Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, enero 29

Sé un hombre. Ensayos contra la masculinidad


El libro que todo hombre debe leer para entender por qué la masculinidad es tóxica y perjudicial, para ellas... y para ellos.



«Sé un hombre».

Como tantos otros hombres, Robert Jensen también tuvo que enfrentarse a este mandato. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que nunca sería «lo bastante hombre» según el ideal masculino impuesto por la cultura dominante. Un ideal que no sólo es inalcanzable, sino cuya búsqueda resulta además frustrante y hasta deshumanizadora.

Apoyándose en el trabajo desarrollado por diversas autoras feministas, Jensen muestra la naturaleza misógina y destructiva de la masculinidad. En particular, revela el papel que desempeña la pornografía, cada vez más accesible y violenta, en la formación y refuerzo de la masculinidad, influyendo en las actitudes de los hombres hacia las mujeres, promoviendo una sexualidad basada en relaciones de dominación y desapego emocional.

Alarmante y sugerente, esta obra plantea cuestiones difíciles pero cruciales sobre la sexualidad y el poder, en aras de alcanzar una verdadera igualdad sexual.

«Nuestra cultura es cada vez más consciente de que los rasgos asociados a la masculinidad —competición, agresión, dominación y represión de las emociones— no sólo guardan relación con la violencia de los hombres contra mujeres y niños, sino que también resultan tóxicos para los propios hombres. Pero los intentos de identificar y poner en valor rasgos masculinos alternativos aumentan, en lugar de reducir, la capacidad de los hombres para alejarse de una posición de dominación. Todo esfuerzo por redefinir la masculinidad para reducir los niveles de violencia debe ir de la mano de una toma de conciencia sobre el peligro inherente a la propia categoría de masculinidad, que debe ser abolida».

 

 https://www.edicioneselsalmon.com

 

domingo, enero 26

Te quiero raro

 

Los nuevos tiempos traen nuevas formas de amar: el poliamor, las relaciones por internet, las aplicaciones de ligue como el Tinder, el Grindr, la asexualidad, etc. Investigamos las nuevas formas de quererse, que siempre es muy bonito.  

jueves, enero 23

Infiltrats

 


Directoras: Gemma Garcia Fàbrega y Sònia Calvó Carrió. Producido por 3cat (TV3) con la colaboración de La Directa y Polar Star Films. Investigación a cargo de Jesús Rodríguez, Ester Fayos, Irene Molina, David Bou, Marc Iglesias y Gemma Garcia. Enero 2025. 58 minutos.

«Xurri, saps què no et perdonaria jo mai de la vida? Que et diguessis Maria Isern Torres. No t’ho perdonaria mai…«. El momento más duro del reportaje Infiltrats recoge el momento en el que Òscar Campos, activista de Girona, confronta a su pareja por videollamada, de la cual acaba de descubrir que es una policía infiltrada. «T’hem pillat«, le espeta, con la voz entrecortada, ante el silencio de ésta. «Ya…«, es lo único que ella puede responder en el momento, avergonzada. Se encuentra junto a su madre, su madre real, que también había participado del engaño. La madre intenta defender a su hija, sin éxito, y Òscar y Maria siguen conversando.

Maria reconoce que actuaba bajo las órdenes de la Comisaría General de Información y explica que «hi ha infiltrats a tot Espanya, ho entens? A tot Espanya: Salamanca, Màlaga, Granada… Hi ha infiltrats a tot Espanya. És que vosaltres ho heu associat tot a independentisme. No és ver, no és ver«. Y, desesperada, continúa hasta el final con la manipulación: «Sé que sempre ho he dit, sona hipòcrita o el que sigui, però és que tu m’has conegut a jo de veres. És que no me sent… És a dir, t’ho jur… Només t’he ocultat que he estudiat Criminologia i que soc policia«.

Òscar y Maria habían sido pareja durante tres años. Él pensaba que Maria se apellidaba Perelló, pero en realidad era Isern. Durante este tiempo, Maria le acompañó a manifestaciones, asambleas y actos públicos y privados del movimiento independentista catalán e informó a sus superiores de todo lo que ocurría en ellos. Incluso también le acompañó a una reunión con sus abogados – Òscar estaba imputado por una acción de corte de las vías del ave – y tuvo acceso a toda su estrategia de defensa.

En los últimos años, medios como La Directa y El Salto han destapado nueve casos de infiltraciones policiales en los movimientos sociales de Catalunya, València y Madrid. Este documental desgrana cómo lo hicieron, los patrones que siguieron, cómo entraron y cómo salieron de estos movimientos y los errores que cometieron al hacerlo (el fallo más notable fue que uno de los agentes se dejó un pen drive, del cual había eliminado unas fotografías en la Escuela de Policía de Ávila, las cuales pudieron ser recuperadas). Y, sobre todo, el filme sirve para poner voz y rostro a las víctimas, para que nos muestren, frente a la cámara, el dolor que sufrieron al enterarse de que habían mantenido relaciones sexoafectivas con agentes que les estaban espiando.

A través de entrevistas a activistas, afectadas, abogadas, historiadores, psiquiatras e, incluso, una portavoz de un sindicato policial (la única dispuesta a responder a las preguntas, ante la negativa de la Dirección General de la Policía y del Ministerio del Interior a participar en el programa), este documental evidencia cómo la policía se saltó los límites legales y éticos para espiar a activistas.

 Podéis ver el documental completo en este enlace

lunes, enero 20

Tomando el sol


En el medio del mar no hay alcobas

ni búcaros con flores ni sirenas de plata

ni dios siquiera ni misericordia


solo los ojos profundos de aquel negro

que sonríe y te mira entre la espuma

y escupe sal sin aliento

y sabe que te quiere y que se ahoga.


En la orilla descansa tranquila la serpiente

y crece el árbol de la infamia.


Sobre una playa de Tarifa

los náufragos toman el sol desnudos

por última vez ante el forense.




GARCÍA ALONSO, José, Formas de seguir abrazando, Alcancía, 2016, Plasencia.

 

viernes, enero 17

Inteligencia artificial: una visión anarquista

 

La inteligencia artificial es un campo de la informática que nace en los años 50 como consecuencia del desarrollo en la computación y el aumento de las capacidades de análisis de las máquinas. No existe una definición concreta ya que es un campo muy amplio en el que se mezclan diferentes conceptos como aprendizaje de las máquinas, trabajo en red, smart word o big data. 

En cualquier caso los adalides y mecenas de la tecnociencia nos presentan a la IA como un avance capaz de salvar vidas, mejorar nuestras condiciones laborales, frenar el calentamiento global, aumentar el nivel y la esperanza de vida, etcétera, etcétera...

Pues bien, desde el colectivo de crítica a la sociedad tecnológica MOAI nos hemos propuesto demostrar que, de nuevo y sin que sea una sorpresa, los defensores del tecnomundo nos engañan.

En esta revista monográfica sobre las "bondades" de la inteligencia artificial, que continúa en la misma linea que los anteriores números de la revista Libres y Salvajes, podremos aprender sobre cómo la IA perpetúa el patriarcado, el colonialismo o las desigualdades de clases. Pretendemos analizar el efecto de estas tecnologías en la destrucción de la naturaleza, en el aumento del control social, en el lenguaje y en la forma de relacionarnos. De igual manera, queremos poner en valor a todas las resistencias que levantan la voz y se oponen a que las redes tecnológicas del poder se apoderen de sus vidas y sus proyectos. 

Un agradecimiento especial a Inés Alba por sus ilustraciones, mil veces más auténticas, bonitas y sinceras de las que sería capaz de crear una IA. Y también a quienes han traducido, corregido o revisado los artículos, así como a todas las distribuidoras y editoriales autogestionadas y centros sociales que hacen que estas páginas hayan acabado entre tus manos.

Podéis contactar con nosotros en la dirección de correo electrónico blogmoai@gmail.com, entrando en el blog sobre inteligencia artificial contralaia.blackblogs.org o visitar nuestro blog archivomoai.blogspot.com, donde puedes encontrar todo el material que vamos publicando.


Descárgala aquí:

https://drive.google.com/file/d/13DmumBfGln0_P9JZMe4gNvuStaJ0kTwE/view?usp=sharing

martes, enero 14

Explorando la despolicialización: cinco estrategias para pensar desde nuestros entornos

 

A través de talleres se busca amplificar el conocimiento en la gestión de conflictos como modo de desalojar las lógicas punitivas

 

Cuando desde SinPoli comenzamos a encontrarnos, hace dos años, lo hacíamos con muchas preguntas y pocas respuestas en torno a las alternativas a lo policial, pero con puntos de partida firmes y compartidos. Teníamos claro que las formas policiales de provisión de seguridad en nuestros contextos y sus modos securitarios y represivos de abordar el conflicto social tienen consecuencias físicas, políticas y simbólicas muy dañinas.

Con todas aquellas preguntas a la espalda comenzamos a hacer talleres colectivos en distintos espacios del Estado español (Madrid, Vigo, Santander, Segovia, Zaragoza…) con distintos colectivos e individualidades que nos dieran claves para pensar cómo afrontar la despolicialización desde lo ya existente. Nos preguntábamos, básicamente, por cómo solucionamos conflictos sin policía, convencidas de que entre nosotras existen saberes que transcienden y revierten el despojo de agencia en el abordaje de violencias que nos atañen y la hiperpresencia policial en nuestras vidas.

Seguras de que en la cotidianeidad se daban más experiencias de las que creíamos en las que la policía no participaba, pues más bien somos nosotras mismas las que nos encargamos de gestionar los conflictos y de aportar seguridad. Nuestras intenciones fueron entonces ampliar el campo de conocimiento despolicializador, recuperando y reconociendo saberes y prácticas existentes para la resolución de desacuerdos, conflictos e inseguridades que, inevitablemente, se generan en nuestras relaciones sociales y comunitarias, y pensar cómo podríamos fortalecerlos.

Este texto surge con esa voluntad y fruto de lo aprendido en común en los talleres que hemos ido haciendo en colectivo con personas que también se sienten movidas por este rechazo hacia las formas policiales, pero que no tienen claras las herramientas para actuar de otras maneras. No se trata de un manual de herramientas, ni de un protocolo (del cual carecemos), sino más bien de una primera categorización y reflexión sobre las experiencias y estrategias que hemos ido compartiendo en estos encuentros.

La idea que guía el artículo es, por lo tanto, resaltar y analizar las potencialidades y límites de las estrategias que han ido surgiendo en nuestros encuentros y que hemos categorizado en: prevención, rebajar la violencia, establecer alianzas, mediación y acompañamiento. Se trata de construir, así, un primer escalón para pensar cómo nos hacemos cargo de la gestión de nuestros conflictos e impulsar la reflexión en torno a la despolicialización de nuestra sociedad.
 

Prevenir la gestión policial de los conflictos

La prevención es una de las primeras formas a través de las cuales evitamos cotidianamente que los conflictos acaben degenerando en situaciones gestionadas de forma policial. La formación de un tejido social denso y plural, cercano y de confianza, es una manera de disponer las condiciones necesarias para que los conflictos que nos interpelan sean apropiados comunitariamente y no externalizados a instituciones punitivas, siguiendo esta tendencia al alza de la deriva policial de nuestros conflictos.

Así, la generación de vínculos sociales cobra especial importancia tanto en la prevención de conflictos y violencias como en la reducción de la inseguridad subjetiva en el espacio urbano: conocer mejor nuestro entorno, establecer vínculos fuertes, romper fronteras internas que dividen, segregan e individualizan nuestra experiencia cotidiana…, son solo algunas de las acciones concretas que avanzan en el camino de la prevención.

Proyectos como La Dula, una cooperativa de Valencia que trabaja cuestiones de desarrollo comunitario, o Guantes Manchados, un gimnasio popular del barrio madrileño de Usera, son buenos ejemplos de este tipo de estrategias. Ambos colectivos resaltan la importancia de producir “encuentros improbables”, formas de relación anteriormente inimaginables por la distancia social y simbólica existente entre los distintos agentes que conviven en un mismo territorio y que son de gran utilidad a la hora de prevenir los conflictos que pueden surgir en los barrios populares.

De lo que se trata es de crear espacios de encuentro, vínculos de confianza y relaciones de proximidad entre personas y grupos distanciados para disputar los relatos criminalizantes en torno a las situaciones que se viven en los barrios populares, evitar formas de segregación y señalamiento, así como sentar bases para llevar a cabo nuevas formas de acción despolicializadora y estrategias más avanzadas de gestión de conflictos futuros.

No obstante, la prevención va mucho más allá de la mera creación de tejido comunitario. Supone llevar a cabo de forma reflexiva un aprendizaje de cada conflicto, crear y sostener comunidades políticas fuertes capaces de clarificar normas éticas, respetar acuerdos colectivos y revisarlos cuando ya no funcionan.
Rebajar la escalada de violencia

Otra cuestión que ha surgido repetidamente en nuestros encuentros es la irresolución de situaciones conflictivas. Efectivamente, en ocasiones los conflictos no se solucionan y simplemente se abandonan, pero esta escalada de violencia también puede ser una estrategia para afrontar los conflictos sin recurrir a la policía. Cuando, por ejemplo, hay peleas o discusiones, o cuando una tienda recibe un robo y se evita llamar a la policía, también se está optando por una acción despolicializadora, abandonando el conflicto e impidiendo las subsecuentes formas punitivas de gestión.

El abandono o la huida, si bien no solucionan el conflicto en sí mismo —no hay un juicio en el que se busque un culpable y un castigo, sino que hay una desescalada de la violencia—, proponen una nueva forma de comprenderlo, entendiéndolo como parte de nuestras relaciones y no como un hecho externo a eliminar de forma eficaz mediante instituciones violentas que nos son ajenas.
 

Establecer distintas formas de alianza

El recurso más importante a la hora de afrontar los conflictos de forma alternativa a lo policial es la existencia de un tejido comunitario. Entendemos que la existencia de éste es clave para construir un abordaje satisfactorio del conflicto o aliviar la sensación de inseguridad. Sin embargo, sabemos que no siempre es fácil, porque muchas veces los conflictos ocurren en espacios donde no existe un importante entramado comunitario que pueda hacerse cargo. Ante esto siempre cabe establecer alianzas de maneras distintas y creativas, que pueden ir desde la generación de comunidades espontáneas cuando, por ejemplo, somos testigos de violencias sobrevenidas y nos implicamos con personas desconocidas, hasta apoyarnos en un entorno cercano organizado e implicado, como vecindario, amistades, familiares, colectivo de militancia, etc.

La generación de comunidades espontáneas puede ocurrir si las personas afectadas lo solicitan o quienes han sido testigos deciden tomar partido en la situación. Las formas de despolicialización espontáneas o cotidianas que suceden en los espacios públicos, por mínimas que parezcan, tienen consecuencias importantes para las personas, especialmente para aquellas sujetas a mayores cuotas de violencia institucional, y desafían el sentido común policial relacionado con nuestra falta de imaginación política para resolver situaciones problemáticas.

En entornos donde se cuenta con una comunidad más estable y organizada (un espacio de militancia o un barrio con redes de conocidos) el abordaje de las alianzas está muy relacionado con la confianza que hayamos sido capaces de desarrollar anteriormente y con la capacidad de que se disponga en el momento para activarlas.

También es necesario poner en marcha formas creativas que permitan implicar a entornos que hasta la emergencia del conflicto no habíamos movilizado. La Porvenir, un grupo que trabaja desde distintos puntos del Estado español por la gestión colectiva de situaciones de sufrimiento psíquico, señala, precisamente, la importancia de implicar al entorno y de conseguir que las comunidades se responsabilicen de malestares que son siempre colectivos a través de recursos materiales, temporales o de cuidados.

En ocasiones, las alianzas en la gestión de conflictos pueden operar reproduciendo esquemas jerárquicos de poder como elementos tácticos, por ejemplo, cuando las mujeres recurren en situaciones de violencia física a hombres cis blancos para que les ayuden o apoyen en su defensa física más inmediata. Las figuras de profesionales sociales (personal técnico, profesionales del trabajo social y educación social) o educativas (como profesorado), también juegan este papel ambivalente en los conflictos: pueden reproducir lógicas punitivas, pero también convertirse en personas aliadas a la hora de reducir daños, ya que en ocasiones disponen de aprendizajes y herramientas en el manejo de situaciones conflictivas.

En muchos de los casos que vivimos, la impotencia viene derivada de una serie de condicionantes económicos, políticos y culturales. Por un lado, las instituciones laborales o educativas fomentan la desresponsabilización y las condiciones precarias de las trabajadoras. Por otro lado, los protocolos establecidos pueden bloquear la capacidad de intervención de formas de justicia alternativa. No obstante, casi siempre, incluso en situaciones de mucha atomización, hay posibilidades de buscar personas aliadas para gestionar los conflictos. Ante la inacción, es necesario llamar la atención, buscar aliadas, inventar formas, tender puentes, generar relaciones implicadas en la situación.

Es cierto que muchas veces es difícil encontrar equilibrios y que las partes legitimen tanto el proceso como a la figura mediadora. Además, la mediación puede suponer detraer al colectivo del aprendizaje político que el conflicto implica y que puede fortalecer al grupo. No obstante, apoyarse en procesos de mediación permite mantener el nivel de cercanía y distancia adecuado para hacer frente a procesos cuya exigencia de herramientas, tiempos y energías excede muchas veces las posibilidades de un grupo.

En cualquier caso, establecer procesos de mediación se configura como una de las principales herramientas que se pueden utilizar para evitar que nuestros espacios caigan en el recurso de las instituciones punitivas.
 

Configurar formas de acompañamiento

El acompañamiento, en tanto que herramienta de despolicialización, consiste en el seguimiento colectivo de un conflicto desde cierta comunidad autoorganizada. Implica, por lo tanto, la existencia de un grupo más o menos consciente de la necesidad de avanzar frente a la deriva punitiva de un conflicto y hacerse cargo del mismo en sus posibles devenires. Ello supone de forma necesaria cuestionar no solo las instituciones policiales, sino también sus lógicas, conceptos y procedimientos punitivistas.

El acompañamiento es una herramienta, por tanto, que arranca los conflictos de las manos de las instituciones punitivas para ponerlos en las de una comunidad acompañante que no se limita a apoyar a la persona afectada, sino que busca transformar las relaciones. Para AAMAS, colectivo de Manresa que trabaja el acompañamiento a mujeres que se enfrentan a violencias machistas, el acompañamiento es la única herramienta en contextos de hiper-precariedad para dar margen de elección a las personas que sufren la violencia machista, a la vez que abre la oportunidad de implicarse a otras personas.

El acompañamiento tiene un gran potencial de reducción de daños, puede servir para ejercer presión contra las instituciones punitivas y evitar formas de actuación más violentas y duraderas. Así, los grupos de apoyo feministas permiten evitar formas de revictimización de las mujeres por parte de quienes han agredido y de las instituciones. En el caso de las violencias psiquiátricas, desde La Porvenir inciden en que el tamaño y la implicación de la red son claves para garantizar el bienestar de las personas ante las instituciones de control psiquiátrico.

No obstante, hay que indicar que el acompañamiento no es un dispositivo perfecto, sino que, por el contrario, está sujeto a algunas cuestiones problemáticas. Se ha de buscar una forma de acompañamiento que prime la colectivización del conflicto, pero que no deje de lado ni olvide las dimensiones individuales del mismo, los deseos y la capacidad de agencia de las personas en los procesos. En el acompañamiento, como en la búsqueda de alianzas más superficiales, existe el riesgo de que se acaben reproduciendo esquemas jerárquicos y relaciones desiguales de poder, por lo que se debe incorporar necesariamente una revisión crítica de dichas jerarquías. Seguramente, mantener la idea de que lo de una afecta a todas, y de que las relaciones entre los aspectos individuales y los colectivos del conflicto han de estar sometidos a debate y negociación, sean actitudes que nos ayuden en su gestión.

Estas dificultades hacen innegable el reconocimiento de que muchas veces la mediación, al igual que cada una de las otras estrategias, no es exitosa, no logra evitar la policialización del conflicto. Las razones para este hecho son muchas y diversas. No obstante, esto no debe ser entendido como un fracaso. Por el contrario, el acompañamiento, incluso cuando se da en procesos mediados por la lógica policial, produce vínculos de relevancia, teniendo ya, por ello, un valor intrínseco que siembra las condiciones de posibilidad relacionales y afectivas para nuevas formas de hacer en futuros procesos y conflictos.
 

Consideraciones finales

Los límites de la despolicialización son los límites materiales, emocionales y de imaginación que se hacen presentes a la hora de sostener el conflicto en el tiempo. Traspasar estos límites supone ser capaces de desafiar la creciente individualización de nuestros contextos. Extender la reapropiación del conflicto implica avanzar en la construcción de comunidades políticas que, en su práctica despolicializadora, vayan ampliando y construyendo un poder popular autónomo que logre extender las lógicas despolicializadoras más allá de los límites de la situación actual.

Evidentemente, en la despolicialización, como en cualquier otro ámbito político, no hay recetas: cada conflicto y cada comunidad es singular. Es por ello por lo que las experiencias que se presentan buscan ser meramente tentativas, experimentadas por muchas de nosotras en nuestros espacios cotidianos. Plantean potencias, límites y ambigüedades que han de servir para pensar colectivamente en las formas de avanzar en la urgente tarea de la despolicialización. No obstante, sólo podemos colectivizar experiencias, herramientas, protocolos, soluciones, errores..., y favorecer encuentros y reflexiones que nos sirvan para seguir aprendiendo con el objetivo de generar comunidades potentes.

 

 

 
Miembros del colectivo de investigación militante SinPoli 
 

sábado, enero 11

La experiencia zapatista. Rebeldía, resistencia y autonomía

 

 

Ya cerca del 31 aniversario del levantamiento zapatista, aprovechamso la publicación del libro La experiencia Zapatista. Rebeldía, resistencia y autonomía, reeditado por Milvus. En este libro, el historiador Jerome Baschet hace un recorrido por la evolución del zapatismo en estas más de tres décadas.

Contaremos con el autor, Jerome Baschet, que, desde San Cristobal de las Casas en Chiapas, nos hablará de algunos de los pilares de la palabra-pensamiento zapatista.
Junto a él hablaremos de los orígenes marxista-leninistas de la guerrilla, para ahondar en cómo se fraguó su transformación. Para ello intentaremos profundizar como se relaciona el zapatismo con la idea de vanguardia, qué significa ese tipo de hacer política mirando abajo y a la izquierda. Todo esto nos llevará a entender esa política otra, alejada de la toma del poder y centrada en la defensa y construcción de autonomía.
Para ello hablaremos de los conceptos de rebeldía y resistencia zapatistas en relación a su crítica a la idea clásica de Revolución.
Y, por supuesto, nos dará pie para tocar también de qué forma concreta se materializa todo esto en la construcción de autonomía y su propias formas de autogobierno.

linternadediogenes@gmail.com

miércoles, enero 8

Contra los premios

 

 

Pocas cosas me producen tanto hastío como los premios culturales y las listas que, en ocasiones señaladas como la Feria del Libro, la campaña de Navidad, Sant Jordi o la rentrée, la prensa elabora. Tienen la apariencia de artículo cultural, pero porque, como todo en el capitalismo, un velo de irrealidad lo tergiversa y no deja siquiera entrever su naturaleza de bazar o zoco.

Editores, escritores, libreros, periodistas y lectores los aguardan con impaciencia, cada cual por motivos diferentes, pero siempre vinculados en último término a la rentabilidad económica. Y los celebran.

Pero la literatura (y también el cine, la música, el arte) justamente va de otra cosa. Si hay una actividad humana en la que la competencia no tiene cabida es este tipo de disciplinas. El propio lenguaje nos da la clave, no se avienen nada bien términos como ranking, competición o disputa con verso, pincelada o arpegio. 

Obviamente el ser humano, al menos el occidental, tiene una pulsión clasificadora y ordenadora, es así desde el origen platónico y aristotélico de nuestra civilización. En el pensamiento heleno se diferenciaban dos acciones distintas: la poiesis y la praxis. La primera supone una producción que no tiene valor en sí misma, el valor deviene del objeto producido. La praxis, en cambio, habla de todas aquellas actividades que resultan satisfactorias per se al margen de lo producido o incluso siendo improductivas. Estas últimas son las que elevan la existencia, no concurre en ellas la necesidad, sino la libertad y ese fuego, esa pulsión creadora. El valor de la música, del arte, de la ciencia, reside ahí. Su utilidad no descansa en la ganancia económica que puedan generar. Los premios pervierten la obra artística porque la degradan de la praxis a la poiesis.

Es inherente al ser humano la tendencia a privilegiar al mejor y a lo mejor, o a una cierta concepción de lo “mejor” (término fuertemente subjetivo y peligroso cuando cae en unas manos que también detentan el poder). Es posible que el progreso de nuestra sociedad le deba mucho a esa querencia, prueba de ello son los Juegos Olímpicos, el reconocimiento social de los inventores e investigadores científicos, la creación de personajes legendarios que nos inspiran en la vida, o los pobres niños prodigio, entre muchos más ejemplos. 

La expresión y actividad artística, sin embargo, no va de eso, dudo que más allá de los muros de la academia esa expresión y actividad sea objetivable, medible, el arte pertenece a esa tipología de actos humano más puros y comparte espacio con conceptos como la bondad, la generosidad o el amor. Pero desde el fin del feudalismo, el capitalismo con su voracidad obstinada y omnipotente también ha sabido introducir sus volubles y maleables manos en esta esfera humana, ese reducto de autenticidad también ha sucumbido a la irresistible presión del mercado que todo lo corrompe y aplasta.

Hasta la consolidación del capitalismo, el arte era pura expresión, búsqueda, conocimiento. Tenía que ver con dar volumen a lo sagrado, cartografiar lo ignoto y sofisticar la comunicación, aquella praxis griega. Bien es cierto que, desde aquel origen heleno hasta el capitalismo actual, el ejercicio artístico ha atravesado por distintas, múltiples y paulatinas degradaciones que lo han convertido en una herramienta práctica de reconocimiento social, dominio o incluso como mero objeto de beneficio económico cuyo clímax tiene lugar con el advenimiento y consolidación del capitalismo, sistema que lo insertó en una dinámica de mercado a gran escala y fue la producción en masa lo que terminó de pervertir el concepto de arte al desvincularlo precisamente de la praxis. Así pues, claro que el poder se valía de él para sus fines y lo convertía en medio para adoctrinar, amansar y manipular a las masas, pero bajo ese uso abusivo mantenía a salvo sus valores primigenios porque no era objeto de intercambios económicos.

El Nobel, el Planeta, los Oscar o los Grammy, por citar una mínima y célebre porción de los galardones que se otorgan en el ámbito cultural, son la expresión brutal de la economía de mercado y su capacidad de degeneración de la pureza, al convertir las obras artísticas en objetos de consumo. Y todos, editores, escritores, libreros, periodistas y lectores, nos plegamos a su voluntad e incluso la celebramos. Todo en este sistema es susceptible de ser mercancía.

Normalmente los premios se aplauden, concurren elogios y loas a raudales, se alaba el talento y la brillantez, las existencias ejemplares, incluso el sufrimiento y el sacrificio. Todo esto no estaría mal si no fuera porque la propia dinámica de distinguir una obra invisibiliza otras tantas creaciones (o vidas) igualmente valorables. Que son todas en realidad.

Condenamos lo que no puede ser condenable, premiamos lo no premiable.   

El mejor truco que el capitalismo ideó fue hacernos creer que todo es genuino y veraz. El diablo hizo lo mismo al hacernos creer que no existía. De nuevo aquel velo mágico que se posa sobre todas las cosas y las embellece y las eleva, enmascarando una esencia enferma.

“Hay que plantear claramente desde el comienzo que el consumo es un modo activo de relacionarse (no sólo con los objetos, sino con la comunidad y con el mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural”. Esto decía Jean Baudrillard en su célebre ensayo La sociedad de consumo, en el que describía con precisión este mundo inundado de objetos (también de artefactos culturales, equiparables estos a unos calcetines o a una bolsa de patatas fritas) en el que todos estamos envueltos y que sustentan los medios de comunicación de masas y, sobre todo, en nuestros días, las machaconas y ubicuas redes sociales. Un mundo hostil y plano en el que todo compite y todo se vende.

El premio es la expresión del más puro individualismo, clave de bóveda del capitalismo, cuando el arte es justo lo contrario, el arte no tiene sentido sin el otro, sin el objetivo de construir comunidad, de transmitir, acompañar y compartir. Y premiar siempre supone censurar lo otro, significa estampar el marchamo de lo válido, dictaminar qué es lo bueno y qué es lo malo, lo correcto y lo incorrecto, la peligrosa dinámica del canon (positivo cuando es subjetivo y todo lo contrario cuando es colectivo).

Los premios instituyen lo dominante, y articulan lo aceptable y lo políticamente correcto, que al cabo es lo que no amenaza el sistema, y condenan todo aquello que se aleja de la norma, de esa norma impuesta por unos pocos. Por eso, cuanto más distante de lo central está la obra más censurable es y, lo que es peor, más invisible. En este sentido, Constantino Bértolo en un artículo de la revista Texturas (“Los premios literarios y el marketing como poética”, Nº. 54 revista Texturas, 2024), afirma que “por cada novela premiada [en España] al menos otras doscientas pasan al limbo de las no premiadas”. Los premios no son inanes, sino que regulan y encorsetan algo tan libre de normas como ha de ser el arte. 

Una sociedad realmente democrática y plural, pues, es aquella que no premia, que integra todas las propuestas creativas e intelectuales, que las trata por igual. El interés económico y político (periodístico, social, cultural) se vale del premio para perpetuarse. El arte no va de mejores y peores, va de diversidad. 

Las manos del mercado, sí, son translúcidas, sagaces y habilidosas, tanto que es casi imposible apreciar sus movimientos. Los galardones producen discursos llenos de buenas intenciones, transmiten emoción y la contagian, narran al servicio del mercado y prometen experiencias vacuas, dejan un manto de alegría a su paso y producen una felicidad simulada, irreal. Es una ficción perversa que mancilla lo que, de por sí, ha de estar inmaculado, enturbia lo que en origen es prístino.

La misma lógica capitalista rige la confección de las listas de los suplementos culturales, que casi sin excepción se hacen eco de libros publicados por grandes grupos editoriales engrasando la rueda del capitalismo, acallando nuevas voces, voces distintas, menores, periféricas, e imposibilitando la tan aclamada bibliodiversidad. En el mismo artículo citado, Bértolo habla de nuestro sector literario como un monocultivo que no deja crecer nada más y aporta el dato de que en nuestro país hay más de 1.200 premios anuales (la mayoría inspirados por la poiesis y no por la praxis) que, obviamente, configuran de manera irresistible la corriente literaria contra la que parece casi imposible nadar.

El mercado, en fin, convierte lo inmoral en lo moral, lo rastrero lo transforma en lo elevado, y lo abyecto termina siendo noble. Es el signo de nuestra época. Y desgraciadamente es un signo que también traza las directrices en los ámbitos artísticos, empobreciéndolos.

La existencia de los premios, los rankings, las listas de mejores libros, es torticera porque la naturaleza de lo que se laurea no se puede galardonar.

 

 

Director de la editorial Siglo XXI 

domingo, enero 5

Cuando estalló la forma de amar

 

Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja biblioteca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una muchedumbre en movimiento y un hombre vestido con harapos, armado con una bomba encendida. El anarquismo suele convocar ese tipo de imágenes, de estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario surgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pretensión de revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas de autoridad, el anarquismo debatía al mismo tiempo sobre el amor libre y la huelga general, sobre la emancipación de la mujer y la lucha de clases, sobre las vicisitudes de un atentado y la destrucción del matrimonio burgués.

El anarquismo dejó en evidencia la politicidad del sexo antes de los escozores que provocó Sigmund Freud, antes de los ensayos soviéticos, antes de la libertad erótica sesentista, antes de la quema de corpiños, antes de que se escribiera la historia de la sexualidad misma. Se sumó muy temprano a la tematización de la emancipación de las mujeres y el amor libre, y discutió esas ideas como ninguna otra expresión de izquierda: con mayor intensidad y con la convicción de que la emancipación humana no sería nada sin la emancipación sexual. Las voces que asumían que esta temática merecía ser debatida tuvieron como escenario lo que llamaban «el concierto de la prensa anarquista» o «el campo de la propaganda»: un conjunto denso y heterogéneo de periódicos, revistas, folletos, hojas sueltas y libros. Si bien en la escena local coincidieron con librepensadores, feministas y socialistas que, en distintas versiones, apuntaban contra el mundo afectivo establecido, los debates entre varones y mujeres anarquistas fueron los más tempranos y los más radicales. Un contexto muy dinámico, de gran intercambio cultural e idiomático y con los aires de renovación que supone un nuevo mundo, dio lugar a un anarquismo que, sin ser por completo original, desarrolló una intensidad particular. Aquí, afrontaron la necesidad de pensar la subjetividad revolucionaria que los definiría, y ese desafío surgió no tanto del cuerpo doctrinario, o de los discursos canónicos, sino de las polémicas que –por medio de la prensa periódica– provocaron el despliegue de inquietantes cuestionamientos: ¿el mejor de los oradores es también un padre? En la fábrica, ¿una joven es obrera o mercancía? ¿Amar es poseer? ¿Las mujeres desean como los hombres? ¿Las mujeres desean? ¿A quién pertenecen los niños y las niñas de los amores libres? ¿Cómo se organizan colectivamente las relaciones íntimas?

Leer en el presente aquellos debates permite que nos acerquemos a un momento en la historia de las izquierdas y los movimientos radicales en que la sexualidad no se fusionaba con las lógicas del derecho; un momento en que «ciudadanía sexual» se oiría como una aberración, y, sobre todo, uno en que se sostenía que la emancipación humana no sería tal sin la emancipación sexual. Los obstáculos que el anarquismo encontró al optar por ese camino son, también, muy significativos. Hubo quienes confiaron a ciegas en una idea de liberación absoluta, en la bondad de la naturaleza, en el poder benéfico de la racionalidad. Hubo quienes creyeron que para combatir la autoridad bastaba con denunciarla y resistirla. Les resultó muy difícil desoír el imperativo heterosexual e imposible pensar identidades por fuera de la dicotomía hombre-mujer. Plantearon un combate personal y colectivo que obligaba a reinventar los lazos con amantes, amigos, compañeras, padres. Anunciaron que lo íntimo merecía su rebelión y descubrieron lo que significaba llevar la revolución sexual a la casa familiar. No sin temor, vislumbraron que podía gestarse una sociedad futura, y que, a veces por un instante, ya se hacía presente trastocándolo todo.

Quienes participan en una aventura como está asumen el desafío de repensarse, de aprender que los poderes no son entidades exteriores y sí demonios con los que se lidia día a día, en primera persona. Esos poderes se extienden al elegir un nombre, por esa razón quienes formaban parte del anarquismo inventaron otros modos de llamarse y de llamar a sus hijos: Universindo, Acracia o Fructuoso. Y esos poderes se enseñorean no sólo en los tronos, sino en la familia (esa trampa amorosa) y en su rincón funesto: el hogar. Habitan en la tibieza de la intimidad, volviéndola un espacio de mentirosa reserva. Por tanto, el llamado a emancipar a la Humanidad (siempre con mayúscula inicial) no puede agotarse en el odio al Estado y a todas sus aparatologías civiles o militares, ni siquiera en la denuncia de la esclavitud a la que nos somete el capitalismo en su conjunto. En cambio, y esto es lo que todavía nos interpela, señala que es necesaria una revolución en la vida cotidiana, en las relaciones afectivas y sexuales. Consideremos una premisa anarquista por excelencia: esa revolución excede la lógica del derecho y el Estado. Debe buscar la destrucción de esas instancias y no creer en la integración, la protección, el buen nombre que prometen darnos. El anarquismo lo repitió una y otra vez. Se nota en quienes recriminaron a las feministas su creencia en esa igualdad ilusoria y sus ansias por sumarse a la mentira de los códigos civiles y la farsa electoral. O dispararon contra algunos de sus representantes bombas mortíferas y palabras letales. O gritaron que hay que resistir las supuestas bondades de algunos gobiernos porque está allí siempre la calamidad estatal. Fueron perseguidos, deportados, asesinados, fusilados; algunos con estruendo, otros en el silencio atronador que surca la historia del Estado argentino cuando mata y desaparece.

(Reparemos en el género gramatical de la frase anterior. La escritura androcéntrica de la historia insiste en borrarlas a «ellas», también anarquistas. ¿Debería, entonces, escribir «perseguidos y perseguidas», «deportados y deportadas», «desaparecidas y desaparecidos»? ¿Debería recurrir a otros signos o marcas? Hay en la escritura del libro un esfuerzo, contra los remilgos de las regias academias, por utilizar creativamente los recursos de que ya dispone nuestro idioma: adjetivos sin género evidente, artículos repetidos, pronombres intercambiados, voces que escapan a los binarismos y sintaxis algo heterodoxas. Esto no siempre se cumple, y no será una solución del todo satisfactoria; sin embargo, señala con su ineficacia que la falla persiste.)

De biografías errantes por persecución o por vocación, ejercieron un internacionalismo a ultranza. En un mundo que se globalizaba bajos sus pies, aprovecharon las conexiones marítimas, telegráficas, epistolares. Cargaron periódicos, folletos y hasta máquinas para imprimir sus ideas. Creyeron que leer y escribir era una tarea urgente y liberadora y que anarquistas se hacían al contacto fugaz de las letras de un periódico. O desde el oído, apenas al exponerse al voceo de un orador ardiente. Algo de todo esto supieron resguardar, a lo largo del siglo XX y hasta hoy, quienes continuaron la senda libertaria.

Este libro, Amor y Anarquismo, querría participar en la recreación colectiva de esa sensibilidad anarquista para el activismo contemporáneo, para esas luchas que cambian de nombre al son de fragorosas discusiones: sociosexuales, disidentes, sexopolíticas, diversas, sexogenéricas, antipatriarcales, posfeministas. Sería impropio, por definición, dictar esa sensibilidad, pero podemos delinearla en algunos de sus principales sentidos; sentidos que se cultivan a diario en múltiples agrupaciones, afinidades, encuentros espontáneos y movimientos sociales. Se trata, en principio, de rescatar la historia del anarquismo y de las izquierdas en general como un recurso vivo porque existe –sobre todo en los márgenes de una tradición que sin pausa se intenta dar por acabada– una gran cantera de textos, biografías, experiencias y debates para recuperar desde una urgente pregunta presente. El contacto con esa historia, siempre en clave crítica, fortalece la más innovadora de las imaginaciones políticas actuales y contrarresta el efecto de soledad autocomplaciente de quien se siente pura vanguardia.

Por supuesto, esta sensibilidad supone una certeza inapelable: el Estado no es un punto de llegada, no es siquiera cuna de una hegemonía aceptable y hasta habría que escribirlo con minúscula inicial. Así, el estado es siempre represivo, fuente de confusión para quienes tienen otro horizonte, el de una emancipación social completa que revolucione los medios de producción de la economía y de los cuerpos. Todas las batallas que se resuelven en una instancia estatal son una alerta para la sensibilidad libertaria, que siempre notará el precario amparo de un derecho otorgado por las leyes del capitalismo. Llamará a rechazar también la jerarquización de luchas y la clásica postergación de la revolución de las estéticas, los cuerpos, los sexos y los placeres. A la estrategia del lobby parlamentario y el oportunismo oficialista se oponen las fuerzas de la autogestión y las formas de trabajo que buscan la regulación propia y la creación de nuevas reglas, aun a riesgo de que la autonomía revele la imposibilidad de su promesa: ser por completo libre de los poderes de turno y, también, de la cercanía vital de los demás. Al contrario, la palabra ajena y la polifonía que habita en la palabra misma conspiran contra nuestra fantasía individual y soberana. Son fundamentales para una sensibilidad compartida, advertencia ante la tentación de la voz única y de los catecismos, llamado a dudar de las citas autoritarias y de los grandes nombres autorizados, invitación a tomar la palabra desmañada (de ortografía reprobable, con neologismos todavía fuera de los diccionarios, creativa ante el corsé de género de la lengua) y, ante todo, un convite para celebrar toda la potencia de la imaginación afectiva y sexual.

 

 Laura Fernández Cordero

Artículo tomado de: https://www.revistaanfibia.com/cuando-estallo-la-forma-amar por sugerencia y autorización de la autora

jueves, enero 2

Oscuro como el corazón del infierno


 

La ciudad se desangra en la oscuridad de la noche:

cuerpos derrotados durmiendo en cajeros automáticos

perros y pobres rebuscando comida en los contenedores de basura

hombres y mujeres buscando amor

o simplemente compañía

sólo por no estar solos

coca cortada en los servicios de las discotecas de moda

mamadas a 20 euros

policías apaleando a un joven negro sospechoso

callejones donde se huele a sangre

cuerpos fornicando sin ganas

yonkis buscándose una vena en la estación de autobuses

hogueras y niebla en descampados escondidos

jóvenes que se creen inmortales haciendo cola para el paraíso

viejos y cansados caminando de madrugada al tajo

borrachos que no encuentran el camino a casa

un amigo invisible en la calle

 -entre la multitud-

hincado de rodillas

llantos silenciosos en habitaciones solitarias

gente escondida en sus miedos

niños sin cenar y sin futuro

cielos contaminados

bares donde huele a sudor y fracaso

cláxones ladridos sirenas peleas de gatos

animales heridos huyendo

y la última luciérnaga

y el último canto del autillo

y el último animal salvaje

y la última noche en la tierra

 

José Pastor