente destructivo) y qué puede y no puede hacer. En definitiva, se le infantiliza y se le convierte en un ser autómata que no sabe defenderse y que, sembrado de dudas, recurre constantemente a la autoridad para saber cuál ha de ser su próximo paso.
Hay muchos aspectos del sistema penitenciario que se encuentran en un estado deplorable y que pueden mejorarse o erradicarse. Por ejemplo, se puede acabar con las infrahumanas condiciones del régimen de aislamiento, los traslados arbitrarios que fomentan el desarraigo social y familiar, el hacinamiento, el abandono higiénico-sanitario, la sobreexplotación laboral o los abusos de todo tipo, incluso sexuales. Pero incluso si consiguiéramos acabar con todas estas desgracias, el propio encierro en sí mismo no dejaría de ser una tortura y la única forma de acabar con ella sería mediante la abolición de la cárcel.
La campaña contra los malos tratos en prisión
“La cárcel, el sistema penal y todas las instituciones que alimentan el poder punitivo del Estado no son para nosotros más que componentes de una maquinaria social cuyo primer fin es mantener a los pobres sumisos y en situación de dejarse explotar, por lo que en todos y cada uno de sus aspectos nos parecen equiparables a la tortura. Además, su amenaza tiende a extenderse, a regular cada vez más aspectos de la existencia humana, tipificando y castigando con dureza creciente más y más conductas. Un sistema social que recurre, desde siempre y cada día más, a la tortura hace pensar que la misma le es consustancial ¿Se puede separar la tortura de la dominación de unos seres humanos sobre otros? No se puede concebir este sistema sin tortura. Para acabar con la tortura hay que acabar con el sistema” – Manifesto para una lucha contra las torturas y malos tratos desde las cárceles del Estado español.
Hace unos pocos meses arrancó una campaña para acabar con los malos tratos y la tortura en las cárceles españolas. Su iniciativa partió desde dentro de las cárceles: unos/as sesenta presos/as, apoyados desde la calle por algunas personas y grupos solidarios, realizan un día de ayuno al mes mientras formulan denuncias a quien corresponda. Las represalias (regresiones de grado, aislamiento, traslados, intervención de comunicaciones, violación y censura de correspondencia, secuestro de publicaciones, intimidación, coacciones, etc.) no tardaron en hacerse llegar. Aún así, el propósito de los/as participantes es persistir en su denuncia pública el mayor tiempo posible. Todo depende de la extensión de la lucha dentro y fuera y de la atención que se le preste desde la calle, sin la cual todo se dirimiría sin salir de esa “relación de sujeción especial” entre torturador/a y torturado/a.
Para ello, se proponen conseguir que se hable del asunto por medio de movilizaciones y estrategias comunicativas, abriendo un debate y una investigación colectiva con procedimientos verdaderamente críticos y el propósito de conocer y dar a conocer lo que pasa realmente, cómo y por qué, conocimiento que es indispensable para intervenir efectivamente. Plantearnos objetivos que se puedan alcanzar dotándonos de las herramientas útiles y necesarias para ello, iniciando un proceso práctico basado en la relación directa e igual entre los/as implicados/as, en la reflexión permanente y viva sobre medios y fines, y en un planteamiento de autodefensa solidaria de los/as oprimidos/as contra lo que nos oprime. Coordinar esfuerzos en esa perspectiva a través de la comunicación directa y de acuerdos explícitos.
“Esto es, por tanto, un llamamiento a la unión y coordinación de todos los esfuerzos encaminados a la erradicación de la tortura ¡No podemos consentirla!” – Manifesto para una lucha contra las torturas y malos tratos desde las cárceles del Estado español.
Más información sobre la campaña en www.boletintokata.wordpress.com y sobre la tortura en España en www.prevenciontortura.org, www.stoptortura.com, www.salhaketa.org y “[Libro] Manual del Torturador Español”, reseña publicada en Todo Por Hacer nº 3 (abril 2011), www.todoporhacer.org
Extraído de alasbarricadas
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