Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, octubre 16

A vueltas con la memoria (y con la historia)

 


Tengo una amiga, una excelente y honesta historiadora, que no le gusta nada el concepto de «memoria histórica», que para ella vendría a ser poco menos que un oxímoron. Si lo he entendido bien, piensa que una cosa es la historia o historiografía y otra muy diferente es la memoria, más tendente a la subjetividad por motivos obvios. No está nada mal dicha aclaración, dada la acaparación de ambas cosas por intereses políticos, pero me temo que los que lo hacen les interesan más bien poco las sutilezas (y, todavía menos, la honestidad). De hecho, la actual polarización ideológica (por llamarla de algún modo, ya que «ideas» más bien pocas) conduce a que unos, el bando progre, hinchen el pecho de orgullo al mencionar el vocablo memoria a veces etiquetada de algo grandilocuente, mientras que otros, el bando conservador-reaccionario, suele ser partidario de la amnesia colectiva (la derechita cobarde), en el mejor de los casos, o bien directamente de reivindicar la ignominia histórica en este inefable país (la derechista abiertamente ultra). Los anarquistas, aparentemente una minoría hoy en día, aunque muy enérgica, no lo tenemos fácil ante esto de la memoria y la historia. De hecho, dado el muy repulsivo facherío todavía muy vivo en este inefable país, podría resulta tentador adherirse (al menos, de forma crítica y condicional) a la campaña de este gobierno tan progresista, cuando se cumplen 50 años de la muerte del matarife dictador, justificado en lo que se quiere llamar nada menos que Memoria Democrática y con el lema, todavía más distorsionador, de «España en libertad. 50 años». ¿Se nos quiere hacer creer que el franquismo acabó hace medio siglo?. No ya que hubiera un proceso de Transacción (perdón, Transición), sino que con la muerte del cruel caudillo en la cama, nos llegó la libertad por generación espontánea. En fin, la manipulación tiene todavía una vuelta de tuerca. Claro que, como la derecha gobernará más temprano que tarde, muchos dirán que más vale que nos conformemos con esto, aunque la visión histórica sea de una puerilidad que tumba de espaldas.

Los anarquistas no lo tenemos nada fácil, no, escuché a otro amigo una vez decir que es muy fácil atacar con infundios a los que no pueden apenas defenderse. A nivel oficial, obviamente, los libertarios no existen o bien quedan difuminados por ese bloque supuestamente «democrático». A nivel de calle, por otra parte, todavía escucho por parte de algunas personas de izquierda de a pie acusar a los ácratas no haber ayudado lo suficiente en la Guerra Civil o bien responsabilizarles de no sé muy bien qué. Desconozco si esta falsedad está fundada en la existencia de una revolución social, paralela al maldito conflicto bélico provocado por los facciosos, pero creo que no hace falta mucho recorrido, se piense lo que se piense sobre las colectividades, para observar que no hubo contradicción alguna entre una cosa u otra. Por su parte, la derecha, que como para Franco todos los que se les opusieran venían a ser rojos, niega cualquier Ley de Memoria y apela a esa estupidez de la concordia entre españoles. Muy probablemente, este echar tierra sobre la memoria estriba en considerar que no existe un consenso sobre la historia contemporánea de este indescriptible país, especialmente sobre Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo. Por supuesto, lo que subyace a este subterfugio es algo nada nuevo, ese necio revisionismo ya repetido por la dictadura con intenciones justificatorias, la violencia fue culpa del periodo republicano, nada placentero y, especialmente, de una izquierda nada democrática. Este discurso neorrevisionista es amplificado hoy en día por las nuevas tecnologías y, desgraciadamente, cala en un público joven más bien descerebrado y carente de verdaderas inquietudes morales e intelectuales. Como dije, ante este panorama reaccionario y distorsionador, alguno dirá que mejor nos adherimos al bloque izquierdista y sea lo que Satanás quiera. Craso error.

Resulta impensable que los y las anarquistas, históricas o actuales, reivindiquen sin más la Segunda República y, mucho menos, busquen un vínculo democrático con la actualidad de este inenarrable Reino de España. Y es que ese parece el consenso de esa izquierda parlamentaria en su conjunto, incluida la que supuestamente hace no tanto se mostraba tan crítica con el Régimen del 78. Seguiremos trabajando para mostrar lo evidente a nivel histórico, que los anarquistas, dejando a un lado incluso en gran medida sus principios, se unieron en la lucha contra el fascismo, pero no defendían ningún sistema republicano y democrático sin más. Me gusta mucho un discurso ácrata de 1931, cuando se dijo que se aceptaba la República, pero como el primer paso para un proceso democratizador más profundo. Creo que eso resume muy bien el espíritu libertario, comprensible para cualquier cerebro bien oxigenado. Claro que hubo alguna insurrecciones de los anarquistas en los años 30 (otra acusación recurrente), cuando vieron que las promesas sociales no se cumplían y se seguía produciendo una feroz represión, todo esto es contextualizable en su época. Hay quien ha dicho, y estoy muy de acuerdo, que los libertarios son los vencidos entre los vencidos, y los olvidados entre los olvidados (habría que matizar que «olvidados» ahora en una profunda distorsión simplista y maniquea). Seguiremos trabajando, hoy en una época muy diferente, pero con cierto vínculo oficial con el pasado de una manera u otra, para no mostrar este relato monolítico sobre el pasado de unos u otros (tampoco, ojo, entre los anarquistas, que siempre deben ser muestra de crítica y diversidad, sin idealizar la historia). Seguiremos trabajando para para que se comprenda que la realidad era más compleja que la lucha de la democracia contra el fascismo, mientras que las y los anarquistas no son idealistas ingenuos, en el mejor de los casos, y sí partidarios de todo un proyecto coherente, libre y solidario. Tal vez, sirva para buscar nuevas vías transformadoras en el presente.

 

Juan Cáspar

lunes, octubre 13

77 años de ocupación. 2 años de genocidio

 


Se cumplen 2 años del 7 de octubre y los datos oficiales del Ministerio de Sanidad contabilizan al menos 67.074 asesinatos en la Franja de Gaza a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel. A estas cifras hay que añadirle 460 muertes de inanición, otro millar de muertes en Cisjordania y varios centenares en Líbano, Irán, Yemén, Qatar, Siria y Túnez. Además, varios estudios académicos, publicados a lo largo del último año, sugieren que la cifra real de fallecimientos es muy superior a la oficial, debido a que hay muchos cuerpos escondidos bajo los escombros y a que el sistema sanitario gazatí colapsó durante los primeros nueve meses de la ofensiva.

Israel es un Estado colonial, fundado hace 77 años, que desde sus orígenes ha instaurado un régimen de apartheid y de opresión al pueblo palestino, al cual busca expulsar del territorio a toda costa. Hace dos años, su plan de limpieza étnica se vio acelerado gracias a los bombardeos indiscriminados en el enclave gazatí, lo cual ha alcanzado cotas de muerte sin precedentes.

La situación se está volviendo insoportable y la legitimidad israelí a nivel internacional se encuentra en mínimos históricos. Por ello, en los últimos días, Donald Trump ha impuesto, con el explícito chantaje del aumento de la violencia, un «Plan de Paz» que, en palabras de Benjamin Netanyahu, «cumple con los objetivos bélicos de Israel«. El plan, que se está negociando con Hamás (mientras Israel prosigue con sus bombardeos, eso sí), pasa por normalizar las relaciones con el Estado genocida sionista, desarmar a la organización islamista e imponer un gobierno tecnocrático en Gaza (probablemente servil a los intereses de Tel Aviv y Washington y a la especulación), supervisado por una Junta de Paz que incluirá a Tony Blair, uno de los padres de la invasión iraquí y del desmoronamiento de Oriente Próximo. Ironías de la historia –o cinismo imperial– sería un High Commissioner inglés el encargado de conseguir la paz en Palestina, cuyo drama histórico empezó con el mismísimo Mandato Británico de 1920-1948 y con la Declaración Balfour de 1917 que dio alas al proyecto colonial sionista. A cambio de estas condiciones y de la devolución de los rehenes, Netanyahu renunciaría por el momento a la anexión de Gaza y al desplazamiento de sus habitantes, pero ganaría legitimidad la presencia militar sionista (que permanecerá en la región durante un periodo indefinido, ya que no se ha hablado de plazos) y los asentamientos en Cisjordania, los cuales no se abordan en el plan.

En definitiva, el precio de la paz y la supervivencia del pueblo palestino es la aceptación total del colonialismo israelí, vender los recursos económicos a la inversión inmobiliaria y turística occidental y legitimar el régimen de apartheid. Y no tenemos duda de que en algún punto Israel volverá a traicionar a todas las partes, no aceptará abandonar la zona y retomará en el futuro sus planes de anexionar la Franja y culminar su proceso de limpieza étnica.

Esta política diseñada “para los palestinos, pero sin los palestinos”, ha recibido un respaldo vertiginoso y casi unánime en el mundo occidental, incluso de los países que recientemente reconocieron a esa entelequia llamada “Estado palestino”. ¿Pero se puede reconocer a un Estado palestino sin reconocer el derecho soberano de su población a autodeterminarse, cosa que el “plan de paz” contradice de manera flagrante?

No sabemos qué decidirán los palestinos en los próximos días, pero sabemos que siempre les apoyaremos y nos opondremos al colonialismo y al racismo.



viernes, octubre 10

De la ideología del decrecimiento en el medio libertario

 


A fin de soslayar los inconvenientes de la inconsciencia y la confusión, las organizaciones libertarias más solventes procuran orientar su acción según un veraz diagnóstico de la época, a menudo proporcionado por intelectuales cercanos. La colaboración resultará más o menos efectiva según si los análisis suministrados partan de las contradicciones reales que estructuran la sociedad actual, o se deriven de reflexiones ideológicamente encorsetadas, o peor, de modas importadas. Esto último parece haber predominado, de ahí el crédito -en mi opinión desproporcionado- que ha recibido en el ámbito libertario, mayormente anarcosindicalista, el decrecentismo, ideología de origen francés académico inicialmente enfocada hacia la clase dirigente. El hecho en absoluto revela una toma de conciencia difusa ante la reactivación “verde” del capitalismo como piensa Anselm Jappe; simplemente, la promoción casi incondicional de la doctrina viene a rellenar un hueco, el de la ausencia de una evaluación histórica convincente de la crisis actual del capitalismo por parte de la crítica sindical-anarquista. No obstante, no se colma un vacío teórico con un torrente lexicográfico de conceptos innecesarios, o mejor, con fórmulas ideológicas escapistas que disfrazan la verdadera naturaleza de la situación actual, ya que estas, por esencia, no pretenden cambiarla, sino estabilizarla.

En las dos primeras décadas del siglo reciente, a medida en que los efectos nocivos del cambio climático, la contaminación ambiental y el agotamiento de los recursos salían plenamente a la luz, se hacían demasiado evidentes los bluffs del “desarrollo sostenible” capitalista, de las tecnologías liberadoras y de la “descarbonización” de la economía. El desarrollismo global no solo creaba mayores desigualdades en la sociedad, con su corolario de tensiones geopolíticas y guerras, sino que amenazaba seriamente la vida en el planeta. En consecuencia, los intereses de clase y los de la especie humana encontraban en la lucha antidesarrollista un terreno donde fusionarse. El anarquista Murray Bookchin fue quien mayor empeño puso en teorizar la unificación de la cuestión social con la ecológica. Sin embargo, la conciencia de clase fue oscureciéndose con las derrotas. Al ser sustituido el dinamismo autónomo del viejo movimiento obrero por la actividad contenida de unas clases medias en descenso, las contradicciones sociales y ambientales no se resolvieron en fuertes combates rupturistas, sino que se disimularon gracias a estrategias “duales” y tácticas “intersticiales”, las cuales postulaban un acoplamiento con el capital y una instrumentalización del Estado. Si sucumbían a esas prácticas capituladoras, los anarquistas olvidarían los caminos que llevaban antaño al comunismo libertario, a saber, la huelga general, la insurrección revolucionaria, la expropiación, la colectivización de la producción y los servicios, la abolición del dinero, la disolución del Estado, etc. La parálisis y degradación del movimiento obrero volvía dichos caminos impracticables, ahogando cualquier iniciativa radical en un océano de aguas muertas. Así que, ante tal arduo problema, algunos libertarios pensaron en una tercera vía transicionista, la del decrecimiento.

Mirándolo bien, el decrecentismo es una ideología, como el colapsismo, con el que frecuentemente se asocia, es decir, es una interpretación fantasiosa de la realidad, portadora de falsa conciencia, en consonancia con los intereses de quienes se sirven de ella, bien sea a favor o en contra del sistema. Una característica típica de todas las ideologías es la toma de la parte por el todo. En las esferas ideológicas ninguna cuestión se plantea históricamente. Se separa arbitrariamente un aspecto de la vida social y se hace de él una realidad absoluta. Alejada de cualquier otro factor con el que se relacione, la parte se convierte en el principio explicativo de todo lo que pasa en cualquier momento y en todo lugar. En el decrecentismo, claro está, la parte -el origen de todo mal- es el crecimiento económico. ¿Y por qué no mejor la acumulación de capitales? Objetamos. El problema, planteado con simplicidad, tiene una solución obvia, decrecer, pero inmediatamente preguntamos: ¿En qué?, ¿cómo?, ¿con qué apoyos?, ¿con qué finalidad?, ¿quién se encarga de la tarea?, ¿cómo se organiza la acción que los posmodernos llaman “deconstructora”?, ¿con cuál programa?, ¿qué pasará con los sectores afectados?, ¿cómo se superarán las resistencias?, ¿qué hacer con la economía de mercado?, ¿a dónde irán a parar los bancos, los fondos de inversión y las multinacionales? La literatura decrecentista abunda en respuestas, consignas, ejemplos y detalles, pero a la hora de concretar los procedimientos a emplear, las medidas a tomar, los mecanismos a seguir, los plazos a establecer y los objetivos económico-sociales a conseguir, la ambigüedad y la imprecisión se imponen sobre la claridad y el rigor. La idea decrecentista atrajo a tirios y a troyanos, tanto a quienes aspiraban a ser los mediadores entre el poder y la naturaleza, como a quienes querían liquidar el poder para salvar la naturaleza. Consecuentemente, se podían distinguir dos tipos diferenciados de decrecimiento: el decrecimiento como alternativa capitalista y el decrecimiento como alternativa al capitalismo. El primero era un simple programa de adelgazamiento económico a aplicar por las autoridades constituidas, los empresarios y altos ejecutivos a nivel económico, los mediadores ecologistas y los gobiernos a nivel político. Una especie de keynesianismo pintado de verde cuyos pormenores pueden leerse en las obras de Latouche o Martínez Alier, y registrarse en las prédicas de los voceros del New Green Deal. Sus partidarios se encuentran en la socialdemocracia, en el ciudadanismo de izquierdas, entre los académicos, en el movimiento ecologista institucionalizado, en las organizaciones ambientalistas y conservacionistas, y en las demás asociaciones que viven de las subvenciones. El segundo tiene acólitos entre los defensores radicales del territorio, en los que promueven la soberanía alimentaria, en los neorrurales que persiguen la autosuficiencia y entre los anarquistas.

La variedad de posiciones políticas no significa que los puntos en común sean escasos. Al contrario, todos, tanto estatistas como libertarios, comulgan en mantener equilibrados los ciclos de la biosfera, en la necesidad de un cambio de mentalidad al que llaman “descolonización del imaginario”, en la reorganización de la sociedad en base a valores solidarios, en el “crecimiento relacional” y en la “descomplejización” sea lo que sea; en la creación de economías informales a escala local (sobre todo rural), en la austeridad voluntaria, en el reciclaje, en el fomento de las energía limpias, en la fe en un inevitable colapso civilizatorio, etc. Ni que decir tiene que las medidas que derivan de tales actitudes y convicciones -y otras como la renta básica, los impuestos verdes, las tasas, las leyes proteccionistas y los ministerios de transición ecológica- no sirven ni por asomo para regular racionalmente el metabolismo con la naturaleza, romper con el productivismo, suprimir la desigualdad, desplazar a los mercados, acabar con los lobbies y darle al capitalismo un rostro más humano. Con mayor razón serán inútiles para “salir” del capitalismo. Llegados a ese punto, los anarquistas decrecentistas toman distancias del resto, pues no creen que la reducción drástica de la producción y el consumo -el puro decrecimiento- sea posible en un régimen capitalista, ni que el Estado sea el organismo adecuado para facilitar la “autotransformación” de la sociedad en esa dirección. Sin embargo, el trivial catastrofismo, la endeblez de las alternativas, la moralina y la pusilanimidad de muchas propuestas nos obligan a dudar del decrecentismo libertario y a suponerlo falto de una crítica coherente del trastornado capitalismo tardío. Por consiguiente, parafraseando a Walter Benjamin, a tal modalidad libertaria le costaría expresar de forma concluyente el punto de vista de los oprimidos.

En efecto, las propuestas laborales que podemos encontrar en el medio anarquista no difieren demasiado de las guardadas en el almacén socialdemócrata: reparto del trabajo, disminución de la jornada, ajuste salarial igualitario, mediación sindical… Incluso no resulta nada raro que se recurra a términos de corrección política como por ejemplo “ciudadanía”, “sindicatos” (término que incluye a los “mayoritarios”), “no violencia” o “democracia”, prueba de que también entre los anarquistas hay quien tiene un pie en cada lado. Así pues, el rechazo del Estado y del dominio de las finanzas no queda claro con recomendaciones de buena voluntad tales como “reducir el tamaño de la burocracia” y “rehuir el sistema bancario”. El anticapitalismo no aparece por ninguna parte, pero, ¡alto ahí!: El decrecimiento crea puestos de trabajo. Los sindicalistas profesionales, los ministros de hacienda y los obreros en paro se sentirán aliviados ante las promesas de nuevos empleos creados en los sectores de la economía verde, la salud, la cultura y la asistencia social, antaño ignorados o descuidados, que compensarán, qué duda cabe, a los perdidos en el desmantelamiento de grandes infraestructuras inútiles y industrias como la militar, automovilística, petroquímica o agroalimentaria. No se ataca la explotación laboral propiamente dicha, ni se critica el papel de la tecnología, ni se alude a los condicionantes del mercado. El renacer de la vida comunal, la apertura de redes autónomas de ayuda, distribución e intercambio, el cooperativismo, los bancos de tiempo, las monedas sociales y la recuperación de las tradiciones, completarán el panorama, a la espera de un colapso suave y apacible. Lo deseamos de corazón, pero cabe preguntarse por la manera de llevar a la práctica todo ese paquete paradisiaco ante la previsible oposición de las poderosas fuerzas dominantes en la economía y la política. Muchos -y no me refiero al sindicalismo alternativo- rehuyen el sabotaje, la autodefensa y el enfrentamiento, dando preferencia a formas “convivenciales” de concertación, pacíficas, dialogantes, de alguna manera consensuadas “democráticamente.” A pesar de todo, el tupido velo de la indeterminación y el trapicheo no puede ocultar el simple hecho de que en el mundillo decrecentista pocos apuestan por una revolución social emergiendo a través de la intensificación de la conflictividad urbana y territorial, o sea, de la lucha de clases contemporánea, pues el modelo a imitar no es preferentemente el de los soviets makhnovistas, o el de las colectividades obreras y campesinas de la guerra civil española, o el de las comunas de la reciente revuelta del pueblo kurdo, sino las ecoaldeas, las “Ciudades en transición” o los concejos medievales.

No todos en el lado libertario parecen desprenderse del latouchismo. La labor del ecologismo canalla y otros “expertos” a sueldo del poder, al no ser suficientemente denunciado ni combatido, ha tenido alguna eficacia. En fin, acabando: el crecimiento no es una condición sine qua non del capitalismo. En los últimos treinta años, las burbujas inmobiliarias, tecnológicas y financieras, acompañadas de crisis sanitarias, climáticas y energéticas, no han dejado de trabar el crecimiento, poner entre interrogantes la productividad y llevar al extremo toda clase de prácticas extractivistas. En realidad, el capitalismo se encuentra en un impasse, estancado, dando signos palpables de agotamiento y, valga la paradoja, de decrecimiento. Un analista competente, Alfredo Apilánez, moderadamente nos sugiere que “no es el ‘crecimiento’ el rasgo definitorio ni el punto de partida adecuado de un análisis crítico sino, bien al contrario, la acusada degradación del capital, que es la que recrudece la extralimitación ecológica. He aquí la trampa ‘discursiva’, tendida por el mantra dominante, en la que cae, quizás inadvertidamente, el movimiento decrecentista” (Los vicios del ecologismo) Nosotros añadiríamos que quien obliga al capitalismo a forzar la máquina contra el bienestar, el trabajo, los salarios, la salud, la vivienda, el medio ambiente, etc., es justamente la tendencia declinante de los beneficios y no el crecimiento. La decreciente rentabilidad, las grandes dificultades en la producción, o mejor dicho, en la acumulación de capitales, hasta ahora se han conjurado con martingalas financieras (emisiones masivas de deuda, refinanciación de la misma, titularizaciones, revalorizaciones de activos), forzando, por un lado, el decrecimiento de las rentas directas e indirectas de una parte cada vez más grande de la población y, por el otro, la mayor depredación del territorio que se haya visto jamás. Las barreras que imponen los recursos limitados o los problemas ocasionados por contradicciones internas no supondrán un freno, ni el principio del fin; con demasiada frecuencia se olvida la extraordinaria adaptabilidad del capitalismo a las catástrofes, su habilidad en rentabilizarlas. La escasez que provoca el disfuncionamiento capitalista es el mayor estímulo para la mercantilización. En ese sentido el decrecentismo, y más aún el colapsismo, aportan material ideológico al discurso del poder. En la actual fase de capitalismo enfermo, este no tendrá más remedio que ser decrecentista, o no será.

No pretendemos sentenciar con una mirada derrotista cuantas prácticas de supervivencia marginal hemos mencionado; simplemente subrayamos la necesidad de contextualizarlas. A condición de no ser consideradas fines en sí, tendrán su función pedagógica y logística en el marco de la lucha anticapitalista. Según cómo, pueden servir a un bando o a otro. Mera cuestión de perspectiva disruptiva. Por ejemplo, cualquier mercenario seudoecologista puede ir a cobrar la paga de su vileza en bicicleta, pero hará falta mucho alboroto para alcanzar lo que aquellos denominan “post-capitalismo” en lugar de socialismo. El capitalismo no se derrumbará solo. Se necesitará, como diría Bakunin, “el estallido sin control de las pasiones populares superando los obstáculos de la ignorancia, la sumisión y la explotación”, es decir, será necesario un movimiento social antagónico lo suficientemente potente para derribarlo y lo suficientemente inteligente para no dejarse embaucar por oportunistas, vividores y lacayos del sistema dispuestos a administrar el final tranquilo de la civilización. Es fauna que en tiempos críticos parasita los medios contestatarios y las protestas.



Miguel Amorós
6 de febrero de 2025

martes, octubre 7

Por qué abolir la cárcel



Edición en castellano de un magnífico libro que recorre los argumentos del movimiento «No Prison» en Italia, para cuestionar la existencia de la cárcel como respuesta al delito y puede servir como inspiración para promover o reforzar similares iniciativas en el Estado Español.

Las razones del Movimiento «No Prison», de Livio Ferrari y Giuseppe Mosconi, que ha sido traducido por Alicia Alonso y editado por Zambra/Baladre en noviembre de 2021.
Nos parece fundamental que entre dentro del debate público el cuestionamiento de la existencia de la prisión, el uso del derecho penal y la cultura del castigo como respuesta a problemas sociales creados por un sistema capitalista, racista, heteropatriarcal, individualista y altamente competitivo.

El texto va desgranando los argumentos que utiliza el Movimiento «No Prison» en Italia para cuestionar la existencia de la cárcel como respuesta al delito y puede servir como inspiración para promover o reforzar iniciativas similares en el Estado español. No faltan razones para abolir las prisiones: la cárcel es sinónimo de violencia y refleja un sistema social basado en el dolor, la pena y la venganza.

La pena de cárcel es un castigo que no reinserta por varias razones bien conocidas:

  • porque la mayor parte del presupuesto empleado se utiliza en medidas de seguridad y las tasas de reincidencia son altas debido a su carácter criminógeno.
  • porque es discriminatoria, puesto que gran parte de las personas encerradas son pobres o con escasos recursos y oportunidades.
  • porque empobrece a una mayoría, ya que cuando las personas salen habrán perdido sus empleos y sus bienes (si los tenían) y en algunos casos hasta sus familias.
  • porque enferma, pues las condiciones de encierro provocan dolencias físicas y psíquicas, muchas de ellas irreversibles.
  • porque castiga a inocentes, debido a que la condena se extiende a toda la familia y personas allegadas que no han cometido ningún delito.
  • porque estigmatiza, dificultando sobremanera la reincorporación de las personas al lugar de procedencia.
  • porque no repara a la víctima, pues se basa fundamentalmente en la venganza y no en la reparación del daño o desequilibrio causado.
  • porque reproduce la violencia, ya que esta forma parte inescindible de las instituciones y en concreto de la cárcel, tal como la conocemos.

Se puede objetar que abolir las prisiones sea una utopía. Lo mismo se pensaba de los manicomios y hospitales psiquiátricos, pero en el año 1978 en Italia, se aprobó la «Ley Basaglia» que los abolía.

Como decía Galeano, la utopía nos sirve para caminar. Así los caminos para conseguir la utopía deben comenzar por reducir el uso de la prisión a su mínima expresión para lograr que algún día desaparezca. Podría empezarse por ampliar las concesiones de terceros grados, incrementar las penas alternativas, acabar con la violencia extrema que suponen los primeros grados o el régimen de aislamiento, legalizar y regularizar la producción, distribución, venta y consumo de todas las drogas, incentivar la justicia restaurativa, reducir las condiciones de empobrecimiento con la renta básica de las iguales… y todo ello con más organización, comunidad y apoyo mutuo. ¿Por qué no? Abolir las cárceles y la cultura del castigo es nuestra utopía.

 

** POR QUÉ ABOLIR LA CÁRCEL. Las razones del movimiento «No Prison», Giussepe Mosconi, Livio Ferrari. Virus.

 

Gentes de Baladre / HENAS

 

sábado, octubre 4

¿Recuperar la ciudad?

 


El pensamiento libertario ha sido proclive a las visiones futuristas, ya que considera la utopía —el «ideal»— no como algo irrealizable, sino como algo todavía no realizado. Kropotkin imaginó la sociedad liberada como el fruto de una especie de fusión de las antiguas comunas con el conocimiento científico y el trabajo. De acuerdo con su perspectiva, por la misma lógica del progreso humano, la sociedad de clases desembocaría sin mucho esfuerzo en el auto-gobierno y el comunismo anárquico. Los hechos contradijeron el optimismo del príncipe, pero la fórmula espacial de la anarquía propuesta por él encontró en la ciudad histórica —en su alto grado de suficiencia, integración con el entorno e independencia— los elementos necesarios para constituirse.

La ciudad en tanto que lugar de convivencia, autónomo y delimitado, ligado al mercado local, aparece en la historia de la mano de sumerios, babilonios, egipcios y griegos, y decae tras el fin del imperio romano. Se reinventa a lo largo del siglo XI; se desarrolla y jerarquiza en simbiosis con el territorio hasta perder su independencia en provecho del Estado y entrar en crisis con la revolución industrial. Cuando la actividad económica domina y arrincona a cualquier otra actividad, la ciudad histórica se disloca y desestructura. El crecimiento económico y demográfico quiebra definitivamente su unidad y la reduce a un conjunto desordenado y problemático de fragmentos separados. La conversación, la discusión, el discurso elocuente, la política misma, desertan de la plaza pública, y al desaparecer el ágora, la ciudad muere. La identidad y el sentido de pertenencia se evaporan. El régimen capitalista industrial alumbró una clase dominante especial, la burguesía, con un proyecto de ciudad expansivo, industrial, segregado por clases, zonificado, donde el dinero y la vida privada eran determinantes. El urbanismo fue el conjunto de técnicas mediante las cuales la burguesía trató de resolver en su provecho los problemas que la mercantilización del espacio urbano había creado. No obstante, la ciudad fabril fue más que un modelo propuesto por el dominio burgués: fue la plasmación en el espacio del reino de la mercancía. Quien dice mercancía dice beneficio privado. Cuando este se convierte en el motor principal de la actividad humana, la ciudad deviene mera yuxtaposición de edificios, calles, «polígonos» y «barriadas», sin más sentido que el que quiera darle el interés capitalista.

Tampoco la descoyuntada ciudad burguesa tuvo continuidad dentro de la inevitable crisis social que la habitaba, puesto que el crecimiento ilimitado trajo consigo la deslocalización de la industria, el vaciado del campo y la internacionalización de la clase dirigente. La terciarización de la economía —y el subsiguiente desarrollo del sector inmobiliario, de las infraestructuras viarias, de las tecnologías de la comunicación y de los mecanismos financieros— acarreó un escenario urbano cualitativamente diferente, caracterizado por su gigantismo, su masificación y su dispersión, con un urbanismo menos cartesiano que desembocaba en sofisticados métodos de control social y disneyficación, tan típicos de los sistemas totalitarios. Al globalizarse el mercado de capitales, la decisión escapaba a la burguesía local para ir a parar a manos de anónimos cuadros ejecutivos que operaban en nombre de impersonales fondos de inversión y oscuras uniones temporales de empresas. En consecuencia, el proceso de desintegración urbana orientado por la burguesía será prolongado por un proceso de metropolitanización impulsado por las nuevas élites itinerantes, que otorgaba a las aglomeraciones urbanas extensas el papel fundamental en la economía que otrora tuvieron los Estados-nación. La plasmación espacial de la mercancía arriba mencionada, en el momento en que todo era mercantilizable, se materializaba en la suburbanización exponencial e integral del territorio. Las metrópolis eran la forma más acabada de desorganización social que cabe en un territorio colonizado por el capital y moldeado por depredadores inmobiliarios. Desde el punto de vista capitalista, precisamente ese desajuste convivencial supremo y la uniformización del malvivir que le acompañaba era lo que las hacía económicamente viables.

 Si la ciudad industrial tuvo a su enemigo dentro, el proletariado de los barrios populares, la metrópolis lo tiene en la periferia, albergado en los bloques de pisos deprimentes de las urbanizaciones más alejadas y peor conectadas, que ya no son unidades de convivencia vecinal como eran los barrios, y ni siquiera forman parte del municipio original. La especulación lo expulsó de sus habitáculos originales y destejió las relaciones que lo cohesionaban. Mediante la gentrificación, la turistización, la hipertecnificación y el maquillaje verde, los centros históricos, los distritos caros y las áreas lúdico-comerciales conforman una especie de parque temático uberizado, lleno de cámaras y sensores, que se vende a sí mismo en tanto que imagen de una ciudad restaurada e «inteligente», fácilmente consumible. Los servicios públicos invariablemente se degradan, la contaminación se cronifica, la anomia se extiende, y mientras tanto, florecen los vehículos privados, las segundas residencias, las grandes superficies y el negocio de las plataformas. La metrópolis ya no pertenece a sus enclaustrados habitantes, no funciona para facilitar la vida de sus vecinos, aunque estos no ejerzan más que como usuarios o consumidores; está hecha para los visitantes, o más concretamente, para los «flujos» de turistas e inversores. El vecindario es más bien el problema, pues es susceptible de convertirse en sujeto político a poco que recomponga una vida comunitaria. El derecho a la ciudad reclamado por Lefebvre queda fijado por el nivel de rentas y la capacidad de gasto.

La metrópolis sucumbirá ante las contradicciones insuperables provocadas por el desarrollismo económico y la guerra contra la naturaleza; la espiral de destrucción en la que se halla inmersa la conducirá a la ruina. La regeneración social dependerá de la importancia y determinación de los sujetos colectivos generados por los antagonismos al ser exacerbados por las crisis catastróficas —«corralitos»—, desvalorización de activos, desabastecimiento generalizado, parálisis del transporte, penuria energética, apagón informático, etc. Dicho de manera más sencilla, las transformaciones sociales radicales se supeditarán a los resultados de las confrontaciones masivas de las masas desalienadas con el poder establecido. Nos referimos a una lucha de clases de nuevo tipo, con anclajes urbanos (cuestión de la vivienda), rurales (defensa del territorio) y medioambientales (soberanía alimentaria), marcadamente anticapitalista, antiestatal, antirracista y antipatriarcal. En otro lugar trataremos ampliamente el tema. Hoy nos atrae más reflexionar sobre las peculiaridades de la posmetrópolis en el poscapitalismo. Con total evidencia, el desmantelamiento de las relaciones de mercado, y por consiguiente, el desmantelamiento de los sistemas metropolitanos no será tarea fácil, puesto que en todo momento el capitalismo, explotando las dificultades de la lucha por la igualdad, la justicia y el bienestar que podrían suscitar la subsistencia de instituciones del orden derrocado, y apoyándose en los sistemas tecnológicos residuales, intentará reproducirse o recomponerse. El proceso de desmantelamiento en Europa debutará con una fase caótica en la que movimientos hacia el campo repobladores y anti-industriales se alternarán con movimientos urbanos asamblearios redistributivos, acompañados de la okupación de viviendas vacías, los mercadillos de trueque y la emancipación de las periferias. Un caos que funcione —que evolucione hacia la auto-organización— será siempre mejor que un ordenamiento autoritario de la demolición metropolitana bajo pretexto de eficacia. ¡Cuidado con los dirigentes disfrazados de coordinadores! El municipalismo revolucionario —léase la revitalización de los barrios y la socialización del hábitat del suelo, de los edificios, de los caminos y las calles— será cosa de las bases activas, no de los aparatos por más representatividad que se atribuyan.

La abolición del capitalismo y la inherente derogación de todas sus leyes nos lleva a un concepto subsistencial de la economía, al oikos, es decir, a la economía sustantiva (Polanyi) o moral (Thompson), o dicho de otro modo, a la economía doméstica sin mercado. Es la economía de la reciprocidad, de la gratuidad, de los cuidados, del don, del intercambio sin dinero… Economía del potlach, como proponían Bataille y los situacionistas; economía circular, como impone la relación equilibrada con el medio ambiente. El beneficio privado, la tecnología productivista, la formación de capitales y sobre todo su acumulación, quedan excluidos por definición. Ahora por economía se entiende una actividad específica que no acapara la vida de las personas ni domina el funcionamiento de las instituciones sociales; la vida vuelve a ser política, o sea, literalmente ciudadana. Conviene aclarar que la ruralización del espacio liberado por la desmetropolitanización no significa la vuelta al paleolítico, como postulan las escuelas primitivistas y anticivilitorias, o el retorno al concejo campesino del Medioevo, fórmula convivencial idealizada por quienes, como Antonio de Guevara, menosprecian la Corte y alaban la aldea. Paradójicamente, la desurbanización de los sistemas conurbados es más bien una vuelta a la ciudad en el sentido profundo del término. Evidentemente, no hay vuelta posible al pasado, a las ciudades-jardín, a los falansterios, a los burgos comerciales o villas «francas», a los concejos abiertos castellanos o a la polis griega, por más que el ejemplo de las ciudades precapitalistas y los tradicionales municipios agrarios no sea desechable en absoluto. El dinamismo cultural, la arquitectura popular, los descubrimientos científicos, el desarrollo del derecho, las prácticas democráticas, etc., son aportaciones históricas irrenunciables. Pero el movimiento de la historia hace imposible la pura reversión y ridiculiza las ideologías pasadistas. Una sociedad sin capitalismo se estructurará no solo con comunidades aldeanas, sino con ciudades libres. Justamente la simbiosis de estas dos realidades, cada una con su propio ritmo y tiempo, es la que sentará las bases de una sociedad igualitaria, justa, solidaria y emancipada.

A Mumford le maravillaba el carácter orgánico de la ciudad histórica. Gestada según reglas propias, no se desarrollaba según un plan preestablecido, ni obedecía a ordenamiento regular alguno, dando lugar a variadas formas de origen diverso salpicadas por puntos de encuentro. Los signos de poder, las catedrales, monumentos, torres y palacios, quedaban sumergidos en la confusión de calles, pasajes y plazuelas. Sitte captó bien esa especial gramática de la habitabilidad. Lo que proporcionaba cohesión al conjunto no era la muralla, el foso o la puerta, sino el ágora, el foro, la plaza, es decir, los lugares de reunión, debate, consenso, pacto y toma colectiva de decisiones. Los espacios de libertad. La ciudad del futuro deberá recrear dichos lugares -recrear la comunidad- en condiciones históricas diferentes. El tamaño importa. Los cálculos de Platón fijaban en 5.040 el número de habitantes de la ciudad perfecta (los esclavos, trabajadores o mujeres no contaban). Eran los miembros de las clases altas que podían conocerse entre sí. En cambio, para Vitrubio, menos clasista, las dimensiones de una ciudad eran las adecuadas si esta podía recorrerse a pie. En propiedad, el recinto ciudadano deberá precisarse a escala humana. Teniendo en cuenta la enormidad de las coronas metropolitanas, queda por delante un largo trabajo de fraccionamiento urbano y autonomización de las porciones. No olvidemos que la ciudad de todos se edificará sobre escombros, carcasas y carrocerías. El origen simbólico de la ciudad fue un cercado. Consecuentemente, también reinventará sus límites, pero estos no serán fijos, ni necesitarán fortificarse. La ciudad recuperada no tendrá puertas, ni por supuesto, urbanistas. No será un mero asentamiento, sino un ideal fraternal de vida no virtual, sin prótesis. Su esencia no radicará pues en el solar donde se emplace, en la trama que la defina o en el centro de procesamiento de datos que la supervise, sino en el conjunto de sus habitantes, los ciudadanos. Allá donde haya verdaderos ciudadanos —donde haya ágora— habrá ciudad.

 

Miquel Amorós 

miércoles, octubre 1

El iceberg

 


El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.

Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
“A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.”
“Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.”

Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.

“Ese espectáculo aguza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.”

El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.

Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero “cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece”.

En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, ésa es la palabra:
Perfectamente.


Hans Magnus Enzensberger

El hundimiento del Titanic

domingo, septiembre 28

¿No matarás?

 


Una conversación reciente con mi sobrina, bendita sea, acerca del precepto judeocristiano «No matarás», y en general sobre las tres religiones del libro con un mismo origen, me inspira unas cuantas reflexiones no exentas de lucidez. La lógica estribaba, bendita ingenuidad, en que si se trata de un mandamiento divino el no acabar con la vida del prójimo, cómo es posible llamar verdaderos judíos (no en el sentido étnico, claro, sino referido a los que profesan el judaísmo), o cristianos, o musulmanes, a todos aquellos que han asesinado, y siguen haciéndolo, por doquier. Se trata de una cuestión nada baladí, ya que por un lado nos invita a indagar en los orígenes de la moral humana, que mi condición ácrata quiere pensar obviamente que se trata de algo mucho más complejo de que una autoridad, sobrenatural o muy terrenal, dictamine la prohibición de algo. Por otra parte, el asunto también nos empuja a reflexionar una vez más, para congratulación de todos aquellos amantes del librepensamiento, sobre lo pernicioso o no de las creencias religiosas. Vamos allá, con notable entusiasmo, y en primer lugar aclararemos algo. Es habitual que, en la actualidad, cuando se perpetra un sangriento atentado en nombre del Islam, alguien asegure que, a diferencia de los cristianos, los musulmanes y otras creencias sí matan. Uf, no hace falta aclarar la interesada estupidez, en nombre de las tres religiones del libro se ha asesinado muchísimo sin que haga falta aclarar cuál de ellas lo ha hecho con más ahínco en nombre un nocivo concepto absoluto y alienante (sí, Dios). Claro, esto no contesta a la pregunta que nos ocupa, pero sí evidencia y explica que otros preceptos, u obligaciones, deben prevalecer en las creencias frente a aquel de no arrebatar la vida del vecino, por no pensar o creer lo mismo que tú. No hace falta que nos remontemos a las Cruzadas o la inquisición, en época contemporánea un muy cristiano dictador, en este inefable país llamado Reino de España, provocó una sangrienta guerra civil junto a una posterior y cruenta dictadura durante gran parte del siglo XX con la pérdida, directa o indirecta, de innumerables vidas por su causa. Por cierto, al alzamiento genocida de todos aquellos generales facciosos la muy cristiana Iglesia Católica lo llamó también Cruzada, lo cual nos hace ver dónde queda el quinto mandamiento en su muy flexible moralidad.

Antes de continuar, no me gustaría enfocar estas reflexiones, exclusivamente, en cristianismo versus islamismo para demostrar quién ha matado más (algo que solo pueden realizar los interesados), ya que hay que hablar también por supuesto del judaísmo. Y ello sin estar yo muy seguro que en el actual genocidio del Estado de Israel en Gaza tenga un peso mayor la creencia religiosa, que el hecho de arrebatar tierras y recursos a otro pueblo. En cualquier caso, aceptando que muchos de los que están matando palestinos profesan por pura lógica cultural la religión judía, no parecen tener problema en esgrimir otros imperativos para no cumplir el mandamiento. Y es que hay que decir que la máxima «No matarás» tiene su origen en el Antiguo Testamento, por otra parte compuesto de unos textos plagados de crueldades y absurdidades, con una divinidad vengativa hasta extremos genocidas. Se podría entender que lo de asesinar es prerrogativa exclusiva de Dios, pero como vemos, la realidad histórica que llega hasta la actualidad es que, en su nombre, ha actuado el ser humano enviando al cielo o al infierno a todo quisque incrédulo. De hecho, la continuidad cristiana con el Nuevo Testamento, que nos quiere pintar ya a una suma deidad compasiva y benevolente no redujo lo más mínimo la transgresión del quinto mandamiento. Por cierto, por qué diablos un precepto tan moralmente importante como ese no está en primer lugar para una sana vida terrenal y por encima de él se encuentran lo de amar a una fantasía sobrenatural como Dios, por encima de todas las cosas, el no tomar su nombre en vano e incluso algo tan peculiar como «santificar las fiestas».

Quizá por aquí podemos dilucidar que si el ser humano profesa unas peculiares creencias no sujetas al más mínimo análisis racional, que le obligan a la querencia incondicional a un concepto absoluto y abstracto por encima de cualquier otra conducta moral en un plano humano, quizá acabe realizando actos absurdos, cuestionables y, desgraciadamente en ocasiones, abiertamente nocivos. Creo que tampoco es de recibo entrar en ese tópico de cuál es la verdadera religión del amor, ya que me da la impresión de que todas han asegurado serlo y, en cada una de ellas se ha convertido un sentimiento que debería ser muy concreto y terrenal en algo abstracto y alienante. Muy probablemente, la creencia religiosa ha sido muy importante, tampoco sé si determinante, en las sociedades y culturas humanas. No sé si alguna vez el ser humano ha necesitado mandamientos incuestionables para no abrir la cabeza al vecino o a la amenaza de una condena y sufrimiento eternos para comportarse de manera mínimamente decente (uf, ¡condena eterna!, ¡puede asumirse mayor crueldad humana que concebir algo así!). Lo que parece obvio es que el comportamiento violento e irracional del personal se ha producido y se sigue produciendo, no a pesar de las creencias religiosas, sino tantas veces por su causa. Y ello por mucho precepto supuestamente benévolo que se le dicte, en cualquier caso mezclado, y tantas veces subordinado, a otros abiertamente absurdos. Y lo que debería parece lúcidamente claro es que, bien entrado el siglo XXI, efectivamente, es tiempo de cuestionar lo pernicioso o no de la creencia religiosa. Y, en cualquier caso y sobre todo, también de fundar una moral verdaderamente humana, no separada de otros ámbitos como el político y económico, profundizando en todo aquello que enfrenta a unos seres humanos con otros. Palabra de irredento ácrata con algún que otro tic nihilista.



Juan Cáspar

jueves, septiembre 25

Vivir con los camaleones

 


no es un error la lentitud
 

Julio Llamazares

 

me vuelvo a los árboles. con los camaleones. a los bosques en el desierto. para camuflarme con ellos. para hacerme invisible. por que nunca podrán destruir lo que no ven. me vuelvo allí donde la lentitud nos hace hermosos como camaleones. donde el bosque nos hace libres. allí donde vivir con un pie en la realidad y otro pie en la imaginación nos mantiene vivos. allí donde hay pinceladas de vida donde parece que todo está muerto. allí donde el desequilibrio está en perfecto equilibrio. o el equilibrio en perfecto desequilibrio. allí donde poder tener puntos de vista diferentes frente a los que miran para otro lado. o frente a los que tienen un único punto de vista. allí donde abrazan con todo el cuerpo. allí donde la soledad es un refugio. allí donde se pinta con colores los sentimientos. allí donde el silencio. allí donde el anarquismo. allí donde la sorpresa es estar vivos. allí donde la elegancia está desnuda. allí donde la fantasía. allí donde la supervivencia. allí donde la rareza de los camaleones y de los bosques en el desierto.
allí que durante muchos años se creyó que vivían del aire. allí que tal vez vivían del aire. allí que durante años se creyó que los que allí vivían tenían la piel dura y la sangre era de arena. allí que tal vez los que allí vivían tenía el corazón roto y la piel renegrida de intemperies incertidumbres y salitre.
me vuelvo allí donde no hay nada definitivo ni todo está escrito. allí donde está todo en el viento. allí donde respirar sonreír soñar luchar amar y poder sacaros la lengua como los camaleones.

 

José Pastor 

lunes, septiembre 22

Aforismos necrocomerciales

 


Al mismo tiempo que el Centre Delàs revelaba los contratos de compra de armas entre Israel y España, el sindicato agrario COAG volvía a recordarnos que al entrar en el mes de mayo, desde hace ya varios años, las grandes cadenas de distribución inundan los lineales con patatas importadas de Israel, mientras en nuestros campos ya se está cosechando la patata nueva. Si con las guerras se enriquecen las empresas armamentísticas, con la importación masiva de patatas foráneas lo que se consigue es forzar al campesinado local a malvender su patata a precios de miseria. Ambos son negocios de explotación.
Hace diez años ya se publicaban noticias sobre camiones españoles cargados de patatas nuevas que viajaban hacia Francia; en el trayecto de vuelta, la carga era de patatas viejas del país vecino, de peor calidad. El poder en el libre mercado lo ejerce el poder adquisitivo.
En 1925, ocho empresas, entre ellas Bayer y Basf, fundaron la compañía química más grande de aquel entonces: I.G. Farben. En 1933, I.G. Farben brindó apoyo financiero al partido nazi que, una vez en el poder, le devolvió el favor comprándole millones de latas de uno de sus más efectivos pesticidas, el Zyklon B, que se utilizó en las cámaras de exterminio. El negocio de matar, la guerra y la agroindustria, siempre han ido cogidos de la mano.
Se llamó ‘agente naranja’ al herbicida con el que las tropas estadounidenses rociaban los bosques y campos de cultivos en la guerra del Vietnam. Fabuloso veneno para descubrir los escondites del enemigo, fabuloso para hacerles sufrir hambre. Uno de sus máximos productores, Monsanto, patentó años después el que hoy sigue siendo el pesticida más vendido en el mundo, el glifosato. No consuela que Monsanto desapareciera, se lo comió Bayer.
El glifosato es, producción y ventas, la principal arma química agrícola. Y en el ranking de las cinco mayores productoras de esta sustancia cancerígena encontramos a Bayer y Basf, así como a Syngenta (en manos de la compañía estatal china ChemChina) y Adama, una de sus divisiones. El glifosato es un digno sucesor del Zyclon B y el agente naranja. Para quienes negocian con él, quema y rinde por igual.

Como dicen en su web, la historia de ADAMA comienza con cuatro jóvenes emprendedores cuya pasión por la química los llevó a poner en marcha dos empresas de protección de cultivos (eufemismo), Agan (1945) y Makhteshim (1952). Ambas empresas se fusionaron en 1997 para crear Makhteshim Agan que en 2014 pasó a llamarse ADAMA. Que Agan y Makhteshim fueran empresas israelitas y que la sede central de ADAMA siga en este país dice mucho de su poderío agroindustrial.
Israel es una potencia en armamento y agroquímicos. Como hemos visto, fabricar armas, exportarlas y explotarlas, y fabricar pesticidas, exportarlos y rociarlos, son dos negocios hermanos.


El problema de los círculos es que se cierran.




Revista CTXT. 19 mayo 2025. Gustavo Duch

viernes, septiembre 19

Petas, pico, pum..! Las drogas en los setenta

 


Una entrevista de Alva Tebar a Antonio Orihuela


1. ¿Por qué motivos dirías que la gente decide drogarse? ¿Es una forma de escapismo?

En esto de drogarnos, la verdad, no somos muy originales, muchas otras especies también se drogan. La búsqueda del colocón no es algo exclusivamente humano, mamíferos, aves, reptiles, insectos, peces y batracios varios se la pasan igualmente intentando ponerse a gusto… ¿escapismo?, tal vez sea una admonición cargada en demasía de moralina hecha a partes iguales de ética protestante e integrismo proletario. ¿Es que no nos pasamos la vida haciendo cosas para escapar? ¿Y por qué no búsqueda de placer, de conocimiento, de experiencia?


Lo evidente es que, como afirma el poeta y psiconauta Daniel Macías Díaz: “la mayor parte de la población adulta de la tierra visita esa deseada alteridad mental de la ebriedad frecuentemente a través de fármacos y sustancias legales o ilegales siempre disponibles y continuamente provistos vía receta, bar, estanco, smartshop o minorista clandestino. La demanda mundial de lo que emborracha siempre ha sido inmensa, y sigue y seguirá creciendo, o dicho de otra manera, la guerra contra la droga se perdió antes de empezar.”1

O como le gusta decir al historiador Juan Carlos Usó: “Las personas nos drogamos para sentirnos bien. Y, si ya estamos bien, para sentirnos mejor”2.

2. ¿Cómo afectó la Transición a la popularización entre ciertos sectores del consumo de heroína?

La Transición fue un tiempo marcado por la subversión de los valores y las conductas impuestas durante la larga dictadura, en ella se concitaron todos los sueños de utopía que luego fueron fagocitados por la sociedad de consumo o fueron aplastados por el autoritarismo del régimen transicional. Del rollo expansivo y psiquedélico se pasó a una consigna bastante más simple: ¡drógate!, y sobre todo más acorde con los tiempos que corrían, donde el único horizonte para la mayoría de la juventud de los barrios obreros era el paro, la exclusión y la alienación; pero la heroína, en todo este proceso, y hasta finales de los años setenta, sigue siendo una sustancia exótica.

3. ¿El consumo de droga resultó ser una forma más de autodefinirse e identificarse entre grupos de jóvenes de izquierdas o contraculturales?

Los partidos de izquierda eran muy críticos con respecto al tema de las drogas ilegales, ya que siempre han considerado la ebriedad como un estado contrario a las exigencias críticas de la razón, no así la contracultura, donde su consumo reforzaba unas conductas que atentaban directamente contra los pilares básicos del orden social y económico establecido.

El consumo de cualquier tipo de sustancia ilegal significaba ruptura… y la heroína no tenía, en sus inicios, el estigma con el que los medios de formación de masas la invistieron luego, de hecho era una droga cargada de glamour, así que los jóvenes la consumían de la misma manera que lo habían hecho con los porros, los ácidos, los hongos o cualquier tipo de droga que se pusiera a tiro…

4. ¿Tenía un componente generacional el consumo de drogas? ¿Por qué?

Legales e ilegales, las drogas siguen formando parte de los rituales de socialización de los jóvenes y de los no tan jóvenes; pero más que generacional, creo que lo que tienen es un componente transversal, es decir, son utilizadas con el mismo fin por personas generacionalmente muy distantes.

Puede que los consumos se acentúen durante la juventud, por el carácter angustioso, conflictivo, precario, incierto y experimentador que tiene esta etapa psicosocial, ya que como dice Usó, durante mucho tiempo —al menos dos décadas de sus vidas—, los humanos se guían por lo prohibido para localizar lo deseable. Luego una parte abraza el orden, pero incluso ese segmento tiene por seguro que algo muy caro, perseguido y peligroso alberga placeres inmensos. Pero identificar el consumo con un componente generacional no hace sino volver a buscar cabezas de turco entre los más débiles3.

5. ¿Fue la heroína un arma de Estado para desmovilizar a los grupos políticamente disidentes?

La disidencia fue desmovilizada desde fuera, por las lógicas de la sociedad de consumo y la política del consenso, a la que muchos se apuntaron abandonando viejas banderías que quedaban lejos del paraíso prometido por los grandes almacenes. Y también desde dentro, a nivel individual, pues muchos descubrieron en los paraísos artificiales la tierra prometida que la disidencia política no les había entregado.

Fueron muchos los que  buscaron por el atajo un bienestar que la sociedad de consumo les negaba por vías convencionales: descreídos políticos, transgresores sociales, insatisfechos existenciales, desesperanzados que veían cómo la crisis, el paro y la falta de expectativas les ponía muy difícil gozar de los supuestos paraísos que el capitalismo prometía. La heroína gestionó su dolor proporcionándoles un mundo de alivio rápido y placer seguro.

Pero el mito de la inducción toxicológica y la conspiración estatista capitalista montado por la intelectualidad de izquierda no es más que eso, un mito, un argumento conspiranoico con el que desviar la atención de la responsabilidad que tuvo esa izquierda (que se vendió en el pacto transicional y traicionó todos sus ideales revolucionarios) en la extensión del desencanto social.

Por otro lado, la presencia en el mercado de algunos productos de consumo (libros, discos, películas), que contribuyeron a estimular cierta demanda, socializando el deseo entre los jóvenes, tampoco ayudó; como no lo hizo el contexto socioeconómico  (crisis económica, paro, falta de expectativas para la juventud), ni las campañas de los medios de comunicación que, ávidos de sensacionalismo, lejos de ayudar a paliar el consumo incentivaron el interés de muchos jóvenes por algo tan peligroso y perseguido que encerraba placeres inmensos, llevándolos a un consumo irresponsable.


Como nos recuerda Juan Carlos Usó, que es quien probablemente más tiempo ha dedicado a estudiar este aspecto de la historia reciente de las drogas en nuestro país, es un mito asumido por mucha gente. Por los supervivientes que se quieren dar lustre, por el yonqui que en ese supuesto pasa a ser una víctima, y por los palmeros de las conspiraciones políticas que confirman sus delirios. Si continúa vivo es porque sigue siendo funcional.

En última instancia, Usó afirma que semejante planteamiento está viciado de entrada, ya que sólo contempla la oferta y no tiene para nada en cuenta la demanda4.

6. ¿La droga afectó por igual a personas politizadas que a sectores marginales no politizados? ¿Quién dirías que fue el colectivo más damnificado?

Se podría hablar de tres grandes grupos, con afecciones propias derivadas de su naturaleza, composición y extracción social, que hace que en muchas ocasiones, se entrecrucen observados en tanto personas concretas.

1. Contraculturales: La sensación de autoderrota, de repliegue hacia el ámbito de lo privado en medio de un paisaje de rupturas, decepción, desencanto, apocamiento y falta de interés por continuar con unos proyectos que se van desmoronando en un ambiente de discordias, desafección, impotencia, suicidios o huidas a paraísos artificiales estuvo bastante extendida entre los colectivos contraculturales de finales de los años setenta.

Cabría señalar, que los contraculturales que venían de la mesocracia y supieron esquivar la adicción, son quienes mejor surcaron ese tiempo, convirtiéndose en consumidores ocasionales hasta hoy sin que sobre ellos haya recaído ningún estigma social.

 

2. Presos: Entre 1979 y 1981, la población reclusa española se duplicó, estando el 90% de los ingresos relacionados con las drogas. La extensión de las drogas duras por los recintos penitenciarios supuso un completo desastre para los internos, si bien sirvió para desarticular la mayor plataforma reivindicativa que jamás han organizado los presos en nuestro país, la COPEL, y empeoró las condiciones de vida de los penados, acabando con la vida de muchos de ellos.

3. Subproletariado: Concentrados y segregados en lo que hoy llamamos banlieue, los hijos de la emigración y la exclusión social se vieron, además, azotados por la crisis económica de los años setenta que llevó al paro a la mitad de los jóvenes españoles. Una crisis que apenas les dejó hacerse dueños de los descampados, las ruinas, los no lugares donde solo los más aptos y en condiciones extremas, tuvieron tiempo de vivir una fugaz adolescencia construida sobre los pequeños hurtos y el consumo de drogas. Si sus padres habían construido una chabola desde la que mirar el futuro con optimismo, ellos construyeron su imaginario sobre las llantas de un SEAT-127 robado, matando el tiempo entre futbolines, billares y discotecas antes de que el tiempo decidiera acabar finalmente con ellos en los centros de almacenamiento de yonquis, los reformatorios, las prisiones y las salas de apestados de los hospitales. Convertidos en espectros en chándal, fueron colocados junto al resto de los desperdicios del primer mundo.

7. ¿Alguien cercano a ti cayó en las drogas? En caso afirmativo, ¿cómo lo viviste? ¿En qué círculo social se movía y por qué empezó a consumir?

Lo de “caer en las drogas” es de nuevo un juicio de valor, una pregunta moral que creo contestada en la primera.

8. ¿Qué responsabilidad tuvieron los medios de comunicación en la popularización de la heroína en los años 80? ¿Creaban alarma, criminalizaban o informaban debidamente?

La radio, la televisión y la prensa reaccionaria y conservadora, es decir, casi toda la generalista, lanzaban, como hacen hoy día con los okupas, por ejemplo, campañas destinadas a sobredimensionar el problema, desinformando y creando un estado de alarma social que criminalizaba no al drogadicto, pues este estaba extendido entre todas las clases sociales, sino al escuálido espectro de cara amarillenta que, venido desde los arrabales, sucio, descuidado y enfundado en cuero negro y pantalones de pitillo, se dedicaba a cometer pequeños hurtos para poderse pagar su dosis.

9. ¿Qué papel deberían haber tomado las instituciones respecto al aumento de drogadicciones? ¿Qué crees que se hizo bien y qué crees que se hizo mal?

Se hizo todo lo mal que se pudo. A partir de 1978 el gobierno español creó “el problema de la heroína”, ofreciendo en los medios una exitosa campaña de marketing que lejos de disuadir de su consumo a la juventud, socializó su deseo. Los alarmantes vaticinios que clamaban los medios no hacían sino favorecer la curiosidad por su consumo y el Estado, criminalizando su consumo, criminalizaba también a una juventud que iba a pagar en primera persona la crisis económica y la reconversión industrial. La gente del rollo, marginados política, social y económicamente, ya podían ser perseguidos a balazos. El yonqui se hizo yonqui en el proceso social de asumir esta identidad que lo criminalizaba.

La rebeldía de los jóvenes se encauzó en la épica heroica que extendían la música rock, los conciertos, las revistas, películas y otros productos de consumo masivo, despertando curiosidad y deseo, y contribuyendo a propagar la dulce conformidad y el abandono emocional y sensorial que proporcionaba la heroína. La alienación ganó la batalla a la experimentación política y a la expansión de la conciencia. Finalmente, como nos recuerda Usó, con la creación del Plan Nacional sobre Drogas, en 1985, el denominado “problema” quedó definitivamente “institucionalizado”5.


La heroína disparó la pequeña delincuencia entre sus usuarios sin recursos y los medios masivos extendieron las redes del miedo entre los ciudadanos ante lo que presentaron como una oleada de delincuencia sin igual en la historia de España, obligando a la gente a buscar la seguridad del hogar y los locales cerrados. Las plazas y los espacios públicos, hasta entonces signos de encuentro y sociabilidad popular, se vaciaron, se volvieron hostiles, duros, impersonales; habrá que esperar treinta años para que de nuevo estos lugares se vuelvan a resignificar gracias al impulso del 15M.

10. Actualmente, ¿dirías que se aborda correctamente el problema de las drogadicciones en España?

Es cierto que hay más información, ONGs muy serias como Energy Control y Metzineres, orientadas a la reducción de riesgos y daños, revistas especializadas como Cañamo, Ulises, etc. donde uno puede acceder a muchas investigaciones y enriquecer su propio arsenal intelectual y experiencial, pero los aspectos más terribles de la legislación prohibicionista común, con pequeñas diferencias, a todos los Estados, siguen ahí, sin ser abordados:
– La guerra contra las drogas supone un enorme gasto para el Estado, tanto en su persecución como en su represión, y jamás se ganará porque, entre otras cosas, junto con la esclavitud y las armas, constituyen uno de los mayores negocios del mundo, además, libre de impuestos.

– Con la ilegalización, el negocio pasó de estar en la venta legal y reglada  a estar en su prohibición y los consumidores pasaron de ser eso, simples consumidores, a convertirse en delincuentes que infringían la ley, y que, por tanto, podían ser detenidos y encarcelados. El mercado negro no ha dejado desde entonces de crecer, y con él, los crímenes y los fallecidos derivados de la adulteración, las guerras entre mafias y la persecución policial.

– Como nos recuerda Juan Carlos Usó: “Antes de la prohibición el control y la dispensación de estas sustancias estaba en manos de profesionales de la salud: médicos y farmacéuticos. Al imponerse la política prohibicionista, o sea, después de la prohibición, el control pasó a manos de la policía (y demás cuerpos de seguridad), y la dispensación a manos de criminales”6. Y así nos va desde entonces.

– Las cárceles del primer mundo están llenas en su mayor parte de presos por delitos relacionados con la droga, con el coste al erario público que esto conlleva.

– Sólo la regularización del cannabis en España podría crear 90.000 empleos y unos ingresos vía impuestos en torno a los 3.000 millones,  el doble del presupuesto de Ministerio de Cultura. Sin embargo, y sin saber muy bien por qué (el 90% de la población aprueba su regularización) la clase política prefiere que ese dinero se pierda en transacciones opacas y que no tengamos a la policía trabajando en mejores afanes.

– Como recalca Daniel Macías Díaz: “La prohibición metió en el mismo saco una variedad enorme de sustancias: algunas de ellas, como los enteógenos, claves para el conocimiento de la mente y el alma humanas, y asociadas de muy antiguo a prácticas mágicas y religiosas; otras con un enorme potencial terapéutico, demostrado en aplicaciones médicas, psiquiátricas y psicológicas.”7

– Las plantas sagradas nos recuerdan que somos espíritu, comunidad y naturaleza; y recuperar esos vínculos, entrelazar esas tres realidades, reconocer que somos “eso”, en medio del colapso social y ecológico al que nos abocamos, es lo único que nos podrá salvar como especie. Sin embargo, seguimos en guerra contra la expansión de la conciencia, es decir, contra nosotros mismos; seguimos en guerra contra los demás, porque así lo dicta el neoliberalismo, y seguimos en guerra contra la naturaleza, cuando deberíamos estar en guerra contra el capitalismo. En este sentido, las plantas sagradas son un magnífico aliado para descubrir esas costas extrañas, esos caladeros de belleza desconocidos; son la gran hoguera en la que verás arder todas tus adherencias, en la que chisporrotearán y se derretirán todos los implantes; la puerta para acceder a la delicada delicia del eterno momento. Preservarlas, venerarlas y aprender de ellas me parece una de las escasas vías que nos queda para parar el biocidio en ciernes.

En conclusión, tomando de nuevo las palabras de Daniel Macías Díaz: “se puede decir que la prohibición no detiene ni la oferta, ni la demanda, (verbigracia el caso del duro y desigual matrimonio entre los EE.UU. y Colombia) generando: violencia, dolor, terror y castigo para los más débiles; corrupción, enormes beneficios, y grandes cuotas de influencia y poder ocultos sobre los gobiernos; y por último, toda esta farsa planetaria supone para todos un coste económico inútil que puede ser destinado para fines más nobles. Al igual que muchos derechos que nos dejamos robar en algún momento de la historia y otros que aún no han sido conquistados, la prohibición constituye en esencia la negación de nuestra ancestral libertad farmacológica. Muy probablemente en el futuro contaremos con un nuevo derecho fundamental, el derecho a la ebriedad.”8


  1. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎
  2. https://canamo.net/cultura/reportaje/cuidado-no-te-pongan-droga-en-el-vaso ↩︎
  3. Juan Carlos Usó Arnal. Drogas, neutralidad y presión mediática. Ed. El Desvelo. ↩︎
  4. Juan Carlos Usó Arnal. ¿Nos matan con heroína?: sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado. Libros Crudos, 2015. ↩︎
  5. Juan Carlos Usó Arnal. ¿Nos matan con heroína?: sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado. Libros Crudos, 2015. ↩︎
  6. Ibídem ↩︎
  7. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎
  8. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎

 

 

 

martes, septiembre 16

Israel pisa el acelerador del genocidio palestino, mientras el activismo internacional lo intenta parar


Al inicio del verano, el 88% de la Franja de Gaza se consideraba una “zona militar” para las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), eufemismo que significaba que la población civil había sido forzada a abandonarla. Sin embargo, el pasado 8 de agosto, el Gabinete de Seguridad de Israel desveló que pensaba actuar sobre buena parte del 12% restante y aprobó una nueva fase de la Operación Carros de Gedeón, es decir, del genocidio que está perpetrando en el enclave: tomar la Ciudad de Gaza –donde viven un millón de personas– y mantener el “control” permanente de la misma.

En cumplimiento de su plan, el 20 de agosto, Benjamin Netanyahu movilizó a 60.000 reservistas –en contra incluso de la opinión de Eyal Zamir, jefe del Estado Mayor de las FDI– y actualmente ocupa la periferia de una ciudad que está siendo sometida a intensos bombardeos. Y ello con vistas a desplazar a toda la población del norte hacia el sur y recluir a los gazatíes en campos de concentración.

Unas semanas después, The Washington Post filtró un plan de posguerra para la Franja de Gaza, de 38 páginas, que circula dentro de la Administración de Donald Trump. En la línea de lo que había anunciado el presidente a principios de año, contempla la reubicación de los dos millones de habitantes del enclave. Los gazatíes recibirían 5.000 dólares, un año de alimentos y cuatro años de alquiler en otros países a cambio de abandonar sus casas y ceder los derechos de explotación de su suelo a los gringos. Según su visión, Gaza pasaría a considerarse un territorio bajo control estadounidense durante un periodo de diez años y la región, en la cual se construirían entre seis y ocho ciudades inteligentes movidas por una IA, se dedicaría a la producción tecnológica (una suerte de Silicon Valley) y al turismo de lujo.

Paralelamente a las operaciones militares en Gaza, Israel anunció el pasado 21 de agosto la aprobación de un nuevo bloque de asentamientos ilegales en Cisjordania (concretamente, 3.400 viviendas al Este de Jerusalén y cerca de Maale Adumim, otro asentamiento israelí) que, de llevarse a cabo, dividirá el territorio en dos. Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas israelí, explicó sin pelos en la lengua que con ello se eliminaría la posibilidad a futuro de un Estado Palestino.

Los planes de Trump y Netanyahu evidencian su intención de completar la limpieza étnica del pueblo palestino y de entregar la totalidad del país a los sionistas y a las empresas occidentales que sostienen su régimen colonial.

Occidente mira, pero no actúa

Incluso figuras usualmente tibias con Israel, como Emmanuel Macron (Francia), o directamente colaboracionistas del genocidio, como Friedrich Merz (Alemania), han expresado en las últimas semanas su rechazo a los brutales planes israelí y estadounidense.

Por ello, y para intentar lavar una imagen muy dañada, el mismo 21 de agosto el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí anunció que, de cara al mes de diciembre, invitará a más de 400 delegaciones internacionales (es decir, unos 5.000 participantes) al país, con el objetivo de “ayudar a difundir la narrativa israelí en los medios internacionales”, según ha informado The Times of Israel. Hasta ahora, Israel solía recibir unas 25 delegaciones por año. Esto demuestra lo desesperado que está Netanyahu por cambiar la percepción de Estado paria que se ha granjeado entre la comunidad internacional.

Y es que la existencia de un genocidio es cada vez más difícil de negar. A principios de septiembre, los datos oficiales elevaron las muertes en Gaza a 64.7391 (y a 1.000 en Cisjordania) desde el 7 de octubre de 2023. Asimismo, el 80% de las infraestructuras de Gaza habrían sido destruidas en los últimos 23 meses.

De los fallecimientos en la franja, al menos 147 se han producido por inanición, una cifra que solo puede aumentar, según Unicef y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), quienes advierten que los indicadores clave de alimentación y nutrición en Gaza ya superan los umbrales de hambruna y que “se está agotando el tiempo para poner en marcha una respuestas humanitaria a gran escala”.

Según la última alerta de la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (CIF), los niveles son los peores desde que comenzó el conflicto y dos de los tres umbrales que indican hambruna se han superado en algunas partes de la Franja. El primero de estos indicadores, el consumo de alimentos, se ha desplomado en Gaza desde la última actualización del CIF en mayo de 2025. Más de un tercio de la población, hasta un 39%, se pasa varios días seguidos sin comer. La desnutrición aguda es el segundo indicador y ha aumentado “a un ritmo sin precedentes”. En la ciudad de Gaza, dice el CIF, los niveles de desnutrición entre los niños y niñas menores de cinco años se han cuadruplicado en dos meses y ha alcanzado en julio el 16,5%. Más de 320.000 niños y niñas, toda la población menor de cinco años de Gaza, corre riesgo de desnutrición aguda, según PMA y Unicef. Solo en junio, más de 6.500 niños y niñas fueron ingresados para recibir tratamiento contra la desnutrición.

Frente a esta barbarie, ningún gobierno occidental está actuando de manera contundente. Por ejemplo, el 8 de septiembre, el presidente español, Pedro Sánchez, realizó una solemne comparecencia en la que llamó a las cosas por su nombre y tildó de “genocidio” lo que Israel está perpetrando en Gaza. Sin duda, no habría proferido estas palabras si no fuera por la enorme movilización social a favor del pueblo palestino.

 A continuación, Sánchez anunció la aprobación de una serie de medidas destinadas a “detener el exterminio”, las cuales incluyen (1) “consolidar el embargo de armas a Israel” que se lleva produciendo “desde el 7 de octubre de 2023”, (2) prohibir que atraquen en puertos españoles barcos que transportan combustible a las FDI, (3) prohibir el tránsito por el espacio aéreo español de armas con destino a Israel, (4) aumentar las partidas de ayuda humanitaria a Gaza, (5) la prohibición de importar productos que provengan de los territorios ocupados y (6) la limitación de servicios consulares a españoles en asentamientos ilegales.

No podemos evitar mostrar nuestro escepticismo ante afirmaciones como la de que (1) se va a “consolidar” el embargo de armas a Israel, cuando no es cierto que exista: y es que desde el mes de de octubre de 2023 hasta el de marzo de 2025, España ha realizado al menos 88 exportaciones de armas por valor de 5,3 millones de euros a empresas de seguridad israelíes y ha importado al menos 36,6 millones de euros en armas y carros de combate desde Israel. Asimismo, las empresas de defensa y seguridad israelíes, sus filiales o terceras empresas en relación con productos israelíes han sido adjudicatarias de al menos 40 contratos de instituciones españolas por un valor de más de mil millones de euros.

Asimismo, las medidas muestran algunos resquicios importantes, como por ejemplo el hecho de que (2) aunque se prohíba que atraquen en puertos españoles barcos que transportan combustible, no se impide que transporten armas o materiales estratégicos como el acero.

Además, en cuanto al anuncio (3) de que no pasarían armas para las FDI transportadas por avión por el espacio aéreo español, la cadena SER aclaró unas horas después que esa medida no afectaría a los aviones estadounidenses que hicieran escala en las bases de Rota o Morón, como ocurrió durante la ofensiva contra Irán de hace unos meses.

Solo el pueblo salva el pueblo

A nivel internacional, el Gobierno del PSOE y Sumar se consideran uno de los Ejecutivos más implicados con la causa palestina. Es muy triste, pero es que el panorama mundial de ultraderechización no da para mucho más. Pero, pese a tener esta reputación, el Ejecutivo español no se atreve a romper definitivamente relaciones con Israel, lo cual habría sido una medida mucho más eficaz contra el genocidio.

Tanto en el Estado español como en el resto de países de nuestro entorno, la solidaridad con Palestina está siendo reprimida por los gobiernos, con independencia de su color. Prueba de ello son las más de 800 detenidas en el Reino Unido por expresar su apoyo al grupo ilegalizado Palestine Action, o las estudiantes detenidas y expulsadas en EEUU por acampar pacíficamente, por citar algunos ejemplos. Pese a ello, la lucha no cesa y seguimos saliendo a las calles a protestar, pedimos el boicot a empresas que colaboran con el genocidio o la ocupación, cortamos las calles al paso de la Vuelta ciclista que blanquea la limpieza étnica, colocamos pancartas, repartimos flyers, pegamos pegatinas, etc.

Existen varios ejemplos de activistas que, ante la inacción de los Gobiernos, han tomado la iniciativa para intentar hacer llegar ayuda humanitaria a Gaza y paliar los efectos de la hambruna. Por ejemplo, en junio unas 4.000 personas de 80 países distintos llevaron a cabo una Marcha a Gaza e intentaron romper el bloqueo humanitario y llegar a la frontera de Rafah con Egipto. Sin embargo, fueron brutalmente apaleadas, detenidas y/o deportadas por las autoridades egipcias.

Más recientemente, el 31 de agosto, cuatro decenas de barcos civiles partieron del puerto de Barcelona en la Global Sumund Flotilla, la flotilla más grande de la historia, y confluyeron con otras embarcaciones procedentes de Túnez en alta mar unos días después. En esta iniciativa participan 2.000 personas que provienen de más de 44 países, cargados de alimentos, leche en polvo y medicamentos. Se trata del tercer intento de romper el bloqueo por mar en lo que va de año, después de que los dos anteriores fueran asaltados por las FDI y sus tripulantes detenidas y expulsadas.

 En el momento en el que escribimos estas líneas, la flotilla todavía no ha llegado a la costa de Gaza, pero el ministro israelí de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, ha anunciado que les tratará como a terroristas. Ante esto, los estibadores de Génova, en un precioso ejemplo de solidaridad internacionalista, amenazaron con bloquear todos los envíos a Israel [13.000 contenedores al año] si se cumplen las represalias. “Si perdemos el contacto con nuestros barcos, con nuestros compañeros, aunque sea por 20 minutos, paralizaremos toda Europa”, declaró un estibador del Colectivo Autónomo de Estibadores (CALP) en un vídeo viral.

Unos días después, la Unión Sindical de Trabajadores Portuarios, el sindicato mayoritario del comité de empresa del puerto de Barcelona, se sumó al CALP: “el Estado de Israel está imponiendo sobre la población de Gaza aquello que la Organización de las Naciones Unidas ha calificado como «hambre provocada» y «crimen de guerra», empujando a la inanición y en la muerte una región habitada por aproximadamente 2,1 millones de personas, de las cuales el 100% sufre inseguridad alimentaria aguda y unas 641 000 ya se encuentran en situación de hambre extrema. […] Los trabajadores portuarios, y toda la clase trabajadora de Europa en general, no podemos restar impasibles ante las guerras que se llevan a cabo con la complicidad necesaria de nuestros gobiernos, que utilizan armamento producido a nuestras fábricas y que, a través de nuestros puertos, transportan material bélico para masacrar trabajadores otras partes del mundo”.

Por ello hacen un llamamiento a apoyar a “toda iniciativa encaminada a parar la guerra brutal e injusta que Israel está lanzando contra el pueblo palestino”. Consideran que los trabajadores deben “hacer todo aquello que esté en nuestras manos para defender la misión humanitaria hacia Gaza” y declaran su “apoyo total” a los portuarios de Génova “que han tomado su lugar en esta misión, poniendo en riesgo no solo sus lugares de trabajo sino también sus vidas”.

Es una frase tan manida que suena a cliché, pero sigue siendo cierto: solo el pueblo salva al pueblo.

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1Diferentes estudios afirman que el 80% de los palestinos muertos son civiles y que el 70% son mujeres y niños. Los datos oficiales, además, dicen que habrían sido asesinados 217 periodistas, 120 académicos y 224 trabajadores humanitarios, incluyendo 179 empleados de la UNRWA.

 

 

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