Lily Litvak
En Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, Díaz del Moral
da una espléndida definición del obrero consciente: “Leían y se educaban
con apasionado entusiasmo.” Aún ahora, completa Brenan, “cuando se
pregunta a los habitantes de Casas Viejas sobre los antiguos militantes,
se oyen frases como “estaban siempre leyendo algo, siempre discutiendo.
Su mayor placer era escribir artículos para la prensa anarquista en un
lenguaje elocuente y apasionado.”
Estas palabras revelan la importancia que los libertarios atribuían a
la educación y a la cultura. Nunca, ningún movimiento otorgó a la
cultura tanto valor como los anarquistas. En Acracia se declara que por
ella “las inteligencias y las voluntades dispersas se unen y conciertan
en un pensamiento y una acción común y se forma esa entidad poderosa; el
pueblo consciente.”
Para los anarquistas, la redención de los trabajadores debía ser
obra de ellos mismos. Por medio de la educación estaba al alcance de su
mano, pues el progreso no era mecánico ni determinista, sino producto
de la voluntad y la actividad humanas. Sólo dependía de que el
proletario se instruyese y así adquiriera conciencia de sus
merecimientos, de sus potencialidades y derechos. Que el talento no es
privilegio de los ricos, lo probaban los siguientes datos según La
Protesta de Valladolid: que “El pontífice Adriano IV fue hijo de un
mendigo”, “que Pío V guardó cerdos en su infancia”, “que el emperador de
Marruecos Abel Moumen fue hijo de un alfarero”, “que Pizarro, el
conquistador de Perú, era expósito, y Pedro, el fabulista, el hijo de un
pobre esclavo.” Tales datos ratifican su creencia en el libre albedrío
y su fe en el poder de la inteligencia y sensibilidad humanas. La
voluntad de conciencia era motor de la historia, y diferenciaban
tajantemente el fatalismo del determinismo social.
Se puede encontrar en forma novelada una relación del compromiso que
el proletariado militante tenía con la cultura en las páginas de Justo
Vives donde se relata como el protagonista, aunque injustamente
encarcelado, se instruía, leía, conversaba, discutía con sus
compañeros. En esa asamblea cotidiana se leía la prensa obrera y la
burguesa, y de ésta se hacía crítica de los artículos dedicados a la
cuestión social. Se estudiaban las obras más notables del movimiento
obrero, se entremezclaba la lectura sociológica con la puramente
literaria, filosófica y recreativa. Es de resaltar que aún las obras
extranjeras se traducían de viva voz. Los compañeros más cultos daban
conferencias, y el propio Justo disertó sobre diversas maderas, su
aplicación y uso. Puede verse en esta obra que la cultura libertaria
actuaba en ese presidio como catalizador para cristalizar un microcosmo
libertario. Así “los ignorantes se ilustraban, los débiles se
fortalecían y todos adquirían nuevo vigor y mayores bríos para dedicarse
al trabajo redentor que ha de apresurar el advenimiento de la suspirada
revolución social.”
Los anarquistas eran firmes creyentes en la educación. El obrero
consciente
se ponía inmediatamente a instruirse. Creían que lo único que impedía a
otros pensar como ellos era la falta de educación. Por ello, atribuían
gran importancia a las escuelas y generalmente ponían una en su centro.
Azorín, en Anarquistas literarios, vincula el anarquismo racionalista
con Platón, Carlos III, Macanaz, el Papa Gregorio el Magno, Lope de
Vega. Predicaba “el triunfo de las nuevas ideas” y exhortaba:
“Defiéndase la instrucción. Haga la iniciativa particular lo que el
Estado no hace. Fúndense instituciones para la enseñanza, ábranse
laboratorios donde puedan estudiar científicos, créense escuelas donde
el obrero aprenda a ser hombre y a haga efectivos sus derechos.”
La educación empezaba desde la niñez. Modelo de las escuelas
anarquistas era la Escuela Moderna, fundada y dirigida por Francisco
Ferrer y Guardia , “iniciador de la educación y la instrucción sin
mistificaciones ni resabios místico-convencionales o patrióticos”, según
se complace pregonar Anselmo Lorenzo . Se rechazaba allí todo dogma o
sistema, la Escuela tenía catorce sucursales en Barcelona, y treinta y
cuatro en la provincia. Entre sus textos se contaban Cartilla
filológica, primer libro de lectura, se ridiculizaban las
condecoraciones, medallas, insignias y escapularios, se enseñaba a los
niños las teorías evolucionistas y Dios era presentado como un ser
fantástico. Las aventuras de Nono, segundo libro de lectura, proponía
como realizable la utopía anarquista. El tercer libro de lectura
Patriotismo y colonización, presentaba en la cubierta un globo terráqueo
con las palabras “¿Cuál es la patria del pobre?” En Historia universal
de Jacquinet se llama al comercio explotación del hombre por el capital,
y se ataca al cristianismo.
En la novela León Martín o La miseria, sus causas y sus remedios
de Carlos Malato, utilizada como libro de lectura, un pobre niño
campesino de nueve años, plantea preguntas que revelan su inteligencia y
agudeza. Sus padres, unos trabajadores pobres, temerosos y explotados
no tienen respuestas a preguntas como “¿porqué hay pobres y ricos?”. Más
tarde, sin embargo, aparece otro mentor en la vida de León Martín, el
pintor Estanislao, un joven instruido y avezado en luchas terribles
contra la familia de propietarios Manoff. Desde entonces, las preguntas
y las respuestas se suceden con fuego, como “golpes de férreo eslabón
contra un trozo de pedernal”, y a través de ellas, las ideas
emancipadoras, se exponen con claridad y sin pretensión.
La construcción de esta novela a base de diálogos, preguntas y
respuestas, conduce al lector a la conclusión lógica que encierra
siempre enseñanzas ideológicas. Esta forma de escribir es constante en
la literatura ácrata. Como puede verse en la serie de “Diálogos
doctrinales” aparecidos en La Revista Blanca que aclaraban, en forma
anecdótica, los postulados esenciales del ideario ácrata . De igual
manera están construidos los diálogos de Sánchez Rosa, dirigidos a
trabajadores del campo y el famoso Botón de fuego que se desarrolla
como catecismo.
Para los anarquistas, la educación no se restringía a la
niñez. Eran de gran importancia en la vida ácrata las conferencias y
cursos de todo tipo dirigidos especialmente a los obreros. La sed de
saber era enorme y abarcaba a todos los campos de la cultura y la
ciencia. En los centros anarquistas se daban clases nocturnas de
sociología, biología o gramática, y se fomentaba el cultivo de la
literatura. Entre las más importantes actividades libertarias estaban
las veladas literarias donde se leían poemas, ensayos y novelas escritas
por compañeros. Los periódicos libertarios daban amplias noticias de
estos acontecimientos; por ejemplo, la llevada a cabo en el teatro
Jovellanos de Gijón a beneficio de la Sociedad de Carreteros, donde fue
leído por su autor un poema en bable . En una actividad similar del 18
de marzo de 1886 en el teatro Rivas de Barcelona, en conmemoración de la
Comuna, los estruendosos aplausos del público celebraron el poema de
Llunas La revolución.
Entre las actividades culturales más significativas de los
libertarios se cuentan los dos Certámenes Socialistas, celebrados para
despertar entre las masas la afición por la cultura. En el discurso de
apertura del primero, habló Joseph Llunas, periodista, poeta, director
del Ateneo Catalán de la Clase Obrera, y director de La Tramontana,
exponiendo un programa cultural basado en la cuestión social.
El Primer Certamen tuvo lugar en Reus el 14 de julio de 1885 y
fue organizado por el Centro de Amigos de Reus, con colaboraciones de
diversas sociedades y ateneos obreros. El Segundo Certamen Socialista
que superó en importancia al primero se llevó a cabo en el Palacio de
Bellas Artes de Barcelona en noviembre de 1889. Fue organizado por el
grupo Once de Noviembre, y realizado en conmemoración a los Mártires de
Chicago. Uno de sus propósitos era resolver los problemas sociales por
medio de la educación del proletariado y manifestar la cultura
intelectual del proletariado.
En una descripción del acto se lee que para los partidos políticos
son ya demasiado grandes los locales pequeños; y sin embargo, para los
anarquistas resulta pequeño el local más espacioso de Barcelona, el gran
Salón de Bellas Artes. Entre los varios temas, el grupo Avant de
Barcelona, propuso “Anarquía, su origen, progreso, evoluciones,
definiciones e importancia actual y futura de este principio social”. Se
otorgaba como premio a la mejor respuesta un “cuadro de rico y
esmaltado marco con un artístico retrato de los Mártires de Chicago”.
El Ateneo Obrero de Tarrasa propuso un relato novelesco: “El siglo de
oro. Novelita filosófica o cuadro imaginativo descriptivo de costumbres
en plena anarquía o en la sociedad del porvenir”. El premio, cien
pesetas, fue otorgado a Ricardo Mella por su obra “La Nueva Utopía”.
Para informar sobre el acontecimiento, se publicó en Barcelona en 1889
un volumen de 400 páginas, ¡Honor a los Mártires de Chicago! Segundo
Certamen Socialista.
El esfuerzo cultural anarquista se ve reflejado en una
prodigiosa actividad editorial. Son incontables los folletos publicados
por los libertarios con capítulos sueltos o extractos de obras clásicas
del anarquismo, monografíías y conferencias. Su tirada era casi siempre
considerable, llegando hasta los 10.000 ejemplares, y alcanzando algunos
hasta 130 ediciones. De La conquista del pan, por ejemplo, se
vendieron en los primeros años del siglo unos 50.000 ejemplares.
Se editaban libros, generalmente ideológicos, pero asimismo gran
cantidad de obras científicas: Haeckel, Darwin, Buchner, Reclus, y obras
basadas en la historia como Las ruinas de Palmyra, de Volney . La
reverencia a la cultura, en general, explica la heterogeneidad del
material bibliográfico. Ramiro de Maeztu evocaba sus trabajos como
lector en una fábrica de tabacos de La Habana y recuerda haber leído
obras de Galdós, de D’Annunzio, de Kipling, de Schopenhauer, de
Kropotkin, de Marx, de Sudermann. Interesa especialmente su lectura de
Ibsen, que llegaría a ser un clásico. Comenta que un día, apenas
comenzada la lectura, observó que algunos oyentes dejaban el trabajo
para escuchar mejor, y a los pocos minutos no volvió a oírse el
chasquido de las chavetas al recortar las puntas del tabaco:
“En las dos horas que duró la lectura no se oyó ni una tos, ni un
crujido... Era en La Habana, en pleno trópico y el público se componía
de negros, de mulatos, de criollos, de españoles; muchos no sabían ni
leer siquiera; otros eran ñañigos. ¿Qué obra podía emocionar tan
intensamente a aquellos hombres? Hedda Gabler, el maravilloso drama de
Ibsen... Nunca disfrutó Ibsen en Cristianía de un público más devoto y
recogido.
Se pueden mencionar también entre los autores más populares
publicados por los libertarios, Tolstoi, Mirbeau, Zola, Balzac, Sue,
cuya obra El judío errante inició la conciencia revolucionaria de
Anselmo Lorenzo y Fermín Salvochea.
Los folletos y libros anarquistas formaban parte muchas veces de
importantes bibliotecas, por ejemlo, los Pequeños grandes libros, de
reducido tamaño que se vendían a un precio que oscilaba entre 35 y 65
céntimos. Allí aparecieron obras de Kropotkin, Malato, Schopenhauer,
Darwin, Zola. Otra interesante colección era la la Biblioteca Roja;
pequeños tomitos con portada en papel rojo que publicaban además de las
obligatorias obras del anarquismo internacional, títulos de Garofalo,
Ferrero, Mantegazza, Darwin, Beccaria, Vogt, Sergi. Por ejemplo, La
Novela Universal publicada en Valencia, de la cual tenemos noticias a
través de La Voz del Cantero, la Biblioteca Juventud Libertaria, de La
Coruña, con obras como Canciones libertarias, Héroe ignorado (monólogo),
Cancionero revolucionario, Leyendas de la humildad. Ninguna lleva
nombre de autor y todas se vendían a diez céntimos.
En el esfuerzo de difusión cultural anarquista tienen un papel
destacado las revistas. Se deben mencionar Acracia, Natura, Ciencia
Social y La Revista Blanca. Acracia fue iniciada en 1886 y se mantuvo
hasta junio de 1888; con un total de treinta números donde aparecieron
importantes trabajos de Pellicer Paraire (Pellico), y Ricardo Mella.
Ciencia Social salió en Barcelona en octubre de 1895. Era una
publicación mensual, en tamaño 4º, papel satinado y de esmerada
impresión. En su portada aparecían los nombres orlados de Proudhon,
Courbet, Darwin, Marx y Bakunin. Se subtitulaba “Revista de Sociología,
Artes y Letras” y contaba entre sus colaboradores con Anselmo Lorenzo,
Pedro Corominas, Pompeyo Gener y Ricardo Mella (firmando como Raúl). Un
grupo de anarquistas españoles fundó en Buenos Aires una revista
idéntica a Ciencia Social y de igual nombre. Natura era quincenal, y en
ella se concentró la vida intelectual del anarquismo. La fecha de suu
primer número es el 1 de octubre de 1903, se editó hasta 1905, contando
con la asidua colaboración de Mella, Clementina Jacquinet, primera
directora de la Escuela Moderna, Anselmo Lorenzo y Donato Lubén. En sus
páginas se consideraba que debía haber una unidad entre estética y
vida. Buscaba extender la inteligencia “a todas las bellezas del arte
humano.”
La Revista Blanca tuvo su primera época de 1898 a 1905. El primer
número salió el 1 de julio de 1898, presentándose como publicación
bimensual de Sociología, Ciencias y Artes. Fue fundada por Federico
Urales y fue, sin duda, la revista más importante del anarquismo
español, merced a la calidad de sus colaboradores, al alcance de sus
artículos y editoriales, a la regularidad de su publicación, a su
longevidad y tirada que alcanzaba los 8.000 ejemplares. Fue bautizada en
agradecimiento a La Revue Blanche que había tenido una calurosa ayuda a
los militantes encarcelados en Montjuich. Defendió a Zola, perseguido
por su campaña en el proceso Dreyfus, atacaba el militarismo, exhortaba a
los obreros a dejar el tabaco y el alcohol, propagaba las ideas de
Tolstoi e Ibsen. En sus páginas se cuentan las firmas de Unamuno, Dorado
Montero, Jaume Brossa, Pedro Corominas, Jacinto Benavente, Clarín,
Anselmo Lorenzo, Teresa Claramunt, Ricardo Mella, Fermín Salvochea y
Federico Urales. En su primera editorial la revista anunciaba que en
vista de que faltaba una masa verdaderamente “intelectual, capaz de
apreciar el producto de las inteligencias que se dedican a la
exploración de mundos desconocidos”, su fin sería educador, y su misión
“enseñar con el periódico, con el libro, con el drama y con todas las
obras que interesan al corazón del pueblo y a sus ideas.”
De la admiración por la cultura y la inteligencia proviene la
apertura de la revista a los intelectuales, que ya se habían unido ante
el proceso de Montjuich. Dos de las figuras más representativas son
Azorín y Pere Corominas, pero no fueron los únicos. Hubo un momento en
que la colaboración de los intelectuales en las publicaciones
libertarias fue abundante y continua. Entre los nombres que aparecen en
estas páginas figuran Unamuno, Urbano González Serrano.
Algunos poemas
de contenido social fueron escritos por Dicenta, Salvador Rueda y Julio
Camba, que antes de ser firma de Abc fue colaborador sistemático en la
prensa libertaria. También lo fueron Azorín, que aportaba una columna
periódicamente a El Despertar, Marquina que colaboraba en El Porvenir
del Obrero. Sin embargo, no podemos ir muy lejos al considerar esas
relaciones, siempre debe tenerse en cuenta una cierta desconfianza
latente de los obreros hacia esos asociados. Se prefería un compromiso
más firmemente expresado, que encontraban en una nómina heterogénea de
autores: Victor Hugo, Balzac, Sue, Maupassant, Zola, Tolstoi, cuyas
obras se incluían entre los “grandes textos anarquistas”.
Los anarquistas declaran la necesidad de la libertad tanto en el
sentido ideológico como creativo para la creación literaria.
Consideraban que el ideal debía ser “humano y por ello revolucionario”.
No aceptaban a los poetas modernos encerrados en su torre de marfil, que
adoptaban la idea de que la decadencia de la literatura se manifestaba
por el predominio de la forma sobre el contenido. De allí los ataques
contra el modernismo o el esteticismo, lejanos de los problemas del
pueblo.
La obra literaria debía ser una forma de conciencia social, un
reflejo del ideal y de las aspiraciones del hombre y su identidad
anarquista. En «La literatura obrera», artículo aparecido en El
Productor, se postula la necesidad de crear una literatura proletaria
como medio de acción social. En su discurso de apertura al Primer
Certamen Socialista, Llunas hace una contrapropuesta a la cultura
burguesa, que reafirma en su prólogo a Justo Vives. Señala que la forma
novelística obedece al deseo de que las ideas de la emancipación obrera
traspasen los límites del periódico de combate, del folleto, y aun del
libro didáctico “para invadir el terreno de la novela, del teatro, del
esparcimiento en sus variadas manifestaciones”.
A la creación literaria se dedicaron los grandes teóricos del
anarquismo español, figuras como Anselmo Lorenzo, López Montenegro,
Llunas, Serrano Oteiza, Federico Urales, escribieron novelas y obras de
teatro; pero lo que más abunda es el cuento corto, el poema o himno
revolucionario publicados en periódicos y escritos por militantes
frecuentemente anónimos. Sin embargo no deja de haber intentos
innovadores en cuanto al alcance genérico de esa literatura. A menudo
los anarquistas subtitulan sus creaciones con acotaciones aclaratorias:
“apólogo”, “cuento fantasmagórico”, “prosa poética”, “drama en un acto”,
“monólogo”, “diálogo doctrinal”.
Era una literatura dirigida a un público nuevo, hasta aquel momento
excluido del discurso intelectual. De allí el uso de formas expresivas
dotadas de un alto poder persuasivo, de palabras e imágenes fuertemente
emotivas.
Interesa comentar brevemente la actvidad teatral que
desarrollaron los anarquistas como parte esencial de su cultura:
vehículo ideal de educación política y medio de comunicación directa con
el pueblo. El teatro se encaraba como una actividad total,
complementada por discursos, lectura de poemas y números musicales. Las
funciones se hacían generalmente en beneficio de compañeros presos o en
huelga, con el propósito de recaudar fondos para el movimiento, o en
conmemoración de alguna fecha significativa.
Las representaciones eran llevadas a cabo por algunas compañías
dramáticas, pero más generalmente por grupos de aficionados formados por
obreros y campesinos comprometidos con la causa. Los grupos se
multiplicaron con rapidez formando una verdadera red en toda la
península. En los periódicos se encuentran noticias de sociedades como
La Poncella, de Sabadell, que presentaba en el Café España “Obras
dramáticas de contenido social.” El grupo Fraternidad de Barcelona
inició su actividad en l903 con La vida pública de Emile Fabre, según
informaba en Madrid el Suplemento a La Revista Blanca. Una carta de
Alvan (o Albano) Rosell i Llogueres, más tarde maestro en la Escuela
Libre de Ferrer y Guardia, da cuenta de la formación en Sabadell, en
1901, de una agrupación que deseaba contrarrestar al teatro burgués,
“que sólo pone en escena obras sin ideal”. Debutaron en Vela de Caldes
el 26 de mayo de 1901 con La Resclosa de Ignasi Iglesias.
Las bibliotecas teatrales publicaban volúmenes y folletos a muy
bajo precio. “Avenir” sacaba buenas ediciones de Henrik Ibsen y de
Octave Mirbeau que se vendían a 25 ó 50 céntimos. También hay que
consignar ciertos periódicos anarquistas que estaban exclusivamente
dedicados al arte dramático. Por ejemplo Teatro Social, que apareció en
Barcelona el 24 de mayo de 1896 y Avenir, dirigido por Felip Cortiella,
cuyo primer número salió en Barcelona en marzo de 1905, casi todo en
catalán.
Una de las figuras más interesantes fue la de Felip Cortiella .
Nacido en Barcelona el 9 de noviembre de 1871, de familia acomodada pero
venida a menos, se vio obligado a empezar a trabajar como cajista en la
redacción del diario barcelonés La Publicidad. Se aficionó a la lectura
de obras dramáticas casi al mismo tiempo en que su contacto con
anarquistas lo impulsó a leer las obras de Mijail Bakunin y a acudir a
actos de propaganda libertaria. Fundó en Barcelona un grupo, que solía
reunirse en la cervecería de la calle Dulce nº8, bautizado como Compañía
Libre de Declamación que duró de 1894 a 1896. Iniciaron sus
representaciones con Els senyors de paper de Pompeu Gener, que había
quedado expulsado del escenario burgués, y con un drama de Teresa
Claramunt . La tercera obra fue Casa de muñecas de Ibsen, en
castellano. Fue la primera representación en España, antes de que la
moda ibseniana invadiera el país. Desde entonces Cortiella se convirtió
en promotor del dramaturgo noruego.
Durante esos años, Cortiella escribió varias obras sobre teoría
dramática, una de ellas, El teatro y el arte dramático en nuestro
tiempo, atacaba el comercialismo de la escena burguesa. En 1897 entró
como tipógrafo a L’Avenç, donde se identificó con la realidad catalana y
se perfeccionó en la lengua. En 1901 empezó sus labores de traductor,
vertiendo al catalán y al castellano Los malos pastores de Mirbeau, y
comenzó su proyectada Vetllades Avenir: una serie de veladas
“dramático-sociológicas para alentar a los artistas revolucionarios.
Llevaron a cabo cuatro representaciones todas estenadas en catalán: Els
mals pastors de Mirbeau, Quan ens despertarem dentre’l morts y Els
pillars de la societat de Ibsen y por primera vez en España, Las tenazas
de Paul Hervieu, y La jaula de Lucien Descaves en castellano. En 1903,
Cortiella, Joan Casanova y Pere Ferrets fundaron el Centro Fraternal de
Cultura donde se organizaban veladas musicales, conferencias y
representaciones teatrales. Su meta era extender la cultura entre la
clase proletaria y con tal motivo se formó una biblioteca que prestaba
los libros a domicilio. La “vetllada” del 7 de octubre de 1903 fue
dedicada al arte dramático.
Otro crucial promotor del teatro proletario fue Alvan Rosell, un
antiguo miembro de la agrupación Avenir y amigo de Cortiella, de oficio
tejedor, autodidacta, gran lector, federalista antes de abrazar el
ideario anarquista. Desde los diez años comenzó su afición por el teatro
y entró desde joven a formar parte de grupos de aficionados. Su ideal
era hacer un teatro de combate y de lucha. Fundó la Agrupación Ibsen en
Sabadell. Debutó en el Teatro Euterpe con Dolora de Cortiella y Plors
del cor de Rosell. Continuó con Espectres de Ibsen, la única obra
traducida entonces al catalán. Hubo disensiones con quienes querían
montar obras más comerciales, pero persistieron en la empresa sin
comprometer el contenido. Rosell fue profesor en la Escuela Moderna,
emigró a América y en Buenos Aires tomó la dirección de la Escuela Libre
de Víctor Crespo. Más tarde se trasladó al Uruguay, donde continuó su
trabajo como escritor de teatro infantil. Explica sus ideas al respecto
en su obra teórica El teatro y la infancia.
Es esclarecedor repasar el repertorio favorecido o rechazado por los
anarquistas. Excluían las obras que atacaban su ideología como La
Anarquía de Rodríguez Flores y La festa del blat de Ángel Guimerà, que
calificaron de “contubernio de romanticismo y realismo” . Atacaron a
Benavente por su “excesiva delicadeza en Sacrificio y La noche del
sábado”. Los anarquistas rechazaban el teatro que no fuese de asunto
moderno, no gustaban de los dramas históricos. Según ellos, era
necesario presentar conflictos contemporáneos, con problemas sociales
pertinentes. Dentro de esa categoría, pronto se estableció una lista de
clásicos representados, comentados una y otra vez. Entre los favoritos
se cuentan Los tejedores de Gerhart Hauptmann sobre la sublevación en
1844 de un grupo de tejedores de Silesia. Los malos pastores de
Mirbeau, fue aclamado como “la tragedia de nuestro tiempo, la tragedia
social que apenas empieza [. . .] sin nebulosidades ni simbolismos que
torturen el pensamiento” . Pero la obra que más entusiasmó fue Un
enemigo del pueblo, de Ibsen. Mostraba la burguesía enriquecida de
mediados del siglo XIX, atrapada en sus ambiciones de poder y
crecimiento económico, incompatibles con el bienestar de resto de la
sociedad. Los anarquistas encontraron aquí una tesis sobre la defensa
del individuo que desea realizarse plenamente sin imposiciones de la
sociedad. Su estreno en 1893 por la Compañía Tutau en el Teatro
Novedades de Barcelona fue crucial para el teatro obrero, asi como las
representaciones sucesivas. La Idea Libre comentó que el estreno en
Madrid no fue apreciado por los burgueses sino por los desposeídos. La
indiferencia de los ricos contrastaba con el entusiasmo que provocó
cuando fue escenificada gracias a los esfuerzos de Cortiella en el
Teatro Lara en 1890. Otros dramas de Ibsen fueron también ovacionados;
Rosmersholm, Espectres y sobre todo Casa de muñecas, llevada a la
escena por Cortiella en 1895 y 1896 en el Teatro Circo Español con el
título de Nora. A la entrada se regalaba al público un número del
periódico Teatro Social con el retrato y la biografia de Ibsen escrita
por Clarià, un estudio del drama por Pere Corominas, una salutación de
Raimon Costa y un artículo anónimo titulado “El teatro y los
anarquistas”.
Entre los autores españoles hay que destacar a Ignasi Iglesias.
Nació en el barrio barcelonés de Sant Andreu del Palomar, y a los
quince años estrenó su primer drama, La força de l’orgull, hoy perdida.
Fue autor de obras polémicas que criticaban la moral tradicional,
marcadas por el individualismo ibseniano. En Fructidor (1887), Els
conscients (1898) y La Resclosa (1900), combate la moral tradicional
tomando un firme partido anarquista, mientras que en El cor del poble
(1902) y en Els vells (1903) se plantea el problema obrero. Esta última
obra, junto a Les garces (1905) y Foc nou (1909), fueron traducidas al
castellano y representadas en otras ciudades de España e Hispanoamérica.
Sus dramas, de ambiente proletario, ideología reivindicativa y carácter
humanitario, situados en ambientes modestos protagonizados por gente
trabajadora, a menudo víctimas de las leyes burguesas, lo convirtieron
en el “poeta de los humildes”.
El estreno de Juan José, de Joaquín Dicenta, la noche del 25 de
octubre de 1895 en el Teatro de la Comedia de Madrid, fue un gran
acontecimiento. Se abre el telón, queda a la vista una taberna de los
barrios bajos madrileños, concurrida por obreros en alpargata y blusa
que deletreaban trabajosamente el editorial de un periódico que clamaba
por la libertad. El autor, hacía suyas las protestas de los
trabajadores. Al final, la ovación fue estruendosa y el autor tuvo que
salir varias veces al escenario a petición del público. Este drama ha
sido, con Don Juan Tenorio, el más representado en España. Se siguió
montando todos los primeros de mayo desde la muerte de Dicenta (1917)
hasta 1937, cuando se llegó a la función número cien mil. Otras obras
merecen ser citadas: El pan del pobre, estrenada en Madrid en l895,
inspirada en Los tejedores de Hauptmann. Fue Echegaray quien dio a los
autores Félix González Llana y José Francos Rodríguez la idea de hacer
una adaptación muy libre; los cinco actos del original se redujeron a
cuatro, y se varió algo el argumento. Igualmente, es preciso mencionar
La mancha de yeso, del poeta obrero Remigio Vázquez, popular hasta la
Guerra Civil española, y El mundo que muere y el mundo que nace de
Teresa Claramunt, un drama sentimental con un argumento sobre la
revolución social, presentado por la Compañía Libre de Declamación el 14
de marzo de 1896 en el Circo Barcelonés.
Federico Urales fue el autor de Honor, alma y vida (1899) y Ley de
Herencia (1900). En su autobiografía narra que la primera se estaba
ensayando en el Centro de Carreteros de la calle de Jupí, cuando ocurrió
el atentado de Cambios Nuevos, y que la segunda fue escrita en la
cárcel donde estaba recluido con motivo de las represiones. El
Castillo maldito es una obra con más pretensiones; tragedia en siete
actos, dividida en treinta y tres cuadros, presenta los sucesos de
Montjuich utilizando diversos escenarios; desde la calle de Cambios
Nuevos hasta los calabozos y habitaciones oficiales del Castillo de
Montjuich. Tenía 113 personajes además de 87 obreros, cifra simbólica
pues fue el número de procesados por la bomba de Cambios Nuevos.
Ilustración: Un momento de la representación de "Casa de muñecas" del
dramaturgo noruego Henrik Ibsen, por la compañía alemana Theater
Oberhausen para el Festival Internacional de Teatro de Caracas 2012.
Lily Litvak colaboró en nuestro último número
Especial Feria del Libro de Madrid 2012, de hecho este artículo es consecuencia de dicha colaboración.
Artículo aparecido en la publicación anarquista La aurora intermitente