La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), también
conocida como la “Alianza Atlántica”, fue fundada mediante el Tratado de
Washington, firmado el 4 de abril de 1949. Con sólo 14 artículos, este
tratado internacional, anuncia en su preámbulo que las partes firmantes “reafirman
su fe en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas
y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los Gobiernos.
Decididos a salvaguardar la libertad, la herencia común y la
civilización de sus pueblos, basados en los principios de la democracia,
las libertades individuales y el imperio de la ley”.
Pese a tan idílico inicio, la OTAN no es una plataforma de extensión y
desarrollo de los derechos humanos o una ONG centrada en solucionar las
múltiples injusticias que asolan nuestras sociedades, sino una
organización militar internacional que agrupa más del 50 % del gasto en
armamento global. Según la revista Defensa, “en
2021 el total del gasto en militar de los 30 países que integran la
OTAN ha ascendido a 1.048.511 millones de dólares constantes de 2015, y
representa un incremento del 2,11 % respecto a 2020. El 30,8 %
corresponden a EE.UU. (322.803 millones). Este presupuesto financia a
más de tres millones de hombres y mujeres 3.317.000 que integran los
ejércitos de los países OTAN (120.000 son los efectivos que corresponden
a España)”.
¿Cuál es el objetivo último de esta gigantesca estructura militar
transnacional, hegemonizada firmemente por los Estados Unidos, que
representa el Ejército más imponente y extenso de la Historia de la
Humanidad? Vamos a intentar desentrañarlo, resumidamente, en este texto.
La OTAN
se constituye en el momento inicial de la Guerra Fría entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética. Oficialmente se presenta como una
organización armada construida para garantizar el apoyo mutuo entre los
países occidentales ante el expansionismo soviético. El artículo 1 del
Tratado fundacional establece que “las Partes se comprometen, tal y
como está establecido en la Carta de las Naciones Unidas, a resolver por
medios pacíficos cualquier controversia internacional en la que
pudieran verse implicadas de modo que la paz y seguridad
internacionales, así como la justicia, no sean puestas en peligro”. Sin embargo, el artículo 5 del mismo Tratado establece un sistema automático por el cual “las
Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que
tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un
ataque dirigido contra todas ellas, y en consecuencia, acuerdan que si
tal ataque se produce, cada una de ellas (…) ayudará a la Parte o Partes
atacadas, adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con
las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo
de la fuerza armada”.
Sin embargo, la amenaza del expansionismo soviético, en los años
subsiguientes a 1949, difícilmente consistía en un hipotético ataque
armado de la URSS contra los países occidentales. El Pacto de Varsovia
(la organización espejo de la OTAN entre los países del “socialismo
real”) no fue fundado hasta 1955, como respuesta a la puesta en marcha
de la OTAN.
La amenaza real, entonces, en los territorios de Europa Occidental,
era la expansión del movimiento obrero y el comunismo, en algunos
lugares aún por domesticar. Esto explica las reiteradas informaciones
relativas a la participación de servicios de la estructura de
inteligencia de la OTAN en actividades de contrainsurgencia en numerosos
países europeos, realizando atentados, seguimientos o campañas de
desinformación política. La red Gladio en Italia, Absalon en Dinamarca o
ROC en Noruega, son los diversos nombres de las estructuras que la
inteligencia de la Alianza, en colaboración con la CIA y el M16
británico, así como en estrecho contacto con sectores de la ultraderecha
de diversos países, puso en marcha durante la Guerra Fría en una Europa
que se pretendía alejar de la influencia comunista. Ya en 1957, por
ejemplo, el director del servicio secreto noruego, Vilhelm Evang,
protestó públicamente contra las actividades de subversión política
llevadas a cabo por la OTAN y EEUU, retirando temporalmente al Ejército
noruego del Comité Clandestino de Coordinación de la Organización.
Con la caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de
Varsovia, la Alianza parecía hacerse quedado vacía de funciones. Europa
ya no estaba en peligro. Sin embargo, la OTAN no se disolvió, sino que asumió con aún más brío objetivos
que, ya implementados durante la Guerra Fría, son fundamentales para la
gestión política y social de la hegemonía norteamericana sobre el
mundo.
Nos explicaremos: la OTAN es una organización militar y de
inteligencia que permite al Ejército norteamericano (el mayor del mundo
con enorme diferencia, y el que hegemoniza de hecho la toma de
decisiones de la Alianza Atlántica) controlar los estándares técnicos y
las estructuras de mando de los Ejércitos aliados, orientar la formación
militar y político-social de las Fuerzas Armadas del resto de firmantes
del Tratado, imponer sus análisis sobre las amenazas globales y sobre
las medidas a tomar ante ellas, y, sobre todo, convertir a los Ejércitos
firmantes en clientes fieles y dependientes de su descomunal industria
de Defensa. Y la industria de defensa es el pilar esencial del Imperio
norteamericano.
Vayamos por partes: Estados Unidos tiene intermitentemente una enorme
deuda pública. Una deuda que, si la tuviera cualquier otro país,
implicaría la quiebra y venta en saldo de su estructura productiva y sus
servicios públicos, por la vía de un Plan de Ajuste Estructural como
los que el Fondo Monetario Internacional fuerza a firmar a los países
del Tercer Mundo. Pero EEUU puede hacer frente a esa deuda sin
problemas. ¿Cómo? Porque dispone de lo que algunos autores han llamado
“el señoreaje del dólar”, es decir, tiene a su disposición la máquina de
emitir dólares con los que pagar la deuda. Para esto, es decisivo que
los dólares continúen siendo la divisa internacional de referencia, es
decir, que todos los Bancos centrales y empresas del mundo estén
dispuestos a utilizarlos para sus transacciones. El hipertrofiado
aparato militar estadounidense garantiza que esto sea así. Si alguien
toma medidas que privilegien otras divisas en su comercio exterior,
puede encontrarse con una rápida intervención del cuerpo de marines,
como le ocurrió a Sadam Hussein.
La brutal extensión del gasto militar de los EEUU es, además, uno de
los elementos fundamentales de su éxito económico después de la Segunda
Guerra Mundial. Como pusieron de manifiesto pensadores como Noam Chomsky
o Jame Petras, Estados Unidos se sostiene sobre una forme perversa de
política económica que podríamos llamar “keynesianismo militar”. Esta
política económica está basada en un amplio gasto público en defensa que
alimenta un descomunal “complejo militar-industrial” de empresas
privadas gigantescas.
El ”keynesianismo militar” funciona como una inyección de gasto
público continua que alimenta la economía, pero en un sector específico
(el militar) donde no “entra en competencia” con el sector privado (como
lo haría en el caso de que este gasto público fuera gasto social en
educación o sanidad). Así pues, la economía norteamericana consigue la
cuadratura del círculo, gracias a su hipertrofiado sector de Defensa.
Estimula su economía industrial con un gasto militar que no tiene que
pagar en su cuantía real, porque dispone de la “máquina de hacer
billetes”, de cuya aceptación internacional cuida el cuerpo de marines.
Así que la OTAN es un club de clientes fieles de la industria militar
norteamericana y una estructura que garantiza su influencia política
sobre las Fuerzas Armadas de otros países.
Para legitimar a la organización, por otra parte, a la OTAN se le ha dado una función subordinada en la estrategia principal de las últimas décadas del aparato militar norteamericano. El “señoreaje del dólar” está basado en que las Fuerzas Armadas de EEUU cumplan la función de “gendarme del mundo”,
garantizando las infraestructuras básicas de la globalización económica
(es decir, que las principales vías comerciales están disponibles para
el comercio mundial y la energía y las mercancías llegan donde deben de
llegar). Esto explica la estrategia norteamericana en Oriente Medio
(invasiones de Irak y Afganistán,
guerra en Siria), así como la inmisericorde presión de la Alianza sobre
Rusia, que es un país con una fantástica base de materias primas y
fuentes de energía que aún no controlan del todo los fondos de inversión
internacionales.
En este papel de “policía global”, la OTAN ha jugado, hasta el
momento, un papel auxiliar del Ejército norteamericano. El artículo 5
del Tratado fundacional solo se ha activado para justificar la
intervención en Afganistán (contra las redes yihadistas que ponían en
peligro las vías de transporte de la energía a nivel global). Sin
embargo, su papel en Europa parece darle un protagonismo añadido: la
extensión de la infraestructura militar de la OTAN hacia Rusia parece el
prolegómeno de una andanada brutal de conflictos “fríos” y “calientes”
entre los países occidentales y las nuevas potencias emergentes (China,
Rusia, Irán…) que puede durar décadas.
La OTAN, pues, se justifica a sí misma presentándose como la
alternativa militar a una Europa sin un Ejército coordinado, amenazada
desde el sur y el este y sin estándares comunes para su industria de
defensa. Sin embargo, no podemos olvidar que lo único que nos ofrece la
OTAN, en la vida real, es dependencia, falta de soberanía, control
ideológico, militarización social y desvío de fondos públicos para las
guerras y matanzas que necesitan los grandes inversores.
Los pueblos se manifiestan contra la OTAN porque saben que el industrial de las armas es hermano del señor de las batallas.
Jose Luis Carretero Miramar