Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, abril 15

El cine español y el progresismo: una de cal ¿y otra de arena?


Este pasado fin de semana Granada acogió por primera vez los Premios Goya. Durante la 39ª edición de la gala pudimos escuchar a los hermanos Morente cantar el elogiado «Anda jaleo» lorquiano desde La Alhambra, un lugar idílico para una canción de hondo arraigo popular en una de las cunas del flamenco. Los galardones del cine español estuvieron revestidos, como siempre, de un halo de progresismo político, que al rascar ligeramente su envoltura queda en un show descafeinado y elitista. 

Unos premios en los que se habló de educación pública, del genocidio al pueblo palestino, de la lucha por la vivienda digna; y que después tuvo como patrocinador televisivo a «Airbnb», una de las principales culpables de la turistificación, de entre otros tantos, el histórico barrio del Albayzín, situado frente a La Alhambra. Y es que sobre esa alfombra roja hay poco de rojo, más allá de erigirse como un altavoz de causas sociales del quiero y no puedo. Este año las principales favoritas, y que acabaron compartiendo galardón a Mejor Película por primera vez en la historia de estos premios, fueron «El 47» y «La Infiltrada». Películas con un cariz bien diferente y que reflejan la intención del cine español: café descafeinado para todo el mundo.  

La película de «El 47» es una producción catalana del director Marcel Barrena, un drama histórico protagonizado por el actor Eduard Fernández y la actriz Clara Segura. La temática escogida acercó a más de uno a sus raíces, ya que como aseveró Clara Segura al recibir el Goya a Mejor Actriz de Reparto: “Todos fuimos extranjeros en algún momento. La tierra no nos pertenece y solo nos acompaña un rato mientras vivimos”. Más allá de la fantástica elección del tema, la migración extremeña y andaluza a Torre Baró, la película demuestra que es evidente que no existen actos de disidencia pacífica, todo enfrentamiento a una autoridad estructural implica una buena dosis de conflicto, enfrentarse física y psicológicamente a quienes nos vulnerabilizan y explotan. Pero sobre todo, no existen actos de disidencia individuales, las luchas sociales no tienen «elegidos» mesiánicos, pueden tener caras visibles, personas que dan callo públicamente, pero detrás de cada una de ellos está la fuerza social de lo común. 

La historia que cuenta «El 47» refleja ambas cuestiones narrándonos unos sucesos donde el protagonista fue el movimiento vecinal del barrio de Torre Baró en la ciudad de Barcelona en 1978. Pero esa historia no comienza ese año y no es solo la historia de Manolo Vital, conductor de autobuses extremeño emigrado a Catalunya veinte años atrás. Es la historia de un barrio popular de Barcelona construido a pulso por sus habitantes, pero no romanticemos tampoco, fue edificado sobre las brechas de la miseria y de la represión franquista. Cuando los suburbios urbanos sumaban manos cada noche para construir la casa por el tejado sobre empinadas pendientes de tierra. 

La película se inserta en el cine social español que quiere contrarrestar la ola reaccionaria que vivimos actualmente, aunque como film de la industria del cine, realiza una maniobra de borrado pertinente de cuestiones que deben visibilizarse. Y es que la figura de Manolo Vital, no actuaba por cuenta propia; era militante del PSUC y de CC.OO. en los años 70. Independientemente de la opinión que podamos tener como anarquistas, lo que es verdad es que las luchas sociales las abordan militantes organizados. De hecho, el relato obvia que el día antes de secuestrar el autobús, se reunió con otros militantes para estudiar la acción. No fue un gesto individual, sino parte de una lucha colectiva. La película, además, hace un guiño al neorreformismo de forma completamente innecesaria y fuera de toda realidad, y es que sitúa a un joven Pasqual Maragall en aquel autobús en 1978, introduciendo un elemento más al gusto del relato, alejado de una realidad más fidedigna de lo que es una lucha social. 

Esa lucha vecinal para llevar el autobús hasta su barrio, para conectar a sus vecinas con la realidad de Barcelona, también tiene su contraparte desde la perspectiva revolucionaria. Y es que muchas de esas personas, en los años 70, veían ya más cerca el horizonte de la vida que prometía el neoliberalismo en ciernes que una revolución social como se soñaba a lo grande unas décadas más atrás. De por medio, una dictadura implacable y genocida había robado ese horizonte exterminando cualquier atisbo de organización que emancipase a la clase explotada. 

Las historias de supervivencia y de construcción del común son emotivas, no podemos negarlo, la increíble interpretación de Zoe Bonafonte, la hija de Vital en la película, cantando «Gallo rojo, gallo negro» de Chicho Sánchez Ferlosio hizo brotar regueros de lágrimas por las salas de cine. Escenas así consiguen provocar una emotividad absoluta a aquellos que portamos ideas de justicia social y de organización política. Nos conectan con un pasado de luchas de clase contra la dictadura y contra su hija predilecta, la democracia burguesa. Es imposible no emocionarse en varios momentos del metraje con la resistencia de las vecinas de Torre Baró.

Compartiendo premio a Mejor Película tenemos «La Infiltrada», un film dirigido por Arantxa Echevarría y Amélia Mora, esta segunda ya experta en pseudodramas policíacos que luchan contra el terrorismo, como la serie «La Unidad». El relato recoge la historia real de Aránzazu Berradre, un apodo utilizado por la policía nacional Elena Tejada, infiltrada en ETA durante ocho años. Fue reclutada por el comisario Fernando Sainz Merino, alias El Inhumano, cuando recién se licenciaba como policía en la Academia de Ávila, y enviada como agente infiltrada con apenas 20 años de edad, acabó conviviendo en un piso con militantes vascos de ETA durante dos años. Durante su infiltración mantuvo una vida paralela integrándose, a raíz del contacto inicial en el Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño, y posteriormente en las bases sociales de la izquierda abertzale. Seguramente este relato nos resulte muy familiar tras haber visto el reportaje documental «Infiltrats», emitido en TV3 y realizado por La Directa. En una hora de duración nos narra los casos de infiltración policial en los movimientos sociales en esta última década. Casos de tortura legal auspiciada por el estado y legitimada por buena parte de la sociedad.

«La Infiltrada», con su producción, publicidad y galardón compartido, está normalizando entre la sociedad que las infiltraciones policiales son válidas y legítimas. Retrata a cualquier enemigo del régimen político como un monstruo sin rostro humano al que se le puede torturar, violentar y eliminar bajo cualquier premisa, incluso en una democracia burguesa con supuestas normas de derecho legal. Las directoras se meten en el oscuro túnel del discurso de la extrema derecha para airearlo a los cuatro vientos, se legitiman las cloacas del estado español, y se entierra cualquier disidencia con el discurso oficial. Incluso una de sus productoras, en la gala de los Premios Goya reivindicaba la memoria histórica para las víctimas de ETA, olvidando a su vez la memoria de cientos de personas asesinadas por el estado español desde la transición. Poco más se pueda esperar que en un par de décadas produzcan una película dedicada a los policías infiltrados en nuestros tiempos en los movimientos políticos; la normalización de esta violencia estatal merece una respuesta, porque la infiltración también es tortura. 

El cine español demuestra una vez más tibieza con tintes progresistas. El cine español, un quiero y no puedo.

 

Angel Malatesta, militante de Liza y Andrés Cabrera, militante de Impulso

 

sábado, abril 12

Fugaz

 


La era de la comunicación es la era de la soledad,

de las estrellas fugaces en redes asociales,

del activismo desde el sofá,

de las horas menguantes,

la forma sin fondo,

el ruido, los fakes, 

los memes y los cibergurús,

en una sociedad búnker atrincherada tras su smartphone.

Para recuperar las relaciones sociales densas,

imprescindibles en cualquier proyecto transformador, 

podríamos comenzar por conocer el nombre 

de nuestros vecinos puerta con puerta.

No sé,

por empezar por algún lado.



Germán Ferrero. Presente Canibal. Ed. Lentas, 2024

miércoles, abril 9

¿Monarquía o res publica?

 


Algunas fuerzas políticas siguen dando la matraca con un posible referéndum sobre la elección de un sistema monárquico u otro republicano. Por supuesto, como en toda consulta al pueblo las opciones son constreñidas, ya que se limitan a dar a elegir entre una forma de Estado u otra. Es decir, o una dominación u otra. Como uno tiene una arrogante condición ácrata y nihilista, se niega a adherirse a principio trascendente alguno. Tampoco en política, qué le vamos a hacer. Es cierto que asquea bastante este inefable país en forma de reino, y con mayor motivo si recordamos los vínculos borbónicos con la ignominia histórica. ¡Ah, la memoria histórica! Cómo pedirle a las personas que recuerden lo que ocurrió hace cien años, si no parecemos capaces de reconocer a personajes infames recientes en este país para volver a tropezar una y otra vez en la misma piedra. Hagamos, no obstante, un poco de memoria. Probablemente, si uno hubiera vivido cuando el republicanismo debió emerger en tierras hispanas, allá por el tercer tercio del siglo XIX, la cosa hubiera sido diferente. La condición verdaderamente democrática y social de aquella militancia republicana, al menos, hubiera tenido que despertar ciertas simpatías entre los libertarios.  Hasta uno, escéptico y nihilista hasta los tuétanos, hubiera cedido un poquito.

Como aquel primer experimento del siglo XIX fue un fracaso, hubo que esperar unas cuantas décadas para un segundo. Entre una fecha y la siguiente, aflora sorprendentemente en este país un movimiento anarquista de lo más simpático, que estamos seguros de que ha dejado alguna herencia genética para paliar el papanatismo de la sociedad española actual. Y llegamos a un momento histórico, que todavía determina nuestro presente, se trata de la mitificación o demonización de aquella Segunda República iniciada en 1931. Como, pocos años después, la cosa desembocó en un golpe de Estado, una derrota del bando republicano y una cruel dictadura de casi cuatro décadas, con una supuesta Transición democrática a la muerte del genocida, que en realidad fue una suerte de continuidad en muchos aspectos, los vínculos históricos son obvios. A pesar de ello, se sigue insistiendo en la desmemoria histórica, en la construcción del mito por parte de unos y en la defenestración por parte de otros. Una bondad y maldad de aquella República, casi sin matices, que abundan en un maniqueísmo que insulta la inteligencia. En esta visión maniquea no hay lugar para recordar la revolución social libertaria, iniciada tras el reaccionario golpe de Estado. Por supuesto, para qué recordar la posibilidad de una sociedad sin dominación, si lo que se pide ahora es elegir entre una forma u otra de Estado.

Sí, asquea la forma monárquica de España, y mucho, máxime si recordamos sus vínculos con la dictadura. Sin embargo, desde una postura verdaderamente transformadora, de profundización democrática y de búsqueda de justicia social, muy poco o nada supone hoy la transformación del Estado en una república. Es más, a poco que reflexionemos en nuestro pertinaz afán antiautoritario, la forma republicana resulta mucho más satisfactoria para asegurar la dominación, ya que el jefe de Estado es electivo y se mantiene la ilusión participativa del pueblo. No, no creo en los referéndums, en las consultas limitadas organizadas por dirigentes para asegurar su chiringuito. Las elecciones son entre mitos de uno u otro pelaje, una monarquía como «garante» de la unidad patria y del sistema democrático o una república que conlleva, de nuevo, la fantasía de cierta transformación social, pero que es más de lo mismo. No hay que desterrar solo a un Borbón (¡ojo, que también!), sino a toda creencia absurda, mítica y absoluta. ¡Ardua labor, pero nadie dijo que fuera fácil!

 

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=42&action=edit

domingo, abril 6

Cerdos ecofascistas (y plantas de biogás)


El proyecto nazi alemán se apoyó en la ciencia para muchas cuestiones, también para la alimentaria. En concreto, su ensoñación de alcanzar una autarquía alimentaria –idea central en los cánones fascistas– les llevó a dedicar muchos esfuerzos y recursos económicos a la adaptación de sus razas de cerdo a una alimentación basada en recursos propios. A base de patatas se pretendió engordar cerdos con alto contenido graso para garantizar los aportes calóricos de la población. Desde su punto de vista, no era sostenible, y subrayo sostenible, que la alimentación del nuevo imperio dependiera de engordar cerdos con maíz importado de terceros países. 


Como recoge el libro Cerdos fascistas de Tiago Saraiva, este proyecto de estandarizar cerdos ‘comepatatas’ por todos los rincones de Alemania bajo el argumento de alcanzar la independencia alimentaria nacional, no solo afectó a la cabaña porcina. Empujado por la retórica nacionalista, y en concreto por la creación de un poderosísimo estamento central, la Corporación de Alimentos del Reich, la Reichsnährstand, el régimen buscó una reorganización de todo el campo y de la sociedad rural. De un modelo de agricultura campesina centrado en la subsistencia, la ciencia y el régimen forzó la industrialización del campo al servicio de una idea de país. 


No creo que exista mucha diferencia entre aquello y lo que hoy podríamos llamar cerdos capitalistas, los engordados hoy por el sistema industrial global. Solo la adoración al dios mercado y al crecimiento infinito impuesta por el régimen capitalista puede hacer entender la rapidísima expansión de macrogranjas por todo el territorio español, con mucho respaldo económico y científico y oídos sordos a la oposición social. Con los mismos vítores que el campesinado alemán recibía a Hitler en festejos y grandes celebraciones mostrándole orgullosos sus cosechas, aquí y ahora, nuestros gobernantes se arrodillan ante las inversiones extranjeras y los nuevos récords alcanzados en la exportación de carne de cerdo. 


En los últimos años, la dominación del régimen capitalista industrial al mundo rural se ejerce blandiendo el discurso, también, de la (malentendida) sostenibilidad, con una fuerza (y respaldo científico) que poco tiene que envidiar a la que ejerció el nazismo en Alemania. Aunque en términos ecológicos sean propuestas mucho más perjudiciales que beneficiosas, estamos viendo cómo el territorio se trocea y se degrada a base de macroparques solares o eólicos bajo el mantra de la sostenibilidad. Pero como explicó un nutrido panel de ponentes en las jornadas “Aturem el macrogàs” organizadas por la plataforma Pobles Vius, puesto que las renovables son solo generadoras de energía eléctrica, la cual solo representa el 20% del consumo energético, se necesitan activar otras energías alternativas ‘sostenibles’. 


En concreto, las únicas alternativas que parecen que pueden aportar algo más de eficacia y viabilidad para mantener la sociedad industrial, son poco novedosas y se centran en la quema de biomasa. Pero dado que no disponemos de tierra suficiente para generar toda la leña que necesitaríamos si queremos sustituir petróleo por pellets, pero dado que tampoco podremos mover los coches y camiones a base de combustibles derivados de aceites vegetales (los biocombustibles) si queremos seguir teniendo alimentos, pero dado que el biogás solo tiene sentido a pequeña escala y para el autoconsumo… la única opción válida técnicamente hablando pasa por lo que se llaman ‘combustibles orgánicos’ derivados de la quema de cadáveres animales y sus ‘subproductos no destinados al consumo humano’, ya que solo la grasa tiene una densidad energética similar a la del petróleo. 


Qué poco conspiranoico me parece pensar que tras el brutal incremento de instalaciones de macrogranjas de cerdos y de proyectos de macroplantas de biogás, instalaciones aptas también para la quema de cadáveres y otros residuos orgánicos, se esconde la nueva alternativa energética. Con ustedes, los cerdos ecofascistas.

 

 

Artículo original en CTXT. Gustavo Duch

 

jueves, abril 3

Greenwashing

 


Hoy, el consumo mundial de materiales alcanza la cifra récord de cien mil millones de toneladas al año (con cifras de 2017). El uso insostenible de los recursos destruye la biosfera y la corteza terrestre, pero el reciclaje se está reduciendo: de todo ese inmenso consumo de materiales (más de 13 toneladas per cápita, en promedio) sólo se recicla el 8’6% (y dos años antes era el 9’1%), así que la cosa va a peor.

 

Véase Damian Carrington, “World’s consumption of materials hits record 100bn tonnes a year”, The Guardian, 22 de enero de 2020

 

 

Reutiliza y recicla,

te dicen Coca-Cola, PepsiCo y Unilever,

las tres empresas que más residuos han arrojado a la naturaleza

en los últimos cien años.

 

Cuida el agua,

te dicen los freseros de la corona hídrica de Doñana.

 

Conectamos personas preservando el medio ambiente,

te dice Amazon, Hauwei, Samsung,

Vivo, Google y Sony, cada uno en lo suyo,

las seis empresas más contaminantes del mundo.

 

Apuesta por la movilidad del futuro,

te dicen los fabricantes de coches.

 

Consume responsable,

te dicen las grandes marcas de ropa

desde algún taller clandestino en el tercer mundo.

 

Respeta la biodiversidad,

te dicen PetroChina, Shell, Exxón Mobil y Total

que han sido los encargados de destruirla.

 

Promueve la eficiencia,

te dicen las compañías aéreas.

 

Usa energía limpia,

te dicen los propietarios de centrales nucleares.

 

Impulsamos la investigación,

te dice el Ministerio de Defensa.

 

Mueve el talento,

dicen los programas del corazón.

 

Fomenta la economía local,

dice Mercadona.

 

Emprende sostenible,

te dicen los megaproyectos de minería a cielo abierto.

 

No te preocupes por nada,

y menos por el cambio climático,

lo solucionaremos encomendándonos a Dios

y quemando brujas,

te dice la ultraderecha.

 

Denegación,

distracción,

dominación.

 

¿Acaso es posible salir del capitalismo?



Antonio Orihuela. El fuego desde el otro lado. Ed. La tortuga búlgara, 2023