No resulta tan fácil, a pesar de lo que nos han enseñado, establecer
los límites de las diferentes etapas históricas; una de las señas de
identidad de la modernidad es el de la racionalidad científica y, aunque
suele hablarse de su inicio en la Ilustración del siglo XVIII, ya
empezó a forjarse en la Europa del siglo XV con el descubrimiento de la
imprenta, de las artes navegatorias y del Nuevo Mundo(1). La modernidad,
y la racionalidad científica con la idea de la objetividad, resultan
impensables sin la representación gracias al libro impreso; por lo
tanto, la ideología moderna cree que es posible trasladar el plano de lo
real al plano del conocimiento de forma fiel y fiable. Otros rasgos de
la modernidad es la confianza exacerbada en la razón y el progreso(2),
la pretensión universal de los valores, la autonomía del sujeto, un
humanismo que considera existe cierta naturaleza humana o, muy
importante para la construcción de la comunidad política, el surgimiento
del individualismo (los vínculos sociales se fundamentarán ahora en los
derechos e intereses de los individuos). La modernidad, no cabe duda,
constituye un proceso secularizador con adelantos evidentes que apartan
el oscurantismo religioso. Pero, con la anunciada muerte del concepto de
Dios no se destruye el trono, valga la metáfora, y en él se acaban
asentando otros principios absolutos: la Razón, la Verdad, los Valores…
Valga esta última aseveración para abrir boca sobre la controversia
establecida por la posmodernidad donde se vincula la modernidad con otra
forma de absolutismo.
La llamada posmodernidad, estemos o no de manera fehaciente en una
época así denominada, posee ciertos rasgos y, también, da lugar a una
ideología, aunque sea de manera difusa. No cabe duda que la informática
transformó de modo radical las comunicaciones, aceleró la globalización y
empujó a la creación de un nuevo orden económico. En la era posmoderna,
algo que solo se ha exacerbado en los últimos años, todo fluye a un
ritmo vertiginoso, no es posible tener ya grandes asideros ideológicos
(por lo que también se la ha denominado “modernidad líquida”), la
obsolescencia parece caracterizar a todos los fenómenos de la vida y el
trabajo. Por lo general, los pensadores posmodernos niegan que exista
una esencia en la realidad que pueda ser conocida y representada. Todo
lo que representaba a la modernidad se pone en cuestión: la racionalidad
científica (que solo busca la eficacia y es vista como totalitaria,
destructora de la diversidad) o el progreso (no parece haber ya camino
preestablecido, ni ninguna guía fiable como la propia razón, para
orientarnos hacia un futuro mejor)(3). La falta de expectativas
racionales y predecibles provoca, además de un enrocamiento en el
fanatismo religioso tradicional, el refugio en el pensamiento mágico y
sobrenatural, en sectas y en toda suerte de esoterismos. Adelantamos,
para esta necesaria polémica, que las promesas emancipadoras de la
modernidad siguen siendo muy reivindicables, mientras que algunas de las
críticas posmodernas, como es caso del totalitarismo en cualquiera de
sus formas, son plenamente asumibles.
Hay quien considera que la posibilidad de un mundo sin nadie que mande,
ni obedezca, era impensable antes del nacimiento de lo que hoy llamamos
anarquismo moderno, a finales del siglo XVIII(4). No obstante, resulta
también inconcebible observar el anarquismo como una doctrina cerrada,
legada de una vez para siempre. De forma obvia para una sensibilidad
libertaria, eso implicaría negar su permanente búsqueda de libertad y
autonomía, en cualquier época y en cualquier escenario, y los de la
actualidad son muy diferentes a los de hace dos siglos. Es precisamente
la inexistencia de una teoría fuerte, unitaria y definida, algo que los
enemigos del anarquismo se han esforzado patéticamente en señalar, lo
que ha posibilitado una expansión inestimable de prácticas dentro ya de
lo que se ha venido en llamar era posmoderna(5). Dicho con otras
palabras, lo que puede convertir al anarquismo en permanentemente
actual, en cualquier contexto, no es la existencia de unos fundamentos
teóricos, ni de una metodología social y económica capaz de afrontar la
realidad del momento, sino “porque brota, porque nace constantemente del
tejido social que configura nuestra época en el momento presente”(6).
El anarquismo moderno radicalizó los valores de la Ilustración(7) y se
erigió en una especie de síntesis de las dos grandes corrientes de la
modernidad: socialismo y liberalismo. Se nutrió, por supuesto, de la
lucha obrera, pero también se esforzó en combatir la dominación en todos
los ámbitos de la vida; esto, junto a su diversidad, le permitió
evolucionar hasta bien entrado el siglo XX con el punto álgido de la
Revolución española trastocada, entre otras circunstancias, al vencer manu militari el
golpe reaccionario. A mediados del pasado siglo, el mundo empezaba a
ser muy diferente, con la integración de los trabajadores en el
capitalismo y con nuevos paradigmas económicos, las ideas libertarias
tendrán que esperar a las movilizaciones de los años 60 y al gran evento
conocido como Mayo del 68 para encontrar nuevas posibilidades.
Es a partir de los años 70 del siglo XX cuando surgen nuevos
movimientos sociales impregnados de rasgos libertarios:
descentralización, renuncia a las jerarquías, desobediencia civil,
acción directa…; por supuesto, se planteaban necesidades nuevas conforme
a los nuevos escenarios de aquel momento. Serán décadas con cambios
sociales, económicos, culturales y tecnológicos, que supondrán una
modificación de los dispositivos de dominación, darán lugar a nuevas
condiciones de posibilidad y a un nuevo auge de un anarquismo quizá, a
su vez, transformado. Así, el movimiento antiglobalización (o de
Resistencia Global, también denominado altermundista), que cobró fuerza a
finales de los años 90, evidenciando los efectos perniciosos de la
globalización económica capitalista, acogió en su seno a no pocos
libertarios. Fue quizás en el texto del estadounidense Hakim Bey Post-Anarchism Anarchy,
en 1987, donde se mencionó por primera vez el término post-anarquismo;
aquel panfleto, constituía un feroz alegato contra lo que consideraba la
paralización provocada por las organizaciones libertarias clásicas. El
post-anarquismo fue objeto de no pocas críticas en el mundo libertario y
será desarrollado en los años posteriores por autores como Todd May,
Saul Newman y Lewis Call; en 2011, se publicará un compendio de textos
post-anarquistas, Post-Anarchism Reader, cuyo denominador común
estriba en una crítica feroz a la ideología legitimada en la modernidad
y en considerar que el anarquismo no escapó a esa influencia.
El post-anarquismo, como parte de la controvertida filosofía
posmoderna, efectivamente, se muestra devastador con la ideología
surgida en la modernidad, la cual se considera creadora de nuevos
dispositivos de dominación en nombre de la Ilustración. Las críticas
libertarias al post-anarquismo han sido abundantes, señalando
precisamente que el pensamiento anarquista siempre ha sido amplio y
diverso, y siempre se ha dado gran importancia a la experiencia
práctica, por lo que si algunos presupuestos procedieron en gran medida
de la ideología ilustrada, muchos otros se mostraron ya muy críticos en
su momento con el desarrollo de la modernidad. Merece la pena mencionar
en el ámbito teórico a un Max Stirner, cuyo libro El único y se propiedad
se publica a mediados del siglo XIX, gran crítico de toda esencia del
ser humano, algo que le definiría y le dictaría cómo debe ser y actuar,
así como de toda idea fija en forma de abstracción ideológica. Aunque la
obra de Stirner aparece en un momento en que el anarquismo apenas
estaba tomando forma, será reivindicada posteriormente por los
libertarios, pero no sin alguna controversia. A menudo se ha acusado a
los ácratas clásicos de tener una concepción ingenua del poder, pensando
que era posible destruirlo sin más, pero hay que recordar que los
libertarios marcaron la diferencia con otros herederos de la Ilustración
al oponerse al Contrato Social que daba legitimidad al Estado(8). Sea
como fuere, si igualmente importante ya en el siglo XXI es seguir
ofreciendo resistencia a los ejércitos y la policía, que indudablemente
siguen defendiendo el orden vigente de los Estados y el capitalismo a
menudo de manera implacable (a pesar de lo que aseguren algunos
desvaríos teóricos posmodernos), lo es también hacerlo con otras formas
de vigilancia y control menos evidentes donde la conciencia de las
personas es manipulada sistemáticamente para empujar a creer que ni
siquiera existen.
A mediados de los años 90 del pasado siglo, Bob Black publicaba Anarchy aftter leftism(9), un libro que respondía de manera inmisericorde (y, también, muy divertida) al editado poco antes por Murray Bookchin, Social Anarchism or Lifestyle Anarchism: An Unbridgeable Chasm(10).
Bookchin reflejaba lo que él denominaba una tensión permanente dentro
del anarquismo entre lo individual y lo social, aunque más bien se
lamente, de ahí el título, de la predominancia en la nueva época de lo
primero hasta el punto de evolucionar, siempre según él, hacia un mero
“estilo de vida”. El objetivo de sus ataques serán los
individualistas(11), los místicos tipo Hakim Bey, los críticos radicales
de la tecnología o los primitivistas a lo Zerzan. Al margen de las
críticas que puedan hacerse a cada una de esas corrientes, por supuesto,
la tesis de Bookchin es muy tendenciosa, abunda en epítetos despectivos
más que cuestionables y cae lamentablemente en el maniqueísmo, e
incluso en alguna que otra falsedad histórica, al demonizar la tendencia
individualista y presentar la aspiración ácrata social, tal y como la
propugna, como la única benévola y verdadera. El ensayo del libertario
norteamericano, como él mismo expone en su prólogo, es todo un lamento
sobre la imposibilidad de los ácratas, a finales del siglo XX, para
elaborar un programa coherente y una organización revolucionaria de
masas. Bob Black, por su parte, en su refutación, lamenta ese lastre
anacrónico de la izquierda tradicional, donde también incluye a cierto
anarquismo, y se congratula de la aparición de nuevas visiones
libertarias, en abierta oposición a Bookchin, que colocan como premisa
principal la liberación del individuo. El nombre de “anarquismo
post-izquierda”, más correcto para Black para describir las nuevas
tendencias libertarias, nace de querer emparentar la postura de
Bookchin, que bien es cierto que parece postular una definición ortodoxa
de anarquismo negando legitimidad a esas otras visiones contemporáneas,
incluso con la izquierda autoritaria. No obstante, tal y como señaló
Lewis Call, en la anteriormente citada Postmodern Anarchism, el
pensamiento de Bookchin había recogido en otras ocasiones rasgos
posmodernos al rechazar las formas convencionales de subjetividad, dar
importancia a las nuevas tecnologías o extender la crítica al poder a
los ámbitos cultural y lingüistico.
Aunque algunos libertarios la rechacen, con el pobre consuelo tal vez de
simplemente portar la razón desde hace casi dos siglos, está servida
desde hace tiempo la tensión entre un anarquismo de corte clásico y otro
posmoderno, que tiene como epítome la reciente reivindicación, por
parte de Tomás Ibáñez(12), de un anarquismo no fundacional, exento de
principios rectores y de aquella perspectiva totalizante que añoraba
Bookchin(13). Se inicia así otro debate acerca del poder, que tendría
para un anarquismo posmoderno un carácter poliédrico y multiforme,
omnipresente en el tejido social y para el cual habría que ofrecer una
permanente resistencia en relación antagónica. ¿Es así realmente?
¿Seguimos esperando, de forma estéril, un movimiento de masas que
rechace la conquista del poder para fundar algo parecido al comunismo
libertario? ¿El anarcosindicalismo, por ejemplo, aunque de perfil
combativo frente al capitalismo e ideológicamente ambicioso, no es
también integrador y constituye la perpetuación de esa visión clásica de
un sujeto supuestamente revolucionario? ¿No hay, previamente, algo
parecido a una “identidad anarquista” y la misma solo se construye en
una acción de miras amplias? ¿Deberíamos volcarnos, fundamentalmente, en
alguna práctica existencial, se llame como se llame, que trate de
desterrar toda forma de dominación? Las preguntas están servidas y más
vale que nos las hagamos, más importante que buscar respuestas
definitivas.
Personalmente, aceptando que por supuesto es muy necesaria la
oxigenación de nuestra visión libertaria, creo que hay un vínculo con la
modernidad crítica que ya aportó el anarquismo clásico. Insistiremos en
que, siempre, las ideas libertarias han insistido en no adaptar la
praxis a cualquier teoría, en demostrar su validez con la experiencia
práctica. A pesar de ello, el pensamiento, la educación y la divulgación
cultural, en general, siempre con la vista puesta en ese horizonte
emancipador existencial, ha sido y sigue siendo tremendamente
importante; lo demuestran, junto a las experiencias prácticas en
diversos ámbitos, el esfuerzo de divulgación que se sigue realizando
(para muestra, este espacio en el que estoy escribiendo, que trata de
dar voz a las diversas expresiones libertarias). No obstante,
continuando con la controversia filosófica (y, a la vez, vital), y como
ejemplo de la siempre necesaria autocrítica, flaco favor realizan
algunos militantes cuando rechazan todo aquello que polemiza con esa
tradición moderna desde postulados posmodernos, algunos de los cuales
resultan primordiales para entender el presente. Con dicha actitud
inmovilista, que podríamos calificar incluso de reaccionaria, relegamos
al anarquismo a un museo, en una bella vitrina si se quiere, pero museo
al fin y al cabo. Urge una relectura crítica del pensamiento libertario
clásico, del cual no dudamos en absoluto que haya mucho reivindicable
incluso en un escenario muy diferente como el actual, al mismo tiempo
que hay que atender, de forma intelectualmente ambiciosa, a varios
filósofos contemporáneos, que se han ocupado de la anarquía desde una
perspectiva ontológica(14). Todo ello, por supuesto, para que tratemos
de aportar la muy necesaria vinculación con el anarquismo político. El
debate sigue abierto.
Capi Vidal
https://redeslibertarias.com/2024/06/15/modernidad-versus-posmodernidad-la-tension-anarquista/
1.- Anarquismo es movimiento, Tomás Ibáñez; Virus Editorial,
2014. En la Adenda 1 de esta obra, “De la modernidad a la
postmodernidad”, Ibáñez menciona al filósofo Pierre Lévy y a lo que
denomina «tecnologías de la inteligencia»; es decir, aquellas que
posibilitan ciertas operaciones de pensamiento inéditas hasta su
descubrimiento. Descarga gratuita: https://periodicolaboina.wordpress.com/wp-content/uploads/2015/05/anarquismo_es_movimiento_baja.pdf
2.-
Lo que se denomina teleología, un proceso finalista en la historia que
conducirá hacia la felicidad humana; en la modernidad, la escatología
cristiana parece sustituida por ideologías sustentadas en la razón.
3.-
Estas aseveraciones, seguramente excesivas, muestran la tendencia hacia
un determinado escenario a tener en cuenta; no obstante, el propio
filósofo Jean-François Lyotard, junto a esa visión de una época que
sustituye a otra y pérdida de la fe en el progreso y en cualquier
proyecto emancipador, también estableció otra más interesante que alude a
una permanente crítica y relectura de los valores modernos (no habría
así sustitución de una época, sino reconfiguración).
4.- La filosofía del anarquismo español.
Teoría y praxis, Elena Sánchez Gómez. Tesis doctoral, UNED 2010. No
disponible en la red, aunque otros interesantes textos de la autora: https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1133465
5.-
La renuncia a un corpus teórico rígido y cerrado, por supuesto, no
supone negar unos rasgos libertarios irrenunciables: una libertad unida a
la solidaridad y el apoyo mutuo, la acción directa, la libre asociación
o, si queremos precisar un poco más a nivel social y político, el
federalismo que asegure la autonomía; creemos que todo ello define las
prácticas usuales de los anarquistas aceptando que la complejidad de la
vida humana niega cualquier discurso previo que la encorsete.
6.- “¿Es actual el anarquismo?”, uno de los artículos de Tomás Ibáñez recopilados en Actualidad del anarquismo;
Libros de Anarres, 2007. La respuesta de Ibáñez a la pregunta que
encabeza su texto no deja lugar a dudas: un anarquismo instituido, de
proyección cuasireligiosa, no es actual en absoluto; un anarquismo
instituyente, inserto en el tejido social y enfrentado a cualquier forma
de dominación, es hoy quizá más actual que nunca. Descarga directa del
libro en: http://acracia.org/wp-content/uploads/2024/06/Actualidad-del-Anarquismo.pdf
7.-
Un intelectual tan importante como Noam Chomsky dijo que “es el
socialismo libertario el que ha preservado y extendido el mensaje
humanista radical de la Ilustración”; citado significativamente por
Lewis Call en Anarquismo Post-moderno: https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Lewis%20Call%20-%20Anarquismo%20posmoderno.pdf;
Call valora el esfuerzo de Chomsky por actualizar el anarquismo
clásico, indagando en la creación, el control y la distribución de la
información en los Estados y el capitalismo, pero le reprocha hacerlo de
manera limitada al no distanciarse de ese humanismo ilustrado que
considera existe cierta esencia humana oprimida.
8.- La democracia y
el liberalismo consideran la libertad del ser humano previa a la
sociedad, por lo que necesita sacrificarla fundando el Estado, mientras
que el anarquismo considera que el individuo nace y se desarrolla,
conquista en suma su libertad, solo en el contexto social realizando así
una crítica feroz al poder político también con su máscara liberal.
9.- Disponible descarga gratuita a la edición en castellano, Anarquía después del izquierdismo: https://contramadriz.espivblogs.net/files/2017/08/anarquia-despues-del-izquierdismo.pdf
10.- Edición de Virus de 2019, Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable; descarga gratuita en https://www.viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=anarquismo-social-o-anarquismo-personal-2019.pdf
11.-
Individualistas de tendencia estirneriana, pero también de diversos
tipos; a Emma Goldman llega a calificarla de seguidora de Nietzsche.
12.- Anarquismo no fundacional. Afrontando la dominación en el siglo XXI;
Gedisa, 2024; creo que el planteamiento de Tomás, que de entrada puede
suscitar no pocas dudas, pretende sobre todo avivar el debate y
desterrar todo dogmatismo, en nombre de cierta “pureza” y de una futura
sociedad libertaria, que siempre debería haber sido ajeno a todos los
anarquismos.
13.- La gran paradoja, y valga para enriquecer esta sana
polémica tan necesaria en la actualidad, es que el pensamiento de
Bookchin, que podía ser, con matices, uno de los últimos pensadores
representantes del anarquismo moderno dentro ya de un mundo
presuntamente posmoderno, acabó influyendo en la resistencia kurda, a
través de Abdullah Öcalan, uno de sus lideres, y dio lugar a un
esperanzador foco revolucionario con rasgos libertarios ya en el siglo
XXI.
14.- Interesantísimas intervenciones, en la reciente presentación de la edición italiana del libro ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía,
de la autora Catherine Malabou, Tomás Ibáñez, Salvo Vaccaro y Donatella
Di Cesare; vídeo completo con subtítulos en castellano en: https://www.youtube.com/watch?v=mncl1IvxaN4;
el libro de Malabou, para mi gusto, es excesivamente técnico, con un
lenguaje filosófico no siempre accesible, pero las intervenciones en el
evento sí son fácilmente comprensibles y muy jugosas para la polémica
que nos ocupa.