Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, agosto 29

Huérfanos

 


Mientras sigamos abrazados al Smartphone,

haciendo nuestros los mitos y los grandes relatos

de la oligarquía neodarwinista del crecimiento económico,

los flujos baratos y constantes de energías fósiles,

el progreso sin fin y la fe ciega

en que la tecnología todo lo arreglará.

 

Mientras el mundo natural sea visto como un recurso

y la propiedad privada, el dinero y el nacionalismo

como el sagrado culto de la santísima trinidad.

 

Mientras la democracia mediática, delegada y vicaria

y la corrupción política sean vistas como un mal menor.

 

Mientras esta sea nuestra cosmovisión,

 

mientras las creencias del 99%

coincidan con las del 1%,

 

será imposible elaborar otro imaginario

frugal y austero, humanista y decrecentista,

igualitario y solidario,

 

donde la electricidad será una anécdota

y los bienes más preciados: el agua potable,

la insulina, los antibióticos y las bicicletas,

 

donde las ciudades serán un mal recuerdo

frente a los pueblos y vergeles

diseñados por la permacultura,

 

donde los seres humanos vivirán

vidas pacíficas y amorosas.

 

Solo queda saber si pedaleamos hacia aquí

o seguimos pisando el acelerador

 

hacia la extinción.

 


 Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023

lunes, agosto 26

El descubrimiento de Chaplin en Bali

 

 

En 1932, Charlie Chaplin quería alejarse de la civilización. Su hermano Sydney le sugirió ir a Bali, porque aún no había sido «contaminada por la sociedad occidental», y ambos se embarcaron hacia esta isla, actualmente perteneciente a Indonesia. Allí quedó fascinado por sus gentes y sus tradiciones; y rodó con su cámara a los balineses en sus actividades cotidianas, danzas y ceremonias. De sus bailes, también sacó inspiración para su mímica universal.

Pero lo más importante fue que Bali le dio otra visión de la vida, y contribuyó a posicionarse aún más fervientemente contra el capitalismo y contra el colonialismo. El estilo de vida balinés —respetuoso con la naturaleza— le llamó la atención y exclamó: «¡Qué fácil es para el hombre volver a su estado natural!».

Chaplin constató que allí no había gente triste y concluiría: «no son nada codiciosos (…) por eso son felices. (…) En nuestras grandes ciudades tan solo verás almas hostigadas, derrotadas. En la mayoría se percibe agotamiento y desesperación. En cambio, los ojos de los balineses solo transmiten tranquilidad. Sus valores son diferentes a todo lo que yo haya visto. Creo que me podría quedar aquí para siempre. ¡Qué lejos me siento ahora del resto del mundo!».

También es consciente de que los balineses trabajan duro cuando hay que hacerlo y de que algunos viven en la pobreza, en gran medida por la administración colonial holandesa que controlaba la isla desde 1908 y que contaminó el paraíso con la occidentalización. Según Chaplin, en Bali sabían el auténtico sentido de la vida: trabajar y jugar.

Chaplin fue consciente de que el contacto con los occidentales estaba cambiando a los balineses: se cubrían más sus cuerpos y muchos incluso invirtieron los ahorros de su vida en comprarse automóviles, para darse cuenta después del alto precio de la gasolina. Arruinados, dejaron los coches aparcados en los patios traseros, convertidos en gallineros. Tal vez ese sea el futuro de gran parte de los coches que se venden hoy para uso privado, pues no es sostenible (ni siquiera los eléctricos; y todo lo que no es sostenible, es insostenible).

Como tantos otros, Chaplin no solo constató que se puede ser feliz con poco, sino que es más fácil ser feliz con poco. En las sociedades modernas queremos, en masa, tener muchas cosas, muchas comodidades, y eso tiene un coste que se desglosa en distintos epígrafes: coste en felicidad, coste económico, coste ambiental, etc.

A su regreso del viaje, Chaplin planificó una película, su primera hablada, en la que pretendía dar voz a los balineses y satirizar a las potencias coloniales. En ella, los balineses se quejarían de los impuestos que les exigían los holandeses a cambio de carreteras que no necesitaban, y se mofarían de la ambición por el oro de los occidentales. En cierta forma, esto recuerda los discursos sobre los blancos en el considerado como primer documento antiglobalización, Los Papalagi (lectura recomendada). Es posible que Chaplin no llegara a conocer esos discursos en los que un jefe samoano se dirige a su tribu tras viajar por Europa y ver las miserias de la vida en las ciudades.

Chaplin ve el colonialismo como una extensión del capitalismo y lo desprecia descaradamente. La película Flor de Bali no se llegará a terminar, a pesar de tener gran parte del guion preparado. Chaplin se centraría en otros proyectos, como escribir su autobiografía y rodar la película Tiempos modernos, en la que ridiculiza la mecanización y los lujos de la vida “moderna”, seguramente inspirado por su experiencia en Bali.

A los 4 años volverá a Bali y se decepcionará al ver más bicicletas y más coches. «Todo es más comercial» —dejará escrito—. «Navego en un mar de contradicciones. Y no tengo una filosofía de vida a la que aferrarme. Podemos ser sabios o insensatos, pero todos nos las vemos y deseamos para salir adelante en la vida. Solo sé que en este perverso mundo no hay nada permanente. Ni siquiera nuestros pesares».

 

Extraído de https://blogsostenible.wordpress.com

viernes, agosto 23

Bakunin, Dios y la autoridad

 


Bakunin, en Dios y el Estado, atribuía la creencia en un ser supremo abiertamente a la ignorancia; la imposición del trabajo, la falta de ocio y de medios intelectuales conducen a la aceptación acrítica de las tradiciones religiosas. Sacerdotes y gobernantes, para el anarquista ruso, son los que mantienen artificialmente esa dependencia mental y moral, de tal manera que resulta a menudo más poderosa que el buen sentido natural. Existe otro motivo para explicar la creencias absurdas del pueblo y Bakunin, en la línea de Marx, la atribuye en gran medida a las penosas condiciones económicas a las que se ve condenado. Solo existe un medio no ilusorio para salir del estado de necesidad material y es la revolución social, la cual acabará con todo rastro de hábitos y creencias absurdos. Bakunin considera que opresores y explotadores de la humanidad, aunque no sean verdaderos creyentes en su fuero interno, necesitan que el pueblo se aferre a una religión; hacen buena, así, la máxima de Voltaire: «Si Dios no existe, habría que inventarlo». Además, el filósofo anarquista señala otro tipo de creyentes, aquellos intelectualmente incapaces de aceptar los dogmas, pero que dejan intacto el absurdo máximo de la religión: se aferran a la existencia de Dios; no es ya el ser omnipotente y brutal de la teología clásica, pero siguen creyendo en un ser supremo, nebuloso e ilusorio, hasta tal punto que es plenamente identificable con la nada.

Bakunin todavía señala a otro tipo de personas, entre los cuales se encuentran autores ilustres. Son aquellos que tratan de legitimar las creencias en base a su antigüedad y universalidad; sin embargo, nada hay tan inicuo y antiguo como lo absurdo. Bakunin se muestra aquí de una actualidad innegable al señalar valores como la verdad y la justicia como menos universales y más jóvenes. Las tradiciones hay que observarlas como fenómenos históricos construidas desde el momento en que el ser humano avanza dejando atrás su animalidad; desde ese punto de vista, la esclavitud divina seria un estado intermedio entre la bestialidad y la humanidad del hombre, el cual debe seguir marchando en pos de la realización de la libertad. Así, Bakunin considera que altas metas como la fraternidad no se encuentran al principio de la historia, sino al final; hay que mirar hacia adelante y el pasado solo es válido para comprobar lo que se ha sido, creído y pensado y lo que no debemos ser, creer ni pensar ya más. Respecto a la universalidad de una creencia, Bakunin considera que lo que demuestra es la similitud de toda la especie humana hasta el punto de convertir un error en históricamente necesario. Se reclama aquí la comprensión sobre cómo se produjo la idea de un mundo sobrenatural y divino para luego desenvolverse en la historia y en la conciencia humana, precisamente para, no solo señalarla como absurda, sino también destruirla definitivamente. En otras palabras, hay que ir a la raíz de los absurdos que atormentan al mundo para acabar con ellos y que no generen nuevos problemas. El anarquista ruso explica así la caída, una y otra vez, en el absurdo religioso.

Bakunin recoge la herencia del gran Feuerbach al decir que el paraíso ultraterreno no es más que un reflejo idealizado y magnificado de la propia existencia del hombre. A lo largo de la historia, cada vez que el ser humano descubría una fuerza, cualidad o defecto lo atribuía a seres sobrenaturales. Así, el cielo cada vez se fue enriqueciendo más en perjuicio de la existencia terrenal hasta el punto que Dios acabó siendo la causa, razón, árbitro y dispensador absoluto de todas las cosas: el hombre se convirtió en nada ante Dios, su propia creación. Para Bakunin, el cristianismo representa la esencia de todo sistema religioso: «el empobrecimiento, el sometimiento, el aniquilamiento de la humanidad en beneficio de la divinidad». Dios supone la abdicación de la razón humana y de la justicia, la negación de la libertad a todos los niveles. El desafío que lanza el filósofo ruso a la creencia religiosa es el siguiente: «Si Dios existe, el hombre es esclavo; ahora bien, el hombre puede y debe ser libre: por consiguiente, Dios no existe». La crítica de Bakunin es feroz y no deja títere con cabeza entre idealistas y metafísicos, por muy sinceros que se muestren: el Dios positivo de la tradición deja paso al ser supremo de Robespierre y Rousseau, al Dios panteísta de Spinoza o al Dios inmanente y confuso de Hegel. Todos esos autores se muestran cautos a la hora de otorgar una condición positiva a su Dios, simplemente lo nombran como una abstracción que simbolice lo grande, lo bueno y lo noble en la humanidad. Para Bakunin, la contradicción está en separar la idea de Dios de la humanidad, algo que supone su destrucción mutua. Si se quiere salvar la existencia de Dios en nombre de aspiraciones como la libertad humana es porque se coloca otra palabra junto a ella: la autoridad. Al referirnos a la autoridad no hablamos de las leyes naturales manifestadas en la sucesión de fenómenos, tanto en el mundo natural como social; frente a esas leyes, la rebeldía resulta imposible, ya que constituye la base misma de la existencia humana.

Tal y como lo observa Bakunin, la sumisión a esas leyes naturales no es ninguna degradación, ya que forman parte del ser humano, le son inherentes y, puede decirse, constituyen nuestro ser. De hecho, el conocimiento y aceptación de esas leyes, y no la imposición por parte de una fuerza externa, son parte del camino hacia la emancipación humana. Por lo tanto, el rechazo a la autoridad se produce solo en la medida en que supone una imposición, por parte de los hombres o de la divinidad; desde este punto de vista, la sumisión a la autoridad externa es una pérdida de libertad y de dignidad. Por otra parte, en el mundo humano no existe tampoco una autoridad fija e inmutable, sino un cambio continuo de autoridad y de subordinación mutuas, temporales y, sobre todo, voluntarias. Aunque Bakunin reconoce la autoridad de la ciencia, a priori de forma absoluta, pasa a continuación a matizar que se rechaza la infabilidad y universalización de los que la ejercen; frente a los que observan la perfección como un ideal abstracto, se considera aquí la perfectabilidad continua de la acción humana sin llegar nunca a la realización absoluta. En otras palabras, la ciencia entendida como reproducción exacta del universo y como el sistema o coordinación de todas las leyes naturales no se realizará nunca de manera plena; así, Dios no se substituirá por la ciencia y la libertad humana no se compromete en absoluto.

 

Capi Vidal

martes, agosto 20

Defender la tierra. Estados Unidos y la ecología radical


 

Estados Unidos ha sido uno de los países pioneros en el desarrollo de una «conciencia ecológica». Desde los tiempos de naturalistas como Thoreau en el siglo XIX, pasando por las políticas nacionales de preservación de zonas de bosque y de naturaleza salvaje, hasta los primeros movimientos populares contra el deterioro y polución del medio físico.

En Norteamérica una forma muy avanzada de civilización técnica convive con vastos espacios de naturaleza salvaje. A diferencia de la vieja Europa, su riqueza natural y salvaje puede ofrecer aún a sus habitantes el referente de grandes espacios no habitados ni perturbados por la civilización moderna.

Herederos de la sensibilidad de la contracultura, los años 80 vieron el nacimiento del ecologismo radical en América: de Murray Bookchin y su ecología social, a la ecología profunda y la acción directa de Earth First!. Sus propuestas teóricas y sus prácticas de defensa de esa tierra salvaje que aún sobrevivía en su país, sirven hoy de enseñanza para todo movimiento emancipador que haga de la conciencia ecologista una de sus piedras angulares.

 

José Ardillo es autor de varios ensayos y novelas, algunos de los cuales han sido publicados por El Salmón. Este texto apareció en Ekintza Zuzena, número 37, año 2010, y después lo incluimos en el libro Ensayos sobre la libertad en un planeta frágil, El Salmón, 2014.

miércoles, agosto 14

Para ver el mundo

 


a María González Reyes

 

Hay muchas historias, muchos relatos llenos de virtudes

que hablan de calidad de vida debajo de una boina gris

en ciudades irrespirables,

 

que hablan de crecimiento infinito,

gobiernos ecorresponsables,

virtudes del cemento, vuelos baratos

y capitalismo verde,

 

historias sin defecto, sin dañados,

porque todo esto se da por seguro

cuando el capitalismo cuenta sus historias.

 

Hay muchas historias, muchos cuentos,

desde Disney hasta Prisa

hablan de apagar la luz cuando sales de tu habitación,

utilizar los contenedores amarillos,

cerrar el grifo mientras te lavas los dientes,

usar el transporte público,

cortar las anillas de plástico de las latas de Coca-Cola.

 

Historias que hablan de defender la producción de tu propio cáncer

e impedir por todos los medios que el poder

y la riqueza dejen de estar en unas pocas manos.

 

Muy pocas historias hablan de lo que cuestan, en realidad, las cosas,

del truco de magia que llaman externalización de costes,

de los problemas que no resuelve la tecnología,

de la sangre que acumula la propiedad privada,

casi ninguna historia habla del trabajo de los niños y las mujeres.

 

Muy pocas hablan de nosotros, de pisar suave,

de participación, de desobediencia, de alternativas,

de equidad, de dignidad, de justicia, de utopía.

 

Pisar suave,

tomar conciencia de que somos

ecodependientes e interdependientes,

 

pisar suave,

sin transgénicos, sin megacorporaciones,

sin propiedad privada, sin ejércitos,

 

pisar suave,

pisar suave.


 

Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023

domingo, agosto 11

Seamos el monstruo

 


Kafka nos enfrentó a la pregunta esencial: ¿el monstruo es aquel que desafía la norma o lo aberrante es precisamente esa norma que la existencia del monstruo viene a cuestionar? 
 
 
 La mitología clásica concibió todo tipo de monstruos, a menudo de naturaleza femenina: Escila, Caribdis, Medusa, la Hidra de Lerna, las Harpías. En la Edad Media, el imaginario mitológico se puso al servicio de la Iglesia y lo monstruoso se volvió demoníaco: brujas, ogresas, gigantes, sirenas, melusinas (mitad serpiente, mitad mujer), mantícoras y basiliscos persuadían a los buenos cristianos de alejarse del mal. En la Modernidad, bajo el imperio de la razón, la creencia en lo sobrenatural fue arrinconada al espacio de la superstición; lo monstruoso se buscó entonces en aquello humano que se quería deshumanizar. Las identidades que quedaban fuera de la norma, blanca y masculina por igual, eran exhibidas en circos y zoológicos, encerradas en psiquiátricos, enviadas a la isla de Molokai.

Desde la ficción, el monstruo resurgió para cuestionar al poder. Gregor Samsa amanecía convertido en insecto para entender que el mundo en el que creyó encajar carecía de sentido. Todo lo que consideraba familiar hasta el momento se le antojaba extraño y alienante. Lo que llevaba ya en su interior (la soledad, el aislamiento, la marginación), sin siquiera haber reparado en ello, se revelaba ante él. Como lectoras, Kafka nos enfrentó a la pregunta esencial: ¿el monstruo es aquel que desafía la norma o lo aberrante es precisamente esa norma que la existencia del monstruo viene a cuestionar? 

El monstruo ha sido siempre un límite. Algo utilizado por el poder y sus instituciones para advertirnos de hasta dónde podemos llegar. Hic sunt dracones: lo desconocido es un territorio que hay que temer. A través de la figura del monstruo se reafirma la norma biológica y social, lanzando todo lo que queda fuera de ella al territorio de lo anormal, lo desviado, lo aberrante, algo indeseable de lo que hemos de huir. Pero la voz latina “monstrum” significa también prodigio. De ella se deriva el verbo mostrar. El monstruo, por tanto, es una identidad venida al mundo para mostrarnos la verdad. Cuestiona lo que somos, recorta la distancia entre nosotras y él, nos obliga a mirarnos en su espejo y a dudar de nuestras convicciones, de nuestro código moral. Su existencia nos insta a rechazar el orden dado y los valores que ese orden dice representar. Nos muestra la verdadera amenaza (el capitalismo acechando nuestras vidas, disfrazado de emancipación, de consumo, de productividad; un sistema que excluye, rechaza, explota y cosifica a las demás), la verdadera monstruosidad permeándolo todo, sin principio ni fin.

Seamos, pues, el monstruo que el poder rechazó: el hombre elefante, la mujer barbuda, las histéricas de La Salpêtrière a punto de convulsionar; las indias Gabili, las pieles rojas, la tribu Nyambi, Saartje Baartman exhibida en Londres y en París. Que nuestra palabra se convierta en el remolino en el que sus barcos se hundan, que las serpientes de nuestra cabeza se agiten al oírlos llegar. Que nos teman, que tiemblen, que entiendan lo en peligro que ante nosotras están. Seamos el monstruo. Combatamos su mundo, traigamos con nosotras la verdad. 

 


Olalla Castro Hernández

https://www.elsaltodiario.com 

jueves, agosto 8

Modernidad versus posmodernidad: la tensión anarquista

 


No resulta tan fácil, a pesar de lo que nos han enseñado, establecer los límites de las diferentes etapas históricas; una de las señas de identidad de la modernidad es el de la racionalidad científica y, aunque suele hablarse de su inicio en la Ilustración del siglo XVIII, ya empezó a forjarse en la Europa del siglo XV con el descubrimiento de la imprenta, de las artes navegatorias y del Nuevo Mundo(1). La modernidad, y la racionalidad científica con la idea de la objetividad, resultan impensables sin la representación gracias al libro impreso; por lo tanto, la ideología moderna cree que es posible trasladar el plano de lo real al plano del conocimiento de forma fiel y fiable. Otros rasgos de la modernidad es la confianza exacerbada en la razón y el progreso(2), la pretensión universal de los valores, la autonomía del sujeto, un humanismo que considera existe cierta naturaleza humana o, muy importante para la construcción de la comunidad política, el surgimiento del individualismo (los vínculos sociales se fundamentarán ahora en los derechos e intereses de los individuos). La modernidad, no cabe duda, constituye un proceso secularizador con adelantos evidentes que apartan el oscurantismo religioso. Pero, con la anunciada muerte del concepto de Dios no se destruye el trono, valga la metáfora, y en él se acaban asentando otros principios absolutos: la Razón, la Verdad, los Valores… Valga esta última aseveración para abrir boca sobre la controversia establecida por la posmodernidad donde se vincula la modernidad con otra forma de absolutismo.

La llamada posmodernidad, estemos o no de manera fehaciente en una época así denominada, posee ciertos rasgos y, también, da lugar a una ideología, aunque sea de manera difusa. No cabe duda que la informática transformó de modo radical las comunicaciones, aceleró la globalización y empujó a la creación de un nuevo orden económico. En la era posmoderna, algo que solo se ha exacerbado en los últimos años, todo fluye a un ritmo vertiginoso, no es posible tener ya grandes asideros ideológicos (por lo que también se la ha denominado “modernidad líquida”), la obsolescencia parece caracterizar a todos los fenómenos de la vida y el trabajo. Por lo general, los pensadores posmodernos niegan que exista una esencia en la realidad que pueda ser conocida y representada. Todo lo que representaba a la modernidad se pone en cuestión: la racionalidad científica (que solo busca la eficacia y es vista como totalitaria, destructora de la diversidad) o el progreso (no parece haber ya camino preestablecido, ni ninguna guía fiable como la propia razón, para orientarnos hacia un futuro mejor)(3). La falta de expectativas racionales y predecibles provoca, además de un enrocamiento en el fanatismo religioso tradicional, el refugio en el pensamiento mágico y sobrenatural, en sectas y en toda suerte de esoterismos. Adelantamos, para esta necesaria polémica, que las promesas emancipadoras de la modernidad siguen siendo muy reivindicables, mientras que algunas de las críticas posmodernas, como es caso del totalitarismo en cualquiera de sus formas, son plenamente asumibles.

 Hay quien considera que la posibilidad de un mundo sin nadie que mande, ni obedezca, era impensable antes del nacimiento de lo que hoy llamamos anarquismo moderno, a finales del siglo XVIII(4). No obstante, resulta también inconcebible observar el anarquismo como una doctrina cerrada, legada de una vez para siempre. De forma obvia para una sensibilidad libertaria, eso implicaría negar su permanente búsqueda de libertad y autonomía, en cualquier época y en cualquier escenario, y los de la actualidad son muy diferentes a los de hace dos siglos. Es precisamente la inexistencia de una teoría fuerte, unitaria y definida, algo que los enemigos del anarquismo se han esforzado patéticamente en señalar, lo que ha posibilitado una expansión inestimable de prácticas dentro ya de lo que se ha venido en llamar era posmoderna(5). Dicho con otras palabras, lo que puede convertir al anarquismo en permanentemente actual, en cualquier contexto, no es la existencia de unos fundamentos teóricos, ni de una metodología social y económica capaz de afrontar la realidad del momento, sino “porque brota, porque nace constantemente del tejido social que configura nuestra época en el momento presente”(6). El anarquismo moderno radicalizó los valores de la Ilustración(7) y se erigió en una especie de síntesis de las dos grandes corrientes de la modernidad: socialismo y liberalismo. Se nutrió, por supuesto, de la lucha obrera, pero también se esforzó en combatir la dominación en todos los ámbitos de la vida; esto, junto a su diversidad, le permitió evolucionar hasta bien entrado el siglo XX con el punto álgido de la Revolución española trastocada, entre otras circunstancias, al vencer manu militari el golpe reaccionario. A mediados del pasado siglo, el mundo empezaba a ser muy diferente, con la integración de los trabajadores en el capitalismo y con nuevos paradigmas económicos, las ideas libertarias tendrán que esperar a las movilizaciones de los años 60 y al gran evento conocido como Mayo del 68 para encontrar nuevas posibilidades.

 Es a partir de los años 70 del siglo XX cuando surgen nuevos movimientos sociales impregnados de rasgos libertarios: descentralización, renuncia a las jerarquías, desobediencia civil, acción directa…; por supuesto, se planteaban necesidades nuevas conforme a los nuevos escenarios de aquel momento. Serán décadas con cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos, que supondrán una modificación de los dispositivos de dominación, darán lugar a nuevas condiciones de posibilidad y a un nuevo auge de un anarquismo quizá, a su vez, transformado. Así, el movimiento antiglobalización (o de Resistencia Global, también denominado altermundista), que cobró fuerza a finales de los años 90, evidenciando los efectos perniciosos de la globalización económica capitalista, acogió en su seno a no pocos libertarios. Fue quizás en el texto del estadounidense Hakim Bey Post-Anarchism Anarchy, en 1987, donde se mencionó por primera vez el término post-anarquismo; aquel panfleto, constituía un feroz alegato contra lo que consideraba la paralización provocada por las organizaciones libertarias clásicas. El post-anarquismo fue objeto de no pocas críticas en el mundo libertario y será desarrollado en los años posteriores por autores como Todd May, Saul Newman y Lewis Call; en 2011, se publicará un compendio de textos post-anarquistas, Post-Anarchism Reader, cuyo denominador común estriba en una crítica feroz a la ideología legitimada en la modernidad y en considerar que el anarquismo no escapó a esa influencia.

El post-anarquismo, como parte de la controvertida filosofía posmoderna, efectivamente, se muestra devastador con la ideología surgida en la modernidad, la cual se considera creadora de nuevos dispositivos de dominación en nombre de la Ilustración. Las críticas libertarias al post-anarquismo han sido abundantes, señalando precisamente que el pensamiento anarquista siempre ha sido amplio y diverso, y siempre se ha dado gran importancia a la experiencia práctica, por lo que si algunos presupuestos procedieron en gran medida de la ideología ilustrada, muchos otros se mostraron ya muy críticos en su momento con el desarrollo de la modernidad. Merece la pena mencionar en el ámbito teórico a un Max Stirner, cuyo libro El único y se propiedad se publica a mediados del siglo XIX, gran crítico de toda esencia del ser humano, algo que le definiría y le dictaría cómo debe ser y actuar, así como de toda idea fija en forma de abstracción ideológica. Aunque la obra de Stirner aparece en un momento en que el anarquismo apenas estaba tomando forma, será reivindicada posteriormente por los libertarios, pero no sin alguna controversia. A menudo se ha acusado a los ácratas clásicos de tener una concepción ingenua del poder, pensando que era posible destruirlo sin más, pero hay que recordar que los libertarios marcaron la diferencia con otros herederos de la Ilustración al oponerse al Contrato Social que daba legitimidad al Estado(8). Sea como fuere, si igualmente importante ya en el siglo XXI es seguir ofreciendo resistencia a los ejércitos y la policía, que indudablemente siguen defendiendo el orden vigente de los Estados y el capitalismo a menudo de manera implacable (a pesar de lo que aseguren algunos desvaríos teóricos posmodernos), lo es también hacerlo con otras formas de vigilancia y control menos evidentes donde la conciencia de las personas es manipulada sistemáticamente para empujar a creer que ni siquiera existen.

 A mediados de los años 90 del pasado siglo, Bob Black publicaba Anarchy aftter leftism(9), un libro que respondía de manera inmisericorde (y, también, muy divertida) al editado poco antes por Murray Bookchin, Social Anarchism or Lifestyle Anarchism: An Unbridgeable Chasm(10). Bookchin reflejaba lo que él denominaba una tensión permanente dentro del anarquismo entre lo individual y lo social, aunque más bien se lamente, de ahí el título, de la predominancia en la nueva época de lo primero hasta el punto de evolucionar, siempre según él, hacia un mero “estilo de vida”. El objetivo de sus ataques serán los individualistas(11), los místicos tipo Hakim Bey, los críticos radicales de la tecnología o los primitivistas a lo Zerzan. Al margen de las críticas que puedan hacerse a cada una de esas corrientes, por supuesto, la tesis de Bookchin es muy tendenciosa, abunda en epítetos despectivos más que cuestionables y cae lamentablemente en el maniqueísmo, e incluso en alguna que otra falsedad histórica, al demonizar la tendencia individualista y presentar la aspiración ácrata social, tal y como la propugna, como la única benévola y verdadera. El ensayo del libertario norteamericano, como él mismo expone en su prólogo, es todo un lamento sobre la imposibilidad de los ácratas, a finales del siglo XX, para elaborar un programa coherente y una organización revolucionaria de masas. Bob Black, por su parte, en su refutación, lamenta ese lastre anacrónico de la izquierda tradicional, donde también incluye a cierto anarquismo, y se congratula de la aparición de nuevas visiones libertarias, en abierta oposición a Bookchin, que colocan como premisa principal la liberación del individuo. El nombre de “anarquismo post-izquierda”, más correcto para Black para describir las nuevas tendencias libertarias, nace de querer emparentar la postura de Bookchin, que bien es cierto que parece postular una definición ortodoxa de anarquismo negando legitimidad a esas otras visiones contemporáneas, incluso con la izquierda autoritaria. No obstante, tal y como señaló Lewis Call, en la anteriormente citada Postmodern Anarchism, el pensamiento de Bookchin había recogido en otras ocasiones rasgos posmodernos al rechazar las formas convencionales de subjetividad, dar importancia a las nuevas tecnologías o extender la crítica al poder a los ámbitos cultural y lingüistico.

 Aunque algunos libertarios la rechacen, con el pobre consuelo tal vez de simplemente portar la razón desde hace casi dos siglos, está servida desde hace tiempo la tensión entre un anarquismo de corte clásico y otro posmoderno, que tiene como epítome la reciente reivindicación, por parte de Tomás Ibáñez(12), de un anarquismo no fundacional, exento de principios rectores y de aquella perspectiva totalizante que añoraba Bookchin(13). Se inicia así otro debate acerca del poder, que tendría para un anarquismo posmoderno un carácter poliédrico y multiforme, omnipresente en el tejido social y para el cual habría que ofrecer una permanente resistencia en relación antagónica. ¿Es así realmente? ¿Seguimos esperando, de forma estéril, un movimiento de masas que rechace la conquista del poder para fundar algo parecido al comunismo libertario? ¿El anarcosindicalismo, por ejemplo, aunque de perfil combativo frente al capitalismo e ideológicamente ambicioso, no es también integrador y constituye la perpetuación de esa visión clásica de un sujeto supuestamente revolucionario? ¿No hay, previamente, algo parecido a una “identidad anarquista” y la misma solo se construye en una acción de miras amplias? ¿Deberíamos volcarnos, fundamentalmente, en alguna práctica existencial, se llame como se llame, que trate de desterrar toda forma de dominación? Las preguntas están servidas y más vale que nos las hagamos, más importante que buscar respuestas definitivas.

 Personalmente, aceptando que por supuesto es muy necesaria la oxigenación de nuestra visión libertaria, creo que hay un vínculo con la modernidad crítica que ya aportó el anarquismo clásico. Insistiremos en que, siempre, las ideas libertarias han insistido en no adaptar la praxis a cualquier teoría, en demostrar su validez con la experiencia práctica. A pesar de ello, el pensamiento, la educación y la divulgación cultural, en general, siempre con la vista puesta en ese horizonte emancipador existencial, ha sido y sigue siendo tremendamente importante; lo demuestran, junto a las experiencias prácticas en diversos ámbitos, el esfuerzo de divulgación que se sigue realizando (para muestra, este espacio en el que estoy escribiendo, que trata de dar voz a las diversas expresiones libertarias). No obstante, continuando con la controversia filosófica (y, a la vez, vital), y como ejemplo de la siempre necesaria autocrítica, flaco favor realizan algunos militantes cuando rechazan todo aquello que polemiza con esa tradición moderna desde postulados posmodernos, algunos de los cuales resultan primordiales para entender el presente. Con dicha actitud inmovilista, que podríamos calificar incluso de reaccionaria, relegamos al anarquismo a un museo, en una bella vitrina si se quiere, pero museo al fin y al cabo. Urge una relectura crítica del pensamiento libertario clásico, del cual no dudamos en absoluto que haya mucho reivindicable incluso en un escenario muy diferente como el actual, al mismo tiempo que hay que atender, de forma intelectualmente ambiciosa, a varios filósofos contemporáneos, que se han ocupado de la anarquía desde una perspectiva ontológica(14). Todo ello, por supuesto, para que tratemos de aportar la muy necesaria vinculación con el anarquismo político. El debate sigue abierto.

 

Capi Vidal
https://redeslibertarias.com/2024/06/15/modernidad-versus-posmodernidad-la-tension-anarquista/

 

1.- Anarquismo es movimiento, Tomás Ibáñez; Virus Editorial, 2014. En la Adenda 1 de esta obra, “De la modernidad a la postmodernidad”, Ibáñez menciona al filósofo Pierre Lévy y a lo que denomina «tecnologías de la inteligencia»; es decir, aquellas que posibilitan ciertas operaciones de pensamiento inéditas hasta su descubrimiento. Descarga gratuita: https://periodicolaboina.wordpress.com/wp-content/uploads/2015/05/anarquismo_es_movimiento_baja.pdf
2.- Lo que se denomina teleología, un proceso finalista en la historia que conducirá hacia la felicidad humana; en la modernidad, la escatología cristiana parece sustituida por ideologías sustentadas en la razón.
3.- Estas aseveraciones, seguramente excesivas, muestran la tendencia hacia un determinado escenario a tener en cuenta; no obstante, el propio filósofo Jean-François Lyotard, junto a esa visión de una época que sustituye a otra y pérdida de la fe en el progreso y en cualquier proyecto emancipador, también estableció otra más interesante que alude a una permanente crítica y relectura de los valores modernos (no habría así sustitución de una época, sino reconfiguración).
4.- La filosofía del anarquismo español. Teoría y praxis, Elena Sánchez Gómez. Tesis doctoral, UNED 2010. No disponible en la red, aunque otros interesantes textos de la autora: https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1133465
5.- La renuncia a un corpus teórico rígido y cerrado, por supuesto, no supone negar unos rasgos libertarios irrenunciables: una libertad unida a la solidaridad y el apoyo mutuo, la acción directa, la libre asociación o, si queremos precisar un poco más a nivel social y político, el federalismo que asegure la autonomía; creemos que todo ello define las prácticas usuales de los anarquistas aceptando que la complejidad de la vida humana niega cualquier discurso previo que la encorsete.
6.- “¿Es actual el anarquismo?”, uno de los artículos de Tomás Ibáñez recopilados en Actualidad del anarquismo; Libros de Anarres, 2007. La respuesta de Ibáñez a la pregunta que encabeza su texto no deja lugar a dudas: un anarquismo instituido, de proyección cuasireligiosa, no es actual en absoluto; un anarquismo instituyente, inserto en el tejido social y enfrentado a cualquier forma de dominación, es hoy quizá más actual que nunca. Descarga directa del libro en: http://acracia.org/wp-content/uploads/2024/06/Actualidad-del-Anarquismo.pdf
7.- Un intelectual tan importante como Noam Chomsky dijo que “es el socialismo libertario el que ha preservado y extendido el mensaje humanista radical de la Ilustración”; citado significativamente por Lewis Call en Anarquismo Post-moderno: https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Lewis%20Call%20-%20Anarquismo%20posmoderno.pdf; Call valora el esfuerzo de Chomsky por actualizar el anarquismo clásico, indagando en la creación, el control y la distribución de la información en los Estados y el capitalismo, pero le reprocha hacerlo de manera limitada al no distanciarse de ese humanismo ilustrado que considera existe cierta esencia humana oprimida.
8.- La democracia y el liberalismo consideran la libertad del ser humano previa a la sociedad, por lo que necesita sacrificarla fundando el Estado, mientras que el anarquismo considera que el individuo nace y se desarrolla, conquista en suma su libertad, solo en el contexto social realizando así una crítica feroz al poder político también con su máscara liberal.
9.- Disponible descarga gratuita a la edición en castellano, Anarquía después del izquierdismo: https://contramadriz.espivblogs.net/files/2017/08/anarquia-despues-del-izquierdismo.pdf
10.- Edición de Virus de 2019, Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable; descarga gratuita en https://www.viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=anarquismo-social-o-anarquismo-personal-2019.pdf
11.- Individualistas de tendencia estirneriana, pero también de diversos tipos; a Emma Goldman llega a calificarla de seguidora de Nietzsche.
12.- Anarquismo no fundacional. Afrontando la dominación en el siglo XXI; Gedisa, 2024; creo que el planteamiento de Tomás, que de entrada puede suscitar no pocas dudas, pretende sobre todo avivar el debate y desterrar todo dogmatismo, en nombre de cierta “pureza” y de una futura sociedad libertaria, que siempre debería haber sido ajeno a todos los anarquismos.
13.- La gran paradoja, y valga para enriquecer esta sana polémica tan necesaria en la actualidad, es que el pensamiento de Bookchin, que podía ser, con matices, uno de los últimos pensadores representantes del anarquismo moderno dentro ya de un mundo presuntamente posmoderno, acabó influyendo en la resistencia kurda, a través de Abdullah Öcalan, uno de sus lideres, y dio lugar a un esperanzador foco revolucionario con rasgos libertarios ya en el siglo XXI.
14.- Interesantísimas intervenciones, en la reciente presentación de la edición italiana del libro ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía, de la autora Catherine Malabou, Tomás Ibáñez, Salvo Vaccaro y Donatella Di Cesare; vídeo completo con subtítulos en castellano en: https://www.youtube.com/watch?v=mncl1IvxaN4; el libro de Malabou, para mi gusto, es excesivamente técnico, con un lenguaje filosófico no siempre accesible, pero las intervenciones en el evento sí son fácilmente comprensibles y muy jugosas para la polémica que nos ocupa.

lunes, agosto 5

Isaac Puente: Medicina y Revolución

    Isaac Puente fue el médico más destacado del movimiento revolucionario español hasta la fecha  de su fusilamiento, el 1 de septiembre de 1936. 

 

Isaac Puente llegó al local de la Confederación Nacional del Trabajo en la calle Zapatería de Vitoria-Gasteiz un miércoles de 1923, “sembrando el terror, pues a causa del sombrero le creyeron un policía”, según relató Daniel Orille, uno de los iniciadores del sindicato vitoriano.

De esta forma tan peculiar, Puente comenzaría su periplo como médico más destacado del movimiento revolucionario español hasta la fecha de su fusilamiento, el 1 de septiembre de 1936. Partícipe de mil y una revueltas y detenciones, Puente es principalmente conocido como autor del folleto El comunismo libertario, de 1933, que serviría como base de la ponencia de la CNT previa al estallido de la Guerra Civil. Según este médico vasco, “el comunismo implica, mejor que la comunidad de bienes, la existencia de una colectividad que atienda primordialmente a administrar la economía de modo que queden satisfechas las necesidades de todos sus componentes. Y para que este comunismo sea libertario no ha de contener un cúmulo de fuerza o de autoridad que encierre una amenaza para la libertad individual”.

Menos conocida es su faceta como revolucionario en el ámbito de la medicina, tema que Puente abordó habitualmente en la prensa, tanto en la más ‘política’ como en la especializada. Este médico que desempeñaba su trabajo en el medio rural alavés, como era habitual en la izquierda, y específicamente en el anarquismo de la época, estaba atento a las nuevas corrientes que surgían y, en su ámbito profesional, contribuyó a popularizar algunas como el neomaltusianismo o la eugenesia (ideas que, a pesar de sus posteriores aplicaciones y perspectivas reaccionarias, también fueron valoradas desde puntos de vista progresistas), así como el derecho al aborto o el naturismo.

Puente, sin renunciar a su defensa de la ciencia, advertía de los peligros de la exageración de las virtudes de su gremio: “En medicina, el mito propagado y aceptado como axioma es creer que, sin la intervención de los médicos, la mortalidad sería enorme y las enfermedades tendrían una duración mayor o un fin grave. Gracias a la medicina no hemos desaparecido como especie. Médicos y profanos se hacen la ilusión de que las enfermedades retroceden ante los tratamientos y que todo es resultado de la acción vigilante del médico”.

Sin embargo, en su opinión, “la verdad es que todas las enfermedades pueden evolucionar hacia la curación sin la intervención del médico, y que en muchas enfermedades, en casi todas las infecciosas, puede prescindirse de todo tratamiento. La realidad es que el médico no hace muchas veces más que dar la sensación de que hace algo, y las enfermedades evolucionan a pesar suyo y por encima del poder restringido de los remedios que maneja”.

Como anarquista, Puente trazaba un paralelismo entre el poder de la medicina y el poder del Estado: “Los políticos practican la superchería de que se desvelan por nuestra vida ordenada y feliz. Gracias a sus sacrificios y a su dirección se sostienen las sociedades y no nos comemos los unos a los otros. La Guardia Civil y la política, los Tribunales de Justicia y los presidios contienen la criminalidad en límites discretos. Sin ellos, todos transgrediríamos las normas de convivencia y nos dedicaríamos al saqueo, al crimen y al pillaje. La verdad es que si no hay más delitos que los que se registran es porque no se siente la necesidad de cometerlos. El hombre de buenos sentimientos no matará aunque se le brinde la impunidad, y en cambio el perverso mata a pesar de todas las coacciones”.

El médico alavés no se mordía la lengua para concluir que “la medicina, la educación y la política, y sus respectivos profesionales o prácticas, no resuelven los problemas que la naturaleza iba a solucionar por sí misma sino que complican las cosas para hacerse imprescindibles y hacer al individuo y a la sociedad dependientes de ellos”.

 

La cirugía salvaje y los médicos mercenarios

 

En esta línea, Isaac Puente era un furibundo crítico de ciertas prácticas médicas habituales tanto en su época como hoy, casi un siglo después. Respecto al encarnizamiento médico, afirmaba su convicción de que “disputar violentamente una vida a la muerte que, al fin, será su fácil presa, es empresa triste y equivocada”.

De sus ataques no se libraba la expansión de la cirugía, que para el facultativo vasco no era sino un indicador del “atraso de la medicina”, “un arte parásito que medra a expensas de aquellos enfermos que la medicina desahucia” y condenada a desaparecer si esta última avanzaba. La cirugía, con “origen en prácticas de crueldad, salvajismo y superstición”, “ni siquiera merece el nombre de ciencia” y “ha deshumanizado la medicina”, pues “sobre la mesa de operaciones el enfermo se convierte en un animal viviseccionable” por parte del cirujano, quien antes de la operación parece “un miembro del Klu-Klux-Klan” y después de ella “un carnicero de etiqueta”.

Asimismo, en sus escritos Puente demolía la industria sanitaria de su época, así como el papel de los profesionales dentro del mismo. “El médico se convierte así en servidor mercenario del Estado, en funcionario del Cuerpo de Prisiones, en inspector encargado de hacer la vista gorda, o en parásito de las plagas sociales, de la tuberculosis, de la locura o de la prostitución”, señalaba.

No obstante, el galeno revolucionario no perdía de vista que la progresiva proletarización de los médicos hacía posible su participación en el movimiento obrero. Puente, de esta forma, fue uno de los impulsores de los sindicatos de Sanidad dentro de la CNT.

 

Salud y libertad

 

La participación de los médicos en el sindicalismo, en opinión de Puente, no debía tener como fin exclusivo sus reivindicaciones laborales. Al estar la salud conectada con la sociedad, su gremio debía pelear por mejorar ambas: “El derecho del hombre a un mínimum de bienestar y a condiciones de alimentación, vivienda, trabajo y educación compatibles con la salud, pudiera con justo título y plena razón, figurar entre nuestras aspiraciones de clase. Sería impedir que la medicina y la sanidad fueran una farsa más, de las muchas con que se engaña al pueblo”.

Ponía el ejemplo de la tuberculosis, fomentada por “mala alimentación, vivienda insana, sin luz ni aire, un trabajo extenuante”. Por ello, “sería más eficaz que una Revolución Científica (el logro de un medio curativo e inmunizante), una Revolución Social que diera la emancipación económica al trabajador”.

A pesar de su énfasis en los factores sociales, Puente no los identificaba como origen de todos los males, sino que también prestaba gran atención a la conducta personal. De ahí su conexión con el naturismo, que le llevaba a recomendar un modo de vida saludable, con vegetarianismo, combate al uso de tóxicos, sol, aire libre y ejercicio físico. De ahí una de las frases más reconocibles del médico anarquista: “La salud, como la libertad, ha de conseguirla cada cual”. 

 

 Eduardo Pérez

Extraído de https://www.elsaltodiario.com

viernes, agosto 2

Aterrizar en la Tierra y los cuerpos. Claves ecofeministas para rehabitar la Tierra

 

 

Llamamos crisis ecosocial a la constatación de que la economía, cultura y política hegemónicas se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida. Los ecofeminismos son un conjunto de prácticas y conocimientos que proponen formas alternativas de reorganización, de nuevo, económica, cultural y política, que puedan recomponer los lazos rotos entre las personas y con la naturaleza.

 

El punto de partida de la transformación que propone el ecofeminismo es la consciencia de que la especie humana vive encarnada en cuerpos que son vulnerables y finitos, que tienen necesidades (refugio, alimentación, sentido de identidad y pertenencia, cuidados o energía). Si estas necesidades no están cubiertas, la vida es inviable o precaria.

Todas las personas somos seres interdependientes y no podemos sobrevivir si no existen procesos sociales que garanticen la reproducción cotidiana de la vida. Han sido y son mujeres, mayoritariamente, quienes, a lo largo de la historia, se hacen cargo del bienestar cotidiano y de las necesidades específicas en cada momento del ciclo vital. No porque sean las únicas capaces de hacerlo, sino porque lo impone la división sexual del trabajo propia de las sociedades patriarcales.

Además de interdependientes entre nosotros, todos los seres humanos y la especie en su conjunto vivimos insertos en una trama de la vida formada por aire, agua, tierra, animales, plantas, microorganismos, bacterias… Es la interacción entre todos esos elementos la que crea y mantiene las condiciones biofísicas que hacen la vida posible. Somos también, por tanto, ecodependientes.

La fantasía de unos pocos

Ningún ser humano puede vivir sin interactuar con la naturaleza. Sin embargo, la sociedad occidental se ha construido sobre la peligrosa fantasía de no depender de ella. Solo unos cuantos individuos —mayoritariamente hombres, aunque también a veces mujeres— pueden vivir como si flotasen por encima de los cuerpos y de la Tierra. Lo hacen gracias a que, en espacios ocultos a la economía y a la política, otras personas, tierras y especies se ocupan de sostenerles con vida. Son una minoría, pero la política y la economía se han organizado como si ese fuese el sujeto universal.

Invisibilizar las relaciones de eco e interdependencia ha llevado a crear una cultura de muerte que ejerce la violencia precisamente sobre aquello de lo que se depende. Una cultura que ha denominado desarrollo a devorar a toda velocidad tierra fértil, bosques, minerales, animales, plantas y seres humanos y a excretar contaminación. Por el camino se produce dinero y, como subproducto, se cubren algunas demandas humanas —o, a veces, solo deseos— de forma extremadamente desigual. La sacralización del dinero conduce a que las personas crean y sientan que necesitan dinero y no alimentos. Así se asienta una cultura del sacrificio. Todo puede ser sacrificado si el objetivo es que la economía crezca.

La agricultura de guerra

La mirada ecofeminista permite tomar conciencia de oposición y conflicto entre el capital y la vida, y puede ayudar a reconfigurar la lógica política y económica. Vandana Shiva llama la atención sobre el hecho de que la agricultura industrial no se basa en la comprensión del funcionamiento de los procesos vivos que se dan dentro de un agroecosistema y denuncia que se basa, más bien, en el uso de un conjunto de productos literalmente creados para la guerra. Se apoya en insumos que fueron diseñados y pensados para matar gente.

Si señalásemos en el mapa del mundo los lugares en los que se viven guerras, veríamos que en la mayor parte de ellos está en disputa el control del territorio, de los minerales, la energía o del agua. Ejércitos, mercenarios y corporaciones se enfrentan a poblaciones que intentan oponerse a proyectos extractivistas. En nuestros propios territorios, como sucedió en las colonias, la calificación de vacío o la idea de lo nuevo justifica el ejercicio de la violencia y la transformación del territorio para la extracción de beneficio.

La agricultura de las comunidades

En cambio, la agroecología tiene en cuenta la interconexión entre los procesos que tienen lugar en el mundo vivo y destaca el protagonismo que tienen las personas campesinas, que son las que saben interpretar e interactuar en ese espacio de complejidad. A escala mundial, las mujeres se ocupan, entre otras cosas, de organizar y suministrar alimento y nutrición. En muchos lugares, son las productoras de la alimentación local, aunque la economía convencional no las considere productoras porque sus productos abastecen comunidades y no mercados. En todo el mundo, se hacen cargo de lo que la gente come.

Un aterrizaje forzoso en la tierra y en los cuerpos, obliga a promover una cultura de la suficiencia, a apostar por la relocalización de la economía, al establecimiento de circuitos cortos de comercialización y a reconstruir dinámicas colectivas que respeten los proyectos vitales de quienes las componen.

Las visiones ecofeministas sobre la agricultura parten de la convicción de que los seres humanos han de cooperar con la trama de la vida, convirtiéndose en coproductores junto a ella. La propuesta ecofeminista supone un cambio radical en la noción de poder. Recupera la visión de la comida y el alimento como fuente de nutrientes y no como mercancía. Apuesta por el fortalecimiento de las comunidades locales y la reapropiación de los conocimientos que ha servido para preservar la biodiversidad y la ideodiversidad. Por ello, promueve un conocimiento agronómico basado en la reciprocidad y una idea de riqueza basada en los lazos comunitarios.

En un planeta con límites, ya sobrepasados, en el que la contracción de la esfera material de la economía global es inaplazable, la transformación cultural y económica es urgente. Puede producirse mediante una lucha violenta por el territorio y los recursos o mediante un proceso equitativo de reajuste decidido y anticipado. La autonomía y la libertad conscientes de la interdependencia y ecodependencia son cuestiones que las miradas ecofeministas pueden iluminar.

 
 
Yayo Herrero
Antropóloga y activista ecofeminista