“Nuestro mensaje a los vecinos más
allá de la valla, en Tulkarem, Nur al-Shams, Shawika y Qalqilya: los
convertiremos en ciudades en ruinas como en la Franja de Gaza si
continúa el terror contra los asentamientos” – Bezalel Smotrich, Ministro de Finanzas de Israel, a finales de mayo.
Se cumple un año del 7 de octubre,
fecha en la que Hamás y la Yihad Islámica cruzaron el muro y lanzaron
la Operación Inundación Al-Aqsa como venganza contra 75 años de brutal
ocupación israelí y su régimen de apartheid. Israel respondió con una campaña de bombardeos, matanzas indiscriminadas e invasión terrestre que se ha cobrado, hasta la fecha, la vida
de 41.252 personas (más de 21.000 son niños) y ha dejado más de 95.000
heridos y 10.000 desaparecidos. Además, 1,9 millones de personas se han
visto forzosamente desplazadas de sus hogares.
A la vista de estos preocupantes datos –que se limitan a lo ocurrido en Gaza– llevamos un año informando sobre el genocidio
que se está perpetrando en la Franja. Sin embargo, más allá de Gaza,
Israel va sembrando muerte y destrucción en lugares como Siria, Yemen,
El Líbano y Cisjordania. Nos hemos propuesto abordar lo que está pasando
en algunos de estos lugares, pero para ello debemos empezar con un
brevísimo resumen histórico si queremos entender cómo hemos llegado a
este punto.
Breve historia de Cisjordania
En 1948 la ONU asumió las reivindicaciones del movimiento sionista y dio el visto bueno a la fundación del Estado colonial-occidental de Israel sobre el territorio, hasta entonces bajo control británico, conocido como Palestina. Su acto inaugural fue la Nakba o catástrofe,
la expulsión de 700.000 palestinas de sus hogares –la mayoría de las
cuales se asentaron en Jordania, Gaza y Cisjordania– y la destrucción de
varias aldeas a manos de distintas milicias. Desde entonces, en
Cisjordania viven tres millones de personas, la mayor concentración de
palestinas en un único lugar del mundo.
Durante décadas se produjeron tensiones entre Israel y los países
vecinos, que en 1967 desembocaron en la Guerra de los Seis Días. Después
de que Israel derrotara a Egipto, Siria y Jordania, ocupó los
territorios palestinos –los cuales habían sido asignados por la ONU al
pueblo palestino– de Cisjordania y Jerusalén Este. Inmediatamente, comenzaron los asentamientos (ilegales según la Convención de Ginebra) y las tensiones continuaron aumentando.
En 1993, la OLP de Arafat y el Estado de Israel firmaron los Acuerdos de Oslo, en un intento de sellar la paz a cambio de traicionar la causa palestina y aceptar la existencia del Estado colonial.
A cambio, las autoridades palestinas podrían ejercer algún tipo de
control sobre sus territorios y las fronteras volverían a la
configuración anterior a 1967. En la práctica, Israel nunca ha cumplido
los compromisos alcanzados, ni tiene intención de hacerlo, ya que su fin
último es la limpieza étnica, la desaparición de Palestina y el supremacismo judío. De hecho, Yitzhak Rabin,
el primer ministro israelí que firmó los Acuerdos, fue asesinado por un
sionista extremista (considerado un héroe por muchos colonos), que
entendió que cualquier intento de firmar la paz con Palestina era una
humillación para Israel. En la actualidad, el Estado sionista mantiene
el control total del 67% de Cisjordania (la Autoridad Nacional Palestina
solo gestiona algunas ciudades como Nablus, Yenín, Ramala, Belén,
Tulkarem, Qalqilya, Jericó y parcialmente Hebrón) y los asentamientos de colonos
no solo no han desaparecido, sino que año tras año siguen aumentando.
Además, Israel ha desplegado puestos militares por toda la región, ha
instaurado un régimen de apartheid y controla las principales vías de circulación e infraestructuras básicas como pozos de agua o terrenos agrícolas.
Actualmente hay más de 700.000 colonos israelíes
viviendo en los territorios palestinos ocupados, distribuidos en 279
asentamientos. Israel se lava las manos con la cuestión, argumentando
que no los puede controlar y, cuando ya se han asentado, los legaliza y
protege militarmente. Solo en los últimos diez años, hasta 200.000
colonos se habrían establecido en Cisjordania, un aumento del 40%.
Algunos de los arquitectos del genocidio en curso se han criado en estos
asentamientos, como los ministros Gvir y Smotrich.
En el año 2002, Cisjordania quedó sitiada por un muro.
Esta barrera separa físicamente a familias enteras y miles de personas
se ven obligadas a pasar un punto fronterizo a diario, con sus cacheos e
identificaciones, para ir a trabajar, a comprar, al hospital, etc.
Desde 2022, además, hay ciudadanas que necesitan permisos especiales
para vivir en sus propios hogares. El muro es parte fundamental de la
estrategia de apartheid, ocupación y cerco a la población palestina y
fue declarado ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004, que
también ha declarado ilegales los asentamientos y el régimen de
apartheid, pero la comunidad internacional hace caso omiso, no corta
relaciones con Israel y sigue vendiéndole armas. En julio de 2024, 150
estados votaron a favor de condenar el muro, 10 se abstuvieron y solo
Israel y EEUU se manifestaron en contra de hacerlo.
Ataques israelíes en Cisjordania
La Operación Inundación del 7 de octubre de 2023 se explica, en
parte, por los eventos ocurridos en los meses previos en Cisjordania. El
gobierno de Netanyahu había aprobado construir 13.000 nuevas viviendas
en ese territorio y los ataques de colonos iban en aumento: quema de
viviendas de familias palestinas, echar cemento a pozos, acoso y
agresiones a agricultores, tala de olivos, etc. todo ello ante la
pasividad y, en ocasiones, colaboración del ejército. La violencia
desplegada por los colonos contra la población local es salvaje… Al
final, el supremacismo sionista es pura violencia y racismo.
Desde principios de 2024, en plena campaña de bombardeos en Gaza, las
autoridades israelíes han emitido cuatro anuncios (el último en julio)
para convertir tierras palestinas privadas en tierras estatales. A
finales de junio, el New York Times
publicó un audio en el que se escuchaba al ministro Smotrich dirigirse a
un grupo de colonos e informar que el Gobierno de Israel estaba
preparando “actividades sobre el terreno para convertir Judea y Samaria [un término israelí para la Cisjordania ocupada] en una parte integral del Estado de Israel. […] Estableceremos
la soberanía primero sobre el terreno y luego a través de la
legislación. Tengo la intención de legalizar los asentamientos jóvenes”.
Era evidente que Israel preparaba una operación militar gorda en Cisjordania, que se manifestó el pasado mes de agosto. El día 28, este territorio ocupado vivió una de sus jornadas más violentas,
cuando las Fuerzas de Defensa de Israel lanzaron lo que denominaron
‘operación antiterrorista’ y asaltaron, simultáneamente, por tierra y
aire, al menos cuatro ciudades palestinas y varios campos de refugiados
cercanos. Se trató del mayor ataque contra esta región palestina en las
últimas dos décadas, cobrándose al menos 10 vidas. Paralelamente, las
fuerzas de Israel cercaron completamente una de las principales urbes de
Cisjordania, Yenín, bloqueando el acceso de las ambulancias y cortando
el suministro eléctrico. Según datos del Ministerio de Sanidad
palestino, en lo que va de 2024, al menos 310 personas han sido
asesinadas en Cisjordania por fuego israelí, medio centenar de ellas,
menores de edad. Y si calculamos el número de asesinadas desde el 7 de
octubre del año pasado, estamos hablando de más de 650 palestinas
muertas en incidentes violentos con tropas o con colonos. 147 eran
niños.
Estos ataques coincidieron con un llamamiento del ministro de Exteriores, Israel Katz, a comenzar la evacuación de la población palestina de Cisjordania. «Se trata de una guerra en todos los sentidos. Necesitamos abordar la amenaza [terrorista] exactamente
como abordamos la infraestructura terrorista en Gaza, incluida la
evacuación temporal de civiles palestinos y cualquier otra medida
necesaria«, tuiteó. Resulta evidente que los llamamientos a evacuar
civiles palestinos no se debe a una preocupación por su bienestar, sino
a un intento de profundizar en la limpieza étnica y apropiarse de sus
tierras. Según la ONG Peace Now,
que documenta la colonización de las tierras palestinas, en lo que va
de 2024, los colonos israelíes han ocupado 23 kilómetros cuadrados más
de tierra palestina. Se trata de la mayor incautación desde la firma de
los Acuerdos de Oslo.
La presencia de Hamás en esta región es inexistente, pero eso no ha
impedido que las palestinas hayan caído víctimas de la misma maquinaria
de exterminio que opera en Gaza; porque el objetivo no es la
organización islámica, sino el pueblo palestino.
Muy significativo está siendo también el bloqueo informativo que está
llevando a cabo Israel. Hasta la fecha, ha asesinado a 168 periodistas
en Gaza (más del 35% del sector) y el pasado 22 de septiembre clausuró las oficinas de Al Jazeera en Ramala. Probablemente sea la antesala a un recrudecimiento de sus operaciones.
Ataques israelíes en Líbano
El genocidio que Israel está perpetrando en Gaza desde hace un año
llevó a Hezbolá y a otros muchos grupos del denominado Eje de la
Resistencia a lanzar ataques contra los intereses israelíes y
estadounidenses en la región. Éstos han servido como excusa para
propiciar el ensanchamiento del conflicto que varios altos mandos
sionistas llevaban años pidiendo. Por ejemplo, antes del 7 de octubre de
2023, varios altos cargos de la política israelí reivindicaban una
guerra abierta contra Irán y aplaudieron la decisión de Trump de
revertir el acuerdo nuclear que había firmado Obama.
En los últimos meses Israel se ha atrevido a atacar objetivos en
Yemen e Irán, asesinar al líder de Hamás, cortar accesos terrestres
imponiendo un férreo bloqueo en Gaza o a lanzar incursiones armadas en
Cisjordania. Todo sin que Occidente haga nada por evitarlo, más allá de
algún tibio llamamiento a la contención.
Por otro lado, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, lleva pidiendo una invasión del Líbano
desde el mes de noviembre de 2023, con el pretexto de expulsar a
Hezbolá del sur del país. A lo largo de 2024, viendo la nula disposición
de Hezbolá a responder de manera que escalase el conflicto, Israel no
ha parado de cruzar líneas rojas: asesinatos selectivos de militantes de
alto rango, ataques aéreos transfronterizos en el sur de Líbano,
bombardeos en Beirut, sabotajes de las capacidades de Hezbolá y, a
mediados de septiembre, la detonación simultánea de miles de buscas y walkie talkies (que dejaron decenas de muertes y centenares de heridos) y bombardeos en el barrio de Dahiya.
El 23 de septiembre los bombardeos mataron a más de 500 personas en Líbano, el día más mortífero del país
desde el año 2006. Las bombas supuestamente se dirigieron contra unos
edificios donde se encontraba reunida la cúpula de la importante fuerza
Radwan de Hezbolá (liderada por Ibrahim Aqil, que perdió la vida) y a un
total de 1.300 objetivos, pero también se produjeron numerosas muertes
de civiles y de personas no vinculadas con Hezbolá.
En el momento en el que escribimos estas líneas Israel está preparando una invasión terrestre de Líbano y probablemente ya haya comenzado cuando nos leas. “Nunca más los judíos se esconderán de los monstruos”,
anunció Netanyahu, que ha ordenado la evacuación de las vastas zonas al
sur del río Litani y del valle de Bekaa, lo cual muestra que las
operaciones planeadas son muy ambiciosas.
La estrategia de Israel apuesta por la doctrina del castigo colectivo —de
nuevo, un crimen de guerra tipificado por el derecho internacional,
pero a estas alturas a quién le importa eso ya—: los civiles que no
abandonen sus hogares y permanezcan en ellos serán tratados como
combatientes enemigos. Se están siguiendo en Líbano, por tanto,
estrategias similares a las que se llevan a cabo en Gaza. Ya ha
comenzado la exigencia de evacuación de la población libanesa a “lugares
seguros” hacia el norte y centro del país, con la promesa de Netanyahu
de que podrán regresar a sus hogares cuando se haya destruido a Hezbolá.
Algo difícil de creer tras un año de genocidio que nos ha mostrado que la destrucción en Gaza
no ha logrado eliminar a Hamás pero sí ha demolido la infraestructura
civil palestina, mientras se habla de una nueva colonización en la
Franja. ¿Ocurrirá lo mismo en el sur de Líbano?
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