viernes, junio 7

El Dios Caníbal


En una ocasión, Bayer, orgulloso dios de las tierras de Renania, quiso culminar una fastuosa sala de banquetes construyendo un techo con la madera de un árbol sagrado. Pretendía talar el árbol donde, desde muchos años antes, se reunían las gentes de las aldeas para adorar a la diosa Deméter, la madre Tierra. Cuando lo supieron las dríadas, pequeños seres femeninos que habitaban el árbol, corrieron a solicitar el auxilio de su diosa.

Inicialmente la generosidad de Deméter optó por disuadir a Bayer con buenas palabras y finas maneras pero la respuesta del dios, con el hacha en la mano, era hacer con ella lo mismo que con el árbol. Fue entonces cuando Deméter ordenó a Némesis, la Venganza y a Limos, el Hambre, que vengaran este ultraje. De esta petición nació un monstruo que, cual engendro de tenia, penetró en las entrañas de Bayer de tal forma que desde entonces nada saciaría sus ganas de comer y cuanto más engullera más crecería su hambre.

Preso de un hambre infinita, Bayer mandó unificar todos los campos de sus dominios en un gran monocultivo que produjera su comer. Al demostrarse esto insuficiente, mandó talar, no sólo el árbol sagrado, sino todos los bosques para ampliar sus zonas de cultivos. Pero como la maldición predijo, cuanto más comía, más hambre sentía y a su alrededor, el hambre verdadera, el hambre por no tener nada que llevarse a la boca, hizo presencia entre las gentes del lugar, aunque poco le importó. La fertilidad del suelo, castigado por un tratamiento tan exigente, también disminuía peligrosamente a lo que Bayer respondió con la elaboración de unas pócimas que por un tiempo disimularon el agotamiento. Pero siempre tenía más y más hambre y de nada le sirvió ampliar sus dominios acaparando tierra de otras demarcaciones. El apetito no dejaba de crecer. De hecho, preso de la desesperación de tan enorme hambre, Bayer se comió a su hermano, el dios Monsanto que por alguna extraña razón parecía sufrir una maldición similar.

Bayer, insaciable, terminó comiéndose a sí mismo, poniendo fin así a nuestros tormentos.


Gustavo Duch

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