martes, mayo 27

Sindicalismo y “curanderismo”: el liberado como “doctor brujo” (V. Turner)

A manera de recapitulación, podemos establecer que la práctica sindical contemporánea coloca al “liberado” en una posición social e interpersonal general que recuerda la ubicación y las funciones asignadas a los “doctores brujos” ndembu, al menos tal y como Víctor Turner las describe. Desde esta perspectiva, el liberado sindical, sentado ante el trabajador que recurre a él para solventar algún problema (y afectado por aquel “síndrome de Viridiana” que lo persuade de que no es ya ‘otro’ su cometido), se nos aparece como una de las versiones modernas de los curanderos primitivos, una suerte de brujo, de adivino, que desplegará una actividad profundamente ritualizada para dar satisfacción a la demanda en el cumplimiento de las normas tácitas que permiten la reproducción del orden socio-laboral vigente, obteniendo de paso unos beneficios personales -como, p.ej., la justificación de su papel- que tenderán a consolidarlo en el privilegio y que él se encargará de disimular cínicamente, al modo de la mayor parte de los funcionarios y como uno más de los servidores del Estado.

Astuto e interesado, el liberado sindical se separa del resto de la comunidad laboral y justifica sus prerrogativas mediante los servicios que alega prestar al resto de sus ex-compañeros. Sin embargo, no son los individuos concretos del mundo del trabajo los beneficiarios últimos de su práctica, sino el sistema socio-político general -que lo ha reclutado, erigiéndolo en una especie de para-funcionario, para que tramite toda demanda, atienda todo descontento, en la salvaguarda de las normas y los valores del Orden establecido. Cómodo en su papel, armado de cinismo, apoyándose de vez en cuando en una retórica destructiva que oculta su conformismo secreto, y presentándose como un hombre defraudado por los supuestos destinatarios de sus servicios, el liberado irá arraigando en la ética y en la estética de la pequeña burguesía, de la clase media acomodada, acogiendo insidiosamente los códigos de represión y reconducción del deseo que caracterizan a la subjetividad funcionaria. El “rito”, los “simbolos dominantes” no menos que los “instrumentales”, le sirven para legitimar su papel y contribuir a la cohesión del orden político-social. Siendo mucho lo que se espera de él, no es demasiado lo que se le exige: un conocimiento del medio, una permanente exploración del estado de la comunidad laboral, un ejercicio cotidiano del análisis psico-sociológico e institucional...

Doctor-brujo, curandero, advino, neo-Ihembi, el liberado sindical de nuestro tiempo es simplemente un arribista, un hedonista, que ha fundido su causa personal con la causa del Estado y mantiene a la comunidad laboral en la engañifa de que existe para servirla. Individuo particularmente cínico, mentiroso profesional, agente del orden real y del desorden aparente, policía soterrado de la subjetividad, no se merece más respeto que el que hoy profesamos a aquellos kapos de los campos de concentración alemanes, ratas astutas procurando vivir mejor que el resto de sus compañeros de presidio.


Pedro García Olivo

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