Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, julio 30

Creyentes, agnósticos y… ¡lúcidos ateos!

 


Ya he dicho en otras ocasiones que, de (muy) joven, pecados de juventud, fui un fervoroso creyente político. No en el sentido estrictamente religioso, pero viene a ser una cosa muy parecida para el asunto que nos ocupa. En mi caso concreto, terriblemente escorado a la izquierda en mis años mozos, la creencia consistía en confiar en el sistema electoral para cambiar las cosas (a mejor, se entiende). Tengo que decir, dejando a un lado todo asomo de modestia, que ello no me hizo caer en ninguna suerte de papanatismo, ni abrazar dogma alguno (cosas, con frecuencia, sumamente equiparables). A pesar de eso, como a todo creyente de cualquier pelaje y nivel, me otorgaba una dosis nada desdeñable de tranquilidad existencial, que ahora ni tengo ni busco. La cuestión es que, con los años, mi ateísmo político se ha ido incrementando sin que, y aquí es donde empiezo a hablar un idioma desconocido para gran parte del personal, me haya convertido en una especie de pasota ni en un sinvergüenza (al menos, no para una determinada visión de las cosas alejada de la reacción). En lugar de este último y despectivo apelativo, iba a emplear el de «cínico» en su acepción más vulgar, pero tengamos un respeto por esta escuela de filósofos, nada carentes de vergüenza en el peor sentido, y sí excéntricos y escépticos sobre las convenciones sociales. Sí, también soy orgullosamente cínico en ese sentido.

Este ateísmo mío tan lúcido y pertinaz, también denominado nihilismo, término que casi es más del gusto de mi persona al ser otro concepto profundamente malinterpretado, hace que la no participación política se desarrolle en mí de una manera terriblemente natural y, por qué no expresarlo así, existencialmente placentera. Yo soy así, qué le vamos a hacer. Por supuesto, cuando hablamos de política en sentido lato no nos referimos exclusivamente a, cada tanto, ir a votar a una panda de iluminados para que decidan por ti, pero vayan ustedes a explicarles esto al vulgo (con perdón). Hay quienes consideran que la creencia en una autoridad ultraterrena (llámenle ustedes Dios o como les plazca) está íntimamente relacionada con la subordinación a la autoridad política (llámenle ustedes Estado, por favor). No, no hablo de esos locos soñadores anarquistas, que por supuesto también, me refiero a importantes expertos juristas de esta abiertamente demente época contemporánea. Mi trayectoria vital, y en nada se enriquece a nivel de desarrollo personal con ello, sigamos siendo extremadamente sinceros, está plagada de numerosos encuentros dialécticos con creyentes de diversos grados.

En semejantes experiencias, no pocas veces, se considera que fuera de esta forma de democracia, en la que uno selecciona el amo a su gusto con una deliciosa apariencia de libertad, hay cosas muchos peores: dictaduras, caos… Por otra parte, disculpen de nuevo, pero este argumento nos confirma aún más en nuestra postura, ya que es algo que parece muy similar a la creencia religiosa, según la cual la falta de fe abre la puerta a todos los males posibles. Se dirá que, por supuesto, hay no creyentes no practicantes, es decir, que van a votar y lo hacen por peculiares motivos como considerar que es mejor que gobiernen unos a otros. De acuerdo, será que son en apariencia ateos, pero respetan los sagrados sacramentos y quieren un sumo pontífice progre. Sin comentarios. En un reciente debate, en un contexto tan cuestionable como la barra de una bar, reconocer por parte de mis contertulios dos factores tan esperanzadores como que la corrupción dentro del sistema es intolerable y que, no necesariamente relacionado con el anterior, no pueden cambiarse las cosas dentro de él, fue seguido de una frase tipo «pero hay que ir a votar». Por supuesto, no era la primera vez que escuchaba semejante argumentación, pero yo mismo me sorprendo todavía de mi capacidad de estupefacción. Comprender que el sistema político es un circo, colmado de basura y engaños, no provoca a mucha gente que pierda la fe, termina apuntalando la carpa de una u otra manera. Por supuesto, siempre está la opción, mencionada también de manera usual en este remedo de debates, de votar en blanco. De acuerdo, pero entonces no eres un verdadero ateo, amigo mío, eres una especie de agnóstico; es decir, alguien muy probablemente ávido de seguir creyendo, tal vez cambiando los dioses, pero manteniendo el tinglado intacto.

 

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/06/08/creyentes/

domingo, julio 27

Hijas de la Nakba Voces de mujeres palestinas (2ª ed.)


Ya no quedan palabras para nombrar tanto espanto. El cantautor chileno Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Pinochet poco después del golpe de Estado en 1973, escribió días antes de su ejecución: «¡Canto, qué mal me sales cuando tengo que cantar espanto!». Cuando hablo de Palestina, últimamente no puedo evitar recordar esta frase. 
 
 

Introducción y entrevistas de Estel·la Vidal

Prólogos de Mar Gijón y Nadia Silhi
Traducción de Salam Al-Akhras Mazloum, Jaldía Abubakra y Sima Khawaja

Colección Herejías, 13

2025
162 p.
13×19
ISBN: 
978-84-127628-3-9

Descarga el prólogo a la 2ª edición de Nadia Silhi

Descárgate unas páginas

 

En septiembre de 2019 se estrenó el documental Hijas de la Nakba. A través de entrevistas a ocho mujeres palestinas, se mostraban las fechas y hechos más significativos de más de un siglo de colonización y ocupación de Palestina, así como las opresiones diarias a las que están expuestas, y su implicación en la lucha por la liberación nacional palestina. A raíz del nuevo episodio de genocidio desatado por Israel en octubre de 2023 sobre el pueblo palestino, hemos recogido estos testimonios en su totalidad, pudiendo realizar dos entrevistas más, completando hasta la decena estas voces de mujeres palestinas.

Sus voces nos hablan de su resistencia a la colonización de sus tierras, a la ocupación y al apartheid al que Israel somete al pueblo palestino; de cómo plantan cara a un sistema patriarcal cuyo conservadurismo se fortalece y endurece con la ocupación; de cómo se enfrentan a una mirada occidental, eurocéntrica, llena de estereotipos, que las relega simplemente como mujeres sumisas, como números o como víctimas de un conflicto. Una mirada cargada también de racismo e islamofobia.

El título alude a la Nakba o «catástrofe»: entre 1947 y 1949 el territorio de Palestina fue destruido y usurpado por el colonialismo sionista, que pretendía expulsar y reemplazar a los palestinos para instaurar el Estado de Israel, fundado en 1948. Sus tropas ejecutaron una limpieza étnica: entre 750.000 y 800.000 palestinos de todas las clases sociales, procedencias y credos fueron expulsados de sus hogares y tierras, y sus propiedades fueron robadas o destruidas para que no pudieran regresar nunca.

Esta expulsión y expolio fue acompañada de matanzas como la de Deir Yassin, que el sionismo utilizaría para que cundiera el pánico entre la población y la expulsión fuera más «eficaz».

Los relatos orales recogidos en Hijas de la Nakba constituyen un acto de reivindicación de la voz de las mujeres palestinas, así como de la existencia y resistencia del pueblo palestino, y la denuncia del genocidio que está cometiendo Israel.

 

https://www.edicioneselsalmon.com/2025/06/17/hijas-de-la-nakba-voces-de-mujeres-palestinas-2a-ed/ 

 

jueves, julio 24

Agricultura 4.0. La tecnología al asalto de lo vivo

 


En los últimos años, una nueva etapa en la industrialización de la agricultura está tomando forma: el desarrollo de la biotecnología, la promoción de la agricultura industrial, la carne artificial, la aceleración de la robótica, etc. Se trata de la agricultura «4.0», la que quiere acompañar la cuarta fase del desarrollo de Internet, el Internet de las cosas: las máquinas y los productos de la industria son cada vez más capaces de comunicarse entre sí. En el ámbito de la agricultura, se prevé instalar sensores por todas partes en las explotaciones, utilizar programas informáticos y algoritmos de inteligencia artificial para automatizar un conjunto de tareas (alimentación y cuidado de los animales, por ejemplo), utilizar drones para sembrar y pulverizar productos fitosanitarios o evaluar el estado del suelo y sus necesidades de abono, pilotar tractores a distancia con ayuda de satélites. Todo ello coincide plenamente con la actual orientación general del mercado: acelerar el desarrollo tecnológico, a ser posible en nombre de la ecología.

La contradicción es total, la impostura inmensa. La dependencia hacia el complejo agroindustrial de los agricultores que se lancen en esta dirección es probable que aumente aún más: no contentos con estar atenazados por los bancos, los gigantes de la química y las semillas, los fabricantes de maquinaria, los mastodontes del agronegocio y la distribución, pronto se verían frenados ante todo por los magnates digitales (Google, Amazon, Microsoft, o Ali Babá y Huawei…) y la miríada de actores capitalistas menores que gravitan en su órbita.

La neolengua de ingenieros y publicistas alcanza el colmo de la falsedad cuando exhibe ganancias de autonomía a los agricultores que recurren a vehículos y máquinas «autónomos». La pérdida de conocimientos provocada por las etapas anteriores de la industrialización, por el contrario, se perfecciona mediante el uso de ordenadores y sus sistemas expertos «en todos los rincones del campo»: se anima a los agricultores a delegar todo el cuidado de su (cada vez más numeroso) ganado; se entrena a los cultivadores para que dejen de confiar en sus propios reflejos, basados en el tacto, la vista, el «sentir», confiando a los automatismos casi todos sus análisis de las condiciones de la tierra, el cielo y los demás elementos que intervienen en sus cultivos. A la pérdida de inteligencia sensorial que mecánicamente se deriva de ello se añade la pérdida de sabor de las verduras, frutas y quesos así producidos.

La huida hacia adelante en potencia y miniaturización continuará la disminución del número de agricultores y la concentración de tierras. Por supuesto, en un país como el nuestro, no queda mucho por eliminar: partiendo de 400.000 agricultores, ¡la robótica no podrá suprimir millones! Sin embargo, la hemorragia podría sufrir una aceleración significativa en algunos países del Sur que han conocido poco o nada las etapas anteriores de la industrialización: la introducción de las tecnologías «4.0» podría ser (en determinadas condiciones) el punto de partida de una modernización cuyas consecuencias son tan desconocidas como explosivas, social y culturalmente.

La agricultura de «precisión» es una apuesta duradera en la destrucción continua de los medios de vida, en todas partes del mundo. Su pretensión ecológica es una monstruosa mentira, basada en la semi-invisibilidad social, en Occidente, del expolio que supone la fabricación y el funcionamiento de los aparatos informatizados. Admitamos que la robótica agrícola permita un cierto ahorro de pesticidas, abonos, antibióticos, agua y petróleo en las labores agrícolas, lo cual es totalmente hipotético en teoría y puede resultar falso en la práctica. En cualquier caso, este progreso muy parcial se pagaría con un crecimiento vertiginoso de la producción de artefactos electrónicos, así como del consumo de electricidad necesario para su fabricación, circulación y almacenamiento. Ahora bien, numerosos informes e investigaciones importantes publicados en los últimos años nos proporcionan todos los elementos para comprender que el desarrollo acelerado de la industria digital -a menudo justificado mediante la quimera de la «transición ecológica»- es insostenible1. Tanto es así que algunos afirman que lo digital estará en el centro de la catástrofe ecológica2.

Es la fabricación de equipos informáticos la que tiene el mayor impacto ecológico, en términos de energía, agua y metales. El crecimiento de lo digital es un factor central del actual boom minero, que hace afirmar a Anna Bednik que estamos a punto de extraer más metales de la corteza terrestre en una generación que en toda la historia de la humanidad3. Microprocesadores, pantallas táctiles, chips RFID y baterías demandan cantidades faraónicas de oro, cobre, wolframio, litio y “tierras raras” (neodimio, itrio, cerio, germanio…). Ahora bien, la industria minera es terriblemente contaminante y consume mucha energía.

Contrariamente a su nombre, las tierras raras no son tan raras como difíciles de extraer. […] La separación y refinado de estos elementos, que se aglomeran de forma natural con otros minerales, a menudo radiactivos, implica una larga serie de procesos que requieren grandes cantidades de energía y productos químicos: varias etapas de trituración, ataque ácido, cloración, extracción con disolventes, precipitación selectiva y disolución. […] Almacenados cerca de los pozos mineros, los estériles, esos inmensos volúmenes de roca extraídos para acceder a las zonas con mayor concentración de minerales, generan a menudo vertidos sulfurosos que drenan los metales pesados contenidos en las rocas y provocan su migración a los cursos de agua. […] La cantidad de energía necesaria para extraer, triturar, procesar y refinar los metales representaría entre el 8% y el 10% de la energía total consumida en el mundo, lo que convierte a la industria minera en uno de los principales responsables del calentamiento global4.

Además, la contribución de la tecnología digital al efecto invernadero a través de la producción de electricidad -que conlleva su uso diario- no deja de crecer. Todos los equipos digitales consumían entre el 10 y el 15 % de la electricidad mundial a finales de la década de 2010. Este consumo se duplica cada cuatro años, lo que podría situar la cuota de lo digital en el 50% de la electricidad mundial en 2030 (¡!), es decir, una cantidad equivalente a lo que la humanidad consumía en total en 2008, hace apenas trece años.

Estas vertiginosas proyecciones se ven en parte iluminadas por las estimaciones contenidas en varios estudios recientes5, sobre la potencia eléctrica requerida por un centro de datos (equivalente a la de una ciudad de 50.000 habitantes), los 10.000 millones de correos electrónicos enviados cada hora en el mundo (equivalentes a la producción horaria de 15 centrales nucleares, o a 4.000 viajes de ida y vuelta de París a Nueva York en avión), los 140.000 millones de búsquedas en Google cada hora, etc.

El monstruo mecánico de la agricultura industrial ya ha confiscado la tierra a los campesinos y agricultores del Norte. Pero, con la robotización, confisca y saquea la tierra en todas partes del planeta, a expensas de los campesinos, de los últimos recolectores-cazadores y de todos los humanos que quisieran hacer un uso más cooperativo y perenne de ella.

Este repaso a las repercusiones medioambientales de la extracción de metales raros nos obliga de repente a mirar con más escepticismo el proceso de fabricación de las tecnologías verdes. Incluso antes de ser utilizados, un panel solar, una turbina eólica, un coche eléctrico o una lámpara de bajo consumo llevan consigo el pecado original de su mal balance energético y medioambiental. […] Queriendo emanciparnos de los combustibles fósiles, a caballo entre un mundo viejo y un mundo nuevo, en realidad nos hundimos en una nueva dependencia aún más fuerte. […] La transición energética y digital devastará el medio ambiente a una escala sin precedentes. En última instancia, sus esfuerzos y el peaje que supondrá para la Tierra forjar esta nueva civilización son tan considerables que ni siquiera estoy seguro de que puedan hacerlo6.


Estamos convencidos de que las elecciones operadas en el modo de producción (principalmente en la relación con las herramientas y el capital) definen la calidad de las relaciones sociales en las que producimos y comemos. Estas elecciones repercuten en el acceso a los alimentos y en el sentimiento que acompaña a las crecientes desigualdades en esta dirección. Del mismo modo que debemos preguntarnos qué alimentos queremos, debemos preguntarnos qué máquinas queremos. Porque la herramienta que utilizamos, nuestra capacidad para repararla o adaptarla, determina el modelo agrícola en el que trabajamos y de cuyos productos nos alimentamos: lo sabemos, las máquinas (sobre)potentes y caras impulsan la creación de parcelas más grandes, raramente compatibles con la agricultura campesina. Afirmamos nuestra voluntad de luchar contra “las tecnologías que socavan nuestras capacidades de producción alimentaria”. No habrá autonomía alimentaria sin autonomía técnica.

Queremos creer que la emergencia de las tecnologías llamadas «4.0» (la «agricultura conectada») es uno de los umbrales que pueden provocar una reacción consecuente en la sociedad. Soñamos con una respuesta a esta ofensiva robótica (drones, tractores guiados por satélite, algoritmos de control en los almacenes…) que sea al menos digna de la que estalló, para asombro de los tecnócratas, contra los transgénicos hace veinticinco años. Investigar, desacreditar, sabotear: ¿quién quiere luchar con nosotros contra los irobots en la década de 2030? ¿Quién quiere denunciar la investigación realizada en los laboratorios del INRA (y por una plétora de start-ups) y los prototipos que allí se fabrican, dado su seguro impacto social y ecológico? ¿Quién quiere sabotear los grandes eventos del complejo agroindustrial en los que se celebran y transfiguran estas innovaciones para garantizar su adopción por parte de los representantes de la industria y otros «líderes de opinión»? ¿Quién quiere entrar en conflicto con las gigantescas (y no tan gigantes…) explotaciones que ya las han comprado o con los traficantes que distribuyen estas drogas industriales? Hago un llamamiento a los colibríes7 de todos los países: cada uno tendrá que poner de su parte para apagar el incendio electromagnético, y así tener una pequeña posibilidad de frenar la caída de 400.000 a 200.000 agricultores, prevista (para Francia) gracias a estas maravillas tecnológicas.

La referencia a la lucha contra los OMG es ineludible. Fue una década decisiva en la lucha contra la artificialización de lo vivo, una larga campaña que unió a los ciudadanos con la resistencia campesina. El 7 de junio de 1997, varios centenares de militantes anti-OGM y de la Confédération paysanne destruyeron un campo de colza transgénica en Saint-Georges-d’Espéranche. El 8 de enero de 1998, José Bové, René Riesel y otros miembros de la Confédération paysanne entraron en un almacén de la empresa Novartis en Nérac para mezclar semillas de maíz transgénico con semillas convencionales. A continuación, el 2 de junio de 1999, unos 200 militantes destruyeron un campo de colza transgénica, cultivo experimental desarrollado por el INRA y el CETIOM (Centre Technique Interprofessionnel des Oléagineux Métropolitains) de Montpellier. Estas dos acciones constituyen el punto culminante de la resistencia mediante la acción directa, ya que en ese momento se identifica claramente la connivencia del complejo agroindustrial con la investigación estatal, se revela claramente a los ojos de todos el impacto mortífero de la tecnociencia sobre la agricultura y la alimentación, se ataca claramente su infraestructura para detener su avance8.

En los años siguientes se produjeron decenas de siegas de campos transgénicos en distintos territorios, seguidas de otros tantos juicios que intensificaron la represión desde 2001, cuando se dictaron las primeras sentencias de cárcel para los «segadores», hasta 2005-2006. Es muy probable que la persistente preocupación por el control de las semillas o los pesticidas en una parte de la opinión pública provenga de esta batalla, y quizá también de la mala conciencia, que aflora desde principios de siglo, sobre el sacrificio de los campesinos en la sociedad de la abundancia, un problema que (casi) nadie percibía antes.

La guerra de los OMG no supuso una victoria total y definitiva de la oposición, sino sólo un estancamiento de los promotores de la agricultura transgénica, que tuvieron que devanarse los sesos para sortear, en el tiempo y en el espacio, la desconfianza generalizada de los ciudadanos-consumidores europeos. Dado que la alimentación del ganado francés (o europeo) se compone en gran parte de soja transgénica sudamericana; dado que consumimos tantos productos procedentes de todo el mundo, la prohibición del cultivo de OMG en Europa tiene muy poco impacto: ya todos comemos OMG de forma habitual. Y las estratagemas industriales para reintroducir cuanto antes los OMG en los campos franceses, sin declararlo abiertamente, han sido tan poderosas como astutas, gracias a las lagunas o vacíos de la reglamentación. Es el caso de las manipulaciones necesarias para la adquisición forzada de la esterilidad masculina citoplasmática (variedades vegetales CMS), o más recientemente de la mutagénesis (mutación genética obtenida por exposición a moléculas sintéticas) que permite la aparición de variedades artificiales, en particular resistentes a los herbicidas. Un OMG oculto o de última generación sigue siendo un OMG.

La otra gran limitación de la batalla contra los OMG es que la conciencia de lo que estaba en juego con el avance de las tecnologías transgénicas era sensible, pero limitada. Ni el bricolaje genético en su conjunto ni la industrialización de la agricultura se convirtieron en cuestiones políticas centrales, en la medida de su gravedad. El «punto caliente» de 1999, con su claro ataque contra la tecnoestructura en marcha, ya no será alcanzado, y las reivindicaciones ya no serán asumidas, ni su relevancia comprendida, por todos los protagonistas. Es siempre el problema de las batallas contra las novedades aparentemente radicales: no se sabe si hacer hincapié en la ruptura que introducen o, por el contrario, insistir en la continuidad que presentan con las trayectorias tecnológico-políticas a largo plazo. Así, la batalla contra los OMG en torno al año 2000 fue para algunos la ocasión de comprender el sentido profundo de la técnica de hibridación que se remonta (para el maíz) a los años veinte: un farol científico, que incitó a los agricultores a devaluar sus semillas de granja y a comprar cada año las producidas por proveedores, primero públicos y luego privados, aunque estas últimas no sean más híbridas que las primeras.

Las semillas híbridas prefiguraron profundamente los OMG en sus consecuencias sociales (desposesión) y ecológicas (estandarización genética). Contra lo que había que luchar era contra todo el proceso de industrialización bajo la égida de la Gran Ciencia, que dura ya un siglo. Del mismo modo, una lucha seria contra la agricultura 4.0 no puede ignorar el hecho de que la deshumanización ya está en marcha, antes de la etapa final de los algoritmos, los drones y la 5G. No es solo contra la tecnoescalada frenética de la era Google contra lo que hay que moverse, sino por una tecnoescalada que abarca varias décadas. Las acciones contra los dispositivos conectados de última generación o contra las empresas que desarrollan las últimas aplicaciones agrícolas para smartphones serían sin duda útiles por derecho propio, pero tendrían pleno sentido en la medida en que fueran también una oportunidad para denunciar los robots de ordeño que se remontan a los años noventa, los robots de distribución de alimentos para animales que datan de los años 80, o los robots Hércules de los años 2000, que permiten evacuar fácilmente las decenas de cadáveres de cerdas prematuramente muertas en las explotaciones industriales «fuera de granja». Los tractores y otras herramientas autopropulsadas son desde hace tiempo monstruosamente grandes y rápidos, y simbolizan por sí solos el despilfarro generalizado del modelo intensivo.

Otro paralelismo hiperconectado: criticar la escalada de la transición «forzada» al 5G no sirve de nada si no se cuestiona también la transición al 4G y a la fibra óptica. Sin un trabajo crítico sobre lo que ya se ha adoptado en gran medida, la posibilidad de poner freno a las innovaciones del momento y a los procesos que estas coronan (provisionalmente) es casi nula. Se trata de un movimiento inverso9 que debe poder iniciarse en la sociedad en general, y en la agricultura en particular. Mientras a un agricultor le parezca tan natural como a cualquier otra persona delegar todos los aspectos de su vida en un smartphone, también lo utilizará para gestionar su ganado, el riego o los tratamientos fitosanitarios. Está claro que la batalla contra el 5G como la batalla contra la robótica agrícola son culturales y políticas. Plantean cuestiones de poder, pero sobre todo de modos de vida, del contenido del trabajo, de la manera de experimentar los objetos y los seres que nos rodean.

Esperamos encontrar aliados en la galaxia anti-5G surgida en los últimos años para lanzar una campaña específica contra las tecnologías (de mañana y de ayer) que refuerzan día a día el modelo intensivo; pero también encontrarlo dentro del movimiento por la agricultura campesina, a pesar de su limitado apetito por la crítica de las tecnologías, especialmente las digitales (y la creencia predominante de que la agricultura industrial puede disolverse sin pasar por conflictos sociales significativos).

Lo único que tenemos que hacer es pasar de un movimiento colibrí mayoritariamente digital a una ofensiva que apunte a una desescalada tecnológica masiva, es decir, que contribuya a una transformación social indispensable y no a una tecnología alternativa…

Las granjas digitales ya se encuentran en la fase de prueba final.

Todo lo que tenemos que hacer es unirnos, levantarnos, recuperar la tierra a las máquinas.

 

 Ekintza Zuzena

Traducción adaptada y resumida del texto «Agricoltura 4.0 e nuovi OGM. La tecnoscienza all’assalto del vivente», publicado en el n.º 69 de Nunatak. Este artículo es a su vez fue extraído del libro del Atelier Paysan* «Reprendre la terre aux Machines. Manifeste pour une autonomie paysanne et alimentaire, Seuil, París, 2021».

*El Atelier PAysAn es una cooperativa de autoconstrucción de maquinaria para el campo, un «organismo de desarrollo agrícola y rural» que trabaja por «la generalización de una agroecología campesina, por un cambio radical y necesario del modelo agrícola y alimentario» (para más información: www.latelierpaysan.org).


NOTAS:

  1. Guillaume Pitron, La guerre des métaux rares. La face cachée de la transition énergétique et numérique, Le Liens qui Libèrent, Paris, 2018 ↩︎
  2. Cfr. Matthieu Amiech, Peut-on s’opposer à l’informatisation du monde?, «Terrestres», juin 2020. ↩︎
  3. Anna Bednik, Extractivisme. Exploitation industrielle de la nature: logiques, conséquences, résistances, Le Passage clandestin, Paris, 2016, p. 112. ↩︎
  4. Célia Izoard, Le bas-fonds du capital, «Z», n. 12, «Guyane. Trésors et conquêtes», autunno 2018, pp. 12-14. ↩︎
  5. Propuestas de Anders S.G. Anders e Tomas Edler, in On Global Electricity Usage of Communication Techlogy: Trends to 2030, «Challenges», n. 6, 2015, pp.117-157. Destacamos que estas estadísticas probablemente estén exageradas debido a la pandemia y el confinamiento. ↩︎
  6. Guillaume Pitron, La guerre des métaux rares, cit., p. 55, 26 e 22 (la última parte debe leerse como una advertencia a los políticos que firmaron el acuerdo de París sobre la lucha contra el calentamiento climático). ↩︎
  7. Les Colibris. Inspirado por el pensador y militante de la agroecología Pierre Rabhi, este movimiento que pregona la creación de una «sociedad de sobriedad feliz» se desarrolla en Francia desde hace unos años y multiplica las iniciativas. ↩︎
  8. Sobre la campaña contra los OGM, sobre las posiciones teóricas expresadas fuera y dentro de los tribunales, así como sobre el papel posterior de José Bové en su dilución ciudadanista, se puede leer en italiano: René Riesel, Sulla zattera della medusa. Il conflitto sugli ogm in Francia, Quattrocentoquindici, Torino, 2004 (NdT). ↩︎
  9. Literalmente «car back», referencia a Machine arrière! Des chances et des voies d’un soulèvement vital, Pièces et main d’oeuvre, marzo 2016, pièce détachée n. 77. ↩︎

 

lunes, julio 21

La tierra que se subleva de broma


 

Revuelta espectáculo en Cataluña

La teatralización de la protesta y su consiguiente trivialización es la característica más común de las movidas en la sociedad del espectáculo, aquella en la que todas las experiencias vividas se desvanecen en una representación. Donde el activismo se funde con el entretenimiento y el espectador ejerce de figurante. El hecho de que “la gente” de nuestra época prefiera la imagen a la cosa, la ilusión a la verdad y el sucedáneo a la autenticidad -o sea, el espectáculo- se debe a que esa “gente” es otra, radicalmente opuesta a la que contaba en la época precedente. Tengamos presente que la pérdida de centralidad del proletariado industrial en las luchas sociales fue seguida -en los países donde reinan las condiciones posmodernas de producción capitalista- por un proceso de desclasamiento que desembocó en el desarrollo de algo que llaman “ciudadanía” y que nosotros podríamos denominar clases medias asalariadas. Dichas clases, sentadas entre dos sillas, la burguesa y la popular, pueden llegar a sentirse e incluso declararse antagónicas con la clase dominante, pero nunca manifiestan en la práctica tal antagonismo. El común denominador de las demostraciones mesocráticas como las anti-globalización, contra la guerra, el 15-M o las Marchas de la Dignidad, ha sido siempre la voluntad de no alterar el orden ni subvertir las reglas de juego del poder. En realidad, la revuelta fake de los estratos sociales intermedios que pasan de pelear, no obedece a una toma de conciencia antitética, esto es, a una nueva conciencia de clase antisistema, sino que se somete al  principio hegemónico regulador de la vida en la sociedad de consumo: la moda. Eso explica no solo el aspecto frívolo y el poder de atracción del movimentismo ciudadanista, sino su carácter efímero, seudolúdico y ostensiblemente efectista. Lo peor es que las redes sociales han reforzado los cimientos de la irrealidad, dando un golpe de muerte a lo que quedaba de comunicación autónoma y sentido comunitario en la sociedad civil. Al desplazarse la mayor parte de la contestación hacia el espacio virtual, donde las imágenes y los cuentos valen más que las palabras, el espectáculo de la revuelta-red puede sustituir cómodamente a las prosaicas luchas reales.

Los avances tecnológicos no suprimieron la flagrante contradicción entre las relaciones de producción capitalistas y las fuerzas productivas, pero redujeron al mínimo la importancia social de los trabajadores de la industria, los talleres y los tajos, empujando la clase obrera hacia el sector terciario de la economía, donde los salarios, las condiciones de trabajo y los derechos eran precarios. El retroceso del proletariado industrial ocasionó la pérdida de control del mercado laboral, y en consonancia con la fragmentación en capas con distintos intereses, se evaporó su conciencia de clase, es decir, se desclasó. En lo sucesivo, el proletariado dejaba de ser el referente efectivo de los combates sociales. Como sujeto histórico, la clase obrera no podía mantenerse más que en el cielo de la ideología, como dogma en las doctrinas obreristas de las sectas y en la virtualidad de las webs. Sin embargo, la globalización económica, que era sobre todo financiarización, acentuó más si cabe lo que James O’Connor calificó de segunda contradicción capitalista, a saber, la degradación progresiva de las condiciones de producción que hacían posible la explotación de la mano de obra. El crecimiento ilimitado de la economía chocaba con los límites biofísicos de la vida en el planeta volviéndolo inhabitable. Resumiendo, la capitalización del territorio -el extractivismo- volvía cada vez más destructivo el metabolismo entre la sociedad y la naturaleza, desencadenando una crisis ecológica generalizada. La cuestión social se salió del terreno laboral para irse a centrar en la defensa del territorio -que en definitiva es la defensa de la especie-, o dicho de otra manera, la crisis medioambiental se convirtió en el primer punto de la crisis social. La proletarización de las masas asalariadas, principalmente urbanas, y la despoblación del campo seguían su curso, pero ahora la condición de proletario podía definirse mejor basándose no solo en la venta de la fuerza de trabajo, sino en la pérdida del poder de decisión respecto al hábitat y a las condiciones de vida que este proporcionaba, cada vez más pobres, dependientes, artificiales y consumistas.

El proletariado tradicional era desarrollista y no prestó la atención debida a los  problemas ambientales, que en los pasados cincuenta empezaron a ser acuciantes. La derrota del movimiento obrero revolucionario y la regresión de la lucha de clases cedieron el protagonismo a los combatientes ecológicos, particularmente al movimiento antinuclear. Hubo colectivos como “Alfalfa” que hicieron buena labor, pero el quebranto sufrido por los valores, la memoria de las luchas, los planes de transformación radical y, en general, por todo el patrimonio histórico de la vieja clase obrera, dejó a los ecologistas solos con sus tecnologías no contaminantes, sus energías alternativas y sus proyectos de recogida de residuos, sin pasado, herencia ni proyecto de emancipación que reivindicar. Mientras tanto, igual que los sindicatos de concertación anularon definitivamente la conflictividad laboral ejerciendo de mediadores, los partidos y organizaciones políticas verdes quisieron hacer lo mismo con la problemática territorial. Dado que el número de agresiones se multiplicaron con el desarrollo -“sostenible” o insostenible- de la economía, el parasitismo verde pudo trabajar para el orden. Si nos atenemos a Cataluña, la expansión del área metropolitana de Barcelona y las políticas desarrollistas de la Generalitat habían acarreado una sobre-explotación de recursos y causado daños irreversibles al territorio catalán. A finales del siglo pasado, el país tenía el dudoso honor oficial de ser una de las regiones europeas con mayor depredación territorial. Sin embargo, la defensa del territorio partía de conflictos locales aislados y autolimitados, y adolecía de una escasez de medios y gente preocupante. Las grandes movilizaciones del 2000 contra el Plan Hidrológico Nacional y el Trasvase de aguas del Ebro fueron trascendentales y propiciaron una voluntad de unidad de acción, pero solamente en las plataformas vecinales tipo “Salvem”, los grupos ecologistas descafeinados y las entidades “cívicas” que recogían firmas contra las agresiones medioambientales. En las reuniones de Figueres (2003) y Montserrat (2008) quedó plasmado un pliego de propuestas que no cuestionaba el régimen capitalista ni las instituciones estatistas que lo favorecían, sino solo sus excesos. Simplemente anteponía “las declaraciones internacionales de sostenibilidad” al crecimiento desregularizado, algo que podía concretarse en otros “modelos” capitalistas de energía renovable, urbanismo compacto, movilidad pública y desarrollo territorial respetuoso con el medio. Todo el lote quedó definido posteriormente como “nueva cultura del territorio.” La estrategia novicultural a seguir era bien sencilla: las plataformas y los grupos se postulaban como interlocutores estables de las administraciones, de cara a fijar, mediante “mecanismos que posibiliten la participación ciudadana”, una legislación ambiental con sus observatorios, juzgados, fiscalías, tasas y sanciones. No ponían en tela de juicio la función de la burocracia administrativa, subsidiaria de intereses económicos espurios, ni dudaban de la legitimidad de los partidos políticos, de los que esperaban servirse para planear en el Parlamento medidas proteccionistas y presentar proposiciones no de ley. Con toda probabilidad los militantes de partido influenciaban a las plataformas, puesto que todas las reivindicaciones de aquellas figuraban en sus programas ambientalistas. Su supuesto apartidismo era solo una táctica encaminada a presentar como interés general lo que únicamente eran intereses electorales camuflados.

El movimiento ambientalista catalán celebró como un éxito la declaración de emergencia climática por parte de la Generalitat y su apuesta por la descarbonización de la economía (2019), sin detenerse a pensar que ese modelo energético “cien por cien renovable” por el que se apostaba no era más que el lavado verde de cara del capitalismo de siempre. La construcción de grandes infraestructuras, macroplantas eólicas y centrales fotovoltaicas perpetuaba el modelo extractivista y especulativo de explotación territorial. El penúltimo intento de articular las docenas de conflictos ambientales (SOSNatura.cat, 2021) no halló mejor metodología que la de presionar a la administración y los partidos para así poder “reorientar el modelo” catalán, más turístico que productivo, hacia la sostenibilidad. La misma táctica de siempre. Por enésima vez se rogó por una “participación efectiva de la ciudadanía a través de debates abiertos y consultas populares vinculantes.” Finalmente, se osó pedir a la Generalitat el cumplimiento de las directivas europeas, la moratoria de los grandes proyectos inútiles y la restauración del Departament pujolista del Medi Ambient, disuelto en 2010, “una herramienta clave para construir el futuro país que queremos” (Ecologistas en Acción). Decididamente, las críticas antidesarrollistas yacían enterradas en el cementerio de la moderación y el buenismo dialogante. No obstante, el combate ecológico era demasiado importante como para dejarlo en las manos de sus  sepultureros. A los verdaderos defensores del territorio correspondía sacarlo del atolladero del colaboracionismo cómplice. ¿Dónde estaban?


 

Fue muy oportuna la aparición en enero de este año de “Revoltes de la Terra” tras dos años de reuniones y encuentros, batallando por una alternativa comunitarista, definida como una “hiedra de vínculos exterior a la lógica productivista.” Justo era de esperar un análisis panorámico del momento crítico en el que nos encontramos y un programa contundente de movilizaciones, pero nuestro gozo en un pozo. El lenguaje empleado en su manifiesto era retórico a más no poder, lleno de vaguedades y lugares comunes del posmodernismo, muy por debajo del ecologismo más elemental. Para empezar esa “tierra que se rebela” que deseaba “promover un despliegue de posibilidades” y “edificar una trama de pasiones, soberanías y métodos”, no se definía como coordinadora, ni como plataforma, ni como grupo impulsor: era más bien “un entramado de lazos”, “un conjunto de recursos logísticos, operativos y relacionales”, “un abanico de herramientas replicables en cualquier lugar.” Era pues un pelotón de gente buenrollista de orígenes diversos con pocas ideas en común y ninguna perspectiva a medio plazo, por lo que no era de extrañar que presumieran de “diversidad estratégica”, aunque mejor hubieran debido alardear de cautela, tibieza y manga ancha si iban a inspirarse en el trabajo comedido de plataformas blandas del estilo SOS Territori y “Salvem.” Pero donde las alarmas se disparaban era cuando declaraban buscar el refuerzo de “entidades como Ecologistas en Acción” y “seguir los impulsos” de sospechosos montajes como Extinción Rebelión o  los “Soulevements de la Terre”, tan cuestionados por los libertarios. Nos explicamos.

A excepción de algunas delegaciones territoriales, Ecologistas en Acción no es la organización de activistas con unos principios ideológicos radicales que nosotros mismos suscribiríamos. Se trata de un verdadero lobby; una estructura restringida de profesionales del ecologismo que viven de las subvenciones, muchas de origen oscuro, como las que provienen de empresas contaminantes o de oligopolios energéticos a los cuales asesoran. En la actualidad, en tanto que partidarios de lo que en los despachos del poder se llama “transición energética” y Nuevo Pacto Verde, son defensores acérrimos de las eólicas y fotovoltaicas industriales, del coche eléctrico y de la minería del litio. Y por lo tanto, grandes aliados de las multinacionales eléctricas y de los grupos automovilísticos, y aún mejores colaboradores de las consejerías y ministerios. Por otra parte, Extinción Rebelión, XR, es la sucursal de un movimiento inglés que busca la repercusión mediática en actos simbólicos, intentando presionar a los gobiernos para que promulguen medidas respecto a la crisis climática. Son no-violentos dogmáticos, ombliguistas, sin cultura política; emplean un lenguaje de márketing, abominan del anarquismo y no intervienen en las luchas locales. En cuanto a los “Soulevements de la Terre”, SDT, habría mucho que decir, pero no que sea “un movimiento de acción directa que combina la alegría con la desesperación”, tal como ha escrito el pensador lumbrera de “Les Revoltes.” Sus iniciadores, ni alegres ni desesperados, tenían intención de “construir amplias alianzas” con cualquiera que se prestase y “federar el mayor número posible de militantes y grupos salidos de horizontes ideológicos diferentes”, pero no eran precisamente adalides de la acción directa. La conexión entre fans de “la insurrección que viene”, colectivos variopintos, extincionistas, campesinos de “la Conf” y okupas se hizo realidad más que por los relatos festivos de luchas novelescas y sobredimensionadas victorias como la de la ZAD de Nantes (“Zona de Acondicionamiento Diferido” rebautizada como “Zona A Defender”), por la frustración y hastío de mucha gente furiosa con el desastre reinante, poco reflexiva y sin claras posibilidades de actuar por sí sola. La brutal represión policial en Saint Soline y la orden de disolución de los SDT luego revocada hicieron el resto. Las adhesiones del mundillo político, sindical, televisivo y cultural aportaron el rasgo de indeterminación necesario para que los generales de los “Soulevements” pudieran figurar ante los medios de comunicación como representantes del movimiento en defensa del territorio más radical de Francia. ¿De dónde venían?


 

Si contamos solo con la retirada del proyecto de aeropuerto, la lucha en la ZAD de Nôtre Dame des Landes fue una victoria. Si tenemos en cuenta la erradicación de todo proyecto de convivencia colectivo y el restablecimiento de las actividades económicas convencionales, podíamos hablar también de fracaso. Desde el principio, los componentes zadistas tenían objetivos dispares e incompatibles: la ACIPA era una asociación ciudadanista pacífica y contemporizadora; COPAIN, una organización de campesinos expropiados enemiga de la agricultura industrial y práctica en autosuficiencia; luego estaban la Coordinadora de opositores al proyecto, hecha de entidades políticas y sindicales; los comités de apoyo exteriores; los ocupantes camaleónicos de la Zad encabezados por el autodenominado CMDO, señalados como “appelistes” (relacionados con el “Appel” del “Comité Invisible”), y, acabando, los grupos de la Zad del Este, anarquistas, primitivistas, gente “Sans Fiche” y en general, antiautoritarios como los de la red “Radis-co”, que bregaban por la gestión colectiva de una Zona de Autonomía Definitiva. La convivencia nunca fue fácil y la horizontalidad siempre brilló por su ausencia. Las asambleas generales fueron teatro de continuas maniobras, manipulaciones y broncas. Muchos grupos dejaron de asistir a ellas u organizaron otras. Al final, se fraguó la “unidad” entre las facciones ciudadanistas y los apelistas del CMDO para negociar con el Estado, dejando fuera a los discordantes. La cacareada “victoria” se saldó con la demolición de las defensas antipoliciales (“chicanes”) y las cabañas del Este, el reparto de unos cuantos lotes individuales de tierra, la expulsión de los ocupantes intransigentes y la vuelta al orden. Quienes realmente salieron ganando y, como vulgarmente se dice, siguen vendiendo la moto, fueron los apelistas, un grupo autoritario de aspecto informal que actúa como un verdadero partido conspirativo.

Como los apelistas piensan exclusivamente en términos de eficacia y control, jamás en términos de autonomía, no tienen un discurso anticapitalista demasiado concreto, solo planteamientos generales e ideas vagas, somos el 99%, la catástrofe está al caer y cosas así, pero es tan radicaloide que para quienes van de buena fe resulta seductor. Lo que denominan “su estrategia” se basa en fomentar comités locales, acaparar la coordinación, fabricar consensos descabellados con elementos heterogéneos y realizar compromisos contra-natura, enmascarando las diferencias insalvables con fraseología, y apartando a los “puristas” disidentes con violencia si el caso lo requiere. El deseo de aparecer como interlocutores válidos con el poder establecido les obliga a la visibilidad, por lo que delante de las cámaras sus miembros se exhiben como en casa: hay que salir en la foto cueste lo que cueste, la repercusión mediática legitima la representatividad más que la propia lucha. Entre bastidores, son la estructura vertical, opaca y manipuladora que maneja los hilos o pretende hacerlo. En 1921 los apelistas trasladaron a los “Soulevements” el estilo con el que lograron imponerse en la ZAD. El funcionamiento en red favorecía el asentamiento y la ocultación de estados mayores, encargados de repartir las tareas y atribuirse todas las responsabilidades posibles. Por eso en los SDT no se han celebrado nunca reuniones abiertas ni asambleas. A lo sumo, alguna consulta en el espacio virtual. La reflexión y el debate no se consideran necesarios puesto que lo que urge es la acción, y para eso lo importante es la cantidad de gente que se pueda reunir, venga de donde venga. En consecuencia, apertura a las tendencias más diversas, desde verdes apoltronados, sindicatos tradicionales y partidos oficiales, hasta izquierdistas de distinto pelaje, feministas y libertarios. Institucionales por un lado, radicales por el otro, y los expertos en alzamientos en el medio. Todo el mundo puede pertenecer a los SDT cualesquiera que sean sus ideas, sea por horas o con dedicación exclusiva. Las únicas cuestiones que se discuten son cuestiones técnicas y de gestión. Las grandes decisiones siempre se toman por adelantado, en total verticalidad. En los conflictos menores los comités locales son libres de actuar como les plazca, salvo si el impacto publicitario es suficientemente grande. Entonces un equipo de dirigentes desembarca para explotarlo. Acto seguido se vampiriza la lucha: se imponen reglas estrictas y filtros selectivos que duran hasta que la noticia se enfría y pierde gancho. El enorme retroceso del pensamiento crítico ligado al proletariado revolucionario, el olvido de sus asaltos a la sociedad de clases y la desintegración del medio libertario, han creado las condiciones para que ese tipo de prácticas se propaguen sin problemas, ante el aplauso de “personalidades” neoleninistas que las suscriben con desfachatez.

Volviendo a los asuntos catalanes, resulta obvio que la fórmula SDT subyace en las “Revoltes de la Terra”, bien que el lenguaje de su manifiesto siga más a la “french theory” que al zadismo titiritero. Sin duda, el componente juvenil metropolitano tendrá algo que ver, aunque no pensamos que actúe como un comité central. No ha realizado su aprendizaje en la escuela de la ZAD, sino en aquellas apacibles movidas boyscout de inspiración toninegrista. En fin, las susodichas Revoltes aportan una ambigüedad aún mayor en su posicionamiento, una estrategia del montón más exagerada y una falta de criterio total a la hora de juzgar la situación catalana bajo la batuta del capital. Su beligerancia con las instituciones y los partidos parece nula, por lo que las acciones que los “Soulevements de la Terre” llaman “dinámicas”, es decir, los sabotajes y enfrentamientos, no están ni se las espera. Estos rebeldes de la tierra pasados por agua no son para nada insurreccionalistas, y por lo tanto, no buscan apuntarse tantos con el sensacionalismo que despiertan las acciones violentas como las que hubieron en Nôtre Dames des Landes y en Saint Soline, por lo que probablemente no irán mucho más allá de reivindicar un diálogo con la administración, directo o más bien indirecto. Ojalá nos equivoquemos. A la hora de la verdad, si la radicalización de turbulencias tales como el movimiento por la vivienda, el antiturismo o el de los gremios campesinos no lo remedia, su discurso no diferirá del de las plataformas ciudadanas, puro pragmatismo de bajo nivel en conformidad con los intereses materiales de las clases medias. Su actividad no pasará del típico pacifismo convivencial de amigables excursiones y acampadas, talleres de sardanas y banquetes populares. Esto es lo que creemos, aunque no nos gustaría tener razón.

 

Miquel AmorósKaos en la Red

Para la charla en la Jornada Campestre de Kan Pasqual (Serra de Collserola, Barcelona) el 27 de abril de 2025.

viernes, julio 18

N.o.

 


la n con la o

no

tal vez no sea lo más correcto

pero es necesario

es el primer paso

para negar la derrota

para enfrentarse a la tiranía del poder

para transformar la realidad

un no

ya no como un acto de rebeldía

sino como un acto de afirmación

y de vida

 

https://librosyaguardientes.wordpress.com 

martes, julio 15

Ingresan en prisión Las 6 de la Suiza


 
Lino Rubio Mayo, titular del Juzgado de lo Penal nº 1 de Xixón, dictó el pasado 9 de julio un auto ordenando el ingreso inmediato de las seis sindicalistas de CNT que participaron en el conflicto laboral con la pastelería La Suiza, por el cual acabaron condenadas a cumplir tres años y medio de prisión, además de pagar cuantiosas multas y una elevadísima responsabilidad civil.

Ante la orden de detención emitida por el juez, las sindicalistas se presentaron voluntariamente en la cárcel de Villabona (Centro Penitenciario de Asturias) el 10 de julio y tramitaron su ingreso. Por delante tienen años de condena, salvo que el Gobierno decida indultarles.
El conflicto de La Suiza

Los hechos por los que han sido condenadas ‘Las seis de la Suiza‘ se remontan al año 2016, cuando una empleada de la Pastelería La Suiza de Gijón pidió el asesoramiento jurídico de la CNT tras denunciar sus malas condiciones laborales aduciendo que en su trabajo le encargaban tareas que ponían en riesgo su embarazo. Al mismo tiempo relató que era víctima también de un presunto caso de acoso sexual.

El equipo de acción sindical se puso en contacto con la empresa para pactar la salida de la trabajadora, pero el empresario se negó a mantener cualquier tipo de reunión, por lo que el sindicato convocó varias concentraciones y piquetes ante sus instalaciones en las que participaron las personas condenadas para mostrar su repulsa por la actitud del propietario hacia la empleada. El empresario denunció a los participantes de las mismas y en 2021 logró su condena por un delito continuado de coacciones graves y otro delito contra la Administración de Justicia, alegando que por culpa de ello tuvo que cerrar su negocio.

En 2024, el Tribunal Supremo confirmó la condena, convirtiéndose este caso en una excepcionalidad por las altas condenas fijadas por la puesta en práctica de herramientas y dinámicas propias del sindicalismo y de la lucha de las trabajadoras, es decir, se les condena a la cárcel por algo que se ha hecho siempre.

En una nota de prensa, la recientemente creada Plataforma de Abogacía en Defensa de la Acción Sindical señala que los diferentes pronunciamientos judiciales son «ataques sin precedentes al derecho fundamental de libertad sindical, libertad de expresión y libertad de reunión y manifestación». La Plataforma reitera algo que se viene denunciando durante todo el proceso judicial: la gravedad e implicaciones que puede tener la condena por «coacciones graves» por «realizar concentraciones pacíficas, repartir panfletos y usar megafonía vaciaba de contenido el derecho fundamental de libertad sindical, consagrado en el art. 28.1 de la Constitución Española porque son herramientas habituales de presión sindical». Lo excepcional del caso es de tal envergadura que todo el espectro sindical ha mostrado su solidaridad y preocupación, incluidos los sindicatos mayoritarios.

«Este tremendo atentado a la libertad sindical no es un caso aislado. Forma parte de una deriva represiva contra el sindicalismo que incomoda, el que no se pliega y planta cara, como ha ocurrido recientemente con los 23 detenidos en la Huelga del metal de Cádiz«, explica el sindicato CNT en un comunicado. «Que no nos hablen de justicia. El encarcelamiento de Las 6 de la Suiza es un castigo ejemplarizante para sembrar miedo entre quienes luchan. Intentan reducir la acción sindical a mera queja. Pero no lo van a conseguir. Hoy las 6 de La Suiza entran en prisión, pero no están solas: cuentan con el respaldo de miles de trabajadores y trabajadoras que han salido a las calles, que han alzado la voz, que entienden que este caso es de todas. Pero sobre todo, que entienden que hacer sindicalismo es dignidad, que practicar la solidaridad entre trabajadores y trabajadoras es la única justicia que podemos esperar en un sistema que encarcela sindicalistas, introduce infiltrados en movimientos sociales y detiene huelguistas por decenas«.
La solicitud de indulto

Hace varias semanas, las condenadas, que ya han abonado las indemnizaciones (que ascienden a más de 125.000 euros) y las multas, solicitaron el indulto ante el Ministerio de Justicia, solicitud que fue apoyada por 22 organizaciones sindicales y el Gobierno de Asturias. El Ayuntamiento de Xixon no lo ha apoyado por el veto de las derechas.

Legalmente, el magistrado del Juzgado de lo Penal tiene a su disposición la opción de paralizar la entrada en la cárcel (es decir, suspender la ejecución de la sentencia) hasta la resolución del indulto, una práctica relativamente habitual; pero el ilustrísimo Lino Rubio potó por rechazar esa opción. Que esperen a que se tramite en el talego, decidió.

Pese a que la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, había mantenido una reunión con las condenadas en las que se comprometió a interceder por el indulto, el Consejo de Ministros del 7 de julio no aclaró si acordarán a Justicia esa medida de gracia o no.

Todo el proceso sindical y judicial ha supuesto y supone para las seis compañeras una gran carga personal a todos los niveles. Por ello, en un momento en el que el Gobierno debe estudiar el indulto solicitado, pedimos seguir hablando del tema, presionando y visibilizando, para hacer decantar dicha decisión hacia el lado de las trabajadoras y no de la patronal y la justicia que la protege.








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sábado, julio 12

La siguiente fase del genocidio palestino: la construcción de guetos

 


Primero, bombardeó Gaza hasta no dejar una piedra sobre otra. Después, bloqueó el acceso de alimentos y medicamentos a la Franja, provocando que millones de personas entraran en fase de hambruna o catástrofe humanitaria. Cientos de niños murieron de inanición durante los meses de marzo a mayo de 2025. Luego, autorizó el reparto de algo de ayuda humanitaria a través de una ONG chusca que sirve sus intereses, mientras el ejército israelí dispara a civiles desarmados que se encuentran en las colas del hambre (alrededor de 700 gazatíes han muerto por estos ataques y 4.000 han resultado heridas). Y ahora, Benjamin Netanyahu propone construir un campamento sobre las ruinas de Rafah en el que albergar 600.000 personas.

Por mucho que Israel se empeñe en bautizar esta iniciativa como la construcción de una “ciudad humanitaria, la realidad es que estamos hablando de un gueto en toda regla, en el que se concentrará a la población por su origen, estará fortificada y ampliamente vigilada por el ejército. Nada que envidiar al Gueto de Varsovia, que albergó a 400.000 judíos en condiciones de hacinamiento entre 1940 y 1943.

El ministro de Defensa israelí, Israel Katz, reconoció el pasado 7 de julio que lo que buscan con la creación del Gueto de Rafah es fomentar que la población palestina “emigre voluntariamente” fuera de la Franja de Gaza. Unas horas después de las declaraciones de Katz, Netanyahu se reunió con Trump en la Casa Blanca para hablar sobre un posible alto al fuego en la región. Durante el encuentro, el Carnicero de Gaza comunicó al presidente que le había nominado al premio Nobel de la Paz, por el improvisado plan para expulsar a las palestinas del enclave y convertirlo en un resort para ricos que anunció a finales de enero de este año.

Los datos del genocidio

Las autoridades sanitarias palestinas señalan que la cifra oficial de asesinados por la guerra genocida israelí contra la Franja de Gaza supera los 56.500. Sin embargo, diferentes estudios sugieren que los números reales podrían ser notablemente mayores. Ya en enero de este año la revista The Lancet afirmaba que había que incrementar los datos oficiales en un 70%. Y, recientemente, una investigación del profesor de la Universidad de Londres, Michael Spagat y el politólogo palestino Jalil Shikakiindica, apuntó que el número de muertos sería de casi 100.000 personas desde el 7 de octubre de 2023.

Por otro lado, un nuevo informe publicado en el Harvard Dataverse, realizado por el profesor israelí Yaakov Garb, concluye que al menos 377.000 personas han sido desaparecidas por el ejército israelí en la Franja de Gaza. La mitad son niños y niñas.

En otras palabras, llevamos 21 meses presenciando una masacre en tiempo real, lo que Naomi Klein denomina un “genocidio ambiental”, porque han querido que lo normalicemos como si fuera un mero ruido de fondo. Es la primera vez que somos testigos de algo así y no podremos alegar en el futuro que no sabíamos nada.

El plan para construir el gueto

Israel Katz explicó en su rueda de prensa del 7 de julio que si se logra un acuerdo con Hamás para la liberación de rehenes y una tregua de 60 días, Israel mantendrá su presencia en el conocido como corredor Morag, al norte de Rafah. Pero también, que aprovecharían esos dos meses de alto el fuego para empezar con las obras de su “ciudad humanitaria”. La mayoría de las gazatíes se encuentran entre Rafah y la costa de Mawasi, sobreviviendo como refugiadas, desde que Benjamin Netanyahu rompiera el alto el fuego y reactivara el genocidio sobre Gaza.

En la futura “ciudad humanitaria”, las y los palestinos solo podrán entrar tras haberse registrado. Además, serán investigados por las autoridades israelíes, como método para evitar que accedan miembros de Hamás. Si consiguen el visto bueno, podrán empezar a vivir en el campamento que se construya sobre las ruinas de Rafah, pero ya no podrán volver a salir. Además, la zona estará custodiada, desde una cierta distancia, por las fuerzas militares israelíes. En cuanto a su gestión, dependería de organismos internacionales y contaría con cuatro nuevos puntos de distribución de ayuda humanitaria.

Escribe Antonio Maestre a propósito del anuncio de Katz que «los israelíes llaman a su nuevo campo de concentración «ciudad humanitaria» del mismo modo que los nazis llamaron a Theresiendstadt o Terezin «ciudad spa» para los judíos. De hecho hicieron hasta un documental para mostrar al mundo lo bondadosos que eran los nazis con los judíos, del mismo modo que las IDF se autodenominan el ejército más moral del mundo. En aquel documental propagandístico sobre Theresiendstadt llamado Der Führer schenkt den juden eine stadt, que significa de manera literal: el Fuhrer regala una ciudad a los judíos, se mostraban las bendiciones del trato dado a los prisioneros. Su ciudad humanitaria, su ciudad spa. En Terezin o en Rafah.

Esa ciudad fue utilizada por los nazis para enseñar a la Cruz Roja del momento que el trata que les dispensaba a los judíos allí concentrados era idílico, con actividades culturales, de ocio, y una serie de servicios que incluían a una panadería que hacía pan del día. El conocimiento del pueblo judío de las estrategias que sufrieron como víctimas por el régimen nazi les ha hecho copiar con su nuevo estado todas las barbaridades que sufrieron como pueblo porque comprobaron con su propio exterminio cuán efectivas fueron.

Israel está usando la propia desgracia de su pueblo en el siglo XX como excusa y justificación para poder masacrar al pueblo palestino y llevar a cabo el genocidio. La culpa europea les está habilitando para usar las mismas prácticas que sufrieron con la impunidad de usar el antisemitismo como escudo protector para acabar con cualquier tipo de disidencia en las democracias occidentales. La persecución en las universidades norteamericanas o la represión de las protestas en Alemania de quienes piden el final de la masacre son una muestra que sirve para evidenciar la manera en la que Israel juega su guerra no solo en territorio palestino, sino en el campo de la opinión pública de todas las democracias que históricamente han sido fieles aliados de Israel«.

Concentrar y encerrar a la población gazatí en un gueto es el penúltimo paso de un plan preconcebido de limpieza étnica. Bastará con hacer que las condiciones de vida sean tan insoportables, que el pueblo palestino decida emigrar a terceros países. Y una vez que esto ocurra, el Gobierno sionista habrá culminado su proyecto de creación del Gran Israel, un etnoestado colonial judío libre de palestinos.

 

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miércoles, julio 9

The Settlers (Los Colonos)

 

Director: Louis Theroux. BBC. Reino Unido, abril 2025

La cobertura que los medios británicos han realizado del genocidio perpetrado por Israel durante los últimos 20 meses ha sido vergonzosa. Por ejemplo, hace unas semanas, la BBC canceló una entrevista entre los futbolistas Gary Lineker y Mo Salah, conocidos por sus posicionamientos antisionistas, por miedo a que hablaran de Gaza. Lo expresó muy bien el actor irlandés Liam Cunningham – famoso por interpretar a Ser Davos en Juego de Tronos – cuando dijo, en una entrevista realizada justo después de ver zarpar a la Flotilla de la Libertad rumbo a Gaza, que “no me veréis dar una entrevista en la BBC. Tengo una buena relación con la BBC, no habría tenido la carrera profesional televisiva que he tenido si no fuera por esta cadena y siempre le estaré agradecido. Pero me quedo con la boca abierta cuando veo su telediario. No me puedo creer lo que estoy viendo, me recuerda al término ‘la tiranía de la equidistancia’ o ‘del término medio’ que acuñó Paul Krugman. La excusa de la imparcialidad. Si estuviéramos en 1944 o 1945, en el momento en el que descubrimos los horrores de Auschwitz, ¿entrevistarían a Heinrich Himmler para que diera su opinión sobre el genocidio? Porque eso es lo que están haciendo ahora”.

Sin embargo, de vez en cuando, periodistas como Louis Theroux, aprovechan su buena reputación para introducir reportajes sobre el régimen de apartheid y racismo de Israel en cadenas mainstream como la BBC. Y el documental The Settlers (2025) es una buena prueba de ello.

Catorce años después de su primera visita y de su documental de 2011 The Ultra Zionists, Louis Theroux se reencuentra en este documental con parte de la creciente comunidad de israelíes nacionalistas religiosos que se han instalado en Cisjordania –en asentamientos ilegales según el derecho internacional, pero que están siendo sido protegidos por el ejército, la policía y el gobierno israelí– y van armados hasta los dientes.

Antes de los ataques liderados por Hamás el 7 de octubre de 2023, la violencia ejercida por estos colonos fanáticos contra la población palestina se había disparado –de hecho, se señaló como uno de los motivos de la ofensiva–, pero desde esa fecha las agresiones y el número de asentamientos se han incrementado exponencialmente. Lo que antes era un movimiento más o menos marginal que el Estado oficialmente no promovía –aunque siempre ha tolerado implícitamente– ha obtenido ahora apoyo explícito en los niveles más altos del gobierno, con simpatizantes y colonos que ocupan cargos clave en el gabinete. La ocupación de los territorios palestinos en Gaza y Cisjordania ahora forma parte del proyecto político oficial del Ejecutivo de Netanyahu, que clama que todo el territorio palestino forma parte del Gran Israel y que los árabes no tienen cabida en él.

Theroux viaja a Cisjordania, donde se encuentra con colonos destacados y los entrevista. Y sus palabras dejan entrever, sin ambalajes, la corrupción moral de una sociedad colonial, basada en supremacismo judío y en el odio racial. Los colonos reconocen abiertamente que consideran a los palestinos –de hecho, un colono de origen estadounidense incluso llega a decir que “los palestinos no existen”– sujetos carentes de derechos, que deben ser expulsados.

Cabe señalar que Theroux no parece ser un activista propalestino. Le pregunta a sus entrevistados cosas tan leves como si aceptarían la solución de los dos Estados o un único Estado con los mismos derechos para todo el mundo, o si les parece mal la violencia que ejercen sobre los palestinos. Pero las respuestas reproducen un escandaloso discurso genocida, ante la cual no puede ocultar lo que le repugna.

Uno de los momentos más chocantes del filme es una entrevista a Daniella Weiss, considerada la ‘madrina’ del movimiento de asentamientos, quien aboga por una limpieza étnica sin pelos en la lengua. “Queremos un Estado judío, los palestinos no pueden ser nuestros vecinos, somos demasiado diferentes”, le dice. En un momento dado, Theroux le hace ver que no tener ninguna consideración por otras personas “parece un comportamiento sociópata”, a lo que ella responde encogiéndose de hombros, con una sonrisa. Por supuesto, los lobbies sionistas llevan varias semanas criticando en redes al periodista por insultar “a una pobre abuela” o por su “falta de imparcialidad”.

 Una escena que se ha difundido mucho en redes sociales en las últimas semanas es la del momento en que Theroux va andando por la calle junto a su guía palestino. De repente, un soldado para al señor árabe, le dice que él no puede caminar por esa calle y le expulsa del lugar. Cuando el periodista le pregunta que por qué no puede pasar por ahí, el militar responde que “hay límites en esta calle para palestinos”. En redes sociales se ha comparado esta escena con una de El Pianista (2002), en la que un oficial nazi obliga a un judío a bajarse de la acera y caminar por la carretera.

Quizás para quienes seguimos a diario la actualidad palestina este documental no nos aporte nada que no sepamos. Pero es muy útil para esos momentos en los que nos toca discutir con un tirano de la equidistancia, con un cuñado que niega el genocidio palestino o que defiende el derecho de Israel a “defenderse de los radicales de Hamás”. Gracias a documentales como éste podemos mostrarles cómo las propias palabras de los colonos les comprometen y supuran odio, supremacismo, racismo y afán de limpieza étnica.

El documental se puede ver en Films for Action

 

https://www.todoporhacer.org 

jueves, julio 3

Días de vacaciones

 


Al mirar por la ventana, los campos parecen un dibujo hecho por una niña que ha elegido, dedicando el tiempo necesario para tomar una decisión importante, los colores que definen ese mundo lleno de verde visto desde sus ojos. No deja de ser sorprendente la capacidad que tiene la lluvia de generar vida. Estoy llegando al lugar donde pasaré las vacaciones.

Cuando era pequeña, en las épocas en las que no había colegio, mi madre a veces nos animaba a hacer un dibujo mientras veíamos la puesta de sol. Recuerdo lo rápido que cambiaban los colores y lo difícil que me resultaba reflejar todo eso que estaba viendo en un papel. Las cajas de ceras tenían doce opciones y para tener más tonalidades había que probar a pintar un color encima de otro. A menudo el invento resultaba un poco fracaso pero, en la puesta de sol, revolverlos en el tránsito de una tonalidad a otra daba una mezcla perfecta.

Para pintar paisajes, en esas cajas de ceras había solo dos tipos de verde. Oscuro y claro. Y un solo tono de marrón.

Hay diversas publicaciones que hablan de “ceguera vegetal”, haciendo alusión al creciente desconocimiento y falta de aprecio hacia las plantas. No las vemos (más allá del verde homogéneo con el que las niñas y niños pintan los campos en sus dibujos) y, al no fijar la atención en ellas, no conocemos sus diferencias, sus características, sus funciones dentro de los ecosistemas. No sabemos sus nombres.

Tampoco somos conscientes de que la lluvia depende, en un porcentaje altísimo, de ellas. Del proceso de evapotranspiración que forma parte del ciclo del agua. Sin plantas hay menos lluvia. Sin lluvia las semillas no germinan. Así funciona.

Dicen también las personas que han pensado sobre la importancia del reino vegetal, que si no hay vínculo emocional con las plantas, si no las consideramos relevantes, si no las echamos de menos cuando se cubre con cemento la tierra en la que podrían germinar las semillas, no es posible comprometernos con que no desaparezcan. Que es lo mismo que decir que no nos comprometernos con la lluvia.

Las vacaciones. Huir de la ciudad y del suelo cubierto de asfalto para pisar tierra por la que se filtra el agua de la lluvia. Aquí se ve más cerca que la vida humana se sostiene sobre los servicios que ofrecen los ecosistemas con los que hemos coevolucionado durante miles de años. El ciclo del agua, la polinización, la fertilidad del suelo, el reciclaje de nutrientes.

Salir de la ciudad como un pequeño intento de eso. De aprender a ver a las plantas. De aprender de las personas que saben de su importancia porque viven junto a ellas. De saber diferenciarlas. De dibujarlas poniendo la atención en la diversidad de formas, de tonalidades, de especies. Reconociendo su relación con la lluvia.

Salir para reconocernos, junto a ellas, como parte de la trama de la vida.

 

 María González Reyes 

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