viernes, septiembre 29

Milei y la mistificación «libertaria»

 

El triunfo de un tal Javier Milei (o casi), en las elecciones argentinas, nos trae más confusión política a una época no precisamente proclive a la activación de las neuronas. Hasta el tremendamente izquierdista diario El país es capaz de tildar de «libertario» a quien no es más que un vulgar, mezquino y oportunista (ultra)liberal; desgraciadamente, algo que no exime al periódico español, la propia fuerza política que encabeza este elemento se viene a llamar Partido Libertario y no pocos medios en el mundo tienen la poca vergüenza de tildar a Milei, incluso, de anarquista. Al margen de la distorsión terminológica, a la que ha ayudado no poco la estolidez presente en las redes sociales, podríamos estar tentados de calificar a esa masa de argentinos, que ha votado a semejante elemento, de papanatas y borregos. No lo haremos, ya que en este inefable país llamado reino España también tenemos lo nuestro a la hora de introducir el papelito en la urna, y pondremos todos nuestros esfuerzos en tratar de arrojar un poco de luz a semejante esperpento.

Y es que el posible nuevo presidente de la Argentina se considera a sí mismo como anarcocapitalista, ya que muy probablemente, cuando abrace el poder, se dedique a desmantelar el Estado para que el libre mercado campe a sus anchas. Sí, es sarcasmo. Hay quien sostiene que no habría capitalismo sin Estado que lo proteja, por lo que concluid vosotros mismos. Por otra parte, tratando de hilar algo más fino, hay quien ha calificado a fulanos como Milei de anarquistas «de derecha», pero entramos hay en el terreno del oxímoron, como ocurre con esa falacia preescolar que denominan anarcocapitalismo. No obstante, como eso de «izquierda» a estas alturas posmodernas resulta tan difuso y confuso, es algo absolutamente innecesario poner nada aclaratorio a la bella acracia. Y es que, señalaremos primero lo más evidente, hablamos de un tipo que se ha presentado a las elecciones con ínfulas de líder carismático y demagógico, que nada tiene que ver con ninguna corriente auténticamente libertaria, cada una de las cuales han apostado siempre por la autogestión social, el apoyo mutuo y la horizontalidad. Por otra parte, el anarquismo es ferozmente antiautoritario, por que no hay cabida para la explotación del trabajo ajeno, que tanto gusta a esta gentuza bien vestida de engañosa retórica.

Recuerdo ese chiste gráfico del genial El Roto, tal vez en homenaje consciente o inconsciente al bueno de Proudhon, que rezaba que los que más defienden fervorosamente la propiedad privada son los que más roban. Efectivamente, y si hay una institución que proteja con ahínco el privilegio y la propiedad privada (de unos pocos) ese es papá Estado, por mucho que nos lo quiera presentar cierta izquierda solo con su cara protectora. Los anarquistas clásicos ya insistían en ello, y tal vez no podemos dejar que la confusión posmoderna nos haga mirar a otro lado: la antítesis gobernante/gobernado constituye el correlato de la de propietario/desposeído (cito sin ánimo de literalidad, por supuesto, y añadiendo algún vocablo de mi cosecha). Milei, y tantos otros representantes del peor rostro del liberalismo, se afanan en esgrimir la libertad frente a una supuesta izquierda totalitaria. El anarcocapitalismo, insistiré, es una vulgar mistificación, pero incluso en sus propuestas teóricas de supuesta desaparición del Estado solo quieren poner sus instituciones coercitivas, policía y justicia, en manos privadas (quizá algo no muy distinto de las oligarquías políticas disfrazadas de democracias que sufrimos). Seguramente, yo mismo entro en el terreno de la confusión cuando señalo a esta gente de ultraliberales, ya que hablamos de unas ideas (las liberales) más bien poliédricas, justo es decirlo. De hecho, el propio anarquismo, el de verdad, el que apuesta por la solidaridad como pieza irrenunciable de la libertad, asumió ya hace tiempo todo lo bueno que tenía el liberalismo.

 

Juan Cáspar

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