¿En qué piensas cuando piensas en una bruja? Seguramente te venga esa imagen tradicional de una mujer anciana, con la nariz ganchuda y muchas verrugas, arrugada y retorcida, con una mano extendida hacia ti que parece más de águila que humana.
Las ideas sobre lo que es una bruja no han cambiado demasiado desde el origen del mito, allá en la Edad Moderna (¡no, no en la Edad Media!). Entonces decían que las brujas comían niños, y su imagen se sigue usando para asustar a los más pequeños. Decían también que las brujas robaban la virilidad a los hombres, y que eran cónyuges del demonio. No son pocas las representaciones actuales de estas mujeres temibles que juegan con esa misma idea: las brujas son las femmes fatales que seducen al hombre hasta llevarle a su perdición, mujeres atractivas que de repente se convierten en ancianas desfiguradas.
Y, sin embargo, si estudiamos la figura histórica de la bruja, nos damos cuenta en seguida de que, ante el estereotipo social, es difícil crearse una idea clara de cómo debían ser. Y es que el único punto en común que tienen las vidas de las mujeres asesinadas por presunta brujería es que eran mujeres incómodas. Mujeres que no tenían un hombre a su lado, mujeres que poseían amplios conocimientos, o mujeres que molestaban por una u otra razón. Entonces, ¿de dónde salió la imagen de la bruja al estilo Blancanieves?
Resulta que la propaganda es muy poderosa y nos convence de ideas que se alejan kilómetros de la realidad. Si una no se interesa por la historia de las brujas (que no es ningún mito, sino Historia de las mujeres, Historia con mayúscula), puede aún creer que la caza de brujas fue un fenómeno de histeria colectiva originado por la superstición. Quizá se apiade de las mujeres torturadas, quemadas y ahogadas con la distancia que otorga el tiempo. Si una no rebusca un poco, no comprenderá la profunda injusticia que se nos hizo con la caza de brujas y que sigue vigente a día de hoy.
Porque no. La caza de brujas no fue fruto de la histeria. No había masas de personas enfurecidas agitando antorchas ante la puerta de las sanadoras del pueblo. Había un sistema muy cuidado de juicios y ajusticiamientos defendido por la Iglesia, sí, pero sobre todo por el Estado.
¿Qué interés podía tener el Estado en asesinar a tantas mujeres? Gran pregunta con truco. Porque no había solo un interés, había muchos. Y dos de estos intereses hacían necesario que fuesen mayoritariamente las mujeres, y no los hombres, las que pagaran en esos tiempos de represión.
Europa había pasado por unas epidemias que habían diezmado la población. Necesitaban muchas vidas nuevas para tener suficiente mano de obra para mantener un sistema que justo entonces estaba pasando del modelo feudal al modelo capitalista. Si bien el aborto en aquellos tiempos tampoco se veía como algo demasiado positivo, no existían leyes que lo regulasen. Las mujeres se encargaban de gestionar su embarazo en privado, con las matronas de cada núcleo de población. Pero si las mujeres podían elegir cuándo llevar a término un embarazo y cuándo no, significaba que estaban naciendo menos niños de los que potencialmente podían nacer. Con lo cual, ¿por qué no señalar y demonizar a las mujeres que ayudaban a otras a controlar su fertilidad (o a las que abortaban) y así forzar a las mujeres a tener descendencia aunque no quisieran? Las brujas no comían niños, no, pero evitaban que naciesen. En otras palabras, durante la caza de brujas, perdimos el control de nuestros cuerpos.
El otro factor por el que fueron las mujeres las receptoras de un odio desmedido fue la (re)distribución de las tierras comunales. En la época feudal, existían tierras comunales, es decir, tierras de todos y de nadie. Muchos campesinos, especialmente aquellos empobrecidos por la expropiación de las tierras durante la transición al capitalismo, dependían de estas tierras para su supervivencia, puesto que podían obtener sustento de ellas y crear comunidad. Las mujeres del campo tenía menos derechos sobre la tierra y menor poder social y económico. Por eso, ellas eran especialmente dependientes de estas tierras comunales y, cuando pasaron a ser propiedad privada, como dice Silvia Federici en su ensayo Calibán y la bruja, “esto perjudicó particularmente a las mujeres más viejas que, al no contar ya con el apoyo de sus hijos, cayeron en las filas de los pobres o sobrevivieron del préstamo, o de la ratería, atrasándose en los pagos”. Precisamente por el especial interés de las mujeres en las tierras comunales, estas participaron activamente en motines y protestas para evitar su privatización, algo que iba en contra del poder, y también del presunto rol más sumiso que las mujeres debían ejercer ya en esa época.
Con la privatización del suelo la subsistencia se hizo más difícil para todos los campesinos. La sensación de comunidad se debilitó sustancialmente, haciendo que el resquemor creciera y que, en lugar de unirse contra los poderosos como habían hecho antes, se dieran la espalda, acusándose entre sí de brujería.
En resumen, las cartas estaban en contra de las mujeres, especialmente de las que más encajan en la imagen tradicional de bruja: mujeres mayores que no se dejaban amedrentar y se defendían de la embestida capitalista y misógina que vivían. Debido, al menos en parte, al silenciamiento de las mujeres, las ideas capitalistas de la explotación de las tierras proliferaron. La eliminación de las tierras comunales, utilizadas y cuidadas por todos, se hizo efectiva.
No se puede negar que la sociedad sería profundamente diferente ahora si, en lugar de habernos vuelto en contra de las brujas, hubiésemos seguido luchando en contra del poder. Quizá nuestra relación con la naturaleza sería de mutuo cuidado, y no de explotación descontrolada que nos aliena y nos lleva de camino a la destrucción de nuestro planeta.
Clementine Lips
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