Quien haya leído alguna de las novelas de Julio Verne, habrá
reconocido en ellas al geógrafo universal, aventurero científico y
convencido anarquista que, ya recorriendo el mundo en globo, ya en
barco, fue Élisée Reclus, de quien el 4 de julio se cumple el
aniversario de su muerte, acaecida en Torhout, Bélgica, en 1905, cuando
contaba 75 años.
Julio Verne no sólo utilizó sus libros de
geografía como fuente donde documentar sus aventuras, sino que además
creó algunos de sus más celebres personajes a imagen y semejanza de los
hermanos Reclus, relatando escenas tomadas de la realidad de estos dos
grandes aventureros, Élie y Élisée, que contribuyeron con su pluma y su
acción libertaria a fijar los principios no sólo de la nueva geografía,
sino también los fundamentos del anarquismo a partir de la Primera
Internacional. No en vano, Verne y el segundo de los hermanos, Élisée,
compartían su pasión por la Aeronáutica y tuvieron amigos comunes en
esta afición. Ambos mantuvieron relación con el fotógrafo anarquista
Félix Tournachon, conocido como Nadar, creador de la Sociedad Francesa
de Navegación Aérea y autor de las primeras fotografías de la historia
tomadas desde el aire (1858). Gracias a las fotografías de Nadar
recordamos el rostro y la figura de genios como Verne, Sarah Bernhardt,
Émile Zola, Gustave Eiffel…Verne se basó en él para crear su personaje
Michel Ardan, tripulante del proyectil-cohete en De la Tierra a la Luna.
Durante los hechos de la Comuna de París, en 1871, Nadar organizó un
batallón aéreo formado por globos aerostáticos con los que fotografiar
las posiciones prusianas que asediaban la capital francesa. Élisée
Reclus, que ya se había alistado a la Guardia Nacional, le pidió entrar
en este batallón de aerosteros, dedicándose a llevar mensajes en globo
por la provincia (referencia en Jules Verne, una (posible) lectura
anarquista, de Pepe Gutierrez-Álvarez). Mientras tanto, su hermano Élie
fue reclutado como director de la Biblioteca Nacional de París. Se da el
caso de que, durante el tiempo que duró la Comuna, impidió el préstamo
de libros, con intención de proteger el saqueo generalizado al que los
nobles y burgueses estaban acostumbrados, quienes se habían hecho
bibliotecas particulares a costa de los fondos de la parisina, entre los
que había obras de incalculable valor.
La comprometida intervención de Élisée Reclus en la Comuna, en la que ambos hermanos pasan del republicanismo “rojo” al anarquismo (ver el excelente artículo de Federico Ferretti, La Comuna de París y los orígenes del pensamiento anarquista: la experiencia de los hermanos Reclus, publicado en Germinal, octubre de 2009), hace que el menor de ellos y reconocido geógrafo sea detenido por los batallones versalleses con el rifle al hombro y condenado a la deportación a los presidios de Nueva Caledonia, medida cuya severidad se debió a su desdén frente a los jueces y a su notoriedad como geógrafo y miembro destacado de la Sociedad Geográfica Francesa. La comunidad científica gala, contraria al levantamiento de la Comuna, no le podía permitir su implicación en el movimiento revolucionario.
Sin embargo, fueron esa misma notoriedad y reconocimiento ya internacional los que le salvaron de la deportación. El embajador inglés y la Sociedad de Geología y Zoología de Londres, intercedieron por él y lograron que se le permitiera exiliarse a Suiza, donde se implicaría con la Federación del Jura y afianzaría su amistad con Mijail Bakunin, padre del anarquismo.
En la petición, que encabezaba el mismísimo Charles Darwin, se manifestaba:
“Creemos que la vida de este hombre no pertenece únicamente al país que le ha visto venir al mundo, sino al mundo entero, y creemos que si se le condenase al silencio, o a languidecer lejos de todo centro de civilización, Francia sólo conseguiría mutilar y disminuir su legítima influencia en el mundo”.
Gutiérrez-Alvarez nos recuerda que el contenido de esta carta se asemeja a la declaración de un personaje de Verne, el investigador Thomas Roch en Ante la bandera (1896), quien, al sentirse injuriado por su país de origen y otros gobiernos, exclamó:
“¡Yo no tengo patria! ¡El inventor rechazado no tiene patria! ¡Allí donde encuentra asilo está su país!”.
La relación de Bakunin con los hermanos Reclus ya venía de lejos. Hacia mediados de los años sesenta del siglo XIX participaron junto con el anarquista ruso en la creación de una banca mutualista, Crédit Mutuel, que aglutinó a numerosos protagonistas de la izquierda revolucionaria y cuyo fin era la financiación de experiencias cooperativas de producción y consumo. Esta banca, que iría a la bancarrota en poco tiempo, fue inspirada por Jacques Beluze, seguidor de Étienne Cabet, fundador del movimiento Icariano (quien desee leer una excelente novelización de esta experiencia libertaria en tierras norteamericanas, puede acudir a Icaria, Icaria, la novela del olvidado Xabier Benguerel).
En torno a estos años, en 1868, llegaba Giuseppe Fanelli a España e iniciaba sus contactos con quienes integrarían el germen organizado del anarquismo español. Hay claros indicios y pruebas de que la misión en España para propagar la idea libertaria le había sido encomendada, en un principio, por Bakunin a Élisée Reclus, como miembro de la Alianza Internacional (sigo la fuente de Federico Ferretti), con ocasión del Pronunciamiento de Cádiz de 1868, que daría lugar a lo que se conoce como el “sexenio democrático”. Bakunin había trazado el plan de viaje desde Ginebra, pero Élisée rechazó la oferta. No obstante, junto con su hermano Élie y Aristide Rey, después significado miembro de la Comuna, prepararon el viaje de Fanelli, a quien facilitaron una serie de direcciones en Madrid, entre ellas la del republicano Fernando Garrido. Se daba la circunstancia de que ambos hermanos Reclus conocían bien España y hablaban perfectamente el español. Élisée había recorrido los Pirineos durante los meses de agosto y septiembre de 1861, desde San Sebastián a Port Vendres, escalando numerosos picos entre la vertiente francesa y española, enviado por la editorial Hachette para la elaboración, junto a Adolphe Joanne, de la segunda edición de la Guía de los Pirineos (referencia en María Teresa Vicente Mosquete, La geografía de un anarquista, y en Ortega Cantero y García Álvarez, La visión de España en la obra de Élisée Reclus: imagen geográfica y proyección política y cultural).
Aún así, fue tal la influencia de Eliseo Reclús (con este nombre, españolizado, era conocido en nuestro país) en los círculos obreros de finales del siglo XIX y principios del XX que, como afirma Dolors Marin en Anarquistas, un siglo de movimiento libertario en España, su biografía escrita por Max Nettlau y publicada por La Revista Blanca, La vida de un sabio justo y rebelde, traducida al español por Valeriano Orobón Fernández, no podía faltar en ningún hogar donde hubiera una biblioteca anarquista.
Sus ideas entraron en España a través de publicaciones como La Revista Blanca, de la familia Montseny-Mañé, adelantando las de otros eminentes anarquistas. Según nos cuenta Álvaro Girón (En la mesa con Darwin. Evolución y revolución en el movimiento libertario en España, 1864-1914, editorial CSIC), los anarquistas españoles comenzaron a asimilar en parte la idea del apoyo mutuo a través de un artículo publicado en La revista Blanca por Anselmo Lorenzo (1900), titulado Falsedad de la lucha por la existencia, que en buena medida era la traducción de otro publicado por Élisée Reclus en La Humanité Nouvelle en febrero de 1898 y en el que se desarrollaban algunos aspectos del pensamiento de Kropotkin, de quien fue también amigo personal y para cuya Conquista del pan realizó el prólogo en su primera edición francesa de 1892.No obstante las palabras tomadas por Anselmo Lorenzo de Élisée Reclus, cabe decir que este último estuvo siempre en contra de los derechos de autor tal y como hoy día los conocemos. Fiel al principio de Müntzer de Omnia sunt comunnia, creía en la libre reproducción de las ideas como condición necesaria para su circulación.
El éxito de las ideas de Élisée Reclus radica en su abordaje de la geografía desde un punto de vista que supera el academicismo. Como se afirma en la introducción de una antología de sus textos publicada en 1980 en Barcelona por el Colectivo de Geógrafos (Eliseo Reclús, La geografía al servicio de la vida), distinguía entre un medio natural o estático (suelo, clima, vegetación…) y otro medio dinámico o histórico (estado, religión, salario, patronato, comercio…). Su visión de la naturaleza es global, partiendo de lo local. En el prefacio de la Nueva Geografía Universal, dice:
“La gota de vapor que brilla un instante en el espacio refleja en su molécula casi imperceptible el Universo que la envuelve con su inmensidad: así es como yo trato de copiar el Mundo que me rodea”.
Aunque fue un infatigable viajero, para buena parte de sus escritos recurrió a otras fuentes documentales, a veces sin contrastar. Así se desprende, al menos, de parte de su relato de las tierras extremeñas, donde perpetúa el mito de Las Hurdes, la comarca entre las provincias de Cáceres y Salamanca, llevado seguramente por el Diccionario estadístico-geográfico-histórico de España de Pascual Madoz.
Así, para referirse a la comarca hurdana, Reclus dice en su Nueva Geografía Universal:
Este mito se perpetuaría a través del hispanista Maurice Legendre hasta alcanzar la Tierra sin pan de Buñuel. Más adelante, tras mencionar diversos accidentes geográficos extremeños, Reclus refiere el episodio de la Conquista de América y a los conquistadores, como causa en gran medida de la despoblación sufrida por Extremadura, a consecuencia de que “las imaginaciones se inflamaron; una ansia general de aventuras se apoderó de los habitantes; la pacífica agricultura fue considerada como una profesión despreciable, y millares de hombres, que no podían embarcarse para América, fueron a buscar fortuna en las ciudades y en los ejércitos”.
“Por eso los extremeños, sumidos en esta vida selvática del pastoreo, aunque son tal vez los españoles mejores, por su tenacidad y su energía, fueron llamados un tiempo los indios de la nación”.
Su recorrido por Extremadura incluye referencias a Monfragüe y al Salto del Gitano. Del valle del Tajo y de las campiñas del Guadiana dice que en tiempos estaban cubiertos de villas prósperas que hoy son miserables caseríos.
Habla también de Plasencia, Cáceres, Trujillo, Badajoz, Mérida, Medellín y Don Benito. De este último, igual que de su vecina Villanueva de la Serena, refiere “las ventajas que le proporciona la fecundidad del suelo. Sus frutas, especialmente sus melones, son de general aprecio”.
También habla de Montánchez y de Guadalupe, ricas en fosfatos y otros elementos químicos que se emplean para fertilizar los campos agotados. Finalmente, acusa a Inglaterra y Francia del expolio de tales fosfatos, si bien afirma que la mayoría de los depósitos están aún sin explotar.
Como señaló Dolors Marin, sus ideas en España eran tan bien conocidas como difundidas. No había mitin de propaganda de la idea anarquista donde no se hablara de su persona y de sus escritos, que iban desde la educación a la astronomía. Con motivo de la Excursión Nacional de Propaganda de 1904, organizada por el periódico Tierra Libertad, José Rodríguez Romero habló sobre Eliseo Reclus en el mitin anarquista que se dio en el Coliseo del López de Ayala de Badajoz el 8 de mayo de ese mismo año, según refiere La Coalición. Periódico Republicano progresista, en su edición del 11 de mayo, dando noticia de un mitin en el que también se habló de Kropotkin, Gorki y Malato. Algunos periódicos regionales ridiculizaron dicho mitin y tildaron de exaltadas las ideas de tales intelectuales libertarios.
Justo ese año, el 11 de febrero de
1904, el mayor de los Reclus, Élie, había muerto a causa de una gripe
infecciosa en Ixelles, una comuna céntrica de Bruselas donde residían
todos los hermanos desde finales del siglo anterior. Élisée había
terminado el manuscrito de El Hombre y la Tierra y quedó sumido en un
gran desamparo. En diciembre de 1904, la prensa de Bruselas había
anunciado que Élisée Reclus tenía intención de realizar un viaje de
exploración científica en globo en compañía de otro ingeniero a través
del Atlántico, partiendo desde las islas Canarias hasta América central.
Su quebrantada salud le impidió realizar el que hubiera sido su último
viaje.
Antes de morir dio las indicaciones necesarias para su entierro. Conocemos este hecho por la carta que su sobrino Paul Reclus (hijo de Élie) escribió a Pierre Kropotkine el 6 de julio de 1905. En ella le daba la mala noticia y le narraba cómo habían sido los últimos días del gran geógrafo, el dictado que había hecho de sus últimas voluntades el sábado anterior ante la presencia de su hermano Paul y su hermanna Louisse. Fiel a sus principios hasta la muerte, Reclus pidió que cuando esta llegara nadie asistiera a su entierro, nadie acompañara su cortejo, salvo su sobrino Paul, encargado de llevarle a su último lugar entre la tierra: “Paul seul me conduira au cimetière”.
Así lo hizo Paul Reclus, quien en la mañana del 6 de julio, a las 8 horas, asistió, absolutamente solo, a la inhumación del geógrafo anarquista en el cementerio de Ixelles. Sólo había un par de curiosos.
La prensa española dio pronto noticia de la muerte del geógrafo. Hasta la Iglesia Católica elogió su figura y su obra, aunque lamentó que muriera sin reconocer un creador de la Naturaleza. La revista Blanca, en su número 168, del 15 de julio de 1905, dedicó numerosas páginas a recoger las reseñas que sobre este genio se hiciera en los periódicos españoles.
Su obra El Hombre y la Tierra
fue publicada en seis volúmenes en España por la Escuela Moderna de
Ferrer i Guàrdia, entre 1906 y 1909, traducida por Anselmo Lorenzo y
revisada por Odon de Buen. En poco tiempo fue distribuida a todas las
escuelas racionalistas y formó parte de las bibliotecas del país
preciadas por tener entre sus anaqueles a librepensadores de la talla de
Élisee Reclus. Apenas tres décadas después, con el inicio de la Guerra
Civil, fue uno de los libros más buscados para ser quemado y destruido
en las grandes hogueras públicas prendidas por los fascistas españoles.
Extraído de https://www.elsaltodiario.com
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