“El reloj -como señaló Lewis 
Munford- es la máquina clave de la era de las máquinas, tanto por su 
influencia en la tecnología como en las costumbres humanas. 
Técnicamente, el reloj fue la primera máquina realmente automática que 
alcanzó alguna importancia en la vida humana. Antes de su invención, las
 máquinas comunes eran de tal naturaleza que su funcionamiento dependía 
de alguna fuerza externa y poco confiable, como la del hombre, la de los
 músculos del animal, la del agua o la del viento (…). El reloj fue la 
primera máquina automática que alcanzó una importancia pública y una 
función social. La  manufactura de los relojes fue la industria en la 
cual el hombre aprendió los elementos para construir máquinas y en la 
que logró la habilidad técnica necesaria para producir la complicada 
maquinaria de la revolución industrial. Socialmente el reloj tuvo una 
influencia más profunda que cualquier otra máquina, porque fue el medio 
por el cual se pudo lograr la regularización y regimentación de la vida,
 tan necesarias para el sistema de explotación industrial. El reloj 
suministró el medio por el cual el tiempo -una categoría tan ambigua que
 ninguna filosofía ha podido aún determinar su naturaleza- pudo ser 
medido concretamente en los términos más tangibles del espacio provisto 
por los cuadrantes del reloj. El tiempo, en tanto duración, dejó de ser 
tenido en cuenta, y los seres humanos empezaron a hablar y a pensar 
siempre en extensiones de tiempo, como si estuvieran hablando de medidas
 de alguna tela. Ahora que podía medirse en símbolos matemáticos, el 
tiempo fue considerado como una mercancía que podía ser comprada y 
vendida como cualquier otra.”
(George Woodcock, “La dictadura del reloj”)
Deberíamos agregar que el querer 
“medir el tiempo” es viejo como la dominación. Las 
primeras civilizaciones inventan el reloj de arena[2] y
 las matemáticas (inexistentes en las sociedades no-civilizadas)… no es 
curioso entonces que esa abstracción que es el número sea utilizada para
 medir esa otra abstracción que es el tiempo.
Desde las catedrales en la ciudad y las iglesias en el campo (¿cuándo no?), así como también desde los palacios, sonaban las campanas de los primeros relojes.
Luego este tiempo numérico alejado de la naturaleza, de la experiencia, seguirá sirviendo para disciplinar, controlar y -peor aún- sincronizar la actividad de diferentes personas. En un comienzo esta concepción del tiempo era extraña, la manejaba la clase dominante (de ahí la ubicación de los primeros relojes), pero con la victoria de esta reducción del tiempo a mera cantidad, convirtiéndolo en algo mecánico, impersonal, externo y desvinculado de nuestra experiencia, cada uno tiene derecho a poseer un reloj y así ser parte fundamental de esta extraña pero efectiva medición. ¿Y qué es eso sino la democratización de la vida? Desde los primeros meses de vida nos hacen comer y dormir a determinado horario (y no cuando tenemos hambre o sueño), y ya desde la escuela comenzamos a cumplir horarios tan estrictos, que cuando llegamos a nuestro primer trabajo esto nos parece lo más natural del mundo… ¡si hasta tenemos horarios para lo que llamamos descansar y divertirnos!
La mentira no se hace evidente ni cuando el Estado nos hace atrasar o adelantar nuestros relojes, según la hora que deba ser en verano, y la hora que deba ser en invierno, para el ahorro de energía eléctrica.
Porque como sabemos, las maquinas producen bajo la tutela del Capital, y esta máquina en particular, el reloj, produce horas, minutos y segundos… para el Capital también.
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[1] Todos los conceptos referidos a
 tiempo están relacionados con esta manera de soportarlo. Sufrimos aquí 
–así como en situaciones similares- el no poder encontrar en el lenguaje
 formal mejores palabras para expresarnos. Esto muestra la necesidad de 
comprender cómo este gran problema no sólo nos condiciona a la hora de 
buscar palabras, sino a la hora de buscar alternativas a lo existente, 
de revolver en nuestros deseos que se encuentran definidos con palabras.
[2] “Reloj de arena” en rigor es 
una definición moderna para una herramienta que aún estaba relacionada 
con el lugar en que transcurría la vida y sus amplios ciclos.

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