Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, noviembre 30

No hay peor depredador que el hombre

 


El horror se multiplica

cuando los civiles israelíes

destrozan alimentos y tiran el agua

destinada al pueblo de Gaza.

Aunque las bombas sigan

descuartizando cuerpos,

aunque los cadáveres de niñas y niños

se cuenten por miles,

verlos morir de hambre les regocija.

No hay mayor crueldad en el mundo.

Hasta en Auschwitz, sus abuelos

tuvieron un mendrugo de pan.


¿Por qué le llaman guerra?

no es un cuerpo a cuerpo,

no es un tanque a tanque.


Los colonos quieren volver

a la tierra que robaron,

a plantar sus tomates y patatas.

Son caníbales.

Sólo las flores encubrirán la barbarie.


Mis lágrimas se secan al ver las noticias.

Tres mil éxodos en setenta y seis años.

Mil éxodos repetidos en sólo siete meses,

de Norte a sur,

de sur a oeste,

de giro a giro,

heridos, con brazos y piernas amputadas,

con la esperanza rota y la vida deshecha.


Marionetas movidas por los hilos del terror.

Sólo queda morir.

Cuando la playa sea una morgue

¿cómo se justificará Israel ante su Dios?



Montse Grao. Inédito

miércoles, noviembre 27

El cemento que deja correr al agua

 

 

“Es una pena que el hormigón no arda”. (Anónimo)

 

Se cumplen 200 años, en concreto el 21 de octubre de 1824, de la patente del cemento Portland. Joseph Aspdin, experimentando para mejorar la durabilidad y fortaleza del cemento (utilizado ya en la Antigua Grecia), descubrió una variante a la que nombró así por su semejanza con las rocas de la isla de Pórtland en el Reino Unido. Desde entonces hasta principios del siglo XX, las prestaciones de este material fueron mejorando. El hormigón, por ejemplo, en todas sus formas, es cemento mezclado con arena, gravilla y grava, y si en su interior se combina con estructuras de acero, hablamos entonces del hormigón armado.
 

El cemento es el material más consumido en el planeta después del agua. Es barato y presumiblemente seguro. Y en combinación con el acero ha permitido levantar nuestro hábitat actual: las ciudades, sus rascacielos y las urbanizaciones; las autopistas y los polígonos industriales; los puentes, la canalización de ríos y sus presas. Todo para una civilización que no se detiene. Si al inicio del siglo XX su producción era de unos pocos millones de toneladas, ahora hablamos de miles de millones de toneladas. Se calcula que, seguramente, el peso del total de cemento existente es mayor que el de la masa de carbono de toda la vegetación del planeta. Además, tras el petróleo y el gas, la industria del cemento y sus derivados es responsable de entre el 4 y el 8% de las emisiones mundiales de CO2.
 

No es extraño entonces que, como reza el título del libro de Anselm Jappe, podamos nombrar al hormigón como “el arma de construcción masiva del capitalismo”. Mientras se derrotaban otros sistemas económicos, mientras se reconfiguraban los marcos de pensamiento, en paralelo durante estos dos siglos, el cemento no se ha conformado con demoler otras formas arquitectónicas de construcción, ha sido la argamasa fundamental para distanciar a la modernidad de su relación con la tierra.
 

Cuando Bob Marley componía La jungla de hormigón, unos miles de kilómetros más al sur, los pueblos originarios brasileños, y activistas como Chico Mendes, amenazados precisamente por el avance de esta jungla, ponían en cuestión el término “ciudadanía”. Tanto porque esta palabra excluye a la humanidad que vive fuera de la ciudad, como porque las ciudades –que exigen más y más energía, más y más comida, más y más extractivismo de la floresta, bosques y selvas– son moradas que a base de cemento se han separado del resto de la naturaleza. Así que –lo leí en Futuro Ancestral de Ailton Krenak– propusieron reemplazar a la palabra ciudadanía por florestanía.
 

Las facilidades que el cemento otorgó a los poderes económicos para domesticar a la naturaleza, emanciparnos de ella y llevar a la humanidad supuestamente a una vida mejor, permitieron que en esta parte del planeta se diseñaran y construyeran pantanos. Pienso en el embalse de Riaño en el nordeste de León, cuyas obras se iniciaron en 1965 (dictadura) y acabaron en 1987 (democracia). Solo para levantar la presa que retendría el agua del río Esla, se utilizaron 245.000 metros cúbicos de hormigón. Por exigencia del progreso, en favor de la ciudadanía, el pantano dejó bajo sus aguas nueve pueblos: Anciles, Salio, Huelde, Éscaro, La Puerta, Burón, Pedrosa del Rey, Riaño y Vegacerneja. Y con ellos una forma, rural y campesina, de habitar el mundo, con “siglos de autosuficiencia”, como canta Guille Jové en su jota para Riaño, una autonomía que el capitalismo necesitaba erradicar. Cito a Jeromo Aguado, pastor de ovejas en Palencia: “Si el capitalismo no hubiera visto en el campesinado un potencial enemigo, se hubiera olvidado de provocar su desaparición. Por eso intentaron matarnos de hambre.”
 

Así es, a base de cemento, de hormigón, vivimos rodeados de gris y de negro, de un todo frío y artificial, de millones de hectáreas de tierra viva secuestrada bajo la “hormigonización impulsada por el urbanismo y el activismo económico de los gigantes de la construcción y las obras públicas”, como denuncia Les Soulevemants de la Terre. Pero, literalmente, la civilización del hormigón armado y del capitalismo no resiste, se hunde como hemos visto estos días en el País Valencià. Los ríos canalizados –con cemento– donde las aguas no encuentran retención, la ocupación y urbanización –con cemento– de zonas inundables que le pertenecen al río, la impermeabilización –con cemento– de la tierra, las estructuras viarias construidas –con cemento– que desorganizan el drenaje natural, como ha explicado la Fundación Nueva Cultura del Agua, son las causas, junto a la crisis climática, del descomunal desbordamiento sufrido.
Estamos viviendo el final de la modernidad. Un derrumbamiento que no puede detener a la vida, pero que obliga a una respuesta: arrancar espacios al hormigón para liberar lugares donde la florestanía podamos retomar formas de vida acordes a las leyes naturales. Fluyendo junto al agua, atraídos por la tierra.

 

Gustavo Duch, 14 de noviembre 2024, en revista CTXT

domingo, noviembre 24

50 aniversario de la matanza de estudiantes en Ciudad de México, un crimen de Estado que sigue latiendo

 

 

A primeros del próximo mes, concretamente el día 2 de octubre, se cumplirá el 50 aniversario de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México en el año 1968, un año que ya sabemos fue muy activo para la movilización obrera a nivel internacional, y que guardamos en la memoria colectiva de la lucha del pueblo trabajador.

Es complejo explicar en un artículo breve de divulgación qué implicaciones, consecuencias y origen tuvo aquella matanza, si bien es cierto que resulta indispensable traerla al presente para darla a conocer cincuenta años después, porque aún en la actualidad influye decididamente en el pensamiento y la práctica de los colectivos sociales en lucha de México y de toda América Latina.

El movimiento de 1968 en México fue un movimiento social amplio, en el que si bien los estudiantes tuvieron un protagonismo destacado, estaba conformado por hombres y mujeres trabajadoras de diversos sectores sociales y constituidos desde el mes de agosto de ese año en el Consejo Nacional de Huelga. Este movimiento buscaba una transformación social profunda en un país gobernado por el PRI (Partido Revolucionario Institucional), un partido fuertemente autoritario, que a pesar de sus siglas, fue fundado por la facción contrarrevolucionaria vencedora tras la Revolución Mexicana en el primer tercio del siglo XX.

Este movimiento fue reprimido continuamente durante su desarrollo por el gobierno de México, y con el fin de darle un durísimo correctivo fundamentado en el terror, el 2 de octubre de 1968 se llevó a cabo una represión pública de carácter brutal conocida como la «matanza en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco», logrando disolver el movimiento en diciembre de ese año por las fatales consecuencias de estos hechos.

La matanza fue cometida de manera conjunta como parte de la Operación Galeana por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia (cuerpo semiclandestino de mercenarios civiles formado para la seguridad interna de los Juegos Olímpicos en ese verano), la Dirección Federal de Seguridad, la llamada entonces Policía Secreta y el Ejército Mexicano, y con el probado apoyo y asesoramiento de la CIA estaounidense. Esta última presionó decididamente para que en México no se desarrollara una revuelta popular que se les pudiera descontrolar a las autoridades del gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y subsecretario de gobernación, Luis Echeverría Álvarez; por lo que EE.UU. intervino directamente y alentó a reprimir sin contemplaciones a la sociedad mexicana rebelde y en concreto a los estudiantes en lucha.

Los antecedentes a este movimiento han de buscarse en los años 50 y 60 en una sociedad mexicana hastiada del autoritarismo del partido único que había monopolizado el poder del Estado por décadas, y que aún se perpetuaría bastantes años. Maestros contra el desmantelamiento de las escuelas populares, estudiantes universitarios, ferrocarrileros, telegrafistas o campesinos venían organizándose antes de eclosionar este impresionante movimiento social en 1968 que llevó a las calles de Ciudad de México a cientos de miles de personas. Fue iniciado a finales del mes de julio con las marchas convocadas por los estudiantes de preparatoria universitaria y de escuelas superiores de la UNAM hartos de la brutalidad policial y las continuadas infiltraciones de agentes en las escuelas y las organizaciones revolucionarias juveniles. Estas marchas fueron respondidas inmediatamente con una represión policial desmedida, más de 500 heridos y decenas de detenidos, lo que consiguió que surgiera espontáneamente una solidaridad sin precedentes y el apoyo incondicional de gran parte de la sociedad mexicana hacia los estudiantes, a los que se les unirían las organizaciones obreras.

Durante los meses de agosto y septiembre las movilizaciones se intensificaron mucho, el estudiantado mexicano comenzó a utilizar un lema que logró un éxito asombroso: ¡Únete pueblo¡ Los mítines organizados en espacios públicos, y la presencia continuada en las calles hizo imposible canalizar el movimiento hacia protestas institucionales reducidas a la autonomía universitaria. Los medios de comunicación oficialistas mexicanos claman contra el movimiento social, comienzan a difundir noticias sobre cospiraciones internacionales de izquierda revolucionaria y alentar a crear listas de estudiantes y profesores destacados en las luchas que se organizan. El ambiente represivo sigue en aumento y se comienza a fraguar en las cloacas del Estado mexicano la necesidad de dar un brutal golpe para controlar una situación de descontento social en aumento.

El movimiento social en México de 1968 elabora una lista de objetivos irrenunciables, entre los que se encontraban la libertad de todos los presos políticos, la derogación de los artículos del Código Penal utilizados jurídicamente para aplicar la represión, la disolución del Cuerpo policial de Granaderos, responsabilidades penales para los artífices de esa represión e indemnización a todas las personas heridas por la policía.

Sin embargo, algunas fechas destacables serán la gran marcha del 27 de agosto en la plaza del Zócalo en Ciudad de México, y el terrible desalojo del campamento estudiantil que surge improvisadamente esa misma madrugada. También el 7 de septiembre se da la conocida como ‘Marcha de las Antorchas’, un impresionante mítin en Tlatelolco y el 13 de septiembre la ‘Marcha del silencio’, donde se marchó por las calles de la ciudad con pañuelos sobre la boca en un espeluznante silencio. El 18 de septiembre el Ejército invade la Ciudad Universitaria de la UNAM, y cinco días después un edificio universitario es ametrallado por comandos policiales vestidos de civiles, se inicia entonces la noche del 23 de septiembre una batalla por tomar el Casco de Santo Tomás y la Unidad Profesional Zacatenco, que duraría más de doce horas y tendría como desenlace más de 350 detenidos, 33 heridos y una persona muerta. El 1 de octubre el Ejército se retira de la UNAM, es el preludio de que una acción mayor está por suceder.

Tan solo diez días antes de que dieran comienzo los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México, el 2 de octubre estaba programada una gran concentración y un mítin político en la Plaza de las tres Culturas en Tlatelolco, el corazón histórico de la Ciudad de México. Tras el disparo de algunas bengalas como señal de inicio de la matanza programada desde el gobierno mexicano a modo de una demostración de fuerza brutal, miembros del Batallón Olimpia apostados en los edificios circundantes a la plaza pública abrieron fuego desde las plantas superiores sobre los manifestantes con armas trasladadas los días anteriores a dichos inmuebles. Los miembros del Ejército mexicano a pie de calle también abrieron fuego contra la multitud justificándose más tarde que fue para repeler un ataque que estaban sufriendo; de esta manera la excusa estaba bien planificada y la legitimación de la matanza se servía mucho más fácil a los intereses internacionales del Estado mexicano. Muchos activistas consiguieron huir del tiroteo inicial que desencadenó la matanza y se refugiaron en departamentos cercanos, sin embargo fueron perseguidos, detenidos, torturados y asesinados impunemente durante las siguientes horas en la plaza y alrededores, que fue tomada por el Ejército mexicano durante más de una semana, retirando los cadáveres de lo que se calcula fueron quizá algo más de trescientas personas. Junto a la Iglesia de Santiago-Tlatelolco, reunieron a aproximadamente tres mil detenidos, siendo desnudados en público, torturados y trasladados a campos militares de la ciudad o a la histórica prisión del Palacio de Lecumberri. Al día siguiente en los medios de comunicación, no hubo ni una mención a la masacre, la normalidad más absoluta y el ocultamiento de los hechos fueron la instrucción otorgada. Los Juegos Olímpicos se desarrollaron bajo el silencio internacional, en Ciudad de México el miedo había dejado paralizados a los movimientos sociales que no podrían haber imaginado tanto horror y encontrarse repentinamente con una acción propia de cualquier guerra total. En gran parte de América Latina las embajadas mexicanas fueron atacadas; hubo marchas en Santiago de Chile. Se hizo un mitin en Londres frente a la embajada mexicana, y también hubo protestas en París.

Algunas víctimas de dichas acciones intentaron caracterizar la masacre de Tlatelolco ante tribunales nacionales e internacionales como un crimen de lesa humanidad y un genocidio, ​afirmación que fue sustentada en principio por la fiscalía mexicana pero rechazada por sus tribunales. También intentaron llevar a los autores materiales e intelectuales de los hechos ante la justicia sin ningún resultado favorable. La disolución criminal de este movimiento fomentó la aparición de guerrillas clandestinas urbanas y rurales contra el Estado mexicano, que recrudeció la represión contra estos movimientos en los que se ha conocido como Guerra Sucia, perpetuándose en el tiempo hasta finales de los años 90.

Ya en los años 2000 surge una nueva fase de la represión contra los movimientos sociales mexicanos, y especialmente contra las comunidades indígenas declaradamente anticapitalistas. Precisamente el capitalismo pone en marcha una nueva versión de la represión adaptada a los nuevos tiempos, y a las necesidades de avance que este tiene sobre las vidas comunitarias y sobre el territorio. En 2006 y hasta la actualidad nace la guerra del narcotráfico, la particular lucha por el monopolio de negocios globales como drogas, armas, personas u órganos humanos, en la que las instituciones estatales mexicanas participan disponiendo de su poderío en favor de unos u otros. El narcoestado ataca a las comunidades en lucha, y en esta guerra hacen desaparecer decenas de miles de personas, siendo un punto de inflexión el 26 de septiembre de 2014 con la desaparición forzada de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa, en el Estado de Guerrero, cuando se organizaban para asistir en Ciudad de México a la conmemoración de la masacre ya narrada. Vivos se los llevaron y vivos los queremos, porque la vida, vale vida.

 

https://www.todoporhacer.org 

jueves, noviembre 21

La filosofía de Nietzsche y el anarquismo


La filosofía de Friedrich Nietzsche, tal vez por su modo aforístico de escritura, así como por su carácter poético y personal, ha sufrido múltiples interpretaciones. El autor alemán fue un devastador crítico de los valores de su tiempo, que veía encarnados en el cristianismo, pero también de forma políticamente más polémica en el socialismo y la democracia. Apostaba por una superación de dichos valores mediante un punto de vista más allá del bien y del mal, donde se manifestaría lo que denominaba la voluntad de vivir, vinculada también a la voluntad de poder, y se erigiría su concepto de superhombre, caracterizado por haberse desprendido de una cultura decadente, por renunciar a lo que el filósofo denominaba moral del esclavo (sentencia tan controvertida como la propia obra de Nietzsche) y hacer de su existencia un esfuerzo y una lucha. Como es natural, no han sido pocas las críticas que se han hecho, desde diversos puntos de vista, a estos conceptos nietzscheanos no siempre plasmados de forma claramente comprensible y dando lugar a un amplio margen de interpretación. Más adelante, volveremos a ellos y trataremos de dar algunos puntos de vistas libertarios. Además, se considera a este filósofo alemán como uno de los precursores de la posmodernidad, con su crítica a la confianza exacerbada en la razón y el progreso, así como a todas las promesas emancipatorias que la etapa moderna llevaba en su seno, por lo que aumenta todavía más el interés en la obra de Nietzsche.

El anarquismo posee un rico corpus filosófico que recoge, tanto el individualismo de Stirner y el mutualismo de Proudhon, como el colectivismo de Bakunin y el comunismo de Kropotkin, entre otras aportaciones, y ello si queremos aludir solo a su herencia clásica. Que se mencione a Max Stirner dentro de este legado, aunque él mismo nunca se reconociera como anarquista, es ya un lugar comúnmente aceptado, aunque no siempre exento de una controversia siempre, en mi opinión, bien recibida en aras de esa tensión entre lo individual y lo comunitario. En cambio, no resulta tan sencillo catalogar a Nietzsche dentro de la variada filosofía ácrata, aunque no han sido pocos los libertarios que se han visto atraídos por el pensamiento del autor de El ocaso de los ídolos. La influencia de Stirner en la obra nietzscheana ha sido también objeto de polémica y resulta francamente difícil negar el parecido entre la filosofía de ambos autores, incluso con alguna acusación explícita de plagio para el autor de Humano, demasiado humano1. Sea como fuere, parece ser que solo es a partir de la obra citada anteriormente que Nietzsche da importancia a los valores individuales, ya que su pensamiento pasa por diversas etapas. Como puntos en común entre ambos autores, se encuentra la crítica a la moral como egoísmo inconsciente, el rechazo al imperativo categórico kantiano, la crítica a la religión, a todo lo sobrenatural y al dualismo cuerpo/alma. Otra analogía entre Stirner y Nietzsche se encuentra en el método utilizado para señalar los falsos valores, usando la genealogía y la desmitificación, aunque acaben dando respuestas diferentes. En efecto, el superhombre nietzscheano presenta rasgos elitistas y selectivos, al menos en apariencia, mientras que el único de Stirner, autosuficiente, reconoce esa particularidad en cada individuo. Es lógico que el pensamiento aristocrático, que presenta Nietzsche a menudo junto a otros rasgos liberadores muy interesantes, causen un rechazo mayor que el solipsismo moral de un Stirner, pese a todo más reivindicable desde el punto de vista libertario.

A pesar de lo expuesto anteriormente, la obra de Nietzsche, como ya hemos mencionado y como ha señalado Daniel Colson en un intento de atraerla hacia lo libertario, es interpretable desde variadas perspectivas, siendo una de las más conocidas y para muchos la más injusta su supuesta vinculación con el nazismo, algunas de las cuales pueden ser incluso antagónicas. De hecho, han sido muchas las discusiones sobre su lectura política y, en concreto sobre su relación con el anarquismo y las propuestas revolucionarias. No resulta complicado, a priori, contemplar en la filosofía de Nietzsche rastros del pensamiento de Bakunin, como es el caso de una feroz crítica al idealismo, a la religión y a toda metafísica; para ambos, sería perentorio abandonar la lógica de todo más allá, recuperar los sentidos y los instintos, así como reconocer que somos cuerpo material y estamos regidos por las leyes de la naturaleza2. No obstante, a partir de esta semejanza podemos encontrar grandes divergencias; si para Bakunin, el cumplimiento de las leyes naturales conducía a la emancipación individual y colectiva, para Nietzsche la naturaleza supone la dominación de los fuertes sobre los débiles, por lo que lleva aparentemente a una lógica opuesta a la igualdad de todos los seres humanos. Sin embargo, y como podría imaginarse a raíz de la existencia de este mismo artículo, ha habido otras lecturas de la obra nietzscheana y, así, su concepción aristocrática no tendría para algunos autores una lectura tanto política como moral y cultural, ya que puede ser un reconocimiento de la singularidad y la diferencia del otro, así como una crítica hacia la normalización producto del Estado moderno y de la sociedad de masas3. No obstante, ya que pensadores como Bakunin fueron totalmente nítidos en su crítica a toda estructura jerárquica y, como ya hemos dicho, hablaron explícitamente de emancipación social y de nivelación de clases, cabe preguntarse si esa lectura más o menos anarquista de Nietzsche puede ser solo una mera interpretación buscando metáforas en su obra excesivamente soterradas. No queda del todo claro si el pensador alemán, como parece desprenderse tantas veces de su obra, no estaba criticando en realidad cualquier forma de Estado y sí reivindicando otro a su conveniencia negando cualquier tipo de horizontalidad. La polémica, puede que irresoluble, está servida.

Alguien tan lúcido y sensato como Rudolf Rocker, en su monumental obra Nacionalismo y cultura, ya señaló lo que puede ser evidente para tantas personas, que el pensamiento de Nietzsche osciló entre concepciones autoritarias rechazables y una visión auténticamente libertaria al mostrar, por ejemplo, en algunos pasajes de El crespúculo de los dioses y de Así habló Zaratustra, un claro antagonismo entre cultura y Estado4. Emma Goldman fue otra figura anarquista que se vio fascinada por el pensamiento de Nietzsche, al que consideraba un innovador, un rebelde y un poeta; frente a las críticas sobre su ideal del superhombre y su rechazo a la gente común, Goldman aseguraba que su aristocratismo era de espíritu, no de nacimiento ni por patrimonio, y aseguró nada menos que “todos los verdaderos anarquistas eran aristócratas”5; la lectura que realizó de Nietzsche consideraba que su pensamiento, utilizando constantemente los conceptos de noble y aristócrata, no aludía a una clase social superior o a la riqueza, sino a la capacidad del ser humano para superar la tradición y los valores obsoletos para convertirse así en el creador de una nueva y mejor realidad. Esta mujer anarquista, nada sospechosa de elitismo ni de un individualismo exacerbado, sin duda admiró los altos valores desprendidos de la obra de Nietzsche, así como la feroz crítica que realizó a todo lo establecido; como para el filósofo alemán, para Goldman los deseos y las pasiones del individuo eran sumamente importantes y, bajo ningún concepto, podían ser sacrificados en aras de la transformación social. Las aspiraciones objetivas y racionales no deben anular las pasiones humanas, más bien son factores complementarios y puede ser lo que nos marque el verdadero progreso6. A pesar de las controversias, Daniel Colson apuesta decididamente por una lectura de Nietzsche, no solo anarquista, también sindicalista revolucionaria. Afirma así que los pensadores ácratas clásicos, especialmente Proudhon al propugnar la autosuficiencia de la clase obrera para construir un mundo nuevo, estuvieron más cerca de Nietzsche que de cualquier otra filosofía de su tiempo, y recuerda que Louise Michel vinculó con la justicia social y la revolución el concepto del superhombre, así como que infinidad de obreros, y no solo algunas individualidades rebeldes, se reconocieron en los escritos de Nietzsche para tratar de liberar el potencial revolucionario del pueblo. Según esta interpretación, la voluntad de poder nietzscheana no remite a una fuerza única, ni a un principio centralizado, sino que supone una “una pluralidad latente de impulsos” y asume “la variedad, la diferencia y la pluralidad”; en ese sentido, nos recuerda de nuevo a Proudhon y su propuesta federativa con su composición de fuerzas múltiples, diversas y autónomas, que adoptó el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo7.

Con el anarquismo que podemos llamar “posmoderno”, como en otros artículos recientes, es posible que nos metamos de nuevo en un jardín filosófico con una dificultosa salida. Pero, de nuevo el objetivo es hacernos preguntas, no conformarnos con respuestas que tal vez nos enclaustran en una especie de cómodo anarquismo instituido (si somos sinceros, con pocas posibilidades en la realidad actual, por mucho que nos guste lo que nos legaron los clásicos). Saul Newman observó, al recordar la feroz crítica que los anarquistas hicieron al Estado mostrando su propia lógica de dominación (lo que les distanciaba de los marxistas), que de forma irónica eso les acercaba a Nietzsche. Mencionando pasajes de Genealogía de la moral, se recuerda que el filósofo alemán consideraba que el ser humano había sido maniatado y domesticado por el Estado, y que este suponía una máquina abstracta de dominación previa al capitalismo y por encima de las diferencias de clase8. Otra coincidencia de Nietzsche con los libertarios estriba en la crítica al contrato social, ya que de forma obvia nunca se produjo ningún acuerdo originario y dicho mito perpetúa la lógica opresiva del Estado, cuyo origen está en la violencia y el saqueo. Lo que el anarquismo posmoderno reprocha al clásico es su concepción supuestamente esencialista de un sujeto sociable, cooperativo y racional, rasgos que se desplegarían una vez se hubiera acabado con el Estado; para esa visión, sería la ley artificial, surgida del Estado, anuladora de una ley natural basada en ese individuo proclive al apoyo mutuo. Sobre la existencia de una naturaleza humana, y lo que los ácratas modernos opinaban al respecto, mucho se ha dicho ya, pero resulta falaz que su visión fuera excesivamente optimista como a veces se repite; más bien, sus preocupaciones se dirigían al tipo de estructura social que favoreciera esos rasgos potenciales más solidarios y cooperativos, y anulara los más negativos que en ningún caso se niegan. Con todo lo matizable y controvertida que pueda resultar esta aseveración, puede decirse que el anarquismo, moderno o posmoderno (se diluye aquí dicha frontera), se encuadra más bien en los que niegan una naturaleza humana; esto no supone afirmar que los seres humanos no sean parte del reino animal, ni se inserten en concepciones evolucionistas, sino en señalar, en aras de una sociedad mejor, que nos construimos en base a ciertas prácticas, que la subjetividad humana está condicionada por lo contingente. Esta visión puede hallar puntos en común con diversas corrientes filosóficas, entre las que se encontraría el concepto de auto-creación del hombre9, del propio Nietzsche, de afirmación de los valores de la vida.

Otra cuestión primordial en Nietzsche, de la que ya hemos hablado, es la voluntad de poder, y llegamos con ello a otra discusión fundamental entre anarquismo moderno y posmoderno. Si para el primero el poder (concretado en el Estado) es algo maligno que imposibilita la plena realización del individuo y puede ser destruido, para el anarquismo posmoderno nunca podremos estar libres de relaciones de poder al estar insertas en el tejido social. Tal y como afirma Saul Newman, la separación maniquea entre sujeto y poder resulta inestable y conduce, precisamente, a la amenaza permanente de ese deseo “natural” de poder del que hablaba Nietzsche; cuanto más se intenta establecer una sociedad libre de relaciones de poder, es posible que con más fuerza pueda reaparecer. La solución podría pasar por afirmar el poder, en lugar de negarlo, por el reconocimiento de que estamos insertos en mundo marcado por el poder sin que podamos estar totalmente libres de las relaciones determinadas por el mismo. Por supuesto, no supone claudicar y renunciar a combatir el Estado y la autoridad política, sino tratar de ser más eficaces en estrategias de resistencia contra un poder que no es posible negar de forma maniquea. Como se puede suponer, aquí suele mencionarse a Foucault y la distinción entre el poder, que sería la relación de fuerzas que fluyen de modo libre e inestable entre las personas, y la dominación, que se produce cuando dicho flujo se bloquea, se forman desigualdades y jerarquías y las relaciones no se dan ya de forma recíproca (es el germen de instituciones como el Estado). De esa manera, a diferencia de la separación clásica entre sociedad y poder, se considera ahora que el Estado está originado en dichas relaciones de poder en la sociedad y son nuestras acciones diarias las que podrían integrar y generar las relaciones de dominación. Sería una permanente vigilancia para que no se formaran esas relaciones de dominación, ya que la abolición repentina de las instituciones coactivas del Estado podría suponer descuidar las relaciones de poder, difusas y poliédricas, y podría dar lugar a nuevas formas de dominación instituidas. Por utilizar una retórica filosófica de Nietzsche, sería afirmar la voluntad de poder y aceptar su eterno retorno en las relaciones sociales. Desde ese punto de vista, el anarquismo puede adoptar eficaces estrategias políticas, que muy bien pueden asentar factores libertarios primordiales como el apoyo mutuo y la solidaridad, con el objetivo de minimizar toda posibilidad de dominación y, consecuentemente, incrementar las posibilidades de la libertad. Un filósofo que, sin duda y a pesar de su complejidad, merece ser releído buscando una interpretación emancipatoria también a nivel social que, tantas veces, le ha sido negada, pero que muchos militantes libertarios sí parece que supieron ver.

 

Capi Vidal

 

Notas:

 

  1. “Nietzsche; généalogie de l’individu”. Ed. L’harmattan, París, 2003. Cap. X; p. 121-130, selección. Trad. R.A. para un seminario sobre «El único y sus propiedad», Barcelona marzo 2007: http://alcoberro.info/web/pdf/stirner3.pdf ↩︎
  2. “Continuidad y divergencia entre Bakunin y Nietzsche. Anarquismo y radicalismo aristocrático”, Federico Giorgini: https://revistas.uns.edu.ar/csf/article/view/1549 ↩︎
  3. Nietzsche y el pensamiento político contemporáneo, Vanessa Lemm; Santiago de Chile, FCE, 2013; ver también el artículo de Lemm en la recopilación de textos a favor y en contra de un Nietzsche anarquista: https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/VV%20AA%20-%20Nietzsche%20o%20el%20antianarquismo.pdf ↩︎
  4. Nacionalismo y cultura, Rudolf Rocker; descarga directa en https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Rudolf%20Rocker%20-%20Nacionalismo%20y%20cultura.pdf ↩︎
  5. Viviendo mi vida, Emma Goldman; descarga directa en https://proletarios.org/books/Goldman-Viviendo_mi_vida.pdf ↩︎
  6. “La Emma Goldman nietzscheana: ¿un oxímoron para el feminismo?”, Slvia K. Döllerer; https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/la-emma-goldman-nietzscheana-un-oximoron-para-el-feminismo ↩︎
  7. “Nietzsche y el anarquismo”, Daniel Colson: https://www.meneame.net/m/zzzzzxzzxxzx/nietzsche-anarquismo-daniel-colson; el autor se explaya en esa vinculación, de manera muy explícita, no sin interrogarse antes al preguntarse cómo es posible que así fuera en un filósofo que, aparentemente, denunciaba toda reivindicación social, el socialismo y el anarquismo, y parecía ponerse del lado de los amos frente a los esclavos; las interpretaciones más nefastas y distorsionadas de Nietzsche se habrían producido en el siglo XX, con los conflictos mundiales y los sistemas totalitarios, y habría que llegar al final de siglo para reivindicar su verdadera importancia con autores como Foucault o Deleuze. ↩︎
  8. “El anarquismo y la política del resentimiento”, Saul Newman; https://anarkobiblioteka3.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/08/el_anarquismo_y_la_polc3adtica_del_resentimiento_-_saul_newman.pdf ↩︎
  9. “La naturaleza humana: un concepto excedentario en el anarquismo”, Tomás Ibáñez: http://acracia.org/la-naturaleza-humana-un-concepto-excedentario-en-el-anarquismo/ ↩︎

 

lunes, noviembre 18

Victorias de la extrema derecha en Alemania y Austria gracias a la socialdemocracia


 A principios de septiembre la extrema derecha alemana (Alternativa para Alemania o AfD) ganó las elecciones regionales en el estado oriental de Turingia y quedó en segundo lugar en el de Sajonia (donde ganaron los conservadores), llevándose un tercio de los votos. Un par de semanas después, la AfD casi repitió victoria en Brandemburgo (donde esta vez ganaron los socialdemócratas), mientras la ultraderecha austriaca (Partido de la Libertad o FPÖ) se convirtió en la primera fuerza de su país. Se trata de la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que formaciones de este tipo ganan las elecciones en estos países germánicos. Algo muy significativo, dado que son dos Estados tradicionalmente antifascistas y que el líder la extrema derecha alemana fue condenado por emplear lemas nazis

 «Hoy, tras estos resultados, ya previsibles, se derriba inmisericordemente el mito de la desnazificación y de los deberes bien hechos tras el Holocausto«, explica Miquel Ramos en Público. «Björn Hocke, el candidato de AfD por Turingia, no disimula sus guiños al nazismo, algo que, como se ha demostrado en estas elecciones, no ha tenido reproche más allá del supuesto consenso antifascista que se atribuyen el resto, aunque en otros temas, como en materia migratoria o en su inquebrantable apoyo a Israel, no anden tan lejos de estos ultras.

Es quizás también esta hipocresía la que ya deja ver las costuras de un falso aprendizaje de la historia, algo que se evidencia más todavía con la postura de todos los partidos ante el genocidio en Gaza, y que pasa por su alineamiento acrítico con Israel, incluida una parte de la izquierda de Die Linke, cuyo candidato por Leipzig posaba una camiseta del ejército sionista. Es el fracaso de una izquierda cada vez más descafeinada, más asimilada, falta en propuestas valientes, y que a menudo no ha sabido encontrar su sitio ni comunicar bien sus propuestas. Así, además de las sucesivas decepciones, se ha prestado a una caricaturización constante y a una problematización de las luchas por los derechos de diferentes colectivos, lo que llaman las políticas de identidad. La ridiculización y la falsa dicotomía que establecen interesadamente algunos entre estos derechos y la lucha de clases ha impregnado una parte de los debates dentro de las izquierdas, algo que la derecha ha sabido leer muy bien y que se empeña en estimular constantemente. Y algo que ciertas izquierdas o determinados movimientos parecen ignorar, e insisten en ponérselo siempre fácil a quienes están a la caza de cualquier extravagancia para exhibirla como ejemplo de la decadencia que promueve lo que llaman posmodernidad y woke«.

Hoy es el este de Alemania, ayer fue Francia, antes de ayer Países Bajos. Y un poco antes, Italia (otro país en el que el antifascismo formaba parte del consenso social hasta la victoria de Meloni), Suecia, Finlandia, Hungría, Polonia, etc. La ultraderecha se ha vuelto mainstream en Europa. O en el mundo entero, si nos fijamos en resultados electorales como los de Filipinas, Brasil, India o Estados Unidos, por citar algunos ejemplos.

Alemania: Una década agitando la xenofobia y exprimiendo las divisiones nacionales

En los resultados alemanes hay, como es lógico, unas especificidades nacionales. Hace unos años empezó a pisar fuerte la organización islamófoba Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, mejor conocida por la sigla PEGIDA, que, en medio de la “crisis de los refugiados”, en el invierno de 2014-2015, organizó marchas multitudinarias anti-inmigración. En 2017 —cuatro años después de su fundación— AfD irrumpió con fuerza en el Bundestag, obteniendo el 12,6% de los votos y 94 escaños, y aunque el apoyo en el este era muy superior (con un 21,9%), en el oeste lograron un hasta aquel momento impensable 10,7%. Dos años después, en las elecciones regionales de Turingia, Sajonia y Brandemburgo el partido ultraderechista quedó en segundo lugar con más del 20% de los votos.

Los herederos de los nazis han sabido aprovechar el descontento que impera en el este, donde siguen pesando las divisiones que han permanecido tras la reunificación de Alemania y la sensación de que son ciudadanos de segunda. Otro factor es el hecho de que Alemania está experimentando una nueva transición político-económica-social que genera recelos en lugares como Sajonia, denominada Silicon Saxony por la floreciente industria de microchip y cuya economía ha crecido un 30% desde 2000. La AfD ha aprovechado la reacción general al acelerón de la «modernización» por parte de los que sienten que se quedan atrás, especialmente culturalmente y económicamente.

«Lo sucedido en Alemania no es excepcional ni inaugura ningún sendero que no se esté transitando ya desde hace años. Es la muestra de un declive, de una sensación de falta de alternativas y de narrativas que nos alejen del miedo y del odio, de la distopía que imponen en el imaginario colectivo y que promueven quienes temen perder sus privilegios, y que abrazan quienes todavía tienen algo que perder«, dice Miquel Ramos.

Comprando el argumentario de la extrema derecha

Sin embargo, el mayor factor que explica el auge de la extrema derecha (en Alemania, pero también en el resto de Europa) es la estrategia de los partidos conservadores (como la CDU) y socialdemócratas (SPD), que compran los argumentos de la extrema derecha pensando en recuperar a votantes, sin entender que entre la copia y el original, elegirán al original.

El proceso de normalización de estas formaciones, empezado por los que ocupaban el centro o el centro-derecha del arco ideológico, ha permitido que contaminen todo el debate político. El eje se ha escorado a la derecha y llenado de odio, especialmente en materia de inmigración. El racismo, el machismo, la islamofobia y el apoyo al sionismo y al colonialismo han dejado de ser tabú, se han normalizado y, por tanto, los políticos que alardean de ostentar estas posturas parecen opciones legítimas.

«Son sus posturas sobre migración las que protagonizan las principales críticas, obviando que la gran mayoría del resto de partidos defiende lo mismo o se mueven bajo el mismo marco. Un marco cedido ya desde hace tiempo a la extrema derecha y que es instrumental para el capitalismo, obviando el componente estructural y empujando a la clase trabajadora, autóctona y migrante, a competir por los recursos«, explica Miquel Ramos en Público.

Cuando el canciller de centro izquierda, Olaf Scholz, apareció en la portada de Der Spiegel con el titular “Debemos deportar a gran escala” en octubre de 2023, quedó claro que el gobierno socialdemócrata, que había llegado al poder con promesas de políticas humanitarias y sociales, se había desplazado significativamente hacia la derecha. Las políticas derechistas lo siguieron, como la reducción del apoyo financiero para proyectos sociales como la asesoría psicológica y los cursos de idiomas.

 El 16 de septiembre, unos días después de las elecciones en Turingia y Sajonia, Scholz cerró las fronteras de su país, contraviniendo leyes alemanas e internacionales. En un esfuerzo por frenar la inmigración, especialmente la entrada de solicitantes de asilo que ya han atravesado otros Estados de la UE, anunció la ampliación de los controles fronterizos temporales para cubrir todas sus fronteras terrestres hasta marzo de 2025 como mínimo. La ministra de Interior, Nancy Faeser, declaró que el gobierno está adoptando “una línea dura contra la migración irregular”. Según Faeser, mientras el nuevo Sistema Europeo Común de Asilo  y otras medidas no aseguren una protección efectiva de las fronteras exteriores de la UE, Alemania debe intensificar el control de sus fronteras nacionales con el objetivo de proteger al país de amenazas como «el terrorismo extremista islamista y la delincuencia transfronteriza«. La policía ha señalado que los controles ordenados ya están provocando escasez de personal en la Policía Federal.

El primer ministro polaco, Donald Tusk, criticó públicamente el plan unilateral de Alemania, considerándolo una suspensión sistemática de la frontera Schengen. Por su parte, el ministro del Interior austriaco, Gerhard Karner, señaló que Austria no aceptará a los migrantes rechazados por Alemania, enfatizando que no hay margen de maniobra ahí.

Bajo el lema #StopMigration, el ultraderechista húngaro Viktor Orbán dio la enhorabuena a la medida en Twitter: “Alemania ha decidido imponer estrictos controles fronterizos para frenar la inmigración ilegal. Bundeskanzler Scholz, ¡bienvenido al club!”.

Un proceso que se da en toda Europa

La normalización de la extrema derecha es algo que estamos viviendo en el Estado español desde hace años y que se ha acelerado en los últimos meses. Y es que a lo largo del último verano, el discurso del Partido Popular de Feijóo se ha ido paulatinamente acercando al argumentario de Vox. Todo ello mientras Alvise irrumpe en la escena esparciendo bulos.

Este mismo proceso lo pudimos ver recientemente con el ex primer ministro holandés y próximo secretario general de la OTAN, Mark Rutte, que durante sus 13 años en el Gobierno de Países Bajos hizo del endurecimiento de las políticas migratorias una de sus banderas, cuando el Partido de la Libertad de Gert Wilders le pisaba los talones. En las elecciones del año pasado, tras la dimisión de Rutte por la negativa de sus socios de coalición de dar una vuelta de tuerca más a las reunificaciones familiares, la formación de Wilders acabó ganando y, tras siete meses de negociaciones, está en un Gobierno de coalición —con los conservadores del VVD, el partido de Rutte, los democristianos de NSC y los campesinos BBB— en el que ocupa cinco de los de las 15 carteras.

El caso de Suecia es también ejemplar. Las elecciones de 2022 fueron las primeras elecciones en la que ya el bloque conservador no descartada un apoyo directo o indirecto de la extrema derecha para llegar al poder. Tras una campaña en la que los conservadores del Partido Moderado abrazaron el ideario de mano dura contra la inmigración, la ultraderecha con raíces nazi de los Demócratas de Suecia (SD) les arrebató la segunda plaza. El líder conservador, Ulf Kristersson, es hoy primer ministro pero gracias a un acuerdo con SD que, si bien no tiene carteras ha conseguido que entraran en el programa de gobierno sus peticiones en tema de asilo e inmigración. “Para nosotros ha sido decisivo que un cambio de poder se traduzca en un cambio de paradigma en lo que respecta a la política migratoria”, dijo tras el líder de la formación ultraderechista Jimmie Akesson.

La principal lección que nos dejan las elecciones alemanas, repetición de un patrón ya claro a escala europea, es que prometer no llegar a acuerdos con la extrema derecha no es una condición suficiente para frenar su auge. Sobre todo si, en el camino, como en el caso de la inmigración, ya se ha normalizado su discurso o se han aplicado directamente algunas de las medidas propuestas por estos nazis.

El simple miedo al auge de la extrema derecha o a la amenaza del “retorno de los años 20/30” y de las “nostalgias fascistas” ya no es suficiente para frenar el avance del fascismo. Sin la construcción de un discurso que no sea solo “en contra de” y que se acompañe de una práctica de apoyo mutuo, jamás lograremos pararlo. Y esto es algo que se debe construir de abajo a arriba. Los movimientos sociales son hoy el mejor antídoto contra la extrema derecha. Estar en los barrios, con la gente, trabajando a pie de calle y por y para la comunidad, es imprescindible para vacunar contra el odio y el miedo que la extrema derecha trata de infundir. Señalar a los verdaderos culpables de la precariedad y ofrecer el apoyo mutuo como alternativa a lo securitario y a los discursos de odio. Trabajar la solidaridad de clase, el apoyo mutuo, los cuidados y el sentido comunitario es construir un muro frente a la extrema derecha, que tan solo ofrece más policía y menos servicios públicos y menos derechos para las personas más vulnerables. Las instituciones no van a acabar con la extrema derecha porque en parte, ésta forma parte de éstas, así que, como hemos dicho siempre, solo el pueblo salva al pueblo.

 

https://www.todoporhacer.org 

viernes, noviembre 15

Vamos a quemarlo todo


no mendigamos

robamos

no respetamos nada

no esperamos nada

no creemos en nada

no tenemos nada

nos alimentamos de nuestra propia rabia

no agachamos la cabeza

no nos arrodillamos

no tenemos miedo

porque no tenemos nada que ganar

escupimos

mordemos

arañamos

luchamos cuerpo a cuerpo

porque estamos desarmados

y nos hemos despojado de todo lo que nos ataba

estamos desnudos

solos

a la intemperie

heridos

quemados

preparados

para encender la mecha

de la destrucción

 

«volver a la tierra» josé pastor gonzález (Rasmia Ediciones)

 

martes, noviembre 12

¿Qué fue de la lucha de clases?

 

Se atribuye a Marx, pero el concepto de la lucha de clases como motor histórico, al parecer y como tantos otros factores, ya se había bosquejado con anterioridad al ínclito autor de El capital. Sea como fuere, qué diablos ha quedado hoy, en esta época que tantos denominan posmoderna, de ese conflicto entre poseídos y desposeídos. Vamos a dejar a un lado el llamado materialismo histórico, es decir, todo ese rollo de desarrollo de las fuerzas productivas, que serían las determinantes de las clases sociales, el cual llevaría paulatinamente al progreso, se pasaría del capitalismo al socialismo dictadura del proletariado mediante para, finalmente, llegar a la sociedad comunista. Sin negar la importancia filosófica de Marx (y de Engels), aunque extremadamente crítico con la praxis política a la que dio lugar su pensamiento, hay que decir que me resulta difícil creer que, a día de hoy, todavía haya quien crea de manera rígida en esa visión finalista de la historia (pero, haberlos haylos, y siguen descifrando el jeroglífico marxista para encontrar alguna esperanza en no sé muy bien qué). Algunos sesudos consideran que el marxismo no contenía exactamente una visión teleológica de la historia (signifique lo que signifique eso), pero uno no puede pensar en un heredero mejor de la escatología cristiana: promesas de un paraíso final, que no llega, ni en esta vida ni en la otra.

Uno, claro, se queda con los anarquistas que, aceptando por supuesto la existencia y el conflicto entre clases, su lucha contra toda forma de opresión (no solo la económica) les hizo tener una visión más amplia, pragmática y, si queremos llamarla así, también realista. Donde unos aseguraban que sería el proletariado el sujeto revolucionario protagonista de la sociedad futura, los libertarios aseguraban que había que dar voz a todos los oprimidos (incluidos los que algunos llamaban desclasados). De acuerdo, pero eso era en el desarrollo de la modernidad, que algunos consideran periclitada (yo, no necesariamente), vemos qué ocurre en la aparentemente desesperanzada sociedad posmoderna. Creo que en la mayor parte del imaginario colectivo, contaminado por las visiones liberales más mezquinas, desgraciadamente, no hay apenas cabida para dicha confrontación entre clases. Y no me refiero a intelectualoides visiones de desarrollo histórico, sino a lo que observamos en el día a día en los llamados, de forma harto irónica, países avanzados; una ingente clase media o gris, con múltiples problemas, pero con la ilusión de una vida acomodada y aspirante incluso a subir un poquito en el escalafón social, a la que no extraña demasiado que haya personas tiradas en las calles provenientes del tercer y cuarto mundo (el segundo, creo que quedó ya en el recuerdo).

Pero, tengamos fe y esperanza (perdón por la retórica religiosa). A los anarquistas, y estoy seguro de que somos más de los que pensamos, no sé muy bien si seguimos creyendo en la lucha de clases (noción contaminada, efectivamente, por la visión marxista), pero nos repugna ver a otro ser humano pasando necesidad y quiero pensar que trabajamos por una sociedad, aceptando su diversidad (sobre todo, que no esté uniformada en su mezquindad), en la que ese sentimiento esté todo lo extendido posible. Hoy por hoy, hay toda suerte de justificaciones al ver que alguien esté durmiendo en la urbe entre cartones o se mira hacia otro lado cuando tantas personas se juegan la vida cruzando fronteras buscando una vida mejor. En otras palabras, se acepta de una manera u otra las peores taras en la humanidad como irresolubles o tal vez se piensa todavía en esa ilusión del progreso como algo abstracto. La realidad es que hay gente que, en estos momentos, está sufriendo y muriendo por causas que son perfectamente solucionables si la ética no estuviera totalmente distanciada de la política y la economía; al capitalismo, que se ha señalado como el principal perpetrador de la división de clases sociales, se unen en connivencia los intereses de la clase política dirigente. Todo clases y más clases para mantenernos a las personas atomizadas sin un verdadero sentimiento fraternal y solidario. Pero, seguiremos trabajando para que emerja algo mejor, y el ser humano ha demostrado en ocasiones tener rasgos auténticamente loables, frente a toda esa capa actual de ruindad y mediocridad. Llamémosle como queramos.

 

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/09/29/que-fue-de-la-lucha-de-clases/

sábado, noviembre 9

Seguid mirando a los árboles

 

Son solo columnas de madera que se ramifican en las alturas, que abren sus brazos donde nuestra mirada se queda corta. Nos interrumpen alguna vez el paseo, pero nos dan mucho más sin que nos demos cuenta. Aprendemos a esquivarlos como a elementos arquitectónicos (farolas, columnas, mástiles), pero dentro tienen vida. Nos regalan la magia de la naturaleza donde nos sentimos desconectados de ella, en nuestras ciudades, y un cobijo para la lluvia y el sol, y nos sobreviven sin que lo admiremos lo suficiente: están más cerca de la divinidad de lo que lo estamos los seres de carne.
 

Durante el verano, has ido con tu hija al parque a mirar los árboles, uno de sus pasatiempos antes de que las pantallas le arrebaten la atención. La ves levantar la cabeza, mirar a las ramas; sus ojitos de bebé se abren inmensos y permanece como extasiada mientras sus manos y pies tiemblan. Intentas mirar a través de sus ojos, un ejercicio de curiosidad y humildad supremas, pero solo ves árboles. Te preguntas: ¿qué mirará? Te esfuerzas por seguir la línea de sus pupilas hacia la cima del plátano que os regala sombra. ¿Qué mirará, qué estará mirando que nosotros los adultos ya no vemos, quizá algo que hemos invisibilizado, o perdido por el camino?

En el fondo, tú tampoco los miras. Haces lo que hacemos casi todos: caminamos deprisa por la ciudad, sin mirar hacia arriba, sin preguntarte de dónde viene esta sombra; esquivamos sus árboles, los damos por hecho. No advertimos su grandeza o sus sufrimientos, las marcas de sus luchas, las podas extremas que los dejan lisiados y enfermos por haber sido plantados demasiado cerca unos de otros. Algunas podas les reducen la vida en cientos de años, me cuenta un jardinero municipal. Cuando llueve, desesperados, tratan de florecer por sus muñones.

Los transeúntes permanecemos ignorantes a la masacre: el del árbol es un mundo de silencios. Por las calles, si nos fijamos, vemos sus cadáveres planos en los alcorques, arrancados en silencio para dejar sitio a terrazas, párquines o carreteras. Cuando una motosierra cercena un tronco, movida por la mano humana, queda en la herida su historia: cada uno de los círculos marca un año. Que nuestra breve existencia arranque al árbol la posibilidad de seguir la suya, mucho más larga, parece una aberración.
 

Los árboles no estuvieron siempre en nuestras ciudades. En el origen existieron solo en los espacios privados de los jardines árabes, los patios romanos, los monasterios medievales. Después, salieron al exterior a mezclarse con el paisaje urbano y conceder al paseante edenes y rincones y la silueta de los cipreses en los cementerios. Con la apertura de las murallas, las ciudades se expandieron y se motearon de verde y el arbolado se democratizó, y la era industrial y el hacinamiento nos lo dejó claro: los árboles tienen propiedades higiénicas y sanadoras, y surgió la Ciudad-jardín, y los modelos urbanísticos utópicos que entienden la naturaleza como un elemento medioambiental necesario, deseado, sin el que nos morimos de nostalgia.


Hoy, el coche ha dominado nuestras ciudades y exigido paso y pleitesía. Europa está lejos de la aberración de las “ciudades no caminables” norteamericanas, las autopistas construidas sobre ruinas de vecindarios mayormente negros. Sin embargo, a veces parecen querer arrastrarnos en dirección a esa distopía. En nuestras ciudades, los coches, parados el 90% del tiempo, ocupan casi el 70% del espacio público.


Igual que tu hija, mucha gente está levantando la cabeza para mirar (casi descubrir) los árboles. A darse cuenta de golpe de que siempre han estado ahí, regalándonos sombra y cobijo y absorbiendo dióxido de carbono; que nos hacen falta cuando la crisis climática se nos abalanza, cuando plantar árboles se ha demostrado una posible cura para los veranos que podrían matarnos.

En época estival extrañamos más su sombra; quizá por eso el verano pasado vio nacer algo fascinante: el despertar de un movimiento vecinal por la lucha medioambiental. En Madrid -una de las peores islas de calor del mundo- surgió en respuesta a la ampliación de una línea de metro, cuyas obras trajeron decisiones que amenazaron la arboleda y que algunos consideran innecesarias. La población madrileña se organizó, se manifestó y encadenó a los troncos, incluso trepó por sus ramas. Se salvaron 500 árboles. Ahora, el coche vuelve a ganarle espacio a la vida: cientos de ejemplares peligran por la construcción de una pista de Fórmula Uno y el contrato de aparcamiento subterráneo en la plaza de Santa Ana, que promete a la empresa que lo gestiona enormes beneficios. En el calor del verano, Ayuso ha propuesto cambiar la ley que protege al arbolado para que pueda ser talado a cambio de dinero y no de replantación. Otra zancada en dirección contraria a la ciencia.

Fuera de nuestras fronteras también han empezado a mirar a los árboles. En París impidieron un arboricidio para crear un jardín antes de los Juegos Olímpicos. En Berlín hubo protestas masivas donde Tesla taló más de 800 acres para construir una gigafábrica de coches. También en Bristol, Bombay, Malta, Vancouver, Sídney: gente que se enfrenta a los intereses de las grandes empresas para exigir ciudades habitables, sin más agenda que la ciencia.
 

Cuando acaba el verano y no necesitas su sombra, todos nos olvidamos de ellos. O quizá no. En el parque, tu hija sigue levantando la cabeza en su búsqueda, la boquita absorta, mirada fija de emoción. Tú aprendes de ella, del camino de sus ojos. Aprendes de las movilizaciones vecinales: cuando la conciencia se enciende, ya es difícil apagarla. Aunque acabe el verano, sigamos buscando las ramas altas, imaginando lo que hubo en los alcorques, la sombra que tendría esa avenida si le arrancáramos el asfalto. Aprendamos a mirar alrededor, darnos cuenta de dónde se posan nuestros pies, de que hay muchas formas de habitar y de diseñar nuestros espacios y que merecemos un lugar vivible, manoseada palabra: apto, aceptable, tolerable, admisible, óptimo, urgente, un espacio donde librar esta lucha contra el colapso y existir en paz y en todo el bienestar alcanzable. Una ciudad que se enfrente, con orgullo, a las lógicas que parecen ir en contra de la vida y de todas las vidas futuras. Una ciudad mejor para ti, para tu hija, para todos.

 

https://www.elsaltodiario.com 

miércoles, noviembre 6

Lucrecia: Un crimen de odio

 


David Cabrera y Garbiñe Armentia. Serie Documental de cuatro capítulos. Disney. 2024.

Cuatro capítulos de 30 minutos son insuficientes para abordar el asesinato de Lucrecia Pérez en 1992. Un feminicidio racista que fue expuesto en los medios de comunicación como el primer crimen xenófobo de la democracia, y que dejó una marca indeleble en la historia social y judicial de España. Los hechos son de sobra conocidos: de la plaza de los Cubos (situada en el centro de Madrid, junto a la Plaza de España, y epicentro habitual de la basura nazi durante años) sale un coche rumbo a Aravaca, lo conduce un guardia civil que porta pistola e ideología de extrema derecha incrustada en el alma, junto a él van tres chavales menores de edad que son skinheads nazis, el tipo conduce saltándose semáforos hasta las ruinas de la discoteca Four Roses, situada a la orilla de la carretera de la Coruña, donde pernoctan migrantes dominicanxs que mayoritariamente trabajan explotadxs limpiando las casas de la clase alta local, irrumpen a patadas y el agente de la autoridad descerraja tres tiros contra quienes estaban cenando a la luz de una vela, vuelven a Cubos a beber cerveza y jactarse de la hazaña, Lucrecia fallece en el acto y otro hombre permanece herido de cierta gravedad. Lo que aporta este documental, y a la vez en lo que se queda claramente corto, no tiene que ver con cuestiones periciales ni reconstrucciones ficcionadas de las que son habituales en los programas televisivos, sino con la exploración del conjunto de circunstancias de toda índole que posibilitan el propio asesinato.

En palabras del fiscal que formularía la acusación durante el juicio, a Lucrecia Pérez se la mata por pobre, negra y extranjera. La España moderna y seductora de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo’92 tiene una sórdida cara B: un cuerpo armado como la guardia civil lleno de fascistas (de hecho, el Estado tendría que indemnizar a la hija de Lucrecia al reflejarse en la condena que pese a que los mandos conocían la filiación ideológica del asesino, no hicieron nada al respecto), familias adeptas al antiguo régimen que crían pequeños rapados, un terreno social abonado al racismo alimentado a su vez con la explotación laboral de las primeras poblaciones migrantes, desidia policial frente a una oleada de agresiones, coexistencia de nostálgicas organizaciones de ultraderechistas con la ultraviolencia callejera de Bases Autónomas (que precisamente instaban a la organización informal autónoma y las acciones descentralizadas contra personas racializadas, homosexuales y movimientos sociales)… El asesinato no responde a una acción planificada por un movimiento organizado, pero eso no quiere decir que se trate de algo aislado, todo lo contrario, se inserta en una serie de lógicas y contextos. Y lo relevante de visionar esta serie documental reside en recurrir a la memoria histórica para para pensar el racismo tres décadas después, cuando este mismo verano se han producido los pogromos racistas de Reino Unido (jaleados a través de redes sociales por el fascista Tommy Robinson y a la sombra de las palabras de Elon Musk prediciendo lo inevitable de una guerra civil en Europa) y su conato de reproducción en nuestro territorio a raíz del asesinato de un niño en Mocejón, Toledo (aquí los bulos de que el culpable era un migrante magrebí fueron promovidos por el eurodiputado Alvise Pérez, periodistas de medios de digitales financiados con fondos públicos, distintos militantes de extrema derecha y una masa informe de ciudadanos dispuestos a creer y compartir la mierda que les echen siempre y cuando les exculpe de sus propias miserias).

En 1992 se produjeron movilizaciones antirracistas por todo el país, algunas de ellas históricamente multitudinarias, el antifascismo se fue dotando progresivamente de estructuras y recursos para dar respuesta a la ofensiva xenófoba. Hubo una respuesta social porque se produjo una interpelación social efectiva que arranca de la propia organización y protesta de la comunidad dominicana madrileña. Para muchas personas supuso el acercamiento a asambleas y colectivos de base. Quizás un producto cultural generalista como Lucrecia: Un crimen de odio pueda ser útil a la hora de hacernos preguntas con las que diseccionar el racismo que atraviesa hoy nuestra sociedad y poder combatirlo en mejores condiciones. ¿Cómo impactaría una noticia parecida cuando se está retransmitiendo un genocidio por redes?, ¿hay una suerte de anestesia emocional frente al horror, una distancia postpandémica con respecto a la realidad más cruel?, ¿cómo desbordarla si es que existe?, ¿hay maneras de anticipar una respuesta organizada en la calle frente a quienes buscan desencadenar disturbios raciales?, ¿hasta qué punto la propagación de bulos racistas pueden acabar en asesinato?, ¿cuál es el papel dentro de la violencia xenófoba de la gente más joven (al asesino de Lucrecia le acompañaban tres chavales de instituto de 16 años)?, ¿cuál es la incidencia real de la extrema derecha en las fuerzas de seguridad del estado (porque esta existe, véase por ejemplo el reciente acuerdo de un sindicato policial con la empresa Desokupa para recibir formación o los porcentajes de voto destinado a Vox entre policías y militares) y hasta dónde puede llegar (recordemos que este mismo año se han investigado a 400 policías en Alemania por sus vínculos con organizaciones neonazis)?, ¿qué sabe realmente eso que llamamos la opinión pública de las condiciones de vida de la población migrante, de su trascendencia en la economía (el empresariado más racista de este país es a su vez el que más se vale de la mano de obra barata), de la naturaleza de sus comunidades y vínculos (en el documental, Bernarda Jiménez, presidenta de la Asociación Voluntariado Madres Dominicanas, explica claramente cómo venían alertando de que algo así podía suceder sin que nadie les hiciera caso)…?

Démosle un valor de uso a este documental. El auge internacional del racismo lo exige.

 

https://www.todoporhacer.org 

domingo, noviembre 3

Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo


 

Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo

y no líneas y cifras sobre un mapa.

Que la abeja era un ser complejo y caro

y en sus alas bailaba nuestra suerte.



Amamos la inmortalidad más que a la vida

y conseguimos dejar un legado

una firma indeleble, una herencia.

Nos tendrá en su memoria todo inocente

o animal que tachamos de la lista.



En un pasado puro reside el misterio:

cómo era ser Emily Dickinson

cantar al árbol sin ser su verdugo

guardar el apocalipsis en un libro.

Dejar intacto el mundo detrás.





Ana Pérez Cañamares. En: Se agota el tiempo: rebelión poética por el clima. Ed. La Vorágine / Voces del Extremo. 2024