Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, mayo 16

Escenarios periféricos / Relaciones culturales entre el campo y la ciudad.

 


De noche, vistas desde el espacio exterior, las aglomeraciones urbanas dibujan sobre la Tierra una constelación de manchas incandescentes. Entre las unas y las otras , se extiende una densa trama de pequeños puntos luminosos sobre un fondo que permanece en la oscuridad. El medio rural es esta zona que todavía no ha sido iluminada.
 

El contraste lumínico que imprimen las ciudades sobre la faz dormida de los continentes puede entenderse como la materialización gráfica de la metáfora que ha vertebrado la modernidad: la luz de la razón imponiéndose sobre las tinieblas. Lo rural, siempre en la sombra, solamente aparece en la escena de la Historia cuando alguien dirige los focos hacia esa realidad invisibilizada. Como si de un interrogatorio policial se tratara, se ve entonces obligado a explicarse, procurando que sus respuestas concuerden con las premisas establecidas por quien tiene el poder de formular las preguntas. En este aparente diálogo, el campo y sus gentes adoptan el papel de sospechoso habitual. La ciudad, o determinados sectores sociales que la habitan, asumen el del celoso inspector que se escuda tras la lámpara que deslumbra al detenido.
 

La ciudad es, por definición, un centro de poder. La ciudadela, el templo o el mercado en épocas pasadas. Los ministerios y los parlamentos, las sedes corporativas o los cuarteles generales en la actualidad. Como en toda relación desigual, su dominio se basa en un mecanismo de desposesión. En la capacidad de controlar bienes y recursos ajenos. La ciudad necesita al medio rural para conseguir materias primas –alimentos, hormigón, mano de obra– y para depositar las excrecencias nocivas que, forzosamente, debe externalizar. Siendo completamente dependiente es capaz de dictar el curso de los acontecimientos dentro y fuera de sus contornos. El medio rural, por el contrario, pudiendo llevar una existencia al margen de la ciudad, asume con resignación su condición heterónoma.
 

Desde un punto de vista económico, ecológico, político o militar, esta desigualdad entre lo urbano y lo rural puede entenderse como la expresión territorial de la hiriente paradoja, conocida con el nombre de injusticia social, que atraviesa la historia. Sin embargo, la ciudad también controla otro ámbito sobre el que es totalmente autónoma: la producción de discursos y relatos. En el terreno cultural, la ciudad no necesita al medio rural para nada. Se basta a sí misma para indagar, definir y nombrar todo cuanto existe.
 

Lo urbano, por supuesto, cuenta con su propia marginalidad, pero, el simple hecho de vernos obligados a reconocer la esencia heterogénea y conflictiva de la ciudad , constituye una prueba más de su dominio. No se puede pensar en ella sin atender a sus propias contradicciones y, sin embargo, nadie se extraña cuando se habla del mundo rural como si fuera una realidad singular y monolítica.
 

Es evidente que, bajo la geografía laminada impuesta por la industrialización de las actividades agrarias o por el abandono, los rasgos que permitían orientarse a través de los distintos universos de la ruralidad se desvanecen en aquellas zonas que no han sido capaces de aguantar el ritmo de la modernización. La uniformización que nos impide saber a qué ciudad estamos llegando cuando atravesamos sus arrabales de polígonos y nudos varios se está extendiendo al conjunto del territorio. En un plano topográfico y, sobre todo, antropológico.
 

La ciudad y el campo son conceptos que se definen por su mutua exclusión, pero históricamente han constituido dos partes interconectadas de una misma realidad. La frontera que les separaba era borrosa y permeable. Lo rural penetraba en la ciudad tanto como lo urbano irradiaba sobre el campo. Un flujo continuo de materia y significados los ha vinculado, estableciendo un equilibrio inestable siempre decantado hacia el centro de la ciudad. Hoy en día, la ciudad no es, en absoluto, menos dependiente de los recursos generados en lo rural, pero está enterrando los últimos rastros de ruralidad que la constituían. La dimensión rural de la ciudad se desvanece a la vez que el modo de existencia urbano coloniza el conjunto del territorio.
 

El proceso de desagrarización que está convirtiendo a la agricultura en una actividad residual en el propio medio rural, viene a reforzar el proceso de urbanización generalizada. Aunque se trata de una tendencia que dista mucho de haberse consumado, las señales de que algo ha cambiado en nuestros pueblos son demasiado llamativas como para no reconocerlas.
 

El nexo económico –ecológico– con el entorno más inmediato, en el que se basaba la relativa autonomía de las zonas rurales, está siendo desplazado por la conexión al sistema circulatorio que integra y cohesiona el engranaje global de la producción industrial de mercancías. El metabolismo social del pueblo más pequeño, tal y como sucede en la ciudad actual, se abastece de un hinterland que adquiere una escala planetaria.
 

La memoria, que durante siglos ha sustentado el sentir de las sociedades campesinas, enmudece ante una actualidad tautológica que instaura un presente continuo y absoluto. La fractura entre el ámbito del trabajo y el hogar desarticula uno de los rasgos más característicos de la economía rural. El colapso de la urdimbre comunitaria, prácticamente consumado, integra a la población rural en una atomizada ciudadanía universal.
 

El resultado que se obtiene al combinar estos procesos no es otro que el de un medio rural transformado en un nuevo espacio urbano marginal.
Son varias las fisonomías que adopta, desde las urbanizaciones que invaden los intersticios de las grandes aglomeraciones a los enclaves turísticos en la costa o en las montañas. Desde la capital comarcal asfixiada por un ensimismamiento paralizante a la pequeña ciudad dormitorio que solamente conserva el nombre del pueblo que fue en su día.
 

La condición periférica de la nueva ruralidad urbanizada no solo se expresa en un sentido cartográfico. La escasez y la lejanía de los servicios públicos básicos, por tomar un ejemplo recurrente, establecen un agravio comparativo respecto a la población de los centros urbanos. El precio por vivir en un entorno envidiado por su tranquilidad se traduce en horas al volante, generalmente asumidas por las mujeres, para trasladarse al centro de salud, a la escuela o al supermercado. De hecho, cada vez es más difícil encontrarse con alguien en la calle o en la plaza del pueblo. El espacio público languidece a la espera de los pocos transeúntes que no recurren al vehículo privado para realizar hasta el más mínimo desplazamiento.
 

En este escenario desangelado, encontramos la prueba, quizás definitiva, para sentenciar la culminación de la metamorfosis social ocurrida en el mundo rural: la aparición de gente ociosa. En las sociedades campesinas tradicionales, pero también en las sociedades rurales modernas, el trabajo era el centro gravitatorio sobre el que pivotaba la existencia. Había, por supuesto, momentos para el descanso, pero estos, de algún modo, no dejaban de estar integrados en la esfera productiva o reproductiva que sustentaba el entramado socioeconómico local. El aperitivo de los domingos al salir de misa, los bailes y las romerías o los encuentros fortuitos en cualquier camino vecinal permitían reforzar o crear nuevos vínculos en la madeja comunitaria. Se trataba de un esparcimiento funcional que respondía a necesidades colectivas y personales muy determinadas.
 

En estos nuevos espacios urbanos surgidos de las ruinas del mundo rural, sin embargo, lo que encontramos es algo muy distinto. Alcohólicos que consumen las tardes en el bar, pensionistas tomando el sol o sentados al fresco, paseantes que, por prescripción médica, recorren a diario la “ruta del colesterol”, adolescentes vagando por las inmediaciones con sus ensordecedoras motocicletas…
 

Todos ellos encarnan la figura del flâneur rural. Un ser indolente y pusilánime que, a diferencia de su homólogo parisino del s.XIX, difícilmente puede esperar nada interesante o imprevisto de su deriva cotidiana. Desprovisto de una multitud en la que zambullirse y enfrentado a un plano fijo que conoce de memoria, el flâneur rural transita inevitablemente del descanso ocioso al aburrimiento más entumecido.

* * *

Aunque la Real Academia todavía no se ha atrevido a borrar del diccionario la primera acepción de la palabra cultura (cultivo), cuando pensamos en este concepto, intuitivamente nos vienen dos aspectos a la cabeza. El primero, vendría a ser el conjunto de representaciones, costumbres, rasgos o maneras de hacer propias de un determinado grupo social. En este sentido, la aparición de este nuevo espacio urbano marginal constituye el fenómeno cultural determinante en nuestra ruralidad.
 

Por otro lado, la cultura también puede entenderse como algo que se produce y se ostenta. Desde este punto de vista, el desequilibrio entre lo urbano y lo rural adquiere su máxima expresión. No se trata solamente de que las universidades, los teatros, las grandes bibliotecas o las galerías de arte se ubiquen en la ciudad sino que, salvo raras excepciones, quienes transitan por estos círculos culturales parecen dirigirse exclusivamente a una audiencia que no muestra ningún interés por todo lo queda fuera de los confines de la propia ciudad.
 

En este monólogo, el medio rural, convertido en objeto, se ve modelado a capricho de los prejuicios de quien habla por él. Los argumentos pueden variar. También el tono y las intenciones, pero raramente los análisis o las recreaciones de lo rural escapan a este ejercicio de ventriloquía. El campo, dicho desde lo urbano, puede adquirir los rasgos de un espacio claustrofóbico, retorcido y embrutecedor, así como encarnar la esencia pura de lo edénico. Generalmente no hay término medio. Las sociedades rurales han sido acusadas de ser reaccionarias por naturaleza, de encerrarse sobre sí mismas y de someter, mediante férreas instituciones tradicionales, la voluntad individual. Sus estratos populares han sido tratados de ignorantes supersticiosos, huraños asilvestrados o sucios maleducados. El tópico del “pueblo pequeño, infierno grande” ha espoleado la creatividad de muchos autores y ha condicionado las interpretaciones de tantos otros pensadores. En el extremo opuesto, el género bucólico-pastoril de la “alabanza de aldea” cuenta con una tradición secular. Desde la Grecia clásica al medioevo andalusí, la poesía inglesa del s.XVIII o la retórica fascista del primer tercio del s.XX.
 

A pesar de los sesgos que distorsionan las interpretaciones históricas y las reflexiones sobre el presente, para entender el medio rural es necesario adentrarse en los meandros propios de esta producción académica, artística o periodística. Sería absurdo negar su utilidad y su interés, pero cualquier acercamiento a dichos trabajos requiere, en todos los casos, desbrozar la fuerte carga ideológica que impregna sus falsos atajos discursivos.
 

Más allá de esta cosificación que relega al mundo rural a la condición de personaje o paisaje narrativo, bien sea en una obra artística o en una investigación de carácter más o menos teórico, existen otras relaciones entre el mundo de la cultura y el campo.
 

Una de ellas es la que se establece a través de artistas, escritores o profesores universitarios que se exilian voluntariamente a un entorno rural buscando un lugar donde el reposo y el silencio se alíen con su actividad reflexiva y creativa. Tal sería el caso de compañías de teatro o de circo que instalan su lugar de ensayo en zonas relativamente cercanas a la ciudad, corrientes pictóricas que apuestan por un contacto íntimo y directo con los paisajes que reflejan en sus obras o escritores que se mudan a una pequeña aldea de montaña. La producción cultural de estos “talleres” u “obradores” no tiene por qué estar centrada en temáticas relacionadas con el entorno rural que les rodea. En muchos casos, la decisión de trabajar en el campo responde únicamente a una voluntad de apartarse del aire viciado de los círculos culturales o, simplemente, a una necesidad de espacio y silencio. Aunque, por supuesto, también existen casos bien conocidos de creadores o pensadores instalados en el medio rural que han reflejado en su obra lo que ocurría en este entorno.
 

La presencia de estos personajes excéntricos, más allá de aportar cierta diversidad sociológica, no suele tener demasiadas consecuencias en la cotidianidad de las localidades que los albergan. Es cierto, sin embargo, que en pueblos muy pequeños esta actividad cultural puede tener su incidencia a través de eventos o programas públicos. Algunos ayuntamientos en zonas fuertemente despobladas, incluso, han promovido la instalación de artistas y artesanos en su municipio como vía de revitalización y desarrollo.
 

Por último, conviene no olvidar que prácticamente todos los pueblos cuentan con sus propios artistas o historiadores amateurs. Ninguneados por los gestores culturales y menospreciados por los expertos, estos agentes culturales no solo llenan un vacío allá donde ningún profesional se ha preocupado por llegar sino que, en el caso de los historiadores locales que escriben sobre su pueblo o su comarca, llevan a cabo una actividad que, a menudo, acaba nutriendo directamente el trabajo de los universitarios.
 

El medio rural puede ser también un escenario donde se muestra o representa algún tipo de expresión cultural. Nadie se sorprende al constatar que la agenda programada no rebosa, precisamente, de actividades, pero quizás conviene recordar que muchas de las capitales comarcales de nuestros entornos rurales contaban, hasta fechas muy recientes, con salas de cine y compañías de teatro no profesionales. Actualmente, las poblaciones de mayor tamaño o los enclaves que atraen una mayor afluencia de turistas organizan programas veraniegos o eventos puntuales, pero en el resto del territorio las artes escénicas, las conferencias o las exposiciones no dejan de ser anécdotas esporádicas y descontextualizadas.
 

En relación a las expresiones vernáculas de la cultura popular, en muchas zonas todavía se mantienen ciertos elementos, más o menos folklorizantes, que podrían entenderse como retazos de una cultura campesina en pleno proceso de hundimiento y desnaturalización. Desprovistos de su dimensión comunitaria y desvinculados del modo de vida que los alumbró, suelen adoptar el carácter de espectáculos destinados a entretener a los turistas o a reforzar estériles sentimientos identitarios de la población local. Es lícito reconocer, sin embargo, que algunos de estos eventos son capaces de activar procesos interesantes en el seno de las maltrechas comunidades rurales. Dejando a un lado los aspectos polémicos que a veces les rodean (cuestiones de género, maltrato animal, connotaciones clasistas, elementos religiosos…), quizás, el mayor problema asociado a estos últimos testimonios del mundo rural tradicional es que constituyen, prácticamente, la única oferta de una programación cultural reducida a las orquestas de baile o, en su versión precaria, al sintetizador que ameniza las fiestas patronales.
 

Una infinidad de equipamientos financiados con fondos europeos y concebidos, supuestamente, para dinamizar cierto movimiento cultural en los pueblos permanecen a la espera de que alguien les encuentre alguna utilidad más allá de almacenar sillas y mesas plegables. Bibliotecas itinerantes recorriendo decenas de kilómetros para atender un número ridículo de usuarios. Charlas o espectáculos a los que, salvo raras excepciones, asisten exclusivamente sus organizadores. Exposiciones de artistas o artesanos locales en centros de interpretación que, con suerte, atraen la mirada de algún vecino curioso o grupos esporádicos de turistas. Por mucho que sea un tópico cargado de cierto desprecio, a menudo , el medio rural se asemeja a un vasto y sofocante desierto cultural.
 

Existe, por último, una nueva corriente que intenta activar procesos de reflexión colectiva y de transformación en el medio rural a través de proyectos relacionados con el arte, en un sentido amplio. Algunas de estas iniciativas se orientan a la creación de espacios y dinámicas que pretenden sacudir el sopor y el desánimo reinante en las zonas más despobladas o remendar el tejido comunitario en localidades mayores. Gracias a la iniciativa de asociaciones locales o de artistas con cierta proyección, empiezan a proliferar propuestas que perfilan un nuevo horizonte cultural en la ruralidad. Festivales de cine temático en pequeñas aldeas, muestras de teatro callejero, conciertos o happenings en explotaciones agrarias, bienales de arte contemporáneo en antiguas cooperativas agrícolas, etc. El reto al que se enfrentan estas prácticas es conectar con la población autóctona y superar su evidente tendencia al paracaidismo.
 

Con objetivos similares, pero a través de planteamientos muy diferentes, nos encontramos con otros proyectos, generalmente impulsados desde el arte contemporáneo, que ponen el foco en las actividades agrarias y los conocimientos que las sostienen. Colaborando estrechamente con el sector primario de un territorio determinado suelen generar, recogiendo y amplificando la voz de quienes nunca la tuvieron, mecanismos con el objetivo de visibilizar las críticas al modelo de desarrollo rural y al sistema alimentario hegemónico.
 

Siguiendo la línea trazada por ciertas corrientes artísticas que conciben su práctica como un modo de intervención social, estas experiencias incluyen como parte de su trabajo diferentes procesos participativos con una población local poco acostumbrada a tomar la palabra y a expresarse a través de unos códigos que les resultan ajenos. Sobre la base de un significado compartido –la situación concreta de aquel territorio–, este choque de significantes es, precisamente, el que abre la posibilidad de generar nuevos puntos de vista y nuevos estados de ánimo que permitan reforzar los procesos colectivos a los que se incorporan estos proyectos culturales.
 

La capacidad de activar nuevos resortes perceptivos y cognitivos, de plantear perspectivas insólitas sobre la realidad más cotidiana, se revela como una estrategia muy interesante frente al desánimo reinante, especialmente en las zonas rurales más periféricas. Las pocas experiencias que hasta ahora han explorado este camino representan, sin duda, una posibilidad de devolverles parte de la dignidad negada a quienes viven de trabajar la tierra. Son ensayos tentativos que le reconocen al mundo rural y a quienes lo han mantenido vivo la condición de sujeto y de agente activo que siempre se le ha negado.
 

La paradoja que subyace bajo estas iniciativas es que, en muchas ocasiones, están a cargo de artistas sumergidos en la lógica voraz del mundo del arte. Con una agenda desbordada por compromisos diversos y continuos viajes, obligados a posicionarse en el panorama cultural para seguir optando a líneas de financiación, carecen de tiempo para plantear intervenciones a medio o largo plazo que contribuyan a una regeneración efectiva y duradera del tejido comunitario.
A pesar de ello, estos nuevos acercamientos a la ruralidad desde la cultura contemporánea son francamente sugerentes. Pueden llegar a desempeñar un papel importante como herramienta de dinamización local y contribuir a visibilizar un mundo que se resiste a verse arrastrado por el desagüe de la historia. Sus prácticas suponen una bocanada de aire fresco en un clima de resignación colectiva y pueden llegar, en efecto, a iluminar muchas de las zonas oscuras que enturbian el horizonte vital de la población rural.

 

Marc Badal. Luzaide, marzo 2018

lunes, mayo 13

Carta a un Idiota Profundo


Ama el trabajo” Te dicen quienes nunca trabajan

Respeta tu entorno” Te dicen quienes hacen las guerras

Cuida tu imagen” Te dicen quienes son horrorosos

Sé sincero” Te dicen quienes mienten

Has de vestir con glamur y a la moda” Te dicen los vendedores de ropa

Respeta la justicia” Te dicen quienes hacen las leyes

Obra con honestidad” Te dicen los corruptos

Sé casto y puro” Te dicen los pederastas

No seas perezoso” Te dicen los que no hacen nada

Manda a tus hijos a la guerra” Te dicen quienes tienen a los suyos en la universidad

Arrodíllate” Te dicen los que están de píe

Siéntete culpable” Te dicen los que culpan

Arrástrate frente a una bandera” Te dice el que guarda su patrimonio fuera del país

Consume a diario” Te dicen quienes fabrican a diario

Tome esta medicina” Te dice quien inventa enfermedades

Pon la otra mejilla” Te dice el que golpea

No hables” Te dice el que no se calla

No pises la hierba” Te dice el genocida

No abortes” Te dice el que trafica con niños

Sé libre” Te dice el carcelero

Obstrucción a la autoridad” Te dice un tipo que golpea gente indefensa

Sed austeros” Te dice un banquero

Paga por tus crímenes” Te dice el aforado

No vivas de los sueños” Te dice quién se aprovecha de la realidad

Ábrete de piernas” Te dice quién tiene clausurado el cerebro

Crúzate de brazos” Te dice el que se mueve

Muévete” Te dice el que se cruza de brazos

No pienses por ti mismo” Te dice el que piensa por los demás

No te rebeles” Te dice el que tiene la sartén por el mango

Cree en dios” Te dice quién humilla al hombre

Sed súbditos” Te dice quién no responde ante nada

Obedece a los mercados” Te dice quién cobrará de los mercaderes

Ser feo es angustioso” Te dicen los vendedores de maquillaje

Sé libre y espiritual” Te dicen los vendedores de coches

Hay que hacer un sacrificio más” Te dice quién no renuncia a un privilegio de menos

Sé un patriota” Te dice un mercenario

En esta vida hay que apostar” Te dice el dueño de un casino

Me llena de orgullo y satisfacción” Te dice un señor que es un orgulloso satisfecho

La Herencia Recibida” Te dice un partido que siembra miseria

Finiquito en diferido” Te dice una abogada que dirige un país

Sé constante y serio” Te dice un empresario que evade impuestos y deslocaliza

Sé un idiota profundo” Te dice un subnormal a tumba abierta


 

Cristian Esteban Martín. Antipoemas. Ed. Crecida, 2013

 

viernes, mayo 10

Insurrección animal. Historias extraordinarias de rebelión y resistencia de los animales en la era del capitalismo global

 


Monos que se fugan de las jaulas de los laboratorios, cerdos que se niegan a bajar la rampa del matadero, vacas que arriesgan su vida y se enfrentan a quienes les roban a sus hijos, cabras que escapan de subastas ganaderas y regresan para liberar a sus compañeras, gorilas que desactivan trampas de cazadores y avisan a otras especies de la amenaza, caballos que rechazan correr en los circuitos hípicos, elefantes que atacan a quienes los torturan en circos, orcas que hunden yates ultracontaminantes… Aunque se supone que los animales no tienen voz, todas estas acciones hablan por sí mismas. Así, las historias de rebelión y resistencia de los animales insisten en que los escuchemos y los reconozcamos como prójimos en la lucha por la justicia social.

En este sentido, no podemos olvidar que todas las estructuras urbanas, comerciales e industriales del capitalismo han dependido históricamente (y siguen haciéndolo) de la explotación animal. La insurrección de los animales es por tanto un fenómeno social y político que, sin embargo, no solemos ver. Al recopilar y ensamblar las historias de los animales que se han rebelado y se rebelan cada día contra esta situación, este libro evidencia que todos ellos son seres sintientes dotados de intereses y deseos propios, y que, como tales, son sujetos de la lucha por su vida, su libertad y su bienestar.

En este poderoso ensayo, Sarat Colling aborda la insurrección animal en su dimensión histórica, política y económica. Pero lo hace siempre a partir de los relatos y los testimonios (muchas veces obtenidos de primera mano en múltiples viajes y pesquisas) que provienen de los lugares donde los animales se rebelaron, de donde escaparon o en los que se refugiaron. Nos han enseñado a alejarnos de los animales oprimidos, a obviar su lucha y lo que ésta implica. Pues bien, ya es hora de acercarnos a ellos. Todos son individuos. Todos tienen una historia que contar.

 

https://erratanaturae.com 

 

 

martes, mayo 7

Lo imprevisible


 

Los medios y los fines constituyen una unidad. Alguien se preguntará: «¿para qué luchar si ya soy libre?» .Y la respuesta es «Sólo es libre quien lucha. La muerte es el cese de toda necesidad, de todo conflicto». Pero la finalidad nunca se alcanza, puesto que la fuente fluye constantemente, empujando al concepto a nuevos horizontes. Si la libertad de la que se parte, no contiene ya la libertad a la que se aspira, el viaje es inútil, queda frustrado. Lo admisible ayer u hoy, no tiene por qué ser admisible mañana. En caso contrario, se impugnará totalmente la autonomía y capacidad de decisión e influencia de los individuos en la historia. La «disciplina» del libertarioa nace de la convicción interior, no de las soflamas o consignas de un ente político jerárquico situado en un «afuera» y presuntamente provisto de una clarividente perspectiva de conjunto de la realidad. Lo que la izquierda no puede entender y lo que jamás le perdonará a la anarquía es que ésta pretenda derrocar a toda autoridad por roja que se proclame. La lección más interesante de la revolución española de 1936 desencadenada por el estallido de la guerra civil son las comunas campesinas y, en sentido inverso, la burocratización y el gubernamentalismo de los que se postularon como dirigentes y representantes de la CNT. Surge así la cuestión de si, indefectiblemente, cualquier movimiento de masas, los espoleados por la lucha contra el poder inclusive, no acaba siendo partícipe de la lucha por el poder. Una lucha por el poder para la que la CNT no estaba aleccionada, porque esa es el ámbito de acción específico de toda organización jerárquica (los partidos políticos y su pugna por el dominio del estado). De esta manera, la CNT quedó en tierra de nadie, con unas bases revolucionarias y reacias a la colaboración y unos líderes poco aptos, pese al empeño que pusieron, para la lucha política tradicional, lo que quedó trágicamente expuesto en los hechos de mayo del 37 en Barcelona.

Puesto que, al margen de derrocar a toda autoridad, la anarquía no es un programa político. No dice como ha de ser la sociedad ni en cuatro años ni en veinte. La imprevisibilidad del futuro es la fuerza motora libertaria y a la vez, el aspecto más desconcertante para las gentes, acostumbradas a delegar su voluntad política y, por lo tanto ,su capacidad de influir en acontecimientos venideros. Toda una estirpe de especialistas -políticos, economistas, científicos, banqueros, burócratas- programan y planifican basándose en la pasividad de las masas y en la apropiación ilegítima de la autonomía individual y colectiva. Pero en una hipotética sociedad libertaria, ¿quién se atreve a afirmar que fórmulas organizativas van a desarrollar los individuos y los pueblos cuando todo el mundo tenga la posibilidad de participar en su construcción? Dentro de los  anarquismos, existe desde el clásico obrero del anarcosindicalismo intentando infructuosamente concienciar a las masas, al individualismo solidario insurreccional, pasando por el -para mí, ilusorio- municipalismo libertario (propugnando una participación limitada en el sistema para socavarlo desde dentro, se obtiene que  la participación en las elecciones municipales refuerzan el sistema democrático y forzarían mayormente al apoyo a partidos de izquierda como «mal menor») o el anti tecno-industrialismo de un Theodore Kaczynsky , el anarcoprimitivismo o el anarquismo postizquierda. Todas las corrientes tienen en común su antiautoritarismo, pero difieren bastante en sus teorías, medios y métodos. Hay quien piensa que la ciencia y la tecnología son básicamente neutrales y que bien orientadas pueden servir a la causa de la emancipación y quien las  encuentra intrínsecamente nocivas para el ser humano, causantes de su esclavitud. Desde por lo menos los ludditas, que en los albores de la civilización industrial destruían las máquinas y las fábricas que los forzaban a convertirse en proletarios hasta la exaltación del trabajo como bien preciado y orgullo del individuo que podemos encontrar en el anarquismo decimonónico, estas contradicciones se han ido actualizando y agudizando hasta el presente. Lo apasionante del presente es el futuro, o lo apasionante del futuro es el presente.

 

V.J. Rodríguez González

sábado, mayo 4

El periodismo ha muerto: clickbait y sensacionalismo en la era de la desinformación


En la era digital, donde la información fluye a la velocidad de un clic, el periodismo ha caído víctima de su propia sed de atención y audiencia. Ahora más que nunca, el periodismo se ha sumido en una cultura del sensacionalismo que socava la integridad de la información y prioriza la espectacularidad y el morbo sobre la verdad. Un peligroso juego donde el amarillismo reina y la objetividad se desvanece.

Es un hecho empírico que la contaminación en los medios de información es total. El periodismo agoniza en un momento en que, aún más, ha caído por un abismo del que parece imposible que pueda recuperarse. La objetividad y libertad de prensa son términos absolutamente utópicos, ya que las grandes fortunas y el poder son los que marcan las líneas editoriales. No te salgas del tiesto porque habrá represalias. En las reuniones y comidas entre directivas de medios de comunicación, políticos y empresarios, se compran y venden votos, se blanquean prácticas poco éticas y se hace un constante lavado de cara a marcas, sponsors y personas, así como, por otra parte, se envenenan perfiles, ideas o partidos según interese. Nada nuevo bajo el sol.

Pero si el mundo de la información es todo lo contrario a lo que debería ser, en estos tiempos actuales, muy confusos en mi opinión, donde la tecnología ha desbancado a los medios tradicionales como televisión, prensa escrita y radio, los responsables de éstos, han sido conscientes de ello, aunque les costó. A causa del nacimiento de podcast, blogs, redes sociales y otros medios en los que cualquiera puede tener una palabra, por pequeña que pueda ser o parecer, ha hecho un daño enorme, hiriéndolos casi de muerte. Sencillamente ya no funciona. Había que encontrar otro tipo de fórmulas para mantener su status de poder y continuar sacando tajada, aunque para ello hubiera que destruir todavía más la profesión y la poca credibilidad que quizá les quedaba.

El periodismo dejó hace mucho tiempo de lado su deber primordial de informar, adoptando tácticas para atraer al gran público a sus últimos reductos. Si bien la prensa del corazón había conseguido hacerlo como nadie en programas de la telebasura tanto patria como internacional con cotilleos, mentiras y cebos constantes para mantener a la audiencia pegada al televisor, pensaron que esto se podía llevar a otras ámbitos, como la política o la prensa deportiva. Y funcionó. Funcionó que te cagas.

Comenzaron a verse programas como "La Sexta Noche" y "Al Rojo Vivo" en política o "El Chiringuito de Jugones" en deportes. Ambos circos televisivos, donde rivales políticos de distintas ideologías discutían, intentando darle un toque serio, pero sabiendo que la audiencia subía con enfrentamientos directos, entre gritos e insultos. Cosa que, por supuesto, Josep Pedrerol y su equipo siguen explotando como nadie en El Chiringuito, convirtiendo las madrugadas en un show atroz, ridículo y con niveles preocupantes de vergüenza ajena, pero siguiendo la misma fórmula que los anteriores. Hace poco llegó a mis ojos una captura de este programa en el que exponían con letras mayúsculas: "NO A LA POLÉMICA". Mi carcajada no pudo ser mayor: viven literalmente de eso. Lo peor es que creo que ellos mismos creo que se consideran verdaderos referentes.

El comparar el periodismo social y político con el deportivo es terrible, ya que, a causa de la polarización y la exageración, estamos construyendo unas mentes que se toman estos asuntos como si de un Real Madrid - Barcelona se tratase, faltando a su sentimiento crítico. 

Con la muerte anunciada de la prensa escrita, los portales digitales eran el paso lógico a dar. El problema es que la competencia por sus lectores está más complicada debido a lo que decía anteriormente; a veces interesan más opiniones de personas de a pie que de críticos y articulistas de profesión, de los cuales sabemos quién les paga y por qué dicen lo que dicen. Para ello, llegó la cultura del clickbait, que consiste en crear titulares estridentes y noticias parciales, con medias tintas y titulares engañosos, cuanto más, mejor. Esto crea en el receptor una necesidad de pulsar sobre el enlace, aunque luego se encuentre con otra cosa totalmente diferente. Poco importa se hay noticias de un amarillismo voraz o violento para las personas afectadas, todo vale con tal de arañar clics y, con ellos, más dinero. 

Se supone que las ciencias de la información nos abrirían las puertas de la libertad de expresión y el acceso a la verdad, quienes nos protegerían de la corrupción, del abuso de poder y de las empresas malignas. Deberían señalarnos con el dedo a los que nos bajan los sueldos y nos suben los precios de la comida, de los alquileres y a los que los protegen, pero en lugar de eso, tomaron el camino de lo contrario, alimentando la maquinaria de la discordia y manipulación. Las líneas entre la información y la opinión se difuminaron peligrosamente, creando una atmósfera tóxica donde los hechos son sacrificados en el altar de la narrativa sensacionalista. Se supone que el Cuarto Poder era en beneficio de la sociedad, no los que se forran a su costa.

 

DaviOne

 

miércoles, mayo 1

El fecundo legado de Philomena Franz


 

Philomena Franz me mira desde el otro lado de la pantalla. Tenía una cita con ella desde hace bastante tiempo. Su libro ha sido uno de los que más me han sacudido de los últimos meses y no quería guardarlo sin anotar previamente unas líneas en el blog. Precisamente hoy se celebra el Día en Conmemoración de la Víctimas del Holocausto. Hoy, cuando las bombas no paran de caer sobre Gaza y el Estado de Israel prosigue con su limpieza étnica. Hoy, cuando buena parte de la población judía aplaude el genocidio palestino y otros tantos miran para otro lado, como si no fuera con ellos, exactamente igual que hicieron los alemanes cuando millones de judíos eran asesinados en las cámaras de gas. Hoy, cuando a pesar de las amenazas, la represión y el señalamiento público, no son pocos los judíos que alzan la voz contra el crimen y la ignominia.

ii

Llegué a Philomena Franz a través de otra mujer gitana, Ceija Stojka. Las dos pasaron por los campos de concentración nazis, las dos estuvieron al borde de la muerte, las dos sobrevivieron y las dos acabaron narrando sus vivencias en varios libros y documentales. Philomena Franz lo hizo antes, en un libro maravilloso publicado en España por Xordica: Entre el amor y el odio. Una vida gitana; en una edición al cuidado de la investigadora María Sierra, autora también de El holocausto gitano.

Medio millón de gitanos fueron asesinados por los nazis hasta 1945. La tragedia del pueblo romaní no recibió, ni de lejos, la merecida consideración que el holocausto judío. Lo cuenta María Sierra en el epílogo del libro:

Lo que sucedió en la posguerra con los sinti y los romaníes perseguidos por el nazismo fue muy distinto: la justicia alemana negó durante mucho tiempo que hubieran sido perseguidos colectivamente durante el nazismo por motivos raciales o ideológicos, considerando por el contrario que en la mayoría de los casos la detención habría sido realizada dentro de un legítimo combate gubernamental contra la delincuencia.

Terrible. Sin embargo, el valiente testimonio de mujeres como Philomena Franz y la lucha decidida de las asociaciones gitanas, lograron que el Porrajmos, el holocausto gitano, no fuera barrido de la historia. Aunque, a pesar de lo anterior, me sigue pareciendo increíble que apenas si podamos encontrar información en internet sobre Joseph Eichberger, uno de los principales instigadores del genocidio romaní, el doctor Ritter, antropólogo que jugó un papel clave en la elaboración de informes supuestamente científicos que justificaban la inferioridad racial de los gitanos, o el campo de concentración de Marzahn, destinado a recluir a la población gitana antes de la celebración de las Olimpiadas de Berlín de 1936.

iii

Philomena Franz escribe que cuando odiamos perdemos y que solo el amor puede salvarnos. Que una mujer como ella, que ha sido víctima de un odio desmedido e inhumano, afirme eso con tanta rotundidad, nos habla a las claras de la profunda humanidad de su legado, afirma la grandeza de su victoria contra el mal, pues, tal y como dice María Sierra, el campo de concentración pretendía deshumanizarlos, robarles su dignidad y su empatía, destruir los lazos sociales que tejen nuestra naturaleza, nuestra propia identidad de especie.

Veo a Philomena Franz en esa foto, mirando calmada a la cámara, con la belleza y la serenidad de una mujer gitana con la que no han podido, que pasó por el mundo sembrando paz, y solo puedo querer imitar su ejemplo, multiplicar sus palabras y tener presente siempre su manera de entender el mundo.

 

Extraído de https://labandadeloscuatro.blogspot.com