El poder establecido, en todas sus vertientes, y desde siempre, ha
utilizado la enfermedad mental como una forma de estigmatización social
hacia todo aquel que no encaje dentro de los parámetros de
“normalidad” que el sistema de dominación impone. Así pues, podemos
encontrarnos con “diagnósticos” que podrían hacen del anarquismo un
tipo de patología de comportamiento antisocial (por el rechazo a la
autoridad, por ejemplo) o las “patologías” que las autoridades
soviéticas vinculaban a la disidencia política. La juventud recibe en
la actualidad propaganda y cada vezmás diagnósticos de trastornos
mentales achacados a la no-adaptación a la institución escolar o
familiar. Siendo éstos sólo algunos ejemplos de la infinidad de casos y
situaciones donde a un individuo que no se adapta al poder impuesto
se le vincula con un trastorno mental. La salud mental siempre ha sido
algo secundario: importa encajar dentro de un molde, de unos esquemas
que la sociedad en un determinado periodo histórico considera como
válidos; siempre determinados por la consonancia con los valores que la
autoridad vigente promueve en su provecho.
El poder establecido, en todas sus vertientes, y desde siempre, ha
utilizado la enfermedad mental como una forma de estigmatización
social hacia todo aquel que no encaje dentro de los parámetros de
“normalidad” que el sistema de dominación impone. Así pues, podemos
encontrarnos con “diagnósticos” que podrían hacen del anarquismo un
tipo de patología de comportamiento antisocial (por el rechazo a la
autoridad, por ejemplo) o las “patologías” que las autoridades
soviéticas vinculaban a la disidencia política. La juventud recibe en
la actualidad propaganda y cada vezmás diagnósticos de trastornos
mentales achacados a la no-adaptación a la institución escolar o
familiar. Siendo éstos sólo algunos ejemplos de la infinidad de casos
y situaciones donde a un individuo que no se adapta al poder
impuesto se le vincula con un trastorno mental. La salud mental
siempre ha sido algo secundario: importa encajar dentro de un molde,
de unos esquemas que la sociedad en un determinado periodo histórico
considera como válidos; siempre determinados por la consonancia con
los valores que la autoridad vigente promueve en su provecho.
Sin embargo, no estamos negando en ningún momento la existencia de
dolencias psíquicas reales que los individuos llegan a padecer y a
sufrir. Nuestro objetivo en este texto NO es analizar las causas de la
enfermedad mental; aunque no nos tiembla la mano al señalar al sistema
de vida que desde que nacemos se nos impone como principal factor
generador del daño psicológico que deriva en las distintas
“patologías”. NO es tampoco un texto que pretenda denunciar el
extraño baremo que la sociedad actual maneja para considerar a
alguien como enfermo mental. Tampoco es nuestra intención denunciar,
en este texto, el trato (maltrato) que los enfermos mentales reciben
por parte de las instituciones, estatales o privadas. El objetivo de
este texto es denunciar brevemente cómo la sociedad actual contribuye
a construir una figura del “enfermo mental” como alguien que merece
ser tratado como un ser peligroso y extraño, o desvalido e incapaz (a
veces incluso las dos cosas); fomentando de este modo la histórica
hostilidad hacia los enfermos mentales. Y es a través del estigma –la
“mala fama”, la calumnia…- como se genera dicho recelo o una
condescendencia “invalidante” hacia aquellas personas que padecen
sufrimiento psicológico.
Autores como Michel Foucault, han estudiado cómo la consideración de
los “locos” ha ido evolucionando a lo largo de la historia de la
humanidad, y cómo la visión de la sociedad respecto a los enfermos
mentales ha ido cambiando. Parece que el cambio de ser tratados de forma
infrahumana ha evolucionado hacia una forma de ser tratados “menos”
infrahumana. La barbarie y el despropósito sólo ha cambiado de
intensidad en algunos aspectos. Como mucho, se ha logrado cubrir de
cierto halo de modernidad que oculta tras de sí la anulación del enfermo
como individuo.
Siempre ha existido y existe un estigma hacia los considerados como
locos. “Su” mundo es un mundo de perturbación y desequilibrio, alejado
de “nuestro” mundo donde el orden rige y la normalidad nos rodea. Es
necesario marcar una separación entre su triste y dura vida, y la
artificial felicidad y estabilidad que nuestra vida alberga. A esta
duplicidad hemos de añadirle el estigma sensacionalista que desde los massmedia se
le ha dado a los casos donde un individuo aquejado de alguna
enfermedad mental realizaba algún macabro crimen. El despliegue de
medios y el tiempo empleado en cubrir este tipo de noticias no hacen
sino demostrar el nivel de bajeza moral al que los medios de
desinformación pueden llegar a alcanzar con tal de obtener una
audiencia mayor basada en el simple y llano “morbo”. Por otra parte,
los estudios serios al respecto no han demostrado una relación entre
enfermedad mental y violencia.
La estigmatización social hacia los enfermos mentales también ha
tenido su origen en el mundo de la cultura. Ésta ha contribuido a la
construcción en el imaginario colectivo de un arquetipo de enfermo
mental “quijotesco”. Esto es, la idea romántica de un loco que llama la
atención por sus ideas delirantes y pintorescas, llevadas al mundo de
la ficción y tratadas con cierta banalidad por la “intelectualidad”
que crea estas historias1. Todo ello, contribuye a dificultar la
comprensión de la envergadura real del sufrimiento que la enfermedad
mental instaura en la vida de los enfermos. Mención aparte merecerían
ciertas vanguardias, tales como el surrealismo, que llevaron al
extremo la idealización de la locura, banalizándola y convertida en
un objeto de devoción y olvidando mencionar el sufrimiento, la
angustia y el dolor que las dolencias psíquicas causan en los
individuos. Caricaturizar a los enfermos mentales contribuye a crear
una errónea visión de éstos alejada de la realidad, estableciendo
nuevas barreras entre los considerados como “mentalmente sanos” y los
que no.
Existe también una imagen distorsionada de las personas que sufren
enfermedades psíquicas, relacionada con el mundo del “terror” y el
crimen como género de ficción. Así encontramos en la industria del cine,
la televisión o incluso de los videojuegos, historias en las que se
muestra a los enfermos mentales como peligrosos psicópatas. Surge
entonces en la sociedad otro modelo de estigmatización hacia los
enfermos mentales. Toda la curiosidad que suscitan, por ejemplo, los
psiquiátricos dan muestra de cómo esta mitología causa una visión
macabra y el morbo que entorno a la enfermedad mental existe. Ignoramos
todo el sufrimiento humano que las personas llegan a sufrir por la
enfermedad mental e incluso olvidamos el maltrato que los enfermos
mentales sufrían y sufren en los centros de internamiento.
Nos encontramos con personas que sufren dolencias psíquicas como la
depresión o la ansiedad que reciben un trato paternalista y caritativo
por parte de los demás. Se produce entonces el clásico fenómeno de
aparente comprensión, cuando lo que hay detrás es un intento de
sentirnos bien con nosotros mismos y poder seguir nuestra vida
tranquilamente. Ya se encargarán los “profesionales”2 y sus pastillas de
ayudar a estas personas. Otra nueva barrera. La solidaridad real
implicaría un apoyo sincero sobre aquellos que sufren de estas dolencias
que fuera más allá de la mera compasión cristiana: establecer
auténticos vínculos de apoyo mutuo con los que plantar cara a las causas
de los males psicológicos, siendo habitualmente el ritmo de vida y
las condiciones que el capitalismo impone en nuestras vidas. Sólo hay
que mirar las estadísticas de suicidios en España a lo largo de los
años, y ver cómo pueden relacionarse con las condiciones económicas.
En el otro extremo nos encontramos aquellos enfermos que padecen
enfermedades que revisten una mayor “gravedad”, o al menos así se
considera socialmente. Nos referimos a los enfermos que padecen de
esquizofrenia, trastornos de personalidad, etc. A estos enfermos se les
reviste de todos los tópicos negativos y son los que más sufren los
distintos tipos de estigmatización social.
Hemos de acabar de una vez por todas con el estigma social hacia los
enfermos mentales y establecer vínculos de unión y apoyo mutuo entre
todos los oprimidos que nos ayuden a poner en práctica una
transformación radical en los valores imperantes en la sociedad. Debemos
construir un mundo nuevo, donde nuestros iguales no sean para
nosotros seres hostiles, sino personas con las que convivir, compartir
experiencias y llevar una vida en solidaridad y apoyo mutuo.
Acabemos con la mercantilización que convierte todos los aspectos de
nuestra vida en productos que puedes (o debes) consumir. Destruyamos
los cánones y parámetros que desde niños se nos marcan como válidos y
correctos. Recuperemos las riendas de nuestras vidas.
¡LA NEUROSIS O LAS BARRICADAS!
¡POR LA ANARQUÍA!
1 No queremos decir que este fuera el principal objetivo de Cervantes
al caracterizar a un Quijote como una persona que sufría de
alucinaciones, ni mucho menos. Sin embargo, sí vemos cómo esta idea
“romántica” del loco soñador ha sido exprimida desde muchos ámbitos de
la ficción, llegando a causar falta de comprensión hacia el
sufrimiento que los enfermos llegan a sufrir.
2 No queremos negar la necesidad en muchos casos de acudir a
especialistas como psicólogos. Solo denunciamos que la responsabilidad
de ayudar a las personas psiquiatrizadas solo sea una cuestión de los
“profesionales”, obviando que es una labor que debería ser social.
Grupo Bandera Negra
Federación Ibérica de Juventudes Libertarias
bandera_ngra@hotmail.com – http://juventudeslibertariasmadrid.wordpress.com/
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