Se oye nuestra voz
porque somos inofensivos;
semilla en tierra yerma,
llama en el vacío.
Dejan flotar nuestras palabras
porque han reventado todos los nidos,
y caen como copos de plumas
sobre un matadero derruido.
Hasta que no duelan sus gargantas,
nuestra saliva tan sólo servirá
como lubricante para su máquina.
Y nuestras consignas continuarán siendo
meros lazos de regalo que ceban
su tolerancia, su libertad
de expresión hueca
y su condescendiente superioridad.
Alberto García-Teresa
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