El sastre del pueblo (1894), Albert Anker
Después de terminar Edades de tercera
(Descontrol, 2022), me quedé con ganas de ampliar algunas partes del
ensayo relacionadas con el origen histórico de algunos términos, como
«envejecimiento demográfico», que son claves para entender muchos
debates actuales en torno a la vejez. Por eso me decidí a escribir este
artículo que se publicó hace una semana en Ser Histórico - Portal de Historia.
Ningún país fue para viejos. Sobre el origen del concepto «envejecimiento poblacional»
1999 marca un hito en la estrecha y conflictiva
relación entre la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la cuestión
demográfica. El año previo a la finalización del siglo XX fue declarado Año
Internacional de las Personas de Edad y fue el pistoletazo de salida a todo el
trabajo de análisis estratégico emprendido por esta institución en relación al
llamado envejecimiento demográfico[1].
Atrás quedaban los años oscuros en que la organización internacional, a través
del Fondo de la ONU para la Población (UNFPA), se empleó a fondo para luchar
contra la bomba
poblacional de los países del Tercer Mundo
(favoreciendo, incluso, la puesta en marcha de programas de esterilización
masiva).
A partir de entonces, han sido muchos los estudios demográficos elaborados por
la ONU; análisis rigurosos donde destacan las proyecciones
de población para los próximos años. En estas proyecciones, por ejemplo, España
aparece como uno de los países más envejecidos del mundo en el año 2050.
Sin embargo, estos datos no han servido para que las
cuestiones relacionadas con el envejecimiento poblacional estén en la primera
línea del debate público en nuestro país de forma explícita. Por el contrario,
ha tenido que ser una cuestión sobrevenida la que ha favorecido, al menos
durante un periodo de tiempo, que los problemas de la vejez y el proceso de
envejecimiento hayan suscitado el interés de los medios de comunicación de
masas; nos referimos, claro está, al episodio relacionado con el fallecimiento
de miles de ancianos en las residencias a consecuencia de la gestión
política de la pandemia provocada por el coronavirus.
Sin embargo, a poco que rasquemos por debajo de los
titulares de prensa, nos daremos cuenta de que la cuestión del envejecimiento
poblacional está detrás de muchos de los debates recurrentes de nuestra sociedad;
debates como los relacionados con la dependencia y los cuidados, las
residencias de ancianos, la supervivencia del sistema de pensiones, el sistema
de salud público, los modelos de familia, la violencia contra los mayores,
etcétera.
Por otro lado, el uso político, explícito y
envenenado, del concepto de envejecimiento poblacional de las naciones
occidentales, resulta clave para la articulación de los discursos de la
extrema-derecha más radicales, como el vinculado a la tesis conspirativa del
llamado Gran
Reemplazo; una tesis con especial predicamento en
países como Francia, Estados Unidos, Alemania y los países escandinavos.
Llegados a este punto, y teniendo en cuenta el papel fundamental
que el concepto de envejecimiento poblacional juega en buena parte de los
debates actuales, resulta interesante plantearse cuál ha sido el proceso
histórico que está detrás de la construcción teórica de este axioma de la demografía
contemporánea.
Una historia de la Francia del XVIII y el
XIX
Siguiendo las investigaciones de Patrice Bourdelais[2], reputado demógrafo
francés que dirigió hasta 2018 el Institut des Sciences Humaines et Sociales
(InSHS), durante el siglo XVII, debido al reforzamiento del proceso de
centralización del Estado francés y al desarrollo de una administración que se
pretendía más efectiva, por lo que tenía de fiscalizadora, la administración
francesa favoreció la puesta en marcha de herramientas estadísticas de carácter
demográfico que empezaron a utilizarse en las colonias y luego aterrizaron la
metrópoli. El Marqués
de Vauban (1633-1707) y Jean-Bastiste
Colbert (1619-1683) tuvieron un papel protagonista en el
impulso de estas medidas de análisis demográfico.
Hasta 1795, Francia fue el país más poblado de Europa,
incluida Rusia. Sin embargo, a finales del siglo XVIII el control voluntario de
la natalidad comenzó a practicarse de manera generalizada entre los estamentos
más acomodados de la sociedad francesa. Una práctica que empezó a extenderse al
conjunto de la población desde principios del siglo XIX. Teniendo en cuenta
esto, en 1866 y en un contexto europeo marcado por la hostilidad
franco-prusiana y la carrera imperialista, los territorios que en 1871
quedarían unificados bajo la bandera alemana, pasaron a superar en población a
Francia, lo que sin duda pasó a formar parte de las preocupaciones de las
élites francesas de finales del siglo XIX.
Fue entonces cuando un demógrafo, Jacques Bertillon
(1851-1922), empezó a postular la teoría que
problematizaba, en clave nacional, el aumento de la edad media de la población
francesa provocado por el descenso de la mortalidad, el incremento de las tasas
de población envejecida y el paulatino descenso de las tasas de natalidad.
Según este razonamiento, la población francesa, es decir, Francia, se estaba
haciendo más vieja, más débil y, por tanto, menos capaz de competir con las
naciones rivales de su entorno. Una teoría que, dicho sea de paso, no escapaba
al socialdarwinismo de la época y, entre otras consecuencias, favorecía la
desvalorización social de los ancianos.
Natalismo patriótico VS. Neomalthusianismo
obrero
Serían precisamente las propuestas teóricas de
Bertillon, las que servirían de argumentario político a las organizaciones
patrióticas —como la Alianza Nacional para el Crecimiento de la Población
Francesa[3]— que conformaron el muy activo lobby
natalista francés.
Estas organizaciones, conectadas a un importante
sector de las élites sociales y económicas de Francia, presionaron para el
establecimiento de políticas públicas que incentivaran la natalidad y limitaran
la contracepción, con el objetivo, según ellos, de frenar el debilitamiento del
país provocado por el proceso de envejecimiento demográfico.
Como no podía ser de otra manera, la intervención
política de estas agencias acabó por colisionar frontalmente con aquellos
sectores, intelectuales y sociales, que ya a principios del siglo XX defendían
las tesis neomalthusianas[4]. Estas últimas abogaban
por enfrentar el problema de la pobreza de las familias obreras a través de la procreación
consciente, lo que, entre otras cosas, implicaba una apuesta por la
separación entre sexo y reproducción, el fomento de la educación sexual y la
socialización de toda una serie de valores que, finalmente, favorecían la
autogestión de la salud de la clase trabajadora[5].
Hay que tener en cuenta que fue en 1896, en el mismo
año en el que se creaba la Alianza Nacional para el Crecimiento de la Población
Francesa, cuando nacía la Liga Neomalthusiana francesa, que solo cuatro años
después, en 1900, impulsaría el primer Congreso Neomalthusiano Internacional,
celebrado en París. Un congreso que, a la postre, resultó clave para la
difusión del ideario neomalthusiano. De hecho, fue poco después, en 1904, cuando
se creó la Liga Neomalthusiana Ibérica, impulsada por el médico anarquista
catalán Luis
Bulffi de Quintana (1867-192?). Según Layla Martínez,
en 1905 esta liga ya contaba con treinta y seis secciones, distribuidas por
toda la península, que «realizaban labores de educación sexual y de difusión de
las tesis de procreación consciente, poniendo especial énfasis en los métodos
anticonceptivos y en la necesidad de que las mujeres decidieran sobre sus
embarazos[6]».
Hablamos, por tanto, de todo un despliegue de
propuestas que, en buena medida, fue factible gracias al papel jugado por
publicaciones periódicas como Salud y Fuerza, Iniciales, Generación
Consciente o, ya a partir de 1927, Estudios; periódicos y revistas
de cuidada edición, tiradas generosas y amplia distribución que, como revelan
los trabajos de investigadores como Alejandro Civantos[7], formaron parte de la
pléyade de cabeceras que animaron el riquísimo universo cultural del anarquismo
ibérico del primer tercio del siglo XX.
En la práctica, desde finales del siglo XIX hasta bien
entrado el siglo XX, asistimos a la pugna, también en el terreno de la
demografía, de dos modelos sociales antagónicos. El primero, representado por
el patriotismo natalista, tomaba como referencia a la nación francesa y,
partiendo del por entonces balbuceante concepto de envejecimiento
demográfico, abogaba por la puesta en marcha de medidas que favoreciesen el
aumento de la natalidad y, por ende, contribuyeran al descenso de la edad media
de la población francesa; algo que, por un lado, pretendía garantizar la
primacía de Francia en la carrera imperialista (lo cual satisfacía los
intereses del ejército y los grandes industriales) y, por otro, alimentaba el
argumentario religioso que perseguía la contracepción y la educación sexual.
Frente a ello, el movimiento neomalthusiano, en
especial el de inspiración ácrata, tomaba como referente a la clase obrera
internacional y pretendía divulgar entre los trabajadores y trabajadoras la
idea de procreación consciente. Esta propuesta, que aspiraba a convertirse en una
herramienta más en la lucha contra la miseria obrera[8], abría un horizonte
emancipatorio para las mujeres y, de manera lógica, se insertaba a la
perfección en un movimiento integral, como el anarquista, marcadamente
internacionalista, antibelicista y enemigo acérrimo del poder político de las
instituciones eclesiásticas.
Reverberaciones políticas actuales
Tal y como indica el demógrafo Julio Pérez Díaz en su
blog, Apuntes
de Demografía, a pesar de que el aumento de la edad media
de la población había sido problematizado mucho antes del siglo XX, sería en
1928 cuando el prestigioso demógrafo Alfred Sauvy (1898-1990)
—que posteriormente sería conocido por acuñar el término Tercer Mundo— empezó a utilizar de manera prolija la expresión
«envejecimiento progresivo» de la población; una idea que, ya en 1946,
facilitaría la aparición y normalización del término «envejecimiento
demográfico» a través de su uso en la revista Population, una de las
publicaciones periódicas sobre demografía más prestigiosas a nivel
internacional.
Casi 80 años después, el término envejecimiento
poblacional, libre de polvo y paja, se sigue blandiendo como una espada por
aquellos actores políticos que, mientras alertan del “ocaso de Europa”
(denunciando la “invasión migratoria” y la supuesta desaparición de los valores
del cristianismo), ignoran las consecuencias del imperialismo occidental,
aplauden las políticas neocoloniales que expolian a los países periféricos y,
para más inri, promueven las medidas económicas de carácter neoliberal que
precarizan la vida de los jóvenes, contribuyendo con ello al desarrollo de las
condiciones generales que dificultan la natalidad y, por tanto, favorecen el
aumento de la edad media poblacional[9].
Por otro lado, buena parte de las propuestas del
movimiento neomalthusiano, incorporadas —como veíamos anteriormente— con
especial predilección por el anarquismo internacional a su fecundo acervo de
prácticas de intervención política, han permeado en otros movimientos sociales,
como el feminista, que las hicieron suyas desde su conformación, desplegándolas
de forma autónoma y, en no pocas ocasiones, ignorando su genealogía obrera y
libertaria.
Finalmente, el anarquismo actual, que antaño pareció
interesarse por todo aquello que condicionaba la vida de las clases populares,
parece haber dado la espalda a la reflexión teórica en torno al tema capital de
la demografía; ignorando, quizá, la acuciante necesidad de incorporar su imaginario
humanista y su enfoque revolucionario al debate político en torno al futuro de
la población mundial. Un futuro, como siempre en pugna, donde no solo se ven
amenazados los códigos culturales que contemplan la inalienable dignidad de las
personas mayores, sino también las mismas bases de la vida humana sobre la
tierra.
[1] Para no
extendernos mucho, diremos que el envejecimiento demográfico es el concepto que
alude al aumento de la media de edad de una población determinada. Asociado a
la modernización del régimen demográfico, es una de las características de la
demografía de los países desarrollados.
[2] Para el
artículo que nos ocupa, hemos seguido fundamentalmente uno de los interesantes
trabajos de Bourdelais, «Las claves históricas del natalismo. Francia, siglos XVII-XX»,
incluido como capítulo en Invasión migratoria y envejecimiento demográfico.
Dos mitos contemporáneos, Isidro Dubert y Antía Pérez-Caramés (coordinadores).
Catarata. Madrid: 2021.
[3] Fundada
en 1896, el propio Jacques Bertillon fue uno de los fundadores de la Alianza. Su
capacidad de influencia en política francesa será innegable, sobre todo durante
la primera mitad del siglo XX. La aprobación del llamado Código de la Familia
(1939) fue una de sus grandes victorias.
[4] Para un
acercamiento a la relación entre neomalthusianismo y movimiento obrero,
especialmente el de inspiración ácrata, recomendamos los trabajos de Eduard
Masjuan; sobre todo, La ecología humana en el anarquismo ibérico
(Icaria, Barcelona: 2000).
[5] Será
este el momento en el que corrientes como el higienismo o el naturismo
empezarán a tener cada vez más predicamento entre las clases trabajadoras,
sobre todo del sur de Europa.
[6] Hartémonos
de amor ya que no podemos hartarnos de pan. Sexología y anarquismo. Layla
Martínez Vicente. Piedra Papel Libros. Jaén: 2014.
[7] Leer
en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), editado por la FAL en
2017, y La enciclopedia del obrero. La revolución editorial anarquista
(1881-1923), publicado por Piedra Papel Libros en 2022, son dos de los
trabajos de Alejandro Civantos que abordan la dimensión cultural del anarquismo
ibérico.
[8] A pesar
de que el movimiento neomalthusiano tuvo una clara influencia en el movimiento
libertario a nivel internacional, también hubo sectores del anarquismo que, por
diversos factores, se opusieron a sus tesis. Para rastrear, por ejemplo, el antimalthusianismo
de Kropotkin, recomendamos la lectura de «Eugenesia y anarquismo en el primer
neomalthusianismo libertario barcelonés, 1896-1915», de Álvaro Girón-Sierra, en
História, Ciência, Saúde – Manguihos,
Río de Janeiro (Brasil), v. 25, supl., ago. 2018, p. 87-103.
[9] Un
certero acercamiento a las causas de la baja natalidad en España lo encontramos
en «Las causas de la muy baja fecundidad
en la España actual», Teresa Castro-Martín, Teresa Martín-García, Julia
Cordero, Marta Seiz y Cristina Suero, en Invasión
migratoria y envejecimiento demográfico. Dos mitos contemporáneos, de
Isidro Dubert y Antía Pérez-Caramés (coordinadores). Catarata. Madrid: 2021.
https://labandadeloscuatro.blogspot.com