Autor: André Breton. Alianza Editorial, 2006 [1928]. Páginas: 256.
Recomendar Nadja (1928), de André Breton, puede ser tan arriesgado como necesario. El riesgo aparece, para empezar, debido a su canonicidad, que la ha hecho propensa a la petrificación y mortificación mercantil como objeto cultural oficial y que lo ha secuestrado en el espacio políticamente neutralizador del «clásico moderno». La necesidad tiene tanto que ver con recuperar una lectura que haga justicia a una de las experiencias literarias más radicales de siglo XX tanto como con la actualidad de una escritura que se implica como pocas en la ejecución de una cotidianidad revolucionaria. La novela, que orbita en torno a un fortuito y turbulento contacto entre el narrador y una enigmática joven llamada Nadja, pone en juego de forma sobrecogedora algunos de las cuestiones más importantes del surrealismo: la posibilidad de la irrupción de lo súbito, inesperado o maravilloso en la vida cotidiana, el “encuentro” como quiebra del tejido experiencial, la inestabilidad de las categorías positivistas de “realidad” o la subyacencia de una vida psíquica y desiderativa no aparente que es posible experimentar y representar intermitentemente. El texto, fabricado de la urdimbre heterogénea del diario, el poema en prosa, el autoanálisis onírico o el ensayo antipsiquiátrico y contra el trabajo asalariado, no deja de intentar devolver su verdadera problematicidad al contacto con el otro, violento y traumático al resquebrajar las condiciones narcisistas y anestesiantes de la vida capitalista. El amor es en Nadja el acontecimiento súbito de un auténtico apocalipsis personal, en el que la experiencia queda abierta a una relación dialéctica en la que el día a día moderno dejan ver su envés inestable. El fracaso, por lo demás, por la que este amor está tocado -desde el comienzo oscilando entre la pesadilla y la locura- no tiene tanto que ver con una herencia romántica mal entendida sino con el reconocimiento irrenunciable de las orillas de unas condiciones materiales que modulan la posibilidad de su éxito. Si el surrealismo se encargó de afirmar que el amor debe ser a la vida cotidiana lo que la revolución a la historia, Breton no se olvida de señalarnos en Nadja que sin la lucha por esta aquel solo podría ser experimentado en los términos negativos de lo elusivo o lo frustrado. Quizás una de las mayores virtudes de esta novela sea la de mostrar la vida cotidiana en una imagen unificada con la lucha por su crítica y su transformación, tratando de hacer evidente «que el más allá, todo el más allá, se encuentra en esta vida».
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