Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, agosto 11

Ateísmo para principiantes, de Richard Dawkins

 


Richard Dawkins tenía quince años cuando dejó de creer en Dios. Profundamente impresionado por la belleza y la complejidad de los seres vivos, estaba convencido de que tenía que existir un diseñador. Sin embargo, cuando empezó a estudiar biología evolutiva cambió de opinión. Solía ser de sentido común que los seres vivos tenían que haber sido creados por Dios, pero Darwin hizo saltar por los aires esa idea concreta. En Ateísmo para principiantes, uno de los mejores y más exitosos divulgadores de ciencia del mundo ofrece a sus lectores, jóvenes y adultos, la misma oportunidad de replantearse algunas de las cuestiones más importantes: ¿Cree usted en Dios? ¿En cuál? ¿Hemos de ser religiosos para así portarnos bien con los demás? ¿Cuánto de lo que leemos en la Biblia es cierto?

Zenda adelanta el primer capítulo del libro.

***

1

¡DEMASIADOS DIOSES!

¿Cree usted en Dios?

¿En cuál de ellos?

A lo largo de la historia se ha venerado a miles de dioses en todo el mundo. Los politeístas creen en un montón de dioses al mismo tiempo (en griego, theos es «dios» y poly, «muchos»). Wotan (u Odín) era el principal dios de los vikingos. Otros dioses vikingos eran Balder (el dios de la belleza), Tor (el dios del trueno con su poderoso martillo) y su hija Trud. Tenían diosas como Snotra (diosa de la sabiduría), Frigg (diosa de la maternidad) y Ran (diosa del mar).

Los antiguos griegos y romanos también eran politeístas. Sus dioses, al igual que los de los vikingos, eran muy humanos, dotados de los intensos deseos y emociones que caracterizan a nuestra especie. Los doce dioses y diosas griegos se suelen emparejar con sus equivalentes romanos que se pensaba realizaban las mismas tareas, como Zeus (el Júpiter romano), rey de dioses, con sus rayos; Hera, su esposa (Juno); Poseidón (Neptuno), dios del mar; Afrodita (Venus), diosa del amor; Hermes (Mercurio), mensajero de los dioses, que volaba gracias a sus sandalias aladas; Dionisio (Baco), dios del vino. De las principales religiones que sobreviven en la actualidad, el hinduismo también es politeísta, y cuenta con miles de dioses.

Una gran cantidad de griegos y romanos pensaban que sus dioses eran auténticos —les rezaban, sacrificaban animales en su honor, les daban las gracias por la buena fortuna y les maldecían cuando las cosas iban mal—. ¿Cómo sabemos que esas antiguas personas no tenían razón? ¿Por qué ya nadie cree en Zeus? No podemos saberlo a ciencia cierta, pero la mayoría de nosotros estamos lo bastante seguros para afirmar que somos «ateos» con respecto a todos esos dioses antiguos (un «teísta» es alguien que cree en dios —o dioses— y un «ateo» —o «ateísta», la «a» significa «no»— es alguien que no cree en ellos). Los romanos decían que los primeros cristianos eran ateos porque no creían en Júpiter, en Neptuno o en cualquiera de sus dioses. En la actualidad, utilizamos esa palabra para las personas que no creen en ningún dios.

Al igual que usted, espero, yo no creo en Júpiter, Poseidón, Tor, Venus, Cupido, Snotra, Marte, Odín o Apolo. No creo en los antiguos dioses egipcios, como Osiris, Tot, Nut, Anubis o su hermano Horus, del que, al igual que de Jesús y de muchos otros dioses de todo el mundo, se dijo que había nacido de una virgen. No creo en Hadad, Enlil, Anu, Dagón, Marduk ni en ninguno de los antiguos dioses babilonios.

No creo en Anyanwu, Mawu, Ngai, ni en ninguno de los dioses del sol de África. Ni tampoco en Bila, Gnowee, Wala, Wuriupranili, Karraur ni en ninguna de las diosas del sol de las tribus aborígenes australianas. No creo en ninguno de los muchos dioses y diosas celtas, como Edain, la diosa irlandesa del sol, o Elatha, el dios de la luna. No creo en Mazu, la diosa china del agua, o Dakuwaqa, el dios tiburón de Fidji, o Illuyanka el dragón del océano de los hititas. No creo en ninguno de los cientos y cientos de dioses del cielo, de los ríos, del sol, de las estrellas, de la luna, del tiempo, del fuego, de los bosques… demasiados dioses en los que no creer.

Y no creo en Yahvé, el dios de los judíos. Pero es bastante probable que usted sí, si fue criado como judío, cristiano o musulmán. El dios judío fue adoptado por los cristianos y (con el nombre árabe de Alá) por los musulmanes. El cristianismo y el islam son descendientes de la antigua religión judía. La primera parte de la Biblia cristiana es puramente judía, y el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, deriva parcialmente de las escrituras judías. Esas tres religiones, el judaísmo, el cristianismo y el islam, a menudo son agrupadas bajo el nombre de religiones «abrahámicas», porque las tres se remontan al mítico patriarca Abraham, quien también es venerado como el fundador del pueblo judío. Nos volveremos a topar con él en un capítulo posterior.

Esas tres religiones son consideradas monoteístas porque sus miembros afirman creer en un único dios. Y digo «afirman» por varias razones. Yahvé, el dios dominante de la actualidad (razón por la cual escribiré Dios, con «D» mayúscula), empezó desde abajo, como dios tribal de los antiguos israelitas, quienes creían que les cuidaba por ser ellos su «pueblo elegido». (Es un accidente histórico —la legalización del cristianismo por parte del Imperio romano después de que el emperador Constantino se convirtiera en el año 312 d. C.— que llevó a que Yahvé fuera adorado por todo el mundo en la actualidad). Las tribus vecinas tenían sus propios dioses, que, según creían, les proporcionaban una protección especial. Y, aunque los israelitas adoraban a su propio dios tribal Yahvé, esto no implicaba necesariamente que no creyeran en los dioses de las tribus rivales, como Baal, el dios de la fertilidad de los canaanitas; tan solo pensaban que Yahvé era más poderoso —y también extremadamente celoso (tal como veremos más adelante): pobre de ti si te pilla flirteando con alguno de los demás dioses—.

El monoteísmo de los cristianos y musulmanes modernos es también bastante sospechoso. Por ejemplo, creen en un «demonio » malvado llamado Satanás (cristianismo) o Shaitán (islam). También se le conoce por toda una serie de nombres, como Belcebú, Satán, el Maligno, el Adversario, Belial o Lucifer. No lo consideran un dios, pero sí creen que posee poderes como los de un dios y que está librando, junto a sus fuerzas del mal, una titánica guerra contra las fuerzas del bien de Dios. A menudo, las religiones heredan ideas de religiones más antiguas. La idea de una guerra cósmica del bien frente al mal proviene probablemente del zoroastrismo, una religión temprana fundada por el profeta persa Zoroastro, que influyó en las religiones abrahámicas. El zoroastrismo era una religión con dos dioses, el dios bueno (Ahura Mazda) batallando contra el dios malvado (Angra Mainyu). Todavía quedan algunos zoroastrianos, sobre todo en la India. Pero esta es otra religión en la que tampoco creo y en la que seguramente usted tampoco.

Una de las acusaciones más peculiares dirigidas a los ateos, especialmente en Estados Unidos y en los países islámicos, es que adoran a Satanás. Por supuesto, los ateos no creen en dioses malvados más de lo que creen en los buenos. No creen en nada sobrenatural. Solo las personas religiosas creen en Satanás.

El cristianismo también bordea el politeísmo de otras maneras. «Padre, Hijo y Espíritu Santo» son descritos como «tres en uno y uno en tres». Durante siglos se ha discutido muchas veces sobre el significado exacto de esa afirmación, a veces incluso de forma violenta. Parece una fórmula para meter con calzador el politeísmo dentro del monoteísmo. Se nos podría perdonar quelo llamáramos triteísmo. La temprana separación de la Iglesia católica oriental (ortodoxa) y la occidental (romana) se produjo en gran parte por una disputa sobre la siguiente cuestión: ¿el Espíritu Santo «proviene» (sea lo que sea lo que esto signifique) del Padre y del Hijo o solo del Padre? Ese es el tipo de cosas en las que los teólogos invierten su tiempo pensando.

Y luego está la madre de Jesús, María. Para los católicos romanos, María es una diosa a todos los efectos. Niegan que lo sea, pero le siguen rezando. Creen que fue «concebida inmaculadamente». ¿Qué significa eso? Bien, los católicos creen que todos «nacemos en pecado». Incluso los diminutos bebés, que seguramente a usted le parece que son un poco jóvenes para pecar. De todas formas, los católicos piensan que María (al igual que Jesús) fue una excepción. El resto de nosotros heredamos el pecado cometido por Adán, el primer hombre. De hecho, Adán nunca existió realmente, por lo que no pudo pecar. Pero los teólogos católicos no se echan atrás por detalles tan nimios como ese. Los católicos también creen que María, en lugar de morir como el resto de nosotros, fue físicamente succionada hacia «arriba» hasta entrar en el cielo. La describen como la «Reina del Cielo» (¡a veces incluso como la «Reina del Universo»!), con una pequeña corona colocada sobre su cabeza. Parecería que todos estos detalles la convierten en una diosa como los miles y miles de deidades hindúes (que los propios hindúes dicen que son solo versiones diferentes de un único dios). Si los griegos, los romanos y los vikingos eran politeístas, los católicos romanos también lo son.

Los católicos romanos también rezan a santos individuales: gente fallecida que es recordada como especialmente devota y que ha sido «canonizada» por un papa. El papa Juan Pablo II canonizó a 483 nuevos santos, y Francisco, el papa actual, canonizó nada menos que a 813 en un solo día. Creen que muchos de esos santos tienes habilidades especiales, que hacen que valga la pena rezarles con propósitos particulares o por grupos concretos de personas. San Andrés es el patrón de los pescaderos; san Bernardo, de los arquitectos; san Drogón, el de los propietarios de cafeterías; san Gumaro, de los leñadores; santa Liduvina, de los patinadores sobre hielo. Si usted necesitara rezar para tener paciencia, un católico le aconsejaría que rezase a santa Rita de Casia. Si su fe flaquea, intente con san Juan de la Cruz. Si siente aflicción o angustia, santa Dimpna puede que sea lo que más le conviene. Los que sufren un cáncer suelen probar con san Peregrino. Si el lector ha perdido sus llaves, san Antonio es su hombre. Y luego están los ángeles, los cuales poseen diversos rangos, desde los serafines en la cima, pasando por los arcángeles más abajo y así hasta llegar a su ángel de la guarda personal. Una vez más, los católicos romanos negarán que los ángeles son dioses o semidioses, y protestarán afirmando que no rezan a los santos, sino que tan solo les piden que intercedan por ellos ante Dios. Los musulmanes también creen en los ángeles. Y en los demonios, a los que llaman genios.

No creo que importe mucho si María, los santos, los arcángeles y los ángeles son dioses, semidioses o nada. Discutir sobre si los ángeles son o no son semidioses es como discutir sobre si las hadas son lo mismo que los duendes.

Aunque es muy posible que usted no crea en hadas y duendes, es bastante probable que haya sido educado en alguna de las tres fes abrahámicas como judío, cristiano o musulmán. Resulta que yo mismo fui educado como cristiano. Fui a escuelas cristinas y fui confirmado por la Iglesia de Inglaterra cuando tenía trece años. Finalmente, abandoné el cristianismo a los quince. Una de las razones por las que lo hice fue esta: a los nueve años ya había averiguado que, si hubiera nacido de unos progenitores vikingos, creería firmemente en Odín y Thor. Si hubiera nacido en la antigua Grecia, adoraría a Zeus y a Afrodita. En los tiempos modernos, si hubiera nacido en Pakistán o Egipto, creería que Jesús fue tan solo un profeta, no el Hijo de Dios, tal como enseñan los sacerdotes cristianos. Si hubiera nacido de progenitores judíos, todavía estaría esperando la llegada del Mesías, el salvador tanto tiempo prometido, en lugar de creer que Jesús fue el Mesías, como enseñaban en mis escuelas cristianas. Las personas que crecen en diferentes países hacen lo mismo que sus padres y creen en el dios o dioses de su país. Estas creencias se contradicen entre sí, por lo que no todas pueden estar en lo cierto.

Si una de ellas es correcta, ¿por qué tendría que ser la creencia que casualmente has heredado en el país en el que naciste? No hace falta ser muy sarcástico para pensar algo parecido a esto: «¿A que es asombroso que casi cada niño y niña siga la misma religión que sus padres, y que siempre resulte que es la religión correcta?». Siento aversión por el hábito de etiquetar a los niños pequeños con la religión de sus padres: «niño católico », «niño protestante». Esas expresiones se pueden escuchar refiriéndose a niños demasiado pequeños para hablar, por no decir demasiado jóvenes como para profesar opiniones religiosas. Me parece tan absurdo como hablar de un «niño socialista» o de un «niño conservador»: nadie usaría jamás una frase como esa. Tampoco creo que debamos hablar de «niños ateos».

Y ahora, unos cuantos nombres más para la gente que no cree. Hay muchas personas que prefieren evitar la palabra «ateo», incluso a pesar de que no creen en ningún dios determinado. Algunos se limitan a decir «No sé, no lo podemos saber». A menudo, estas personas se llaman a sí mismas «agnósticos». La palabra (basada en una palabra griega que significa «desconocido ») fue acuñada por Thomas Henry Huxley, un amigo de Charles Darwin conocido como el «Bulldog de Darwin» porque peleaba por su causa en público cuando Darwin era demasiado tímido, estaba demasiado ocupado o demasiado enfermo para hacerlo. Algunas personas que se llaman a sí mismas agnósticas piensan que es igual de probable que existan o no existan dioses. Creo que ese es un argumento bastante débil, y Huxley estaría de acuerdo. No podemos demostrar que las hadas no existen, pero eso no significa que pensemos que hay un 50 % de posibilidades de que sí existan. Los agnósticos más sensatos dicen que no están seguros, pero que creen que es bastante improbable que exista alguna clase de dios. Otros agnósticos quizá digan que no es que sea improbable, sino que, simplemente, no lo sabemos.

Hay personas que no creen en dioses conocidos pero que anhelan la existencia de «algún tipo de poder superior», un «espíritu puro», una inteligencia creativa de la que no sabemos nada excepto que diseñó el universo. Dirían algo como: «Bien, no creo en Dios —con lo que es casi seguro que se refieren al dios abrahámico—, pero no puedo creer que no exista nada más. Debe de haber algo más, algo más allá».

Algunas de estas personas se consideran «panteístas». Los panteístas son algo imprecisos respecto a sus creencias. Dicen cosas como «mi dios es todo», o «mi dios es la naturaleza», o «mi dios es el universo», o «mi dios es el misterio profundo de todo aquello que desconocemos». El gran Albert Einstein utilizaba la palabra «Dios» más o menos en este último sentido. Eso es muy distinto a un dios que escucha tus oraciones, lee tus pensamientos más íntimos y te perdona (o castiga) tus pecados —algo que se supone que sí hace el Dios abrahámico—. Einstein era inflexible respecto a que no creía en un dios personal que hiciera ninguna de esas cosas.

Otros se consideran «deístas». Los deístas no creen en ninguno de los dioses conocidos de la historia. Pero creen en algo un poco más definido que aquello en lo que creen los panteístas. Creen en una inteligencia creativa que inventó las leyes del universo, puso todo en marcha al inicio del tiempo y del espacio, y luego se apartó y no hizo nada más: simplemente, dejó que todo sucediera según las leyes que él (¿ello?) había dispuesto. Varios de los padres fundadores de Estados Unidos, hombres como Thomas Jefferson y James Madison, eran deístas. Sospecho que, si hubieran vivido después de Charles Darwin en lugar de en el siglo XVIII, habrían sido ateos, pero no puedo demostrarlo.

Cuando alguien afirma que es ateo no significa que pueda demostrar que no existen dioses. Estrictamente hablando, es imposible demostrar que algo no existe. No sabemos a ciencia cierta que no existan dioses, de la misma manera que no podemos demostrar que no existen las hadas, los duendes, los elfos, los trasgos, los leprechauns o los unicornios rosas; de la misma forma que no podemos demostrar que Papá Noel, el conejo de Pascua o el ratoncito Pérez no existen. Hay miles de millones de cosas que podemos imaginar y que nadie puede rebatir. El filósofo Bertrand Russell lo explicó con una descripción gráfica muy brillante. Si yo le dijera que hay una tetera china orbitando alrededor del sol, usted no podría refutar mi afirmación. Pero el hecho de que no se pueda refutar algo no justifica que se deba creer en ello. Siendo estrictos, todos deberíamos ser «agnósticos respecto a la tetera». En la práctica somos a-teteristas. Usted puede ser ateo en el mismo sentido (técnicamente agnóstico) en el que es a-teterista, a-hadista, a-duendista, a-unicornista, a-cualquier- cosa-que-pueda-inventar-ista.

Estrictamente hablando, todos deberíamos ser agnósticos sobre esos miles de millones de cosas que podemos imaginar y que nadie puede refutar. Pero no creemos en ellas. Y hasta que alguien presente una razón para creer, estamos perdiendo nuestro tiempo preocupándonos por ello. Ese es el enfoque que todos adoptamos respecto a Tor, Apolo, Ran, Marduk, Mitra y el gran Juju allá en la cima de la Montaña. ¿No podemos ir un poquito más allá y pensar de la misma forma respecto a Yahvé o Alá?

He dicho «hasta que alguien presente una razón para creer». Bien, muchas personas tienen razones que, según ellos, justifican su creencia en uno u otro dios. O para creer en alguna clase de «poder superior» o «inteligencia creativa» anónimos. Así que tenemos que fijarnos en esas razones y ver si son realmente buenas. En este libro veremos algunas de ellas. Especialmente en la segunda parte, en la que hablaremos de evolución.

Respecto a ese tema tan importante, todo lo que puedo decir ahora es que la evolución es un hecho comprobado: somos primos de los chimpancés, primos ligeramente más alejados de los monos, y mucho más de los peces, etc.

Muchas personas creen en su dios o dioses por las escrituras: la Biblia, el Corán o algún otro libro sagrado. Puede que este capítulo ya le haya preparado para dudar de que eso sea una razón para creer. Existen muchas fes diferentes. ¿Cómo sabe que el libro sagrado con el que le educaron es el verdadero? Y si todos los demás están equivocados, ¿qué le hace pensar que su libro sagrado no lo está? Es posible que muchos de ustedes hayan sido educados siguiendo un libro sagrado en particular, la Biblia de los cristianos. El siguiente capítulo tratará de la Biblia. ¿Quién la escribió y qué razones puede tener alguien para creer que lo que dice es cierto?

 

Extraído de https://www.zendalibros.com

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