Primer texto del libro "El asalto al hades" de Casilda Rodrigañez (2010).
Si bien Casilda aplica directamente el concepto de autopoiesis en la
sociedad pasando por alto una extensa discusion en torno a esto, el
texto no deja de ser bueno, porque nos plantea una inquietud con
respecto a la forma en que vemos nuestra realidad.
Quizá la palabra ‘autopoyesis’ resulte extraña para mucha gente.
‘Autopoyesis’ es un término utilizado por los biólogos Humberto
Maturana y Francisco Varela para designar la capacidad de la vida de
auto-organizarse y de reproducirse a sí misma. Según estos autores, un
sistema autopoyético es un sistema que en vez de ser programado desde
fuera,se hace a sí mismo, pero que está abierto para recibir y producir.
El sistema autopoyético se define, entonces, como una organización
cerrada (que se hace a sí misma y no está programada desde fuera) y una
organización abierta (que produce, da y recibe).
Para comprender qué es la vida, más allá de nuestra semántica,
hay que comprender que las condiciones que permitieron la aparición y la
consolidación de un ente orgánico son las mismas que pueden permitir su
permanencia, su equilibrio estable, su autorregulación. Por eso la
autorregulación, que es, a pesar de todo, un fenómeno sensible
relativamente perceptible y asequible para nuestras mentes, nos acerca a
entender el concepto de autopoyesis. La vida, pues, es un sistema
autopoyético con capacidad autorreguladora, en otras palabras: ni hay
creadores ni hay legisladores externos al sistema.
Un motor necesita que alguien lo fabrique, necesita una fuente
de energía y alguien que lo active y lo maneje. Una fábrica necesita una
financiación, un@s obrer@s, un director, jefes de departamentos,
encargados, etc. Cuando decimos que algo tiene vida propia, entendemos
que no necesita nada de eso; proviene de la misma vida, de una larga
filogénesis: se autorregula y es un ente autopoyético.
Este es un eslabón importante de la metafísica. En el mundo
material, no en el mundo de las ideas, la capacidad de autorregulación,
es decir, la no necesidad de algo exterior que nos gobierne, es un
correlato de la autopoyesis.
No hay ningún creador, ningún ente metafísico que haya creado,
planificado o legislado los sistemas abiertos de la vida; ni ningún
supervisor que se dedique a velar por el cumplimiento de ley alguna. El
concepto de ‘ley’, incluido el de la ‘ley natural’, es una invención con
una clara intencionalidad política y social, tanto en su origen
histórico como en el presente.
Recordemos que ya en el colegio nos enseñaban que la primera
ley escrita data de 1800 a.c. y fué dictada por un rey (Hammurabi) que
supuestamente había sido instruído a tal efecto por el dios Marduk.
También los mandamientos de la Ley de Moisés fueron presentados como
provenientes de Yavé, el Dios de judios y cristianos, que ha jugado y
juega un papel tan importante en nuestra sociedad, etc. etc.
No es casualidad que en nuestra lengua no exista una palabra de
uso común para designar este fenómeno que ahora llamamos ‘autopoyesis’.
Desde hace 5000 años (sólo desde hace 5000 años, pues antes la
civilización humana estuvo profundamente impregnada de la noción de
autopoyésis), dicho fenómeno, dicho concepto, se ha excluído de la
Realidad de la sociedad patriarcal que funciona según diversos tipos de
leyes.
Sin llegar a acuñar un nuevo concepto, Kropotkin ya habló de la
autopoyesis: Lo que se llamaba ‘Ley natural’ no es más que una cierta
relación entre fenómenos que vemos confusamente… es decir, si un
fenómeno determinado se produce en determinadas condiciones, seguiríase
otro fenómeno determinado. No hay ley alguna aparte de los fenómenos: es
cada fenómeno el que gobierna lo que le sigue, no la ley. No hay nada
preconcebido en lo que llamamos armonía de lo natural. El azar de
colisiones y encuentros ha bastado para demostrarlo. Este fenómeno
perdurará siglos porque la adaptación, el equilibrio que representa, ha
tardado siglos en asentarlo.
Kropotkin avanzó lo que ahora, desde distintos campos de la
ciencia, los llamados teóricos del ‘caos’ y de los ‘sistemas
auto-organizadores’ y autopoyéticos, están descifrando. Tras fijar toda
su atención en el sol y los grandes planetas, los astrónomos están
empezando a estudiar ahora los cuerpos infinitamente pequeños que
pueblan el universo.Y descubren que los espacios interplanetarios e
interestelares se hallan poblados y cruzados en todas direcciones
imaginables por pequeños enjambres de materia, invisibles, infinitamente
pequeños cuando se consideran los corpúsculos por separado, pero
omnipotentes por su número. Son estos cuerpos infinitamente pequeños…
los que analizan hoy los astrónomos buscando explicación… a los
movimientos que animan sus partes, y la armonía del conjunto. Otro paso
más, y pronto la gravitación universal misma no será más que el
resultado de todos los movimientos desordenados e incoherentes de esos
cuerpos infinitamente pequeños: de oscilaciones de átomos que actúan en
todas las direcciones posibles. Así, el centro, el orígen de la fuerza,
antiguamente trasladado de la tierra al sol, vuelve a estar hoy
desparramado y diseminado. Está en todas partes y en ninguna. Como el
astrónomo, percibimos que los sistemas solares son obra de cuerpos
infinitamente pequeños; que el poder que se suponía gobernaba el sistema
es él mismo sólo resultado de la colisión de estos racimos
infinitamente pequeños de materia; que la armonía de los sistemas
estelares sólo lo es por consecuencia y resultante de todos esos
innumerables movimientos que se unen, completan y equilibran
recíprocamente.
Con esta nueva concepción, cambia la visión general del
universo. La idea de que una fuerza gobernaba el mundo, de una ley
preestablecida, de una armonía preconcebida, desaparece y deja paso a la
armonía que vislumbró Fourier : la que resulta de los movimientos
incoherentes y desordenados de innumerables agrupaciones de materia,
cada una siguiendo su propio curso y manteniéndose todas en equilibrio
mutuo.
En nuestro mundo ‘caos’ y ‘anarquía’ representan el
desbarajuste, la disfunción de lo que tiene que funcionar. En nuestra
lengua, quieren decir falta de ley, haciendo ver que para que las cosas
funcionen hacen falta ley y gobierno: es la fuerza simbólica de los
conceptos, como diría Lacan.
La fuerza de una simbología que tiene por objeto fabricar una
cosmovisión en la que perdemos contacto con la vida material, perdemos
la confianza original en ella y el sentido del bienestar; y en cambio,
nos hace aceptar la ley y rendir nuestras vidas a los seres superiores
que nos gobiernan.
La ley es, relativamente hablando, producto de los tiempos
modernos. La especie humana vivió siglos sin ninguna ley escrita…
escribió también Kropotkin, añadiendo: Sin sentimiento y usos sociales,
habría sido del todo imposible la vida en común. No fué la ley quien los
estableció; son anteriores a toda ley. Ni los ordenó tampoco la
religión; son anteriores a toda religión. Se hallan entre todos los
animales que viven en sociedad. Se desarrollan espontáneamente por la
propia naturaleza de las cosas… Surgen de un proceso de evolución…
Kropotkin tiene que dar un rodeo para explicar qué es la vida
humana; tiene que decir que la vida humana funcionaba antes que la ley y
que la religión, para demostrar que los sentimientos de solidaridad son
propios de la vida humana y no producto de la ley. Estos rodeos son los
que siempre tenemos que dar a falta de conceptos y de representaciones
que expliquen la realidad con minúscula de la vida.
Por eso el concepto de autopoyesis implica una revolución de la
semántica, al menos en esta cuestión: caos es armonía, eficacia,
perfección.
An-arquía es la cualidad básica de los sistemas autopoyéticos,
puesto que no hay entes superiores que dicten leyes ni las mantengan: no
hay Poder: la vida es an-árquica. Las formas orgánicas son al mismo
tiempo, caóticas y perfectas; caóticas porque no hay un orden
predeterminado ni un patrón de conducta: no se fabrican con moldes fijos
ni maquetas; y son perfectas porque realizan perfectamente los procesos
vitales que sustentan.
Así pues, ‘caos’ y ‘perfección’,‘caos’ y ‘armonía’, no sólo no
son calificativos excluyentes sino que están estrechamente unidos. Lo
mismo que la ausencia de ley está unida a la armonía, porque los
fenómenos naturales, la vida, es un equilibrio que ha tardado siglos de
evolución en asentarse: esa es la razón de la armonía y de la
perfección, y no la ley preconcebida.
El conocimiento de la vida, su condición autopoyética y
an-árquica, se oculta en medio de una profusión de información y de
conocimientos dispersos. Como si estudiásemos los órganos, los tejidos y
las células de nuestro organismo por separado y nos ocultasen que
forman parte de nuestro cuerpo, su función y su interrelación (armónica,
an-árquica) como partes de un todo. De este modo, a pesar de todos los
conocimientos –cada vez más específicos, más sectorializados, como si la
verdad estuviese en el interior de cada corpúsculo sólido de vida, y no
en la interrelación de sus formas y procesos, en su movimiento
asociativo–, y a pesar de los avances tecnológicos para estudiar la
vida, como decía Saint Exupéry, lo evidente permanece invisible;
invisible, indecible e impensable porque nuestro mundo simbólico y
nuestra semántica ocultan lo que es la vida. Y se oculta, porque si los
seres vivos tienen como cualidad la autorregulación, y si su agrupación,
por muy compleja cuantitativa y cualitativamente que sea, no es
jerarquización, la necesidad de cualquier tipo de gobierno o de jefatura
queda en entredicho.