Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, febrero 28

Anarquía relacional: así se lleva a la práctica una nueva forma de convivir y vincularse

 



Alex, Pau o Nurietzsche son anarquistas relacionales y experimentan con nuevas formas de convivir que aporta este modelo relacional, no exento de nuevas dificultades y gestiones. El concepto empezó a definirse a principios de los 2000 y desdibuja la frontera entre amistades y parejas.


Las puertas [del ascensor] se abrieron con un fino chirrido, mostrándonos un rellano con cuatro apartamentos. Al asomarnos, vimos que Teresa nos estaba esperando en el fondo, con la puerta abierta […]. Señaló al resto de puertas y nos dijo: “¡Ahora os enseño todas las casas! Ahí vive Dolores y ahí vivía Begoña. Y ahí enfrente, María José”.
Tardé unos segundos en comprender lo que nos estaba diciendo.
Entre todas las amigas se habían hecho con la cuarta planta entera del edificio.

Elisa Coll, Nosotras vinimos tarde (Amor de Madre, 2023).


Hay una casa en un pueblo de Madrid con el césped alto, un huerto naciente y post-its que especifican qué se encuentra tras las puertas de cada armario de la cocina. La finca lleva el nombre de la que fuera amante del propietario, pero las inquilinas actuales están construyendo una forma de vincularse donde no caben relaciones de primera y de segunda.

La casa es solo una parada en el viaje que sus seis habitantes emprenden para alejarse de los ritmos del trabajo y de la familia nuclear. El destino no está claro, pero tanto ellas como otra decena de amistades que aún viven en la capital quieren que su camino pase por poner la vida comunitaria en el centro, colectivizando los cuidados y huyendo de un sistema económico que consideran hostil.

La comunidad que están creando es una de las formas que puede adoptar la anarquía relacional, un modelo de relacionarse que se ofrece como alternativa a la monogamia. Aunque la mayor parte de la sociedad ya conoce otras opciones no monógamas como el poliamor o las relaciones abiertas, la anarquía relacional (AR), cuya conceptualización aparece en 2005, es más desconocida.

Juan Carlos Pérez Cortés se topó en Internet con el concepto a finales de los 2000. Emocionado, tradujo al castellano y al catalán la única información que había: un manifiesto y una página de Wikipedia. Como pasaba el tiempo y seguía sin existir bibliografía en español sobre este modelo relacional, hizo suya la cita de “si hay un libro que querrías leer y no está escrito, escríbelo tú” y publicó en 2020 el monográfico Anarquía relacional. La revolución desde los vínculos (La Oveja Roja).

“La anarquía relacional tiene tres pilares: impugnar la obligación de vincularse de forma monógama; rechazar la jerarquía de una relación sobre otra; y sustituir el individualismo de pareja por una red de vínculos cuya importancia no depende de si hay sexo o una narrativa romántica”, explica Pérez Cortés.

Ahora bien, la anarquía relacional “no es un dogma”, sino “unas herramientas que tú usas a tu manera”, por lo que la forma final de vincularse es diferente en distintas personas. Así lo explica Alex, tatuador y anarquista relacional, quien añade que “incluso hay gente que puede ser anarca relacional sin saberlo solo por cómo intenta horizontalizar las relaciones”, y subraya que esto último no supone repartir el tiempo equitativamente, sino hacer las cosas por apetencia, no por definición. “Hay muchos memes de tíos ‘salvándose’ de su esposa para hacer un viaje con amigos porque los viajes se hacen por defecto con la pareja, y esto no debería ser así”, remata.

Entre quienes prueban formas alternativas de convivir están las seis de la casa en el pueblo, al que han puesto el nombre ficticio de Valdezarcillo. Aunque algunas de ellas se consideran anarquistas relacionales, su proyecto no se encuadra en este esquema. Eso sí, afirman que su forma de vivir “conecta” con este modelo al “poner en el centro lo colectivo, perdiendo así la pareja funciones exclusivas, como podrían ser el sostén en los momentos de crisis emocional”.

Para ellas, en su mayoría provenientes del activismo ecologista, la pareja y la familia nuclear no ofrecen suficiente resiliencia ante los retos de la vida y, sobre todo, la crisis climática. O, como dice una de las inquilinas citando a su abuela, “es poner todos tus huevos en una cesta y, cuando se te caiga, te quedas sin cenar”.

Con el fin de superar el esquema de pareja monógama, la anarquía relacional aporta una receta del anarquismo político: la autogestión. Ese “de cada cual según sus capacidades a cada cual según sus necesidades” aterriza en “si una persona necesita más cuidado, la cuido más”, sugiere Pérez Cortés. El escritor se explaya: “La autogestión es definir los compromisos de cada relación. Saltarse el guion que te explicita qué tienes que esperar de cada tipo de relación y decir ‘voy a ver qué necesitan las personas de mi entorno’”.

El camino a la anarquía relacional

Mientras que las de Valdezarcillo no se consideran anarquistas relacionales, las otras seis fuentes consultadas por El Salto para este reportaje sí lo hacen. De ellas, todas menos una han pasado por otros modelos no monógamos antes de llegar a la AR. El tatuador Alex cuenta que empezó por las relaciones abiertas, un esquema que mantiene una pareja con exclusividad romántica pero que abre la posibilidad a mantener relaciones sexuales con otras personas.

Para Alex, el cambio llegó de la mano de Pau, tatuadora como él, con quien comparte dos proyectos de vida. Cuando se conocieron, Pau tenía “más idea” de cómo eran otros modelos no monógamos y empezaron a investigarlos: acabaron los dos declarándose anarquistas relacionales.

Esta tatuadora empezó con las relaciones abiertas “a partir de los 16”, según relata. Luego, su modelo fue transitando hacia el poliamor jerárquico, en el que hay “una persona de referencia y gente alrededor orbitando”. Aunque esta forma de relacionarse le pareciera rompedora en un primer momento, Pau afirma que fue “perdiendo sentido” conforme avanzaba el tiempo; no quería darle tanta importancia a lo sexoafectivo. Entonces se topó con el libro Anarquía relacional, que nunca pierde la oportunidad de recomendar, y se decidió por este nuevo esquema que incluye una crítica a las jerarquías del poliamor.

El autor del ensayo, Pérez Cortés, llega a decir que, “en algunos ejes de descripción”, la anarquía relacional es “lo contrario al poliamor”. Esto es porque la AR cuestiona la amatonormatividad ―la diferenciación entre parejas y amistades y la priorización de las primeras sobre las segundas―, mientras que en el poliamor este concepto queda intacto, solo cambiando el número de personas que se pueden encuadrar como parejas.

Eso sí, el escritor niega que la anarquía relacional tenga ningún tipo de superioridad con respecto a otros modelos no monógamos. Cada cual se puede adaptar a diferentes vivencias y “hay que poner en valor todas las disidencias, nos gusten más o menos personalmente, como la afrenta al sistema monógamo que son”, sentencia.

Liarse todos con todos

En 2023 se publica el fanzine Soy anarka relacional, ¿ahora qué?, escrito por Pau C., anarquista relacional que también pasó por otros modelos no monógamos antes de definirse dentro de la AR. De este esquema le atrae “que está muy ligado a la militancia y a la autogestión porque te hace coger la norma, eso que te han enseñado siempre, y darle una vueltita para ver si de forma colectiva le encontramos un sentido”.

Su fanzine trata de dar una imagen de la anarquía relacional que sale de la teoría o del “dar buena imagen”. Sin ir más lejos, Pau C. cuenta que su interés por las no monogamias no empezó por buscar un esquema que permitiera poner a sus amistades en el centro, sino porque siempre era infiel en sus relaciones y se cuestionó si existía una forma de generar vínculos en el que sus actos pudieran ser éticos.

En esta línea, le autore intenta dar una imagen más cercana de lo que es la vivencia no monógama y sus problemas cotidianos. Soy anarka relacional lleva por subtítulo “Historia de todo lo que puede salir mal” justo por visibilizar el choque entre las promesas de un nuevo modelo relacional más libre y los nuevos problemas que de ahí pueden surgir. Estas dificultades empezaron con “liarse todes con todes”, según el texto.

“Ale, hemos roto las jerarquías”, celebra Pau C. en el fanzine. “Ahora, si mis amigues iban a pasar a ocupar el hueco que antes ocupaba mi pareja, no pude evitar preguntarme: ¿por qué no liarme con elles? Obviamente, esto salió fatal” confiesa. Su análisis es que los celos, “que tienen que ver con las mochilas que llevamos” y que no se habían deconstruido en sus relaciones jerárquicas, no desaparecieron con el cambio a la anarquía relacional. La decisión de le escritore y su grupo fue parar “para revisar daños y aprendizajes”. Y recuerda que “en la anarkía relacional los cuidados son los que están en el centro. Y si una aventura con fulanita pasa por hacer daño a otra persona, pues mira, chica, me lo ahorro, porque priorizo cuidar”.

El paso a la anarquía relacional

Es posible que quien lea la experiencia de Pau C. y su grupo pierda las ganas de tirarse de cabeza a la anarquía relacional. Y probablemente sea una buena idea. Para evitar amistades perdidas, corazones rotos y mucho tiempo dedicado a la gestión emocional, es mejor tomárselo con calma. Para le autore de Soy anarka relacional, el paso a la AR significa que es el momento de las preguntas: “Si te mudas a la anarquía relacional, hasta ahora tenías unas normas que igual te apetece replantearte. A partir de ahí vienen un montón de preguntas sobre qué cosas se dan de forma natural y cuáles tienen que ver con el contexto y el concepto de amor que nos venden”.

Muchas de las personas que acaban en la anarquía relacional han sufrido en otros modelos, según Pau C. “Suele ser porque las relaciones vienen dadas con unas estructuras y cuando nos encajamos bien en ellas se sufren rupturas o incluso violencias”, afirma le autore. Para elle, la anarquía relacional cuestiona la universalidad de la idea de amor y afirma que es más deseable seguir las normas que cada persona elija para sí.

Moviéndose al ámbito más personal, Pau C. recomienda plantearse qué tipo de relaciones se han tenido hasta el momento, y cuáles son las que se quieren generar. Ahí empieza, según le escritore, un proceso de autoconocimiento “muy bestia” en el que tienes que averiguar “con qué mochilas cargas” y “trabajarte esos temas”.

“Por ejemplo, si yo soy muy evitativa, tengo que preguntarme por qué. O, si he sido muy celosa y tengo un historial de inseguridades muy largo, tengo que darle caña a ese tema”, cuenta le autore. Su recomendación “para ratas de biblioteca” ―así se autodenomina― es buscar bibliografía, ya sea el libro Anarquía relacional o la colección (h)amor de la editorial Continta me tienes.


¿Conviviendo dos o más?

Con el paso al nuevo modelo quedan en entredicho obligaciones de la monogamia, como son la convivencia de pareja. ¿Con quién vivir? ¿En soledad, con un vínculo sexoafectivo, con amistades formando una comunidad? Si buscamos referencias en el anarquismo político, progenitor de la anarquía relacional, encontraremos ensayos de formas de comunidad que se apartan de la sociedad capitalista. Sin embargo, esta no tiene por qué ser la elección de una persona anarquista relacional.

Y es que la AR, explica Pérez Cortés, no pretende aislarse, sino generalizar la forma autogestionada de construir relaciones en toda la sociedad haciendo una “revolución desde los vínculos”, fórmula que no por coincidencia es el subtítulo del libro Anarquía relacional.

Las ciudades son uno de los escenarios de este nuevo modelo relacional. En Madrid han estado conviviendo durante tres años los tatuadores Pau y Alex. Mantienen una relación sexoafectiva, pero su decisión de compartir piso no se basó en el tipo de relación, sino en afinidades.

―Somos afines en muchas cosas, como la manera en la que funcionamos, la música que nos gusta o los círculos en los que nos movemos ―dice Alex en la entrevista mientras se toquetea el piercing que tiene en la nariz―. También compartimos dos proyectos de vida: uno relacionado con el tatuaje y otro de vida en comunidad que todavía se está gestando. Creo que has hablado con Nurietzsche, que está en el grupo. ¿Te ha dado detalles sobre él?
―A elle le pregunté por otras cosas. Ya me comentáis después sobre el proyecto. ¿Decíais, entonces, que convivir “tenía sentido” para vosotras?
―Claro, eso y que nos apetecía pasar más tiempo juntas ―responde Pau. Se acaricia distraídamente un tatuaje que tiene en el que se lee “la red kuida, la red sostiene”―. Pero también hemos vivido cosas que nos han hecho cambiar de opinión.
―Sí, es que es muy difícil ser horizontal afectivamente si solo vives con otra persona. Todo acaba girando en torno a ella y se generan…
―Unos privilegios, un nivel de confianza…
―Eso. Y ese nivel de confianza solo se consigue con la convivencia. Así que, si solo vives con una persona, está vedado para otras.

Por esto, decidieron abrirse a otras posibilidades y, hace unos meses, tomaron la decisión de mudarse a Bruselas junto con otra persona cercana a ellos.

Vivir con desconocidos

¿Con quién vivir? Para Pau o Alex, la respuesta pasa por buscar afinidades y por pensar con quién quieren aumentar el nivel de intimidad. Otras personas buscan lo contrario, como Nurietzsche, sexólogue y compañere del proyecto de comunidad del que forman parte los tatuadores, que asegura disfrutar la convivencia con personas desconocidas: “A mí me gusta entrar en casa y no tener por qué hablar con nadie”, resume. Hasta que se materialice el proyecto comunitario que comparte con Pau, Alex y otras amistades, comparte piso en Valencia.

Nurietzsche clasifica a las personas de su entorno en dos categorías: colegas y amigos. En la primera caen vínculos circunstanciales, mientras que a la segunda pertenecen las relaciones en las que hay una intención de permanecer juntos. Para este sexólogue, que aprovecha las redes sociales para divulgar información sobre la anarquía relacional, la ventaja de la convivencia con desconocidos es que “genera un estado intermedio” en el que se mueve con comodidad.

Sin embargo, reconoce que esta forma de buscar compañeras de piso “suele ser más temporal” y en algunos momentos vitales le “da pereza”. Por eso, ahora quiere probar un cambio e irse a vivir con otras dos amigas.

Desdibujando fronteras

Cuando Nurietzsche dice que se va a vivir con “dos amigas” está utilizando el mismo término para dos relaciones distintas: una sexoafectiva ―se entendería socialmente como de pareja― y otra afectiva a secas ―entendida como de amistad―. Aunque no todos los anarquistas relacionales lo hacen, la eliminación de la etiqueta de pareja es de los elementos más llamativos de este modelo no monógamo, que busca así “desdibujar la línea entre amistades y parejas”, como explica Pérez Cortés, el autor de Anarquía relacional.

De esta forma, según el escritor, se plantea cada relación “como algo valioso y digno de respeto”. Pau C., le escritore de Soy anarka relacional, propone la “teoría de las órbitas” para mantener un equilibrio entre la propia persona y sus relaciones y cuidar a todos los implicados. En este esquema mental, primero hay que situarse en el centro de varias órbitas. En estas se colocan nuestras relaciones en un plano más cercano o alejado según la intensidad del vínculo. Lo importante de la teoría es que nadie más se debería colocar en el centro: “Si una persona se convierte en mi pareja con cómo lo entendemos socialmente y se posiciona en el centro conmigo, se descuajeringa todo y alejamos al resto de las órbitas”.

En esta imagen mental hay una fluidez entre los diferentes estratos y las relaciones pueden cambiar ―acercarse o alejarse― con el tiempo y las circunstancias. No hay etiquetas que aten a nadie a órbitas más cercanas o, al contrario, impidan que una persona más alejada pueda situarse más próxima. Al contrario de lo que se puede pensar, esto no tiene por qué suponer una falta de responsabilidad. “En el anarquismo, el compromiso ha sido siempre un eje fundamental”, subraya Pérez Cortés, quien añade que estas promesas son “más reales” al no ser “heredadas de una etiqueta”.

El tatuador Alex es una de las personas que tenía prejuicios al respecto de la anarquía relacional y su falta de etiquetas. Siguiendo la idea de que “lo que no se nombra no existe”, consideraba que no etiquetar una relación era equivalente a no valorarla. “Pensaba que la anarquía relacional iba de gente que no cuidaba y que se dedicaba a estar con gente por ahí sin responsabilizarse de las relaciones que van creando”, confiesa. Cambió de opinión cuando Pau le leyó un extracto de Anarquía relacional en el que se dice que esa forma de relacionarse sería una suerte de “capitalismo emocional”.

Además, en el ensayo también se asegura que la anarquía relacional no es sinónimo de inestabilidad, sino al revés. Su autor lo explica: “Si las personas que hacen redes tienen interés en que sus vínculos sean sostenibles, esto es muchísimo más fácil de hacer. Las relaciones son menos quebradizas porque los compromisos son ad hoc para cada persona. Así también se pueden adaptar nuestras relaciones a los momentos vitales, haciéndolas más flexibles”. Alex puede quedarse tranquilo.

Para le sexólogue Nurietzsche, “muy cursi e intense desde siempre con mis amistades”, no poner etiqueta de pareja ayuda a que todas sus relaciones sean valiosas. Su forma de poner en práctica el compromiso con sus relaciones es comunicar qué siente en cada momento y, según se va desarrollando y cambiando el vínculo, hablar de las necesidades que surgen.

Nurietzsche no se ha encontrado hasta el momento con ninguna gestión emocional que haya superado a sus relaciones, y asegura que la gente teme muchas situaciones “que luego no acaban ocurriendo”. Pone un ejemplo: “Yo convivía con una persona con quien mantenía un vínculo sexoafectivo y tuvimos muchas conversaciones porque le preocupaba que yo pudiera follar con otra persona mientras él estuviera en casa. Nos preparamos pensando en cómo llevarlo de la mejor manera para los dos, y nunca hizo falta hacer nada porque nunca se dio la situación”.

Comunidades e inseguridades

Aunque la anarquía relacional no quiera abandonar las urbes, algunas personas que la practican sí querrían alejarse de las ciudades para construir su comunidad. Alba Centauri es psicóloga y lleva una cuenta de Instagram de divulgación sobre no monogamias llamada @poliactivismo. Actualmente comparte piso en Bogotá, pero su ideal sería otro: “Viviría en una comunidad grande alejada de la ciudad con espacios propios, comunitarios y crianza compartida”.

La psicóloga detalla que su comunidad deseada aparece en la novela Mujer al borde del tiempo. En ella hay una “fluidez total de la sexualidad y la identidad de género” y unas dinámicas relacionales que le atraen: “En la trama hay un triángulo amoroso con problemas y la familia entera se reúne para obligarlos a solucionar sus celos porque afectan a la comunidad”.

Esta sensación de que los problemas de una o varias personas afectan a la colectividad la comparten las seis de la casa de Valdezarcillo y el resto de personas que conforman su proyecto comunitario. Sintetizan su forma de ver los conflictos con un “si te pasa factura a ti, nos pasa factura a todas”.

En muchas de las reuniones que este grupo tiene de forma quincenal para ir construyendo su proyecto surgen miedos y conflictos. Están relacionados, sobre todo, con no sentirse individualmente preparados para dar el salto a vivir fuera de la ciudad o con la inseguridad de no estar suficientemente afianzados en el colectivo.

―¿Me podéis poner algún ejemplo de esos problemas que os encontrasteis a la hora de cambiar la ciudad por esta casa? ―Risas nerviosas. Invitaciones con la cabeza a que otra persona sea la primera en responder. Nadie quiere ser la primera cuya intervención quede registrada; la grabadora intimida.
―Me miráis mucho. ¿Empiezo yo?
―…
―Vale, empiezo yo. ―Ríe―. Todas venimos más o menos del activismo. Estamos politizadas y somos contrarias al capitalismo. Tenemos mecanismos de redistribución y no miramos cuánto aportada cada una, pero… A mí se me hizo bola venir, no me sentía preparada, necesité mucho apoyo previo para sentir que merecía estar en esta casa sin tener tanto capital económico. Y aparece un curro y pienso en cogerlo, porque quiero aportar dinero al proyecto…
―Pero es que el resto le decimos “nanay, te va a sentar mal al cuerpo”. Y, si te pasa factura a ti, nos pasa factura a todas; esta casa es un cuerpo compartido.
―Eso. Es lo que te decíamos. Que nuestro consejo para quienes empiecen proyectos comunitarios es que no idealicen el proceso, que muchas veces es incómodo por los bagajes previos. Que hay que trabajarse muchas cosas.
―Algo que creo que ayuda aquí es ver el conflicto como algo que enseña. Salir de esta visión occidental del conflicto como algo malo…
―¡Y ver que nos une mucho! El grupo reacciona de forma tan amorosa que te sientes muy arropada. Decimos “mira, esto que ves individual también tiene una parte interrelacional y otra de aprendizajes del sistema”.
―Porque el sistema nos sienta mal. Este es nuestro diagnóstico compartido. Las incomodidades merecen la pena porque la vida del sistema, de la ciudad, nos sienta mal. Todas acudimos a este proyecto en mayor o menor medida porque nos sentimos mal con las dinámicas de la ciudad y del curro.
―…
―Y es que es eso: lo de los conflictos y los miedos. El grupo los acoge tan bien… Me da mucha confianza nuestra cultura de escucha y las ganas que tenemos de aprender, flexibilizarnos y mutar para adaptarnos. Y, más que confianza, admiro tremendamente a mis compañeras y esta dinámica me genera un enamoramiento que me hace mucha ilusión.

La entrevista en la que cuentan su historia, confiesan los tramos duros del camino y ríen nerviosamente tiene lugar una mañana de sábado. A la tarde irán a Madrid para reunirse con el resto de miembros del proyecto y hablar de cómo visualiza cada cual su forma de convivencia: ¿Casas o pisos? ¿Costa o interior? ¿Ciudad o pueblo? Hay muchas preguntas que probablemente no se resuelvan en esa reunión y tampoco en un corto plazo. No pasa nada; tienen confianza en el grupo y en el proceso. Mientras, trabajan, estudian, leen, pasean los perros, hacen activismo y, sobre todo, hablan de cómo se sienten.

¿Querrías tener pareja teniendo comunidad?

En octubre del año pasado, la activista Alba Centauri subió a su cuenta de Instagram una publicación con el título “¿Querrías tener pareja teniendo comunidad?”. En ella, relata que “una de las cosas más duras” de sus siete años como anarquista relacional es que “existen algunos cuidados o intimidades a los que resulta difícil acceder por fuera del marco de una relación de pareja”.

La psicóloga asegura que esto no ocurre porque sea “materialmente imposible”, sino por la “inmensa mayoría” que “reserva ciertas energías y atenciones para los vínculos con quienes comparten intimidad erótica”. Esto se le ha hecho cuesta arriba en los dos últimos años y le ha llevado a querer tener pareja “como nunca antes” para acceder “a los cuidados que solo puedo obtener estando en ese tipo de vínculo”, confiesa.

Centauri, que vive a caballo entre Madrid y Bogotá, consiguió esa comunidad en Poliamor Madrid. Al volver a Colombia inició un proyecto parecido, al que llamó Poliamor Bogotá, para obtener esa misma sensación de comunidad. Después de tres años de activismo, el grupo se desconfiguró.

“La muerte de Poliamor Bogotá me dejó sin comunidad. Sí tenía una amiga con la que iba a comer, otra con la que iba a desayunar, pero no esta esencia de compartir grupal que me parece tan importante para la afectividad humana”, se apena la activista. Otras personas pueden encontrar comunidad en su familia, pero ese no era su caso; no tiene mucha cercanía con la mayoría de sus familiares. Aunque tiene buena relación con su madre, eso no bastaba para cubrir sus necesidades de afecto, pues, “aparte del abrazo más filial con mi madre, me hacen falta besitos o un azote en el culo”.

Al contrario del imaginario colectivo en el que las personas no monógamas ligan mucho, Centauri no encontró a alguien con quien encajara por ofrecer “algo muy distinto” a lo que la gente que busca pareja tiene en mente. “En una ocasión hallé a alguien con quien tenía mucha afinidad y química, pero a él se le hacía impensable venirse a dormir conmigo porque estoy casada”, relata, y aclara que su matrimonio es con una amiga con la que no convive.

La psicóloga rehúsa el pack completo de la monogamia, que sí o sí implica convivencia, conocer a la familia, etc. “Yo quería arrunchis, mimos, besos, erótica y por supuesto los cuidados que eso implica. No me niego a compartir la vida, pero quiero hacerlo sin exclusividad, no teniendo que centrarme solo en una persona”, sentencia.

Ahora, esta ausencia de pareja no le genera tanto malestar. Tiene un plan a largo plazo de comprar una vivienda con su madre y, más cercano en el tiempo, un proyecto de vivienda con otras dos amigas en Bogotá.

Pasados y futuros

La anarquía relacional es por ahora un modelo relacional desconocido y con poco pasado. Sin embargo, las vivencias comunitarias siempre han estado ahí. Al igual que cuando el tatuador Alex decía que mucha gente vive la AR sin ponerse esa etiqueta, el escritor Pérez Cortés afirma que “algunas personas” ya hacían “cosas parecidas”, aunque muchas veces “sin tener en cuenta el conjunto de propuestas de la anarquía relacional, que da coherencia al esquema reuniendo las ideas de no autoridad, cuidados, compromisos, cultura del consentimiento, consciencia de las opresiones y las formas de poder que se presentan en las relaciones, etc.”.

En Nosotras vinimos tarde (Amor de Madre, 2023), la novela de Elisa Coll cuyo extracto abre este reportaje, la autora y sus amigas están ilusionadas por ver que “esa idea tan recurrente, vivir y envejecer juntas”, de repente “la teníamos ahí mismo: la prueba material de que esto no era una fantasía sino algo posible”. De la misma forma que los feminismos no inventaron los cuidados, la anarquía relacional no ha creado las comunidades.

Gracias a los nuevos textos y contenidos sobre anarquía relacional, es más fácil ahora utilizar ese cuerpo teórico como herramienta para construir un futuro que se conjugue en plural. Pero no se parte de cero. “La historia de Teresa [Meana, activista feminista con gran recorrido en España], aunque es una historia de pasado, creo que ayuda a imaginar futuros posibles. Porque claro, no es lo mismo imaginarte de mayor con tus amigas que ver a una persona que lleva haciendo esto 20 años”, contaba Coll en una entrevista para El Salto.

Experiencias como la de Meana han sido más residuales en el pasado, pero la revolución desde los vínculos que promete la anarquía relacional podría tener aún mucho que decir y mucho que cambiar. “Antes o después llegará la normalización [de nuevos modelos de convivencia y crianza], estoy convencido. No hay escapatoria”, sentencia Pérez Cortés.




martes, febrero 25

Civilización




Al final,

la civilización

era esto:

rejas en puertas

y ventanas

para proteger

la libertad.




Alberto Pérez Domínguez. Víspera de lunes

sábado, febrero 22

«Barricadas de papel», Caterina Gogu

 


Piedra Papel Libros / F.A.L. Aranjuez, 2024 (124 páginas)

Alberto García-Teresa

 

La lucha social sólo puede ser narrada y testimoniada desde dentro para que no termine convertida en un juego de impostura o adquiera una distancia que acabe siendo una sima entre quienes contemplan y quienes están implicados en ella.

Esta antología de la poeta griega Caterina Gogu (Atenas, 1940-1993), la primera que aparece en castellano y en cualquier otra lengua, recoge una muestra de la poesía de combate de la autora, fruto de la juiciosa selección de Juan Merino. Se trata de poesía que habla desde la militancia, con la afirmación del trabajo diario para desmontar el capitalismo y toda opresión, a través de la toma de conciencia y de la acción.

Los textos están llenos de referencias históricas, topográficas y sociales griegas porque los poemas, en efecto, son radicalmente coetáneos. No en vano, se combinan en el volumen composiciones que describen situaciones concretas con poemas vertebrados alrededor del “yo”, los cuales plantean una firme postura de oposición ante el mundo. De ahí la ayuda que ofrecen las abundantes notas y el meticuloso y extenso prólogo de Juan Merino. En esa pieza preliminar, además de presentar y analizar la obra de Gogu, Merino traza un sucinto recorrido por el devenir del movimiento anarquista griego de esos años y todo el contexto político en el que se generaron estos textos.

Los versos discurren con fluidez. Son arrastrados por una gran fuerza que, seguramente, mane de la rabia y del talante insumiso de la voz que los comunica. En algunas composiciones, se suprimen muchos de los signos de puntuación y se acrecienta, así, la sensación avasalladora de desconcierto. De esta manera, la poeta logra una poesía de agitación donde no hay rastro de ingenuidad ni de complacencia con el lector. Todo lo contrario. Ella es consciente del estado de desmovilización y de de derrota ideológica (tan tristemente vigente aún hoy día). Sin embargo, aunque la autora expresa su desilusión, ni claudica ni se rinde. Ahí brilla, precisamente, la determinación revolucionaria de Gogu. Porque, en esa adversidad, ella reafirma su insumisión y su lucidez. Por ejemplo, Gogu nos habla de la traición del sindicalismo mayoritario, que acabó engullido por el pragmatismo reformista, o de los distintos procesos emancipadores que se plegaron a las ansías de poder. También de las desigualdades de género, reproducidas dentro de las relaciones entre personas anticapitalistas o en organizaciones contra-hegemónicas. A su vez, la utilización de la ironía (que demanda un lector atento, ajeno a la docilidad de una cultura adormecedora) destroza el estado de sumisión y corrupción de los órganos directivos de esas organizaciones supuestamente antagonistas.

De este modo, Barricadas de papel nos descubre a una poeta radicalmente antiautoritaria, compleja e inteligente, que despliega su rebeldía con furia y análisis y que, a buen seguro, podrá acompañar los debates, las contradicciones y los anhelos de quienes caminan día a día tratando de construir el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones.

Por todo ello, resulta un verdadero privilegio el poder leer, así, sus textos en castellano.

miércoles, febrero 19

Manual para destapar a un infiltrado

 


¿Cómo podemos saber si alguien es un policía infiltrado? ¿Cómo investigamos unas sospechas? ¿Cómo iniciamos un proceso de investigación y qué hay que tener en cuenta para hacerlo? ¿Qué resultados puede haber y cómo podemos actuar? ¿Qué patrones comunes tienen los infiltrados? ¿Qué podemos hacer si descubrimos a un policía infiltrado en nuestra organización? ¿Por qué hay que tener en cuenta el apoyo mutuo, el agotamiento y la paranoia? ¿Qué aprendizajes se han obtenido de los procesos que se han llevado a cabo hasta ahora? ¿Qué material se necesita? ¿Hay algún tipo de filtro útil para hacer algo más seguras las organizaciones? ¿Tienen el estado y la policía algún tipo de línea roja? ¿Conviene publicar todas estas informaciones? ¿Podemos saber dónde vive un infiltrado después de ser descubierto?

Este manual pretende dar una respuesta a todas estas preguntas en base a algunas de las experiencias adquiridas tras destaparse nueve casos de infiltraciones policiales en el Estado español entre 2022 y 2024. El documento incluye informaciones y datos que no se habían hecho públicos hasta ahora. No por morbo o sensacionalismo, sino porque han sido, y pueden ser, fundamentales para descubrir infiltrados y porque ayudan a entender gran parte del funcionamiento de estas prácticas policiales.

La publicación de este texto, basado en la guía ¿Mi amigo era un poli infiltrado? escrito por compañeras británicas hace unos años, está dirigida a toda la militancia (pasada, presente y futura) y tiene muchos objetivos, entre ellos el de transmitir las experiencias y conocimientos adquiridos para que ninguna militante ni organización más tenga que partir de cero a la hora de afrontar infiltraciones policiales y todo lo que éstas conllevan.

Está disponible de forma gratuita para descargar en PDF en la web de la editorial Dos Cuadrados. También se puede adquirir en formato físico a precio de coste, 2€, en la misma página web.

VV.AA. Editorial Dos Cuadros. Madrid, febrero 2025.


https://www.todoporhacer.org

domingo, febrero 16

Esclavitud en Madrid durante el Antiguo régimen

 

 

Es bien conocido el papel que la mano de obra esclava tuvo en las colonias europeas de ultramar. Haciendas, minas, plantaciones, obras públicas, en todos esos espacios el trabajo de personas esclavizadas fue parte esencial de la construcción de ese mundo colonial. Una mercancía humana secuestrada, vendida y trasladada en barcos en un comercio transatlántico que se extendió durante los siglos XVI al XIX.
Lo que quizás no sea tan conocido sea esa misma presencia de personas esclavizadas en las propios territorios europeos, incluyendo ciudades como Barcelona, Valencia, Cádiz o el propio Madrid cortesano.

Contamos con el historiador José Miguel López García, autor del libro La esclavitud a finales del Antiguo Régimen. Madrid, 1701-1837, donde reconstruye el contexto, las vicisitudes, los espacios y las resistencias de estos olvidados de la historia.

linternadediogenes@gmail.com

jueves, febrero 13

Elon Musk, Twitter y la farsa de la libertad de expresión

 


A finales del pasado mes de octubre, el multimillonario sudafricano Elon Musk se convirtió en el dueño de Twitter, tras comprar la empresa por 44.000 millones de dólares. De esta manera, a golpe de talonario, se hizo con el medio de comunicación más importante del mundo. A nadie se le escapa que Twitter es un lugar de encuentro entre políticos, periodistas, empresas, sindicatos, colectivos y organizaciones sociales y políticas, activistas, individualidades de todo tipo y un largo etcétera. Esta red social tiene el poder de colocar temas en la agenda pública y de moldear las opiniones de millones de personas a base de hashtags. Por tanto, quién lo controla, qué algoritmos utiliza para potenciar determinados mensajes, qué normas de uso pone (dónde pone los límites) y cómo sanciona a las infractoras puede ser determinante para influir en la política mundial.

¿Quién es Elon Musk?

Bebé en bancarrota; parásito supremo; grano petulante; beneficiario del Apartheid; besaculos de dictadores; oligarca fuera de la ley; colonizador inseguro; cruel acumulador de riqueza; niño mediocre; privilegio presurizado; pequeño racista; megalómano; millonario inútil” – Mensaje proyectado sobre la fachada de la sede de Twitter en San Francisco por algunas de sus trabajadoras el pasado 18 de noviembre

A estas alturas de la película, todo el mundo sabe quién es Elon Musk. Nacido en el seno de una familia rica en Sudáfrica que hizo su fortuna durante el Apartheid (“teníamos tanto dinero que no podíamos cerrar la caja fuerte”, ha rememorado Musk alguna vez), emigró hace décadas a Canadá y posteriormente a California, donde abrió varias empresas tecnológicas. Se forró creando PayPal y desde entonces su dinero y fama han ido en aumento, desarrollando los coches automatizados de Tesla y los cohetes espaciales de SpaceX. Actualmente, a través de esta última empresa, ostenta una importancia geopolítica considerable, pues sus satélites son vitales en conflictos como, por ejemplo, la Guerra de Ucrania.


Las salidas de tono y polémicas de Musk también son conocidas. Por ejemplo, durante los primeros meses de la pandemia de la Covid-19 se opuso fervientemente a los confinamientos sanitarios y solicitó que sus trabajadoras siguieran acudiendo a las fábricas, aunque supusiera un riesgo para su salud.

Pero quizás sea menos conocida su ideología política. Según relatan medios como The Guardian y Business Insider, Musk, al igual que el alemán Peter Thiel (cofundador de PayPal que abandonó Facebook para dedicarse a la reelección de Trump y que financia movimientos de extrema derecha en Europa) y otros jefazos de empresas tecnológicas de Silicon Valley, se creen dioses sobre la Tierra y su filosofía rectora se denomina “altruismo efectivo”. Se trata de poner la ciencia al servicio del bien común y sus pilares son el largoplacismo (priorizar el futuro lejano sobre el presente, lo cual tiende a convertir a quienes lo practican en indiferentes al sufrimiento de quienes les rodean), el transhumanismo (la creencia en la evolución de la humanidad más allá de sus limitaciones biológicas a través de la tecnología) y el pronatalismo.

El pronatalismo, vinculado al largoplacismo, busca solucionar los problemas demográficos de la sociedad europea actual mediante la reproducción a gran escala de quienes son genéticamente superiores (o sea, ricos). Es decir, creen que los retoños de los grandes genios (especialmente del sector tecnológico) van a ser más inteligentes que el resto (además de mejor alimentados y educados que los hijos de la clase obrera), por lo que el mundo sería mejor si el 1% mejor del planeta se reprodujera a una velocidad superior y reemplazara al resto de la humanidad. Musk ha puesto en práctica esta idea y actualmente tiene 10 hijos con mujeres diferentes.


Según explica un artículo del periodista Nafeed Ahmed, esta ideología (desarrollada por profesores de las universidades de Leibniz y Oxford que creen que en el futuro nos fusionaremos con máquinas y eliminaremos los riesgos genéticos para asegurar la felicidad de la mayoría), aunque puede ser minoritaria en el mundo, está teniendo una enorme influencia en los dirigentes de Facebook, Google, Amazon y Microsoft… y en la Administración Biden. Incluso el podcaster de la Alt-Right, Joe Rogan (conductor del podcast más escuchado del mundo), suscribe estas ideas. Ahmed sitúa la compra de Twitter en una estrategia de potenciar esta filosofía.

Por otra parte, el profesor Jaime Caro explica que Musk, Thiel y su amigo Steve Jurvetson han calculado que el mercado de la fertilidad mueve 78.000 millones de dólares y están invirtiendo fuertemente en él con empresas como Genomic Prediction.

Consecuencias de la compra de Twitter

Una de las primeras medidas de Musk tras hacerse con Twitter fue despedir a los principales cargos directivos de la empresa. Poco después, los directores de publicidad, marketing y recursos humanos anunciaron que se marchaban. A esto les siguieron los despidos masivos de trabajadoras de la compañía en Estados Unidos, Europa y Asia. En total, de las 7.500 personas que tenía en plantilla, a prácticamente la mitad (3.700) se les ha comunicado su despido. Algunas se enteraron cuando dejaron de tener acceso a los canales de comunicación interna. En muchos casos, como en España, los despidos se han llevado a cabo sin respetar la normativa de los ERE y posiblemente sean nulos. Se calcula que estos despidos masivos, justificados como “necesarios” por las “pérdidas diarias de 4 millones de dólares que soporta la empresa1 buscan ahorrar 1.000 millones de dólares anuales a Musk, cantidad que se corresponde con la que el millonario tiene que devolver a los bancos por los préstamos que adquirió para la compra de Twitter.

A mediados de noviembre, Musk envió un email a todos sus empleados en el que les instaba a decidir si permanecían o no en la compañía, dándoles un plazo de 36 horas para decidirse. En esta carta avisaba de largas horas de trabajo a gran intensidad y les exigía compromiso con la labor “extremadamente dura” para construir Twitter 2.0: a partir de ahora se pondrá fin a la posibilidad de teletrabajar y se trabajarán horas extra y en fines de semana. Y lo que es más grave, varios de los empleados que han permanecido (la mayoría hombres) están difundiendo, orgullosos, sus terribles condiciones laborales, como si se tratara de un reto personal a superar: fotos durmiendo en sacos de dormir en la oficina, cenas de mala calidad delante del ordenador, etc.

Por fortuna, muchas empleadas no han tolerado lo que denominan “la cultura tóxica de Musk en la empresa”. Según la revista Fortune, cerca de 1.200 trabajadoras podrían haber abandonado la compañía. En caso de confirmarse esta cifra, Twitter habría pasado, en menos de un mes, de emplear a más de 7.000 trabajadores a tener sólo 2.000 personas en plantilla. Esto provocó rumores de que la red social se podría apagar. #TwitterOff fue trending topic durante muchos días.

Twitter como oasis de la libertad de expresión

Según Musk, el objetivo de la compra de Twitter es la defensa de la libertad de expresión. De hecho, se autoproclama “absolutista de la libertad de expresión”. Movido por su endiosamiento, manifiesta estar a disgusto con la censura que han sufrido miles de personas a las que se les cerraron las cuentas – como Donald Trump (por incitar al asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021), la política Marjorie Taylor Greene (por difundir bulos), el rapero Kanye West (por divulgar mensajes antisemitas), milicias de extrema derecha, etc – y quiere solucionar, individualmente (pues no concibe otras formas de trabajar) el problema.

Desde que Musk ha tomado las riendas de la red social, ésta ha devuelto muchas de las cuentas que habían sido suspendidas permanentemente a sus titulares, la mayoría de derechas. Entre los readmitidos se encuentran Donald Trump (quien ha rechazado la oferta, alegando que ha creado su propia red social, Truth Social y que, para promocionarla, sólo informará desde ella). Además de la cuenta de Trump, Musk también ha reactivado la cuenta del periódico conservador satírico The Babyloon Bee, que concedió el título de “hombre del año” a una mujer trans. O la del psicólogo Jordan B. Peterson, que también publicó un tweet tránsfobo, en este caso contra el actor Elliot Page. También ha recuperado la cuenta del rapero Kanye West, que había sido excluido de la red por difundir mensajes antisemitas, racistas y machistas. Al poco tiempo de recuperarla, West acudió a un programa de televisión online de extrema derecha, Info Wars, donde dijo que “quería a los judíos, pero a Hitler también”. En España, sabandijas varias están luchando actualmente por la restauración de las cuentas de Estado de Alarma TV (el difusor de odio y bulos de Javier Negre) y del desinformador fascista Alvise Pérez.

Según una investigación del Centro para Contrarrestar el Odio Digital, el uso diario de la llamada “palabra que empieza por n” (n word) para referirse despectivamente a personas negras bajo el reinado de Elon I es el triple del promedio de 2022 y el uso de insultos contra homosexuales y personas trans aumentó un 58% y un 62%, respectivamente. “Musk ha encendido la batseñal para atraer a racistas, misóginos y homófobos a Twitter y éstos han respondido a su llamamiento”, indicó el director de este Centro, Imrad Ahmed, a la CNN.


Sin embargo, la pretendida neutralidad y defensa de la libertad de expresión de Musk no es tal. La realidad es que, mientras recupera cuentas de extrema derecha, está eliminando perfiles antifascistas en oleadas. Las últimas en sufrir esta censura fueron las compañeras del colectivo anarquista CrimeThinc. Como explica un comunicado suyo: “El 24 de noviembre, un nacionalista blanco […] publicó un tuit a favor de oleadas de eliminación de cuentas en Twitter. Elon Musk le respondió, manifestando estar de acuerdo con él, y el troll ultraderechista Andy Ngo le respondió, pidiendo expresamente que la cuenta @crimethinc fuera borrada. Dos horas después, Musk lo hizo.

La cuenta @crimethinc se remonta a mayo de 2008. Nunca había sido suspendida, ni había recibido ningún aviso, en 14 años. Ngo no facilitó material nuevo, sino tuits de hace años. Otras usuarias de Twitter fueron banneadas igualmente el mismo día.

El discurso de Musk de convertir Twitter en un foro de libertad de expresión es una mentira. Musk compró Twitter para imponer su agenda en la red social más influyente de todas, la cual se escapaba al control de personas como él. […]

Mientras da la bienvenida a Donald Trump, supremacistas blancos y fascistas a Twitter, Musk purga a quienes se oponen a sus aspiraciones autoritarias. El objetivo tras silenciar nuestras voces es para allanar el camino para otras formas de violencia.

Históricamente, siempre ha habido dirigentes que se han aliado con la extrema derecha y el fascismo. En este sentido, Elon Musk sigue los pasos de Henry Ford, promocionando a reaccionaros que le ayuda explícitamente para atacar a movimientos populares. Y, como ocurría en los tiempos de Ford, el resto de los dirigentes, incluyendo centristas y progresistas, esperan beneficiarse del silenciamiento de las voces disidentes sin mancharse las manos.

Esto es posible, en parte, porque la mayoría de empleadas de Twitter han dimitido o han sido despedidas. Un gran número de las que permanecen dependen de sus visados de trabajo para permanecer en Estados Unidos, un ejemplo sombrío de cómo las fronteras sirven para imponer su agenda sobre sus empleadas, incluso las que ganan bastante dinero.

Cuando Musk dice que está construyendo Twitter 2.0, se refiere a la transición del Internet original – foros, Indymedia y un modelo abierto y más o menos participativo – a una nueva red mundial, en la que todas las interacciones están afectadas por los algoritmos de una oligarquía de jefes tecnológicos. Lo que ya ha ocurrido con Facebook e Instagram está ocurriendo actualmente con Twitter y es la consecuencia inevitable de la dependencia que tenemos en redes sociales creadas por corporaciones”.


Toda nuestra solidaridad con las compañeras silenciadas.

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1En el programa 2×38 del podcast La Base, Sara Serrano explica que “en el primer trimestre de 2022, Twitter acumuló beneficios por más de 500 millones de dólares, multiplicando por siete las ganancias del mismo periodo del año anterior. Además, en los últimos 12 meses sólo se ha devaluado un 1% en bolsa. Esto contrasta enormemente con las fuertes caídas en el mercado de valores de otras grandes tecnológicas, como Meta, con una caída del 70% y Amazon que se devaluó un 97%”.

 

https://www.todoporhacer.org 

 

 

 

 

lunes, febrero 10

El nuevo internacionalismo en lucha por la desmundialización


Se me pide reflexionar sobre los condicionantes que imponen los marcos estatales —¿las fronteras, los idiomas, la idiosincrasia nacional?— a la hora de construir relaciones a escala global. Una reflexión de ese tipo no puede efectuarse in abstracto, sino partiendo de una situación dada en un momento dado. Pongamos que estamos en Europa, en la actualidad, cuando sin pensarlo demasiado un movimiento social de características libertarias, originado en luchas locales, se plantea conectar con otros movimientos similares que discurren en otros Estados. Cabría pensar que el movimiento en cuestión debería estar lo suficientemente consolidado y esclarecido como para fijarse metas más ambiciosas, más allá del ámbito local en el que se hallaba circunscrito. Deduciríamos entonces que un proceso acumulativo de experiencias habría culminado y que el grado de desarrollo alcanzado permitiría la «globalización» del movimiento. Por consiguiente, la superación del marco estatal se daría necesariamente de dentro hacia afuera. Sin embargo, hay ejemplos históricos que demostrarían todo lo contrario. La Asociación Internacional de Trabajadores no se constituyó primero en espacios delimitados por el Estado. Un comité local convocó un congreso al que asistieron diversos delegados con diferentes niveles de representatividad; la idea cuajó y pronto se formaron organizaciones «regionales», celebrándose nuevos congresos. Los marcos estatales no fueron un obstáculo. Una atmósfera general se respiraba en los distintos escenarios sociales del mundo capitalista previos a la aparición de la AIT. Lo local era al mismo tiempo universal. La condición proletaria se extendía en todos los rincones del planeta de la misma manera, por lo que cualquier trabajador podía sentir las luchas geográficamente más alejadas como propias. Contrariamente a las luchas de la burguesía, que perseguían la constitución de estados nacionales, las luchas proletarias trascendían cualquier barrera estatal: eran internacionalistas por naturaleza. Es más, la Primera Internacional se consideraba portadora de los gérmenes de la sociedad futura. Dicha sociedad resultaría de la universalización de la organización de la Internacional. Solo que el puente entre la realidad y el futuro debería construirse, bien mediante la acción parlamentaria de fuertes partidos políticos, según la corriente marxista, o bien a través de «una colectividad revolucionaria poderosa pero siempre invisible que preparara la revolución y la dirigiera», de acuerdo con la corriente bakuninista.

Solamente teniendo en cuenta el estilo de vida uniforme, masificado y consumista impuesto por la actual mundialización capitalista, el urbanismo depredador, el dominio absoluto de la tecnología y el desarrollo extraordinario de los Estados, particularmente de sus mecanismos de control social, las posibilidades de que un movimiento social se extienda fuera del Estado que lo contiene son realmente mínimas. Incluso los de mayor repercusión son efímeros y dejan poco rastro en la conciencia. En las fases tardías del capitalismo la condición proletaria se ha generalizado a tal extremo que ya no constituye un signo diferencial sobre el que constituir una identidad de clase. La penetración del capital en la vida cotidiana lo impide. Entre tantos intereses particulares presentes y tanta sociabilidad disuelta, ningún interés general de clase llega a formularse. La atomización bajo el capitalismo, extremadamente favorecida por los planes de ordenación urbana, prohíbe la solidaridad, el apoyo mutuo o las relaciones fraternales que caracterizaban y gobernaban las comunidades proletarias de antaño. De hecho, es eminentemente antiasociativa. No obstante, los conflictos ocurren allá donde los embates de la economía — o las consecuencias indeseables de tales embates— encuentran resistencias en torno a las cuales puede perfilarse un matizado anticapitalismo. Nacen nuevos colectivos y movimientos sociales contra el patriarcado, el modo industrial de vida, la agricultura y alimentación industriales, el cambio climático, la polución del aire, tierras y aguas, el capitalismo verde, los desahucios, el precio de los alquileres, los bajos salarios, la explotación de los indocumentados, la multiplicación de autopistas, la urbanización desbocada, el turismo de masas, etc. Y las mismas luchas dan lugar a formas de sociabilidad ajenas a los valores mercantiles dominantes, si bien estamos lejos de «una nueva comunidad humana en el interior de la antigua, pero en conflicto con ella», con la que soñaban los internacionales.

La cuestión social, al desbordar el mundo del trabajo, se replantea de modo fragmentario, sin que ninguna crítica global consiga unificarla. Cualquier intento de proyectarla desde un congreso internacional se ha saldado siempre con un estrepitoso fracaso. La patética pobreza del resultado disuade a muchos de repetir la hazaña, pero siempre hay quienes se complacen con ese tipo de eventos. El fraccionamiento de la cuestión social se corresponde con una dispersión de teorías de componentes irracionales crecientes. Gracias a la filosofía posmoderna, y especialmente a la desvalorización de la memoria que ha comportado, el capitalismo ha ganado también la batalla en el terreno de las ideas. La autoformación militante ya se considera innecesaria; las ideas se reducen a propaganda. En el reino del olvido y la desmemoria las referencias al pasado son inútiles. Las del futuro, también. Las metas no importan, solo el presente cuenta. En esa tesitura, mencionar un porvenir sin Estado, basado en asociaciones voluntarias de comunidades libres y autónomas sonará extraterrestre. En unas condiciones materiales y personales en pugna con las ideológicas, es aconsejable el repliegue a lo local. Sin embargo, la voluntad de clarificación es solo un aspecto secundario de una retirada estratégica. La lucha anticapitalista es ante todo una lucha contra la globalización, una lucha por la desmundialización, lo que implica un regreso a la base. Lo local adquiere una importancia mayor que en otras épocas. El establecimiento de relaciones a nivel global partirá esta vez de la expansión y posterior confluencia de las experiencias locales.

Las luchas no son realmente anticapitalistas si no rechazan el estilo de vida consumista, tecnodependiente, individualista y periurbano, típico de la organización social dominante. Siendo el capitalismo omnipresente, el rechazo será abstracto, pero puede dejar de serlo y concretarse bastante a nivel local.

 Localmente, pueden construirse modos de vida societarios y autónomos al margen del capital, con mayor facilidad fuera de las aglomeraciones urbanas y las zonas residenciales, en el territorio, lo cual impulsa procesos ruralizadores cuya irradiación depende de su ejemplaridad y eficacia. La descolonización del espacio modelado por el mercado inmobiliario es obligatoria. Por otra parte, empieza a haber grupos de trabajadores parados que ocupan o alquilan terrenos para plantar huertos y organizan redes para distribuir sus productos, contrarrestando así la desmoralización que produce una ociosidad forzosa. Ese desplazamiento del eje de los conflictos desde el campo laboral a la defensa del territorio tiene consecuencias importantes. En el territorio es relativamente fácil que converjan colectivos diferentes con disposiciones a veces contrapuestas, pero capaces de encontrar puntos en común y establecer vínculos que les van a permitir salir airosos del choque con los intereses dominantes. La coordinación de las luchas prepara el terreno para la reaparición de una cuestión social unificada, reflejo de la incipiente autoconstrucción del sujeto anticapitalista, aquél que en el pasado llamaban «proletariado». Evidentemente, sus características definitorias serán otras más en consonancia con la potencialidad maligna de las nuevas tecnologías y el urbanismo de la dispersión, o, visto de otro ángulo, con la coyuntura histórica.  Excusamos decir que, hoy por hoy, los movimientos sociales tienden más a apagarse que a expandirse, con lo cual los encuentros de colectivos tienen poca continuidad y las tentativas de coordinación supraestatal, de ocurrir, no pasan de una primera etapa de contacto e intercambio de material. Veamos los motivos.

 Es fácil inclinarse a pensar en el efecto desmoralizador de la presencia visible de aventureros, chalados, curiosos, charlatanes y demás personajes tóxicos, es decir, en el «lumpen» de ahora como factor de desarticulación de las movidas sin jefes ni reglas, pero solo si nos atenemos a movimientos estáticos, valga la paradoja, del tipo de Occupy o del 15M, cuya finalidad no es otra que el relleno de su vacío existencial por vías emocionales. Pero otros factores desmovilizadores pesan más, como, por ejemplo, la heterogeneidad y la autolimitación. La variedad de elementos que concurren en los movimientos defensivos, principalmente el grupo de alcaldes, cargos electos y militantes de partidos, impregnado de mentalidad ciudadanista, impide la concreción de programas y estrategias demasiado radicales (recuérdese la fallida coordinación interestatal AntiTAV). La autocontención que se imponen la mayoría de conflictos territoriales los hacen apenas distinguibles de las protestas del estilo «no por mi patio trasero» (luchas contra las líneas de alta tensión, contra las centrales eólicas, contra los pisos turísticos…). Sin embargo, al factor más nocivo de todos, la digitalización, no se le ha prestado la debida atención. Al menos fuera de los reducidos círculos antidesarrollistas. Sin siquiera darnos cuenta, la actividad contestataria se ha virtualizado en gran parte, que es como decir que ha escapado a la realidad. La hiperconexión ha podido acelerar en un momento la afiliación y la promoción de manifestaciones, pero ha elevado al cubo tanto su volatilidad como su inocuidad. Sin una multiplicidad de relaciones directas, los compromisos son lábiles y la responsabilidad social se evapora con rapidez. Popularidad para hoy, vacuidad para mañana. Los mensajes se difunden y se olvidan a gran velocidad, sumergidos en un océano de información irrelevante. El espacio virtual, el apodado «ciberespacio», no es neutro, está diseñado para ganar dinero. Tiende a mantener el statu quo capitalista por más que sus creadores vayan afirmando lo opuesto, algo que se ha hecho patente con la rapidísima difusión de las redes sociales. Los movimientos sociales que recurren a ellas han de afrontar una auténtica avalancha de manipulaciones indiferentes a las improbables dificultades que puedan imponer los marcos estatales. Las nuevas generaciones han nacido con el móvil en la mano. Estamos en los comienzos de una cultura digital uniforme propulsada desde plataformas creadoras de identidades aberrantes y realidades paralelas. Dicha cultura es homogénea y universal, habla en todos los idiomas. En la última década las redes sociales han cambiado a peor la manera de pensar, comportarse y relacionarse de una gran mayoría de gente en todo el mundo. Han rematado en el tiempo la obra depredadora de la urbanización en el espacio. Para los usuarios, plenamente reconfigurados, la verdadera realidad es la que ellas trasmiten. No necesitan nada más. En muy poco tiempo, los medios de formación e información clásicos, libros, revistas, periódicos, conferencias y debates, se han vuelto raros, la ignorancia se propaga sin freno por whatsapp y la desinformación en forma de fake news campa a sus anchas. El poder de las redes de distorsionar la realidad, seudopolarizarla y forjar una mentalidad de turba, es aterrador. Los procesos cognitivos y morales de los individuos están siendo seriamente dañados, su personalidad, desestabilizada, y, mientras tanto, la vida cotidiana reaparece moldeada por los incentivos y normas impuestas por los algoritmos de la persuasión industrializada. Dada la gran velocidad con que se producen avances y nuevos descubrimientos (p.ej. la inteligencia artificial) la capacidad manipuladora de las plataformas digitales promete sobrepasar toda clase de limitaciones. Los mecanismos de la alienación y la psicopatía tienen un gran futuro por delante. Los conflictos reales no escapan a una virtualización trivializadora a medida que acceden a la publicidad, de la que es imposible huir. La cuestión social se transforma en cuestión existencial. Los movimientos sociales tienen pues en las redes a su gran enemigo, al mayor condicionante. El elevado grado de sectarismo y agresividad de determinados colectivos de ideología woke que en la actualidad dinamita los medios libertarios no es ajeno a las plataformas. Curiosamente, aquellos acostumbran a ponerse del lado de las nuevas tecnologías y en contra de las posiciones anti‐industriales. Tampoco lo es el protagonismo de pantalla o el prestigio ficticio de muchas figuras‐vedette. Por las razones expuestas, las relaciones a cualquier escala han de construirse desde el exterior. O al menos, mantener sus líneas de actuación y coordinación bien afuera. Sumergirse en la laboriosa tarea de tejer organización a través de contactos personales, reuniones, publicaciones en papel, asambleas presenciales y coordinadoras rotatorias. Salirse del capitalismo era una operación difícilmente practicable dentro de las conurbaciones metropolitanas. También es hoy tarea imposible sin salirse de las redes.

 

 Miquel Amorós
Historiador, teórico y militante anarquista

 

viernes, febrero 7

La negación de la virtud. Una historia sobre la pobreza y el progreso

 


El ideal de progreso se ha presentado históricamente como un significante antagónico a la noción de pobreza. Un evolucionismo simplón que entiende el avance de la historia como un camino que dejaría atrás la miseria, de donde surge la división del mundo entre «desarrollados» y «subdesarrollados» y «la riqueza» como el concepto que encarnaría el bien absoluto.

En este sugerente ensayo histórico, Juanma Agulles muestra la estrecha relación entre lo que llamamos «progreso» y la pobreza entendida como un elemento material inherente a esa prosperidad cuyo trasunto moral ha sido, en palabras de Chesterton, abandonar «la pesada tarea de hacer triunfar a los buenos» para dedicarse «a la labor más sencilla de hacer buenos a los triunfadores». La negación de la virtud aborda las diferentes teorías morales e imaginarios de época alrededor de la figura del pobre y de los pobres, el papel de las instituciones religiosas, políticas o de control, su lugar en la crítica y en la lucha social, la relación con el trabajo o las construcciones estigmatizadoras en torno a su representación.

A partir de un sólido conocimiento de las teorías, la historiografía y las investigaciones contemporáneas, Agulles desarrolla también una crítica de la pobreza en el seno del dogma desarrollista actual. Las interpretaciones culturalistas, el lugar de las personas «no empleables», las soluciones tecnocráticas o la oposición entre perdedores y triunfadores son algunos de los temas abordados con rigor y máxima lucidez.

Frente a «la relación dialéctica entre la piedad y la horca, entre la caridad y la terapia, entre la reinserción y el encierro» que conforma el continuum histórico de la ideología del progreso, Agulles propone «un regreso a los lazos primarios que nos unen a los demás, a los ciclos reproductivos de la vida cotidiana, a la fraternidad que todavía subyace y sobrevive bajo el alud de la crisis endémica del capitalismo».

 

 https://viruseditorial.net/libreria/la-negacion-de-la-virtud/

 Juanma Agulles

martes, febrero 4

Masa gris (que no materia)

 


No puedo estar más de acuerdo con los que sostienen que el desarrollo del capitalismo y de la sociedad de consumo ha hecho de nosotros una panda de borregos sin remedio. Algunos, consecuentemente, atribuyen dicha situación a una falta notable de valores «espirituales», a un desinterés e indolencia por los asuntos que cultivan el «alma». Dejando a un lado toda la deleznable terminología religiosa, muy matizable en su significado, algo en lo que abundaremos más adelante, tampoco estoy seguro de que la cosa sea así. Y no lo estoy porque, si bien no estoy totalmente de acuerdo con el (muy) viejo Marx acerca de que las condiciones económicas determinan toda nuestra cultura, sí es un factor a tener muy en cuenta. Es decir, ni más ni menos, es el capitalismo y la sociedad de consumo los que, en gran medida, ocasionan está situación en la que, supuestamente, se produce una falta de valores. Además, no estoy de acuerdo en que no exista interés por lo «espiritual», más bien lo que habría observar es una profunda distorsión al respecto. A la, saludable, crisis de los valores religiosos tradicionales, encabezados por ese monoteísmo capaz de arrasar con todo asomo de pluralidad y pensamiento crítico, se une ahora una búsqueda de caminos espirituales, tan irritantes como vacuos.

Por otra parte, es cierto que existe en gran medida un culto a los bienes materiales y una búsqueda cuestionable de satisfacción del ego, en torno a esa falacia mercantilista del éxito personal. Todo ello, se cultiva adecuadamente gracias a toda una maquinaria mediática, en forma por ejemplo de repulsivos concursos televisivos o elementales libros de autoyuda de ventas millonarias. Es posible que ese sea el paradigma principal de las sociedades (pos)modernas, lo cual lleva a que la inmensa mayoría de la población, incapaz del alcanzar el bienestar material y el éxito social, o se refugie en las más disparatadas creencias o siga en una estéril carrera hacia la nada. No olvidemos tampoco que esas creencias alternativas, que adoptan en no pocas ocasiones formas de pseudoespiritualidad, igualmente son fagocitadas por dicha maquinaria del sistema. Las condiciones económicas, ese «materialismo» tan denostado, que condiciona y determina nuestra cultura, nuestros valores, como la formas de espiritualidad o religiosidad. Tanto el refugio en viejos y reaccionarios valores, como en (supuestos) innovadores caminos de espiritualidad, pero igualmente reaccionarios a poco que recapacitemos, es propio de esa caricatura en la que se ha convertido el ser humano consecuencia de un determinado desarrollo de la «civilización». Alguien que, tras esa débil máscara de cultivo del ego, está en realidad deseoso de entregar su libertad, su intelecto y su autonomía, incapaz del menor asomo de pensamiento crítico.

Qué quiere decirse exactamente cuando se alude de forma tan benévola al cultivo de lo «espiritual». En primer lugar, solo por oposición a lo «material» ya parece que le estemos otorgando una connotación positiva. Si atendemos a esa vieja distinción entre alma y cuerpo, ese repulsivo dualismo que tanto ha enajenado al ser humano, la cosa ya es muy vieja (y, de nuevo, muy reaccionaria). Es este ser humano, más bien bodoque y con escasa memoria y cultura, incapaz de comprender la sociedad política y económica en la que se ve inmerso, que condiciona sus frívolas necesidades «espirituales». Eso sí, si por espiritualidad y valores entendemos profundizar en todo ello, indagar en cómo funciona la maquinaria «material» que nos determina, sustituir las necedades de Paulo Coehlo u otros charlatanes por los auténticos gigantes del pensamiento, rechazando toda forma de papanatismo, y huyendo de toda forma de enajenación, para precisamente transformar radicalmente el estado de las cosas, eso es otra cosa. No, no es nada fácil adoptar esta actitud, toda una enorme masa gris humana envuelve y protege el sistema incapaz, no de encontrar vacuas y nefastas respuestas, sino de empezar a hacerse preguntas. Sea como fuere, una dosis al menos mínima de saludable nihilismo ayuda un poquito. Destruyamos valores, como dijo el clásico, que eso también es construir.

 

 Juan Cáspar

sábado, febrero 1

Google debe caer


Cuando nos preguntamos cómo derrotar al capitalismo cuesta imaginar por dónde empezar: consumir menos, participar en colectivos políticos, sindicatos, montar una cooperativa, etc.; la lista puede llegar a no tener fin. De entre todas las acciones, habrá algunas que nos impliquen una gran cantidad de energías y tiempo para organizarnos, otras no tanto. A la vez, es tan importante realizar obras que nos acerquen a nuestros objetivos como dejar de participar de aquello que nos aleja de ellos. Desgooglelizar nuestras vidas es una de esas acciones que requiere poco tiempo y que nos libera de ser cómplices del sistema.

Google, a nivel fiscal bajo el nombre de Alphabet, está en la lista de las empresas capitalistas más significativas de la historia. Junto a Ford, JP Morgan, Shell o Aramco, Google ha conseguido reunir en los últimos 25 años una de las mayores fortunas de todos los tiempos, a la vez que trastocaba las economías y sociedades a su paso. Antes de continuar convendría preguntarnos, ¿qué produce esta empresa? ¿Qué vende? Aunque la respuesta intuitiva es pensar que Google es un buscador de internet, y por lo tanto una empresa tecnológica, lo que en realidad se esconde tras su apariencia innovadora es un negocio ya bastante viejo: la publicidad.

En efecto, de los ingresos totales de 279.800 millones de dólares que obtuvo la empresa en 2022, el 80% corresponden a publicidad. Pero lo que realmente hace de Google una empresa muy, pero que muy capitalista, es haber obedecido con creces la ley de “obtener el máximo beneficio al menor coste”. El número de trabajadores contratados por el conglomerado Alphabet es de 190.234 personas, lo que dividido por los ingresos da como resultado que cada trabajador genera una media de un millón y medio de dólares de ingresos a la empresa. Para hacernos una idea de lo que esto significa en la práctica, pongamos un sencillo ejemplo. Descontrol Editorial es una pequeña empresa cooperativa con 8 personas en plantilla. Si obtuviera la misma proporción de ingresos por cada trabajador que Google, estaríamos hablando de que la cooperativa contaría en sus cuentas con 12 millones de dólares anuales. Por supuesto, en el mundo de los libros no se gana ni de lejos tantísimo dinero. De hecho, prácticamente en ningún ámbito de la industria o los servicios obtienen esos retornos respecto a la inversión inicial.

Entonces, ¿cómo es posible que colocando anuncios en páginas web se consiga ganar tanto dinero?

¿No había otras empresas que hicieran lo mismo, incluso quizás mejor? Descubrimos, así, que el secreto mejor guardado por los fundadores, Sergei Brin y Larry Page, es el modo en que convierten los datos en oro. ¿Por qué funciona? Porque obtenemos una respuesta relevante que nos conduce a lo que queremos obtener. Porque no hay límites ni obstáculos: no hay que pagar nada para usarlo y puedes hacer tantas búsquedas como te plazca. Google entendió la economía del comportamiento en los entornos digitales y aplicó las conclusiones para sacar el máximo provecho. Rastreando como nos movemos por las páginas web para deducir si los contenidos son o no relevantes. Haciendo seguimiento el número de clics, el tiempo de permanencia, etc., Google aprende continuamente de nosotros y de lo que hacemos en la red para proyectar en las pantallas una aparente capacidad de predecir lo que queremos.

Concretando, cuando realizamos una búsqueda el programa nos devuelve diferentes respuestas y somos nosotros los que elegimos la opción correcta. En realidad, estamos haciendo el trabajo que no puede hacer ninguna máquina hasta el momento, esto es: decidir. El buscador finge entender las páginas web, pero en realidad lo hacen otros humanos con la mediación de ordenadores y software. Por lo tanto, con cada click estamos trabajando para Google, brindándole valiosísima información para discernir entre lo verdadero y lo falso, lo relevante de lo insignificante. Estos datos se transforman en conocimiento que la compañía vende, en forma de espacio publicitario, apareciendo destacadas entre las opciones ofrecidas. Entonces, accionamos desde casa pequeñas palancas que se ponen a nuestra disposición gratuitamente a modo de una gigantesca cadena de montaje de trabajo distribuido por todo el planeta. Para Google esta relación es equitativa y revierte en un beneficio común, pues todos aportamos un poco al mecanismo del que todos nos beneficiamos. Pero bajo la apariencia de empresa altruista envuelta en una ética universal, la realidad es que una parte del contrato se beneficia más que la otra. Los usuarios somos la mercancía clasificada, como cualquier página web, incluso por nuestro nivel de corrección ortográfica.

Por supuesto, el comportamiento de un solo usuario no determina cuándo un resultado es correcto y cuando no lo es. Las cifras del buscador son de una magnitud increíble: 3.500 millones de búsquedas diarias. Del análisis de estos millones de interacciones se obtienen, mediante estadística, patrones y tendencias de comportamiento, que a la postre son el producto destilado y brillante que luego puede ser comercializado.

El acceso a ese conocimiento específico de gustos, modas, preferencias, tipos de consumidor y de poder adquisitivo es lo que Google vende en forma de espacios publicitarios personalizados. Una ventana directa para que las empresas coloquen su producto o servicio a la persona que sea más propensa a gastar un dinero por adquirirlo o a quien tenga una necesidad urgente que resolver.

¿Qué hacer? Se pregunta cualquiera ante esta situación de robo sistemático de nuestro trabajo vivo.

¿Cómo atajar la fuga de nuestro tiempo, de nuestro saber, de nuestro albedrío? Bien sencillo: dejar de trabajar. En este caso, no en forma de huelga -esto es, esperando generar presión para obtener una contrapartida del patrón digital, a la vez invisible e inaccesible- sino como una estrategia consciente de paro que nos lleve a escenarios en que nuestro trabajo no sea extraído para beneficio privado, sino que revierta en un bien común.

Es cierto, trabajamos para Google, porque a cambio recibimos un salario, una parte de los beneficios, en forma de resultados fiables en las búsquedas, vídeos relevantes, servicio de correo o mapas gratuitos, etc. Pero no debemos olvidar nunca que aunque Google sea el mejor servidor porque es el que usa más gente, perderá su poder cuando dejemos de proveerle ese trabajo voluntario no remunerado. Si conseguimos secar la fuente de la que extrae los datos, no podrá arrastrar nada en sus redes. Por ahora la empresa tiene varios frentes abiertos en su contra: el interior, en relación a la organización de sus trabajadores; el judicial, en el que se decidirá si se divide la compañía; y el de los usuarios, o sea, nosotros, si conseguimos establecer alternativas viables y masivas a sus servicios.



 Google y sindicalismo

Y, ¿qué pasa con los asalariados de Google? Hablábamos al inicio de sus 190.000 trabajadores: ingenieros, programadoras, psicólogos, técnicas de sistema, etc. Pues bien, en 2023 la empresa despidió al 10% de su plantilla. La resaca post-covid ha significado el fin de los buenos tiempos de crecimiento exponencial de usuarios y, por lo tanto, de ingresos. Han empezado los recortes y se auguran más en el horizonte. La inteligencia artificial promete reducir los costes laborales, en especial de las empresas tecnológicas, con lo cual será posible extraer aún más riqueza con menos cabezas a sueldo. A pesar de todo, los trabajadores, en el corazón de la bestia, se organizan. Fundada en enero de 2021, la Alphabet Workers Union (AWU) reúne apenas el 1% de la fuerza de trabajo, pero ya plantea luchas de largo alcance en diferentes ámbitos. En primer lugar, atacando la jerarquía existente dentro de la empresa entre trabajadores fijos y temporales, auténticos empleados de segunda categoría con salarios mucho más bajos y menos derechos laborales. La cuestión de “a igual trabajo igual salario” está al orden del día dentro de Google. En segundo lugar, afrontando con decisión los casos de acoso sexual que ocurren en las oficinas. Históricamente, la empresa ha lidiado con estos hechos dentro unos parámetros que incluyen obligar a sus empleados a firmar contratos con cláusulas de arbitraje empresarial que buscan resolver las denuncias lejos del foco de la opinión pública.

Y, por último, y quizás más importante: rompiendo el silencio y el aislamiento mediante el trabajo sindical, para que todo aquel que trabaje en la empresa deje de tener miedo a hablar y se atreva a denunciar y expresar su disconformidad con las políticas oficiales de la dirección y las estrategias de división de los trabajadores, como los salarios personalizados. Huelga decir que Google ha hecho todo lo posible para que los trabajadores no se autoorganizen, y seguirá poniendo trabas a sus aspiraciones, pero el sólo hecho de la creación de la AWU ha dado energías a multitud de iniciativas sindicales en todas las empresas de Silicon Valley. Hay esperanza y esta vendrá del Oeste.

USA versus Google

Los acuerdos entre las grandes empresas son algo común que se practica en beneficio mutuo a costa de los usuarios, siempre con la intención de acaparar el mayor porcentaje del mercado y acabar con la competencia. Estos pactos en la sombra son los que están siendo enjuiciados desde septiembre de 2023, en lo que se considera la mayor causa antimonopolio del siglo XXI. De hecho, la fuente principal para la redacción de este artículo han sido los documentos que Google se ha visto obligado a exponer en este juicio que afronta en los Estados Unidos. Sus presentaciones de powerpoint destinadas a la formación interna son su peor enemigo ante un tribunal que tiene que decidir si su increíble concentración de poder político y económico debe fragmentarse, como ya ocurrió con Rockefeller y la Standard Oil Company en el lejano 1911.

A raíz de las pruebas expuestas y las declaraciones de los testimonios, hoy sabemos que Google lleva pagando1 miles de millones de dólares a Apple para que sus servicios estén integrados en los dispositivos iPhone, Mac y iPad. De esta manera, Google garantiza que su buscador sea el predeterminado. También ha pagado a los fabricantes de teléfonos móviles (Samsung o Xiaomi) para que el sistema operativo de serie sea Android, lo cual incluye el navegador Chrome y múltiples aplicaciones marca Google. En definitiva, un entramado de pagos, tratos de favor y acuerdos de exclusividad para colocar la barra del buscador en un lugar privilegiado de los programas y aparatos de otras grandes tecnológicas que, en conjunto, son un coto cerrado donde sólo caben las opciones privativas y los grandes inversores. Además, el juicio ha revelado cuáles son las búsquedas más lucrativas para Google: “vuelos baratos”, “seguro de coche”, “seguro de vida”, “televisión por cable”, “universidades online”, “crédito”, etc., lo que nos da una idea de a dónde van a parar nuestros datos y a quién le interesa más acceder a ellos. Y es que, al fin y al cabo, Google ha construido su negocio en base a dar acceso a nuestras vidas privadas, permitiendo que multitud de empresas intervengan e influyan en ellas, sea como consumidores, sea como seres políticos, delineando los límites del mundo que imaginamos.

Todos los caminos empiezan por un primer paso

A la luz de todo lo anteriormente expuesto es difícil no llegar al final de este artículo sin pensar en cómo contribuir a cambiarlo todo. Siempre hay un primer paso que nos puede llevar a la salida si tenemos claro a dónde ir. En el mundo del programario y de internet se lleva décadas debatiendo sobre cómo crear alternativas libres. A veces, la mejor opción es simplemente testear cosas nuevas y comprobar que pueden ser igual de buenas que lo que nos ofrecen los monopolios. A continuación, presentamos tres niveles desde los que tirar del hilo:

Primer nivel (principiante): probar otros buscadores. En un equilibrio entre usabilidad y rigor de resultados encontramos Qwant, desarrollado y alojado en Francia, con lo cual se atañe a las directrices de privacidad de la Unión Europea, mucho más restrictivas que las estadounidenses.

Segundo nivel (usuario medio): usar otros programas, empezando por el navegador. Una excelente opción es Firefox, el cual permite configurar parámetros de privacidad y añadir extensiones para bloquear rastreadores y publicidad. Como alternativa a GoogleMaps hay diferentes opciones basadas en OpenStreetMaps, por ejemplo, Organic Maps, capaz de trazar rutas y asistente de conducción. Y para sustituir Gmail hay centenares de opciones. Ante la duda apostamos por servicios como ProtonMail o RiseUP ambos correos encriptados.

Tercer nivel (usuario experto): cambiar el sistema operativo de tu smartphone, de Android a Ubuntu Touch u otra opción libre.

 

 

Sergi Onorato Esteve

 https://redeslibertarias.com