martes, noviembre 12

¿Qué fue de la lucha de clases?

 

Se atribuye a Marx, pero el concepto de la lucha de clases como motor histórico, al parecer y como tantos otros factores, ya se había bosquejado con anterioridad al ínclito autor de El capital. Sea como fuere, qué diablos ha quedado hoy, en esta época que tantos denominan posmoderna, de ese conflicto entre poseídos y desposeídos. Vamos a dejar a un lado el llamado materialismo histórico, es decir, todo ese rollo de desarrollo de las fuerzas productivas, que serían las determinantes de las clases sociales, el cual llevaría paulatinamente al progreso, se pasaría del capitalismo al socialismo dictadura del proletariado mediante para, finalmente, llegar a la sociedad comunista. Sin negar la importancia filosófica de Marx (y de Engels), aunque extremadamente crítico con la praxis política a la que dio lugar su pensamiento, hay que decir que me resulta difícil creer que, a día de hoy, todavía haya quien crea de manera rígida en esa visión finalista de la historia (pero, haberlos haylos, y siguen descifrando el jeroglífico marxista para encontrar alguna esperanza en no sé muy bien qué). Algunos sesudos consideran que el marxismo no contenía exactamente una visión teleológica de la historia (signifique lo que signifique eso), pero uno no puede pensar en un heredero mejor de la escatología cristiana: promesas de un paraíso final, que no llega, ni en esta vida ni en la otra.

Uno, claro, se queda con los anarquistas que, aceptando por supuesto la existencia y el conflicto entre clases, su lucha contra toda forma de opresión (no solo la económica) les hizo tener una visión más amplia, pragmática y, si queremos llamarla así, también realista. Donde unos aseguraban que sería el proletariado el sujeto revolucionario protagonista de la sociedad futura, los libertarios aseguraban que había que dar voz a todos los oprimidos (incluidos los que algunos llamaban desclasados). De acuerdo, pero eso era en el desarrollo de la modernidad, que algunos consideran periclitada (yo, no necesariamente), vemos qué ocurre en la aparentemente desesperanzada sociedad posmoderna. Creo que en la mayor parte del imaginario colectivo, contaminado por las visiones liberales más mezquinas, desgraciadamente, no hay apenas cabida para dicha confrontación entre clases. Y no me refiero a intelectualoides visiones de desarrollo histórico, sino a lo que observamos en el día a día en los llamados, de forma harto irónica, países avanzados; una ingente clase media o gris, con múltiples problemas, pero con la ilusión de una vida acomodada y aspirante incluso a subir un poquito en el escalafón social, a la que no extraña demasiado que haya personas tiradas en las calles provenientes del tercer y cuarto mundo (el segundo, creo que quedó ya en el recuerdo).

Pero, tengamos fe y esperanza (perdón por la retórica religiosa). A los anarquistas, y estoy seguro de que somos más de los que pensamos, no sé muy bien si seguimos creyendo en la lucha de clases (noción contaminada, efectivamente, por la visión marxista), pero nos repugna ver a otro ser humano pasando necesidad y quiero pensar que trabajamos por una sociedad, aceptando su diversidad (sobre todo, que no esté uniformada en su mezquindad), en la que ese sentimiento esté todo lo extendido posible. Hoy por hoy, hay toda suerte de justificaciones al ver que alguien esté durmiendo en la urbe entre cartones o se mira hacia otro lado cuando tantas personas se juegan la vida cruzando fronteras buscando una vida mejor. En otras palabras, se acepta de una manera u otra las peores taras en la humanidad como irresolubles o tal vez se piensa todavía en esa ilusión del progreso como algo abstracto. La realidad es que hay gente que, en estos momentos, está sufriendo y muriendo por causas que son perfectamente solucionables si la ética no estuviera totalmente distanciada de la política y la economía; al capitalismo, que se ha señalado como el principal perpetrador de la división de clases sociales, se unen en connivencia los intereses de la clase política dirigente. Todo clases y más clases para mantenernos a las personas atomizadas sin un verdadero sentimiento fraternal y solidario. Pero, seguiremos trabajando para que emerja algo mejor, y el ser humano ha demostrado en ocasiones tener rasgos auténticamente loables, frente a toda esa capa actual de ruindad y mediocridad. Llamémosle como queramos.

 

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/09/29/que-fue-de-la-lucha-de-clases/

sábado, noviembre 9

Seguid mirando a los árboles

 

Son solo columnas de madera que se ramifican en las alturas, que abren sus brazos donde nuestra mirada se queda corta. Nos interrumpen alguna vez el paseo, pero nos dan mucho más sin que nos demos cuenta. Aprendemos a esquivarlos como a elementos arquitectónicos (farolas, columnas, mástiles), pero dentro tienen vida. Nos regalan la magia de la naturaleza donde nos sentimos desconectados de ella, en nuestras ciudades, y un cobijo para la lluvia y el sol, y nos sobreviven sin que lo admiremos lo suficiente: están más cerca de la divinidad de lo que lo estamos los seres de carne.
 

Durante el verano, has ido con tu hija al parque a mirar los árboles, uno de sus pasatiempos antes de que las pantallas le arrebaten la atención. La ves levantar la cabeza, mirar a las ramas; sus ojitos de bebé se abren inmensos y permanece como extasiada mientras sus manos y pies tiemblan. Intentas mirar a través de sus ojos, un ejercicio de curiosidad y humildad supremas, pero solo ves árboles. Te preguntas: ¿qué mirará? Te esfuerzas por seguir la línea de sus pupilas hacia la cima del plátano que os regala sombra. ¿Qué mirará, qué estará mirando que nosotros los adultos ya no vemos, quizá algo que hemos invisibilizado, o perdido por el camino?

En el fondo, tú tampoco los miras. Haces lo que hacemos casi todos: caminamos deprisa por la ciudad, sin mirar hacia arriba, sin preguntarte de dónde viene esta sombra; esquivamos sus árboles, los damos por hecho. No advertimos su grandeza o sus sufrimientos, las marcas de sus luchas, las podas extremas que los dejan lisiados y enfermos por haber sido plantados demasiado cerca unos de otros. Algunas podas les reducen la vida en cientos de años, me cuenta un jardinero municipal. Cuando llueve, desesperados, tratan de florecer por sus muñones.

Los transeúntes permanecemos ignorantes a la masacre: el del árbol es un mundo de silencios. Por las calles, si nos fijamos, vemos sus cadáveres planos en los alcorques, arrancados en silencio para dejar sitio a terrazas, párquines o carreteras. Cuando una motosierra cercena un tronco, movida por la mano humana, queda en la herida su historia: cada uno de los círculos marca un año. Que nuestra breve existencia arranque al árbol la posibilidad de seguir la suya, mucho más larga, parece una aberración.
 

Los árboles no estuvieron siempre en nuestras ciudades. En el origen existieron solo en los espacios privados de los jardines árabes, los patios romanos, los monasterios medievales. Después, salieron al exterior a mezclarse con el paisaje urbano y conceder al paseante edenes y rincones y la silueta de los cipreses en los cementerios. Con la apertura de las murallas, las ciudades se expandieron y se motearon de verde y el arbolado se democratizó, y la era industrial y el hacinamiento nos lo dejó claro: los árboles tienen propiedades higiénicas y sanadoras, y surgió la Ciudad-jardín, y los modelos urbanísticos utópicos que entienden la naturaleza como un elemento medioambiental necesario, deseado, sin el que nos morimos de nostalgia.


Hoy, el coche ha dominado nuestras ciudades y exigido paso y pleitesía. Europa está lejos de la aberración de las “ciudades no caminables” norteamericanas, las autopistas construidas sobre ruinas de vecindarios mayormente negros. Sin embargo, a veces parecen querer arrastrarnos en dirección a esa distopía. En nuestras ciudades, los coches, parados el 90% del tiempo, ocupan casi el 70% del espacio público.


Igual que tu hija, mucha gente está levantando la cabeza para mirar (casi descubrir) los árboles. A darse cuenta de golpe de que siempre han estado ahí, regalándonos sombra y cobijo y absorbiendo dióxido de carbono; que nos hacen falta cuando la crisis climática se nos abalanza, cuando plantar árboles se ha demostrado una posible cura para los veranos que podrían matarnos.

En época estival extrañamos más su sombra; quizá por eso el verano pasado vio nacer algo fascinante: el despertar de un movimiento vecinal por la lucha medioambiental. En Madrid -una de las peores islas de calor del mundo- surgió en respuesta a la ampliación de una línea de metro, cuyas obras trajeron decisiones que amenazaron la arboleda y que algunos consideran innecesarias. La población madrileña se organizó, se manifestó y encadenó a los troncos, incluso trepó por sus ramas. Se salvaron 500 árboles. Ahora, el coche vuelve a ganarle espacio a la vida: cientos de ejemplares peligran por la construcción de una pista de Fórmula Uno y el contrato de aparcamiento subterráneo en la plaza de Santa Ana, que promete a la empresa que lo gestiona enormes beneficios. En el calor del verano, Ayuso ha propuesto cambiar la ley que protege al arbolado para que pueda ser talado a cambio de dinero y no de replantación. Otra zancada en dirección contraria a la ciencia.

Fuera de nuestras fronteras también han empezado a mirar a los árboles. En París impidieron un arboricidio para crear un jardín antes de los Juegos Olímpicos. En Berlín hubo protestas masivas donde Tesla taló más de 800 acres para construir una gigafábrica de coches. También en Bristol, Bombay, Malta, Vancouver, Sídney: gente que se enfrenta a los intereses de las grandes empresas para exigir ciudades habitables, sin más agenda que la ciencia.
 

Cuando acaba el verano y no necesitas su sombra, todos nos olvidamos de ellos. O quizá no. En el parque, tu hija sigue levantando la cabeza en su búsqueda, la boquita absorta, mirada fija de emoción. Tú aprendes de ella, del camino de sus ojos. Aprendes de las movilizaciones vecinales: cuando la conciencia se enciende, ya es difícil apagarla. Aunque acabe el verano, sigamos buscando las ramas altas, imaginando lo que hubo en los alcorques, la sombra que tendría esa avenida si le arrancáramos el asfalto. Aprendamos a mirar alrededor, darnos cuenta de dónde se posan nuestros pies, de que hay muchas formas de habitar y de diseñar nuestros espacios y que merecemos un lugar vivible, manoseada palabra: apto, aceptable, tolerable, admisible, óptimo, urgente, un espacio donde librar esta lucha contra el colapso y existir en paz y en todo el bienestar alcanzable. Una ciudad que se enfrente, con orgullo, a las lógicas que parecen ir en contra de la vida y de todas las vidas futuras. Una ciudad mejor para ti, para tu hija, para todos.

 

https://www.elsaltodiario.com 

miércoles, noviembre 6

Lucrecia: Un crimen de odio

 


David Cabrera y Garbiñe Armentia. Serie Documental de cuatro capítulos. Disney. 2024.

Cuatro capítulos de 30 minutos son insuficientes para abordar el asesinato de Lucrecia Pérez en 1992. Un feminicidio racista que fue expuesto en los medios de comunicación como el primer crimen xenófobo de la democracia, y que dejó una marca indeleble en la historia social y judicial de España. Los hechos son de sobra conocidos: de la plaza de los Cubos (situada en el centro de Madrid, junto a la Plaza de España, y epicentro habitual de la basura nazi durante años) sale un coche rumbo a Aravaca, lo conduce un guardia civil que porta pistola e ideología de extrema derecha incrustada en el alma, junto a él van tres chavales menores de edad que son skinheads nazis, el tipo conduce saltándose semáforos hasta las ruinas de la discoteca Four Roses, situada a la orilla de la carretera de la Coruña, donde pernoctan migrantes dominicanxs que mayoritariamente trabajan explotadxs limpiando las casas de la clase alta local, irrumpen a patadas y el agente de la autoridad descerraja tres tiros contra quienes estaban cenando a la luz de una vela, vuelven a Cubos a beber cerveza y jactarse de la hazaña, Lucrecia fallece en el acto y otro hombre permanece herido de cierta gravedad. Lo que aporta este documental, y a la vez en lo que se queda claramente corto, no tiene que ver con cuestiones periciales ni reconstrucciones ficcionadas de las que son habituales en los programas televisivos, sino con la exploración del conjunto de circunstancias de toda índole que posibilitan el propio asesinato.

En palabras del fiscal que formularía la acusación durante el juicio, a Lucrecia Pérez se la mata por pobre, negra y extranjera. La España moderna y seductora de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo’92 tiene una sórdida cara B: un cuerpo armado como la guardia civil lleno de fascistas (de hecho, el Estado tendría que indemnizar a la hija de Lucrecia al reflejarse en la condena que pese a que los mandos conocían la filiación ideológica del asesino, no hicieron nada al respecto), familias adeptas al antiguo régimen que crían pequeños rapados, un terreno social abonado al racismo alimentado a su vez con la explotación laboral de las primeras poblaciones migrantes, desidia policial frente a una oleada de agresiones, coexistencia de nostálgicas organizaciones de ultraderechistas con la ultraviolencia callejera de Bases Autónomas (que precisamente instaban a la organización informal autónoma y las acciones descentralizadas contra personas racializadas, homosexuales y movimientos sociales)… El asesinato no responde a una acción planificada por un movimiento organizado, pero eso no quiere decir que se trate de algo aislado, todo lo contrario, se inserta en una serie de lógicas y contextos. Y lo relevante de visionar esta serie documental reside en recurrir a la memoria histórica para para pensar el racismo tres décadas después, cuando este mismo verano se han producido los pogromos racistas de Reino Unido (jaleados a través de redes sociales por el fascista Tommy Robinson y a la sombra de las palabras de Elon Musk prediciendo lo inevitable de una guerra civil en Europa) y su conato de reproducción en nuestro territorio a raíz del asesinato de un niño en Mocejón, Toledo (aquí los bulos de que el culpable era un migrante magrebí fueron promovidos por el eurodiputado Alvise Pérez, periodistas de medios de digitales financiados con fondos públicos, distintos militantes de extrema derecha y una masa informe de ciudadanos dispuestos a creer y compartir la mierda que les echen siempre y cuando les exculpe de sus propias miserias).

En 1992 se produjeron movilizaciones antirracistas por todo el país, algunas de ellas históricamente multitudinarias, el antifascismo se fue dotando progresivamente de estructuras y recursos para dar respuesta a la ofensiva xenófoba. Hubo una respuesta social porque se produjo una interpelación social efectiva que arranca de la propia organización y protesta de la comunidad dominicana madrileña. Para muchas personas supuso el acercamiento a asambleas y colectivos de base. Quizás un producto cultural generalista como Lucrecia: Un crimen de odio pueda ser útil a la hora de hacernos preguntas con las que diseccionar el racismo que atraviesa hoy nuestra sociedad y poder combatirlo en mejores condiciones. ¿Cómo impactaría una noticia parecida cuando se está retransmitiendo un genocidio por redes?, ¿hay una suerte de anestesia emocional frente al horror, una distancia postpandémica con respecto a la realidad más cruel?, ¿cómo desbordarla si es que existe?, ¿hay maneras de anticipar una respuesta organizada en la calle frente a quienes buscan desencadenar disturbios raciales?, ¿hasta qué punto la propagación de bulos racistas pueden acabar en asesinato?, ¿cuál es el papel dentro de la violencia xenófoba de la gente más joven (al asesino de Lucrecia le acompañaban tres chavales de instituto de 16 años)?, ¿cuál es la incidencia real de la extrema derecha en las fuerzas de seguridad del estado (porque esta existe, véase por ejemplo el reciente acuerdo de un sindicato policial con la empresa Desokupa para recibir formación o los porcentajes de voto destinado a Vox entre policías y militares) y hasta dónde puede llegar (recordemos que este mismo año se han investigado a 400 policías en Alemania por sus vínculos con organizaciones neonazis)?, ¿qué sabe realmente eso que llamamos la opinión pública de las condiciones de vida de la población migrante, de su trascendencia en la economía (el empresariado más racista de este país es a su vez el que más se vale de la mano de obra barata), de la naturaleza de sus comunidades y vínculos (en el documental, Bernarda Jiménez, presidenta de la Asociación Voluntariado Madres Dominicanas, explica claramente cómo venían alertando de que algo así podía suceder sin que nadie les hiciera caso)…?

Démosle un valor de uso a este documental. El auge internacional del racismo lo exige.

 

https://www.todoporhacer.org 

domingo, noviembre 3

Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo


 

Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo

y no líneas y cifras sobre un mapa.

Que la abeja era un ser complejo y caro

y en sus alas bailaba nuestra suerte.



Amamos la inmortalidad más que a la vida

y conseguimos dejar un legado

una firma indeleble, una herencia.

Nos tendrá en su memoria todo inocente

o animal que tachamos de la lista.



En un pasado puro reside el misterio:

cómo era ser Emily Dickinson

cantar al árbol sin ser su verdugo

guardar el apocalipsis en un libro.

Dejar intacto el mundo detrás.





Ana Pérez Cañamares. En: Se agota el tiempo: rebelión poética por el clima. Ed. La Vorágine / Voces del Extremo. 2024