¿Cuál es el hecho que impide la “detención de la maquinaria”? El 6 de julio pasado, la cancillería argentina difundió la comunicación entre el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Felipe Solá, y el ministro de Comercio de la República Popular China, ZhongShan, donde se anuncia una “asociación estratégica” entre ambos países, referida a la producción de carne porcina y se anuncia una “inversión mixta entre las empresas chinas y las argentinas” para “producir 9 millones de toneladas de carne porcina de alta calidad”, lo que “le daría a China absoluta seguridad de abastecimiento durante muchos años” (Acción biodiversidad, 2020).
El contenido del video viralizado en las redes por la periodista Soledad Barruti, @solesbarruti, y el comunicado publicado en el sitio digital Acción biodiversidad, también coincide con el análisis mencionado: “[…] el Covid-19 se trata de un virus que emergió por alguna de estas causas: hacinar animales para su cría industrial y/o su venta, y desintegrar ecosistemas acercando a las especies entre sí (Acción biodiversidad, 2020). En este comunicado, además, leemos algunas de las causas del posible acuerdo entre el gobierno argentino y el chino:
Dos años atrás China sufrió
un fuerte brote de Peste Porcina Africana (PPA). Este virus -G4 EA
H1N1-, altamente contagioso, afecta a los cerdos alterando de muchas
formas su vitalidad. Para evitar su propagación en ese país, se estima
que se habrían sacrificado aproximadamente entre 180 y 250 millones de
cerdos (de modos sumamente crueles como quemarlos o enterrarlos vivos),
lo que disminuyó la producción entre un 20% y 50%.
Hace poco tiempo, la revista científica PNAS publicó
sobre el potencial pandémico actual de la Gripe Porcina, y su
peligrosidad fue advertida también por la Organización Mundial de la
Salud: el G4 EA H1N1 podría mutar y resultar infeccioso para los
humanos.
Erradicar la Gripe Porcina y a la vez garantizar a su población el consumo de esa carne es una preocupación para China. Para alcanzar sus objetivos el gobierno de ese país autorizó a muchas de sus empresas a invertir en otros territorios, y a aumentar las importaciones de carne de cerdo. (Acción biodiversidad, 2020)
Cuando intentamos realizar una crítica hacia los diversos gobiernos que administran el Estado, no lo hacemos por mero placer de un intento de pensamiento crítico, por simpatía hacia tal o cual forma de gobernar o por creer que pueda existir una manera benevolente de gestionarlo. La hacemos porque la historia política de este territorio en particular y de la mayoría de los territorios en general, nos demuestran que el Estado como garante del Capital, más allá de otorgar “derechos” bajo el ala de una política intervencionista, en el fondo, en su abismo maquínico que tritura todo lo que esté a su alcance, no puede realizar otra acción que ser el guardián celoso de la “maquinaria productiva-apropiativa-extractiva”.
En este sentido, el modelo económico del extractivismo es una política de Estado que atraviesa a todos los gobiernos y que viola los derechos indígenas y campesinos, beneficiando así a petroleras, mineras, grandes estancieros y empresas del agronegocio. Esto lo advierte el periodista Darío Aranda, especializado en esta temática. Recientemente, señaló el doble discurso de Alberto Fernández cuando, por un lado, nos dice: “Hay que repensar la lógica financiera del capitalismo. Lo que más necesita la Argentina es inversión, producción, trabajo y desarrollo. No hay otro modo de cambiar las estructuras de un país que no sea a través del desarrollo” (Página 12, 2020). Y, además, llama a los capitales extranjeros a invertir en las “oportunidades de desarrollo” como Vaca Muerta, la minería, la agroindustria y la actividad pesquera, “con un criterio distinto del utilizado hasta ahora, favorecer la inversión en el interior del país”, y abrió el abanico de oportunidades en obra pública, entre ellas la ruta bioceánica con Chile y la hidrovía del Paraná (Página 12, 2020). Pero, por el otro lado, en una charla con jóvenes transmitida por TV Pública, decía: “La Argentina que tenemos que construir es una Argentina medioambiental sustentable. Dejar de producir contaminando. Dejar de infectar el aire que respiramos, dejar de ensuciar el agua que tomamos […]. Y que no me vengan con los argumentos económicos para tratar de sostener que sigamos contaminando al mundo”.
Los “argumentos económicos” son los engranajes que mueven la rueda del extractivismo. Ese tono coloquial, “no me vengan”, que intenta igualar posiciones entre el mandatario político y el ciudadano, no es más que un artificio retórico cargado de demagogia. Si solo fuera esto, no sería tan terrible. Nos es más que conocido el lenguaje de las autoridades políticas, serio y solemne, pero con pizcas de coloquialismo para igualarse ante la ciudadanía, rebosante de credibilidad, de fe. Por lo que, en tal caso, el problema se podría reducir a creer o no. Sin embargo, la cuestión es que estos discursos, además de generar consenso, afinidad política y garantizar “la paz social”, transmutan en acciones políticas. Acciones que generan mayor deforestación para espacios de feedlots (el engorde de animal en corral) y siembra de soja transgénica, desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas por dicha deforestación, mayor utilización de productos tóxicos necesarios para que todo lo transgénico crezca, enfermedades y malformaciones de las poblaciones cercanas a las siembras por el uso de esos venenos y extrema violencia y maltrato animal1:
[…] el existente humano se ha colocado en relación con la así llamada naturaleza en términos de una “ontología de guerra”: la idea moderna de “saber es poder” implicó el dominio de la tierra toda como objeto disponible, como recurso. “Ontología de guerra”, para caracterizar la forma en que nos relacionamos con lo que se considera “naturaleza”, guerra que se ensaña contra los animales, y contra modos de existencia humana que se consideran animalizados. Esta “ontología de guerra” muestra un nuevo aspecto en la lucha contra las zoonosis. (Cragnolini, 2020)La “transferencia zoonótica”, que es una forma técnica de decir que tales infecciones “saltan” de los animales a los humanos, es una mecánica la cual el capitalismo ayuda a gestar y desatar. Con el posible acuerdo entre el gobierno argentino y el chino, el riesgo para la salud colectiva es innegable, pero corre el peligro de ser desatendido. Igual que lo fue en 1996 con la introducción de soja transgénica con la firma del ya mencionado Felipe Solá, en ese entonces, como Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca durante el gobierno menemista. Este personaje, versátil y voluble, parece tener una obsesión por el avance de la maquinaria. Aunque sabemos que solo es un peón en la partida, no nos deja de asombrar su capacidad política de intensificar la guerra contra ecosistemas y existencias humanas:
En esta época, se aprobó la introducción de semillas que solo crecen en combinación con un paquete de venenos aumentando el uso de agrotóxicos en un 1400% en casi 25 años de agronegocio transgénico. Esa soja que hoy ocupa el 60% de la tierra cultivada del país, que empuja el desmonte en las provincias del norte volviéndonos uno de los 10 países con más deforestación del mundo, y que luego es exportada a países como China para alimentar animales como los cerdos. (Acción biodiversidad, 2019)Nos corre por el cuerpo rabia y odio contra los perpetradores de estas lógicas devastadoras de la vida. ¿Qué otra cosa podemos sentir? ¿Qué diálogo podemos establecer con quienes se encargan día y noche de tramar los cercanos futuros envenenamientos que vendrán contra lxs que habitamos el territorio colonizado-devastado-extranjerizado por el Estado argentino? ¿Qué palabras podemos intercambiar si siempre hicieron, hacen y harán todo lo que esté a su alcance para que “la maquinaria productiva-apropiativa-extractiva” no se detenga? A la altura de este 2020 pandémico y distópico, ¿no existen ya demasiados ejemplos de que el Estado y el Capital son contrarios a la vida?
Deseamos con todas nuestras entrañas, volver a oír. Volver a oír, en la voz de todos los que insisten en que la máquina no se detenga, “el ligero temblor de terror que nunca les abandona. Pues gobernar no ha sido nunca otra cosa que retrasar mediante mil subterfugios el momento en que el pueblo les colgará”. Escuchar el leve crujir de los cuellos de tecnócratas, inversores y políticos que desprecian y mutilan lo viviente será un placer que no conviene demorar.
Roscigna
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