lunes, septiembre 22

Aforismos necrocomerciales

 


Al mismo tiempo que el Centre Delàs revelaba los contratos de compra de armas entre Israel y España, el sindicato agrario COAG volvía a recordarnos que al entrar en el mes de mayo, desde hace ya varios años, las grandes cadenas de distribución inundan los lineales con patatas importadas de Israel, mientras en nuestros campos ya se está cosechando la patata nueva. Si con las guerras se enriquecen las empresas armamentísticas, con la importación masiva de patatas foráneas lo que se consigue es forzar al campesinado local a malvender su patata a precios de miseria. Ambos son negocios de explotación.
Hace diez años ya se publicaban noticias sobre camiones españoles cargados de patatas nuevas que viajaban hacia Francia; en el trayecto de vuelta, la carga era de patatas viejas del país vecino, de peor calidad. El poder en el libre mercado lo ejerce el poder adquisitivo.
En 1925, ocho empresas, entre ellas Bayer y Basf, fundaron la compañía química más grande de aquel entonces: I.G. Farben. En 1933, I.G. Farben brindó apoyo financiero al partido nazi que, una vez en el poder, le devolvió el favor comprándole millones de latas de uno de sus más efectivos pesticidas, el Zyklon B, que se utilizó en las cámaras de exterminio. El negocio de matar, la guerra y la agroindustria, siempre han ido cogidos de la mano.
Se llamó ‘agente naranja’ al herbicida con el que las tropas estadounidenses rociaban los bosques y campos de cultivos en la guerra del Vietnam. Fabuloso veneno para descubrir los escondites del enemigo, fabuloso para hacerles sufrir hambre. Uno de sus máximos productores, Monsanto, patentó años después el que hoy sigue siendo el pesticida más vendido en el mundo, el glifosato. No consuela que Monsanto desapareciera, se lo comió Bayer.
El glifosato es, producción y ventas, la principal arma química agrícola. Y en el ranking de las cinco mayores productoras de esta sustancia cancerígena encontramos a Bayer y Basf, así como a Syngenta (en manos de la compañía estatal china ChemChina) y Adama, una de sus divisiones. El glifosato es un digno sucesor del Zyclon B y el agente naranja. Para quienes negocian con él, quema y rinde por igual.

Como dicen en su web, la historia de ADAMA comienza con cuatro jóvenes emprendedores cuya pasión por la química los llevó a poner en marcha dos empresas de protección de cultivos (eufemismo), Agan (1945) y Makhteshim (1952). Ambas empresas se fusionaron en 1997 para crear Makhteshim Agan que en 2014 pasó a llamarse ADAMA. Que Agan y Makhteshim fueran empresas israelitas y que la sede central de ADAMA siga en este país dice mucho de su poderío agroindustrial.
Israel es una potencia en armamento y agroquímicos. Como hemos visto, fabricar armas, exportarlas y explotarlas, y fabricar pesticidas, exportarlos y rociarlos, son dos negocios hermanos.


El problema de los círculos es que se cierran.




Revista CTXT. 19 mayo 2025. Gustavo Duch

viernes, septiembre 19

Petas, pico, pum..! Las drogas en los setenta

 


Una entrevista de Alva Tebar a Antonio Orihuela


1. ¿Por qué motivos dirías que la gente decide drogarse? ¿Es una forma de escapismo?

En esto de drogarnos, la verdad, no somos muy originales, muchas otras especies también se drogan. La búsqueda del colocón no es algo exclusivamente humano, mamíferos, aves, reptiles, insectos, peces y batracios varios se la pasan igualmente intentando ponerse a gusto… ¿escapismo?, tal vez sea una admonición cargada en demasía de moralina hecha a partes iguales de ética protestante e integrismo proletario. ¿Es que no nos pasamos la vida haciendo cosas para escapar? ¿Y por qué no búsqueda de placer, de conocimiento, de experiencia?


Lo evidente es que, como afirma el poeta y psiconauta Daniel Macías Díaz: “la mayor parte de la población adulta de la tierra visita esa deseada alteridad mental de la ebriedad frecuentemente a través de fármacos y sustancias legales o ilegales siempre disponibles y continuamente provistos vía receta, bar, estanco, smartshop o minorista clandestino. La demanda mundial de lo que emborracha siempre ha sido inmensa, y sigue y seguirá creciendo, o dicho de otra manera, la guerra contra la droga se perdió antes de empezar.”1

O como le gusta decir al historiador Juan Carlos Usó: “Las personas nos drogamos para sentirnos bien. Y, si ya estamos bien, para sentirnos mejor”2.

2. ¿Cómo afectó la Transición a la popularización entre ciertos sectores del consumo de heroína?

La Transición fue un tiempo marcado por la subversión de los valores y las conductas impuestas durante la larga dictadura, en ella se concitaron todos los sueños de utopía que luego fueron fagocitados por la sociedad de consumo o fueron aplastados por el autoritarismo del régimen transicional. Del rollo expansivo y psiquedélico se pasó a una consigna bastante más simple: ¡drógate!, y sobre todo más acorde con los tiempos que corrían, donde el único horizonte para la mayoría de la juventud de los barrios obreros era el paro, la exclusión y la alienación; pero la heroína, en todo este proceso, y hasta finales de los años setenta, sigue siendo una sustancia exótica.

3. ¿El consumo de droga resultó ser una forma más de autodefinirse e identificarse entre grupos de jóvenes de izquierdas o contraculturales?

Los partidos de izquierda eran muy críticos con respecto al tema de las drogas ilegales, ya que siempre han considerado la ebriedad como un estado contrario a las exigencias críticas de la razón, no así la contracultura, donde su consumo reforzaba unas conductas que atentaban directamente contra los pilares básicos del orden social y económico establecido.

El consumo de cualquier tipo de sustancia ilegal significaba ruptura… y la heroína no tenía, en sus inicios, el estigma con el que los medios de formación de masas la invistieron luego, de hecho era una droga cargada de glamour, así que los jóvenes la consumían de la misma manera que lo habían hecho con los porros, los ácidos, los hongos o cualquier tipo de droga que se pusiera a tiro…

4. ¿Tenía un componente generacional el consumo de drogas? ¿Por qué?

Legales e ilegales, las drogas siguen formando parte de los rituales de socialización de los jóvenes y de los no tan jóvenes; pero más que generacional, creo que lo que tienen es un componente transversal, es decir, son utilizadas con el mismo fin por personas generacionalmente muy distantes.

Puede que los consumos se acentúen durante la juventud, por el carácter angustioso, conflictivo, precario, incierto y experimentador que tiene esta etapa psicosocial, ya que como dice Usó, durante mucho tiempo —al menos dos décadas de sus vidas—, los humanos se guían por lo prohibido para localizar lo deseable. Luego una parte abraza el orden, pero incluso ese segmento tiene por seguro que algo muy caro, perseguido y peligroso alberga placeres inmensos. Pero identificar el consumo con un componente generacional no hace sino volver a buscar cabezas de turco entre los más débiles3.

5. ¿Fue la heroína un arma de Estado para desmovilizar a los grupos políticamente disidentes?

La disidencia fue desmovilizada desde fuera, por las lógicas de la sociedad de consumo y la política del consenso, a la que muchos se apuntaron abandonando viejas banderías que quedaban lejos del paraíso prometido por los grandes almacenes. Y también desde dentro, a nivel individual, pues muchos descubrieron en los paraísos artificiales la tierra prometida que la disidencia política no les había entregado.

Fueron muchos los que  buscaron por el atajo un bienestar que la sociedad de consumo les negaba por vías convencionales: descreídos políticos, transgresores sociales, insatisfechos existenciales, desesperanzados que veían cómo la crisis, el paro y la falta de expectativas les ponía muy difícil gozar de los supuestos paraísos que el capitalismo prometía. La heroína gestionó su dolor proporcionándoles un mundo de alivio rápido y placer seguro.

Pero el mito de la inducción toxicológica y la conspiración estatista capitalista montado por la intelectualidad de izquierda no es más que eso, un mito, un argumento conspiranoico con el que desviar la atención de la responsabilidad que tuvo esa izquierda (que se vendió en el pacto transicional y traicionó todos sus ideales revolucionarios) en la extensión del desencanto social.

Por otro lado, la presencia en el mercado de algunos productos de consumo (libros, discos, películas), que contribuyeron a estimular cierta demanda, socializando el deseo entre los jóvenes, tampoco ayudó; como no lo hizo el contexto socioeconómico  (crisis económica, paro, falta de expectativas para la juventud), ni las campañas de los medios de comunicación que, ávidos de sensacionalismo, lejos de ayudar a paliar el consumo incentivaron el interés de muchos jóvenes por algo tan peligroso y perseguido que encerraba placeres inmensos, llevándolos a un consumo irresponsable.


Como nos recuerda Juan Carlos Usó, que es quien probablemente más tiempo ha dedicado a estudiar este aspecto de la historia reciente de las drogas en nuestro país, es un mito asumido por mucha gente. Por los supervivientes que se quieren dar lustre, por el yonqui que en ese supuesto pasa a ser una víctima, y por los palmeros de las conspiraciones políticas que confirman sus delirios. Si continúa vivo es porque sigue siendo funcional.

En última instancia, Usó afirma que semejante planteamiento está viciado de entrada, ya que sólo contempla la oferta y no tiene para nada en cuenta la demanda4.

6. ¿La droga afectó por igual a personas politizadas que a sectores marginales no politizados? ¿Quién dirías que fue el colectivo más damnificado?

Se podría hablar de tres grandes grupos, con afecciones propias derivadas de su naturaleza, composición y extracción social, que hace que en muchas ocasiones, se entrecrucen observados en tanto personas concretas.

1. Contraculturales: La sensación de autoderrota, de repliegue hacia el ámbito de lo privado en medio de un paisaje de rupturas, decepción, desencanto, apocamiento y falta de interés por continuar con unos proyectos que se van desmoronando en un ambiente de discordias, desafección, impotencia, suicidios o huidas a paraísos artificiales estuvo bastante extendida entre los colectivos contraculturales de finales de los años setenta.

Cabría señalar, que los contraculturales que venían de la mesocracia y supieron esquivar la adicción, son quienes mejor surcaron ese tiempo, convirtiéndose en consumidores ocasionales hasta hoy sin que sobre ellos haya recaído ningún estigma social.

 

2. Presos: Entre 1979 y 1981, la población reclusa española se duplicó, estando el 90% de los ingresos relacionados con las drogas. La extensión de las drogas duras por los recintos penitenciarios supuso un completo desastre para los internos, si bien sirvió para desarticular la mayor plataforma reivindicativa que jamás han organizado los presos en nuestro país, la COPEL, y empeoró las condiciones de vida de los penados, acabando con la vida de muchos de ellos.

3. Subproletariado: Concentrados y segregados en lo que hoy llamamos banlieue, los hijos de la emigración y la exclusión social se vieron, además, azotados por la crisis económica de los años setenta que llevó al paro a la mitad de los jóvenes españoles. Una crisis que apenas les dejó hacerse dueños de los descampados, las ruinas, los no lugares donde solo los más aptos y en condiciones extremas, tuvieron tiempo de vivir una fugaz adolescencia construida sobre los pequeños hurtos y el consumo de drogas. Si sus padres habían construido una chabola desde la que mirar el futuro con optimismo, ellos construyeron su imaginario sobre las llantas de un SEAT-127 robado, matando el tiempo entre futbolines, billares y discotecas antes de que el tiempo decidiera acabar finalmente con ellos en los centros de almacenamiento de yonquis, los reformatorios, las prisiones y las salas de apestados de los hospitales. Convertidos en espectros en chándal, fueron colocados junto al resto de los desperdicios del primer mundo.

7. ¿Alguien cercano a ti cayó en las drogas? En caso afirmativo, ¿cómo lo viviste? ¿En qué círculo social se movía y por qué empezó a consumir?

Lo de “caer en las drogas” es de nuevo un juicio de valor, una pregunta moral que creo contestada en la primera.

8. ¿Qué responsabilidad tuvieron los medios de comunicación en la popularización de la heroína en los años 80? ¿Creaban alarma, criminalizaban o informaban debidamente?

La radio, la televisión y la prensa reaccionaria y conservadora, es decir, casi toda la generalista, lanzaban, como hacen hoy día con los okupas, por ejemplo, campañas destinadas a sobredimensionar el problema, desinformando y creando un estado de alarma social que criminalizaba no al drogadicto, pues este estaba extendido entre todas las clases sociales, sino al escuálido espectro de cara amarillenta que, venido desde los arrabales, sucio, descuidado y enfundado en cuero negro y pantalones de pitillo, se dedicaba a cometer pequeños hurtos para poderse pagar su dosis.

9. ¿Qué papel deberían haber tomado las instituciones respecto al aumento de drogadicciones? ¿Qué crees que se hizo bien y qué crees que se hizo mal?

Se hizo todo lo mal que se pudo. A partir de 1978 el gobierno español creó “el problema de la heroína”, ofreciendo en los medios una exitosa campaña de marketing que lejos de disuadir de su consumo a la juventud, socializó su deseo. Los alarmantes vaticinios que clamaban los medios no hacían sino favorecer la curiosidad por su consumo y el Estado, criminalizando su consumo, criminalizaba también a una juventud que iba a pagar en primera persona la crisis económica y la reconversión industrial. La gente del rollo, marginados política, social y económicamente, ya podían ser perseguidos a balazos. El yonqui se hizo yonqui en el proceso social de asumir esta identidad que lo criminalizaba.

La rebeldía de los jóvenes se encauzó en la épica heroica que extendían la música rock, los conciertos, las revistas, películas y otros productos de consumo masivo, despertando curiosidad y deseo, y contribuyendo a propagar la dulce conformidad y el abandono emocional y sensorial que proporcionaba la heroína. La alienación ganó la batalla a la experimentación política y a la expansión de la conciencia. Finalmente, como nos recuerda Usó, con la creación del Plan Nacional sobre Drogas, en 1985, el denominado “problema” quedó definitivamente “institucionalizado”5.


La heroína disparó la pequeña delincuencia entre sus usuarios sin recursos y los medios masivos extendieron las redes del miedo entre los ciudadanos ante lo que presentaron como una oleada de delincuencia sin igual en la historia de España, obligando a la gente a buscar la seguridad del hogar y los locales cerrados. Las plazas y los espacios públicos, hasta entonces signos de encuentro y sociabilidad popular, se vaciaron, se volvieron hostiles, duros, impersonales; habrá que esperar treinta años para que de nuevo estos lugares se vuelvan a resignificar gracias al impulso del 15M.

10. Actualmente, ¿dirías que se aborda correctamente el problema de las drogadicciones en España?

Es cierto que hay más información, ONGs muy serias como Energy Control y Metzineres, orientadas a la reducción de riesgos y daños, revistas especializadas como Cañamo, Ulises, etc. donde uno puede acceder a muchas investigaciones y enriquecer su propio arsenal intelectual y experiencial, pero los aspectos más terribles de la legislación prohibicionista común, con pequeñas diferencias, a todos los Estados, siguen ahí, sin ser abordados:
– La guerra contra las drogas supone un enorme gasto para el Estado, tanto en su persecución como en su represión, y jamás se ganará porque, entre otras cosas, junto con la esclavitud y las armas, constituyen uno de los mayores negocios del mundo, además, libre de impuestos.

– Con la ilegalización, el negocio pasó de estar en la venta legal y reglada  a estar en su prohibición y los consumidores pasaron de ser eso, simples consumidores, a convertirse en delincuentes que infringían la ley, y que, por tanto, podían ser detenidos y encarcelados. El mercado negro no ha dejado desde entonces de crecer, y con él, los crímenes y los fallecidos derivados de la adulteración, las guerras entre mafias y la persecución policial.

– Como nos recuerda Juan Carlos Usó: “Antes de la prohibición el control y la dispensación de estas sustancias estaba en manos de profesionales de la salud: médicos y farmacéuticos. Al imponerse la política prohibicionista, o sea, después de la prohibición, el control pasó a manos de la policía (y demás cuerpos de seguridad), y la dispensación a manos de criminales”6. Y así nos va desde entonces.

– Las cárceles del primer mundo están llenas en su mayor parte de presos por delitos relacionados con la droga, con el coste al erario público que esto conlleva.

– Sólo la regularización del cannabis en España podría crear 90.000 empleos y unos ingresos vía impuestos en torno a los 3.000 millones,  el doble del presupuesto de Ministerio de Cultura. Sin embargo, y sin saber muy bien por qué (el 90% de la población aprueba su regularización) la clase política prefiere que ese dinero se pierda en transacciones opacas y que no tengamos a la policía trabajando en mejores afanes.

– Como recalca Daniel Macías Díaz: “La prohibición metió en el mismo saco una variedad enorme de sustancias: algunas de ellas, como los enteógenos, claves para el conocimiento de la mente y el alma humanas, y asociadas de muy antiguo a prácticas mágicas y religiosas; otras con un enorme potencial terapéutico, demostrado en aplicaciones médicas, psiquiátricas y psicológicas.”7

– Las plantas sagradas nos recuerdan que somos espíritu, comunidad y naturaleza; y recuperar esos vínculos, entrelazar esas tres realidades, reconocer que somos “eso”, en medio del colapso social y ecológico al que nos abocamos, es lo único que nos podrá salvar como especie. Sin embargo, seguimos en guerra contra la expansión de la conciencia, es decir, contra nosotros mismos; seguimos en guerra contra los demás, porque así lo dicta el neoliberalismo, y seguimos en guerra contra la naturaleza, cuando deberíamos estar en guerra contra el capitalismo. En este sentido, las plantas sagradas son un magnífico aliado para descubrir esas costas extrañas, esos caladeros de belleza desconocidos; son la gran hoguera en la que verás arder todas tus adherencias, en la que chisporrotearán y se derretirán todos los implantes; la puerta para acceder a la delicada delicia del eterno momento. Preservarlas, venerarlas y aprender de ellas me parece una de las escasas vías que nos queda para parar el biocidio en ciernes.

En conclusión, tomando de nuevo las palabras de Daniel Macías Díaz: “se puede decir que la prohibición no detiene ni la oferta, ni la demanda, (verbigracia el caso del duro y desigual matrimonio entre los EE.UU. y Colombia) generando: violencia, dolor, terror y castigo para los más débiles; corrupción, enormes beneficios, y grandes cuotas de influencia y poder ocultos sobre los gobiernos; y por último, toda esta farsa planetaria supone para todos un coste económico inútil que puede ser destinado para fines más nobles. Al igual que muchos derechos que nos dejamos robar en algún momento de la historia y otros que aún no han sido conquistados, la prohibición constituye en esencia la negación de nuestra ancestral libertad farmacológica. Muy probablemente en el futuro contaremos con un nuevo derecho fundamental, el derecho a la ebriedad.”8


  1. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎
  2. https://canamo.net/cultura/reportaje/cuidado-no-te-pongan-droga-en-el-vaso ↩︎
  3. Juan Carlos Usó Arnal. Drogas, neutralidad y presión mediática. Ed. El Desvelo. ↩︎
  4. Juan Carlos Usó Arnal. ¿Nos matan con heroína?: sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado. Libros Crudos, 2015. ↩︎
  5. Juan Carlos Usó Arnal. ¿Nos matan con heroína?: sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado. Libros Crudos, 2015. ↩︎
  6. Ibídem ↩︎
  7. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎
  8. http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com/2010/05/el-mono-borracho-y-el-derecho-la.html ↩︎

 

 

 

martes, septiembre 16

Israel pisa el acelerador del genocidio palestino, mientras el activismo internacional lo intenta parar


Al inicio del verano, el 88% de la Franja de Gaza se consideraba una “zona militar” para las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), eufemismo que significaba que la población civil había sido forzada a abandonarla. Sin embargo, el pasado 8 de agosto, el Gabinete de Seguridad de Israel desveló que pensaba actuar sobre buena parte del 12% restante y aprobó una nueva fase de la Operación Carros de Gedeón, es decir, del genocidio que está perpetrando en el enclave: tomar la Ciudad de Gaza –donde viven un millón de personas– y mantener el “control” permanente de la misma.

En cumplimiento de su plan, el 20 de agosto, Benjamin Netanyahu movilizó a 60.000 reservistas –en contra incluso de la opinión de Eyal Zamir, jefe del Estado Mayor de las FDI– y actualmente ocupa la periferia de una ciudad que está siendo sometida a intensos bombardeos. Y ello con vistas a desplazar a toda la población del norte hacia el sur y recluir a los gazatíes en campos de concentración.

Unas semanas después, The Washington Post filtró un plan de posguerra para la Franja de Gaza, de 38 páginas, que circula dentro de la Administración de Donald Trump. En la línea de lo que había anunciado el presidente a principios de año, contempla la reubicación de los dos millones de habitantes del enclave. Los gazatíes recibirían 5.000 dólares, un año de alimentos y cuatro años de alquiler en otros países a cambio de abandonar sus casas y ceder los derechos de explotación de su suelo a los gringos. Según su visión, Gaza pasaría a considerarse un territorio bajo control estadounidense durante un periodo de diez años y la región, en la cual se construirían entre seis y ocho ciudades inteligentes movidas por una IA, se dedicaría a la producción tecnológica (una suerte de Silicon Valley) y al turismo de lujo.

Paralelamente a las operaciones militares en Gaza, Israel anunció el pasado 21 de agosto la aprobación de un nuevo bloque de asentamientos ilegales en Cisjordania (concretamente, 3.400 viviendas al Este de Jerusalén y cerca de Maale Adumim, otro asentamiento israelí) que, de llevarse a cabo, dividirá el territorio en dos. Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas israelí, explicó sin pelos en la lengua que con ello se eliminaría la posibilidad a futuro de un Estado Palestino.

Los planes de Trump y Netanyahu evidencian su intención de completar la limpieza étnica del pueblo palestino y de entregar la totalidad del país a los sionistas y a las empresas occidentales que sostienen su régimen colonial.

Occidente mira, pero no actúa

Incluso figuras usualmente tibias con Israel, como Emmanuel Macron (Francia), o directamente colaboracionistas del genocidio, como Friedrich Merz (Alemania), han expresado en las últimas semanas su rechazo a los brutales planes israelí y estadounidense.

Por ello, y para intentar lavar una imagen muy dañada, el mismo 21 de agosto el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí anunció que, de cara al mes de diciembre, invitará a más de 400 delegaciones internacionales (es decir, unos 5.000 participantes) al país, con el objetivo de “ayudar a difundir la narrativa israelí en los medios internacionales”, según ha informado The Times of Israel. Hasta ahora, Israel solía recibir unas 25 delegaciones por año. Esto demuestra lo desesperado que está Netanyahu por cambiar la percepción de Estado paria que se ha granjeado entre la comunidad internacional.

Y es que la existencia de un genocidio es cada vez más difícil de negar. A principios de septiembre, los datos oficiales elevaron las muertes en Gaza a 64.7391 (y a 1.000 en Cisjordania) desde el 7 de octubre de 2023. Asimismo, el 80% de las infraestructuras de Gaza habrían sido destruidas en los últimos 23 meses.

De los fallecimientos en la franja, al menos 147 se han producido por inanición, una cifra que solo puede aumentar, según Unicef y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), quienes advierten que los indicadores clave de alimentación y nutrición en Gaza ya superan los umbrales de hambruna y que “se está agotando el tiempo para poner en marcha una respuestas humanitaria a gran escala”.

Según la última alerta de la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (CIF), los niveles son los peores desde que comenzó el conflicto y dos de los tres umbrales que indican hambruna se han superado en algunas partes de la Franja. El primero de estos indicadores, el consumo de alimentos, se ha desplomado en Gaza desde la última actualización del CIF en mayo de 2025. Más de un tercio de la población, hasta un 39%, se pasa varios días seguidos sin comer. La desnutrición aguda es el segundo indicador y ha aumentado “a un ritmo sin precedentes”. En la ciudad de Gaza, dice el CIF, los niveles de desnutrición entre los niños y niñas menores de cinco años se han cuadruplicado en dos meses y ha alcanzado en julio el 16,5%. Más de 320.000 niños y niñas, toda la población menor de cinco años de Gaza, corre riesgo de desnutrición aguda, según PMA y Unicef. Solo en junio, más de 6.500 niños y niñas fueron ingresados para recibir tratamiento contra la desnutrición.

Frente a esta barbarie, ningún gobierno occidental está actuando de manera contundente. Por ejemplo, el 8 de septiembre, el presidente español, Pedro Sánchez, realizó una solemne comparecencia en la que llamó a las cosas por su nombre y tildó de “genocidio” lo que Israel está perpetrando en Gaza. Sin duda, no habría proferido estas palabras si no fuera por la enorme movilización social a favor del pueblo palestino.

 A continuación, Sánchez anunció la aprobación de una serie de medidas destinadas a “detener el exterminio”, las cuales incluyen (1) “consolidar el embargo de armas a Israel” que se lleva produciendo “desde el 7 de octubre de 2023”, (2) prohibir que atraquen en puertos españoles barcos que transportan combustible a las FDI, (3) prohibir el tránsito por el espacio aéreo español de armas con destino a Israel, (4) aumentar las partidas de ayuda humanitaria a Gaza, (5) la prohibición de importar productos que provengan de los territorios ocupados y (6) la limitación de servicios consulares a españoles en asentamientos ilegales.

No podemos evitar mostrar nuestro escepticismo ante afirmaciones como la de que (1) se va a “consolidar” el embargo de armas a Israel, cuando no es cierto que exista: y es que desde el mes de de octubre de 2023 hasta el de marzo de 2025, España ha realizado al menos 88 exportaciones de armas por valor de 5,3 millones de euros a empresas de seguridad israelíes y ha importado al menos 36,6 millones de euros en armas y carros de combate desde Israel. Asimismo, las empresas de defensa y seguridad israelíes, sus filiales o terceras empresas en relación con productos israelíes han sido adjudicatarias de al menos 40 contratos de instituciones españolas por un valor de más de mil millones de euros.

Asimismo, las medidas muestran algunos resquicios importantes, como por ejemplo el hecho de que (2) aunque se prohíba que atraquen en puertos españoles barcos que transportan combustible, no se impide que transporten armas o materiales estratégicos como el acero.

Además, en cuanto al anuncio (3) de que no pasarían armas para las FDI transportadas por avión por el espacio aéreo español, la cadena SER aclaró unas horas después que esa medida no afectaría a los aviones estadounidenses que hicieran escala en las bases de Rota o Morón, como ocurrió durante la ofensiva contra Irán de hace unos meses.

Solo el pueblo salva el pueblo

A nivel internacional, el Gobierno del PSOE y Sumar se consideran uno de los Ejecutivos más implicados con la causa palestina. Es muy triste, pero es que el panorama mundial de ultraderechización no da para mucho más. Pero, pese a tener esta reputación, el Ejecutivo español no se atreve a romper definitivamente relaciones con Israel, lo cual habría sido una medida mucho más eficaz contra el genocidio.

Tanto en el Estado español como en el resto de países de nuestro entorno, la solidaridad con Palestina está siendo reprimida por los gobiernos, con independencia de su color. Prueba de ello son las más de 800 detenidas en el Reino Unido por expresar su apoyo al grupo ilegalizado Palestine Action, o las estudiantes detenidas y expulsadas en EEUU por acampar pacíficamente, por citar algunos ejemplos. Pese a ello, la lucha no cesa y seguimos saliendo a las calles a protestar, pedimos el boicot a empresas que colaboran con el genocidio o la ocupación, cortamos las calles al paso de la Vuelta ciclista que blanquea la limpieza étnica, colocamos pancartas, repartimos flyers, pegamos pegatinas, etc.

Existen varios ejemplos de activistas que, ante la inacción de los Gobiernos, han tomado la iniciativa para intentar hacer llegar ayuda humanitaria a Gaza y paliar los efectos de la hambruna. Por ejemplo, en junio unas 4.000 personas de 80 países distintos llevaron a cabo una Marcha a Gaza e intentaron romper el bloqueo humanitario y llegar a la frontera de Rafah con Egipto. Sin embargo, fueron brutalmente apaleadas, detenidas y/o deportadas por las autoridades egipcias.

Más recientemente, el 31 de agosto, cuatro decenas de barcos civiles partieron del puerto de Barcelona en la Global Sumund Flotilla, la flotilla más grande de la historia, y confluyeron con otras embarcaciones procedentes de Túnez en alta mar unos días después. En esta iniciativa participan 2.000 personas que provienen de más de 44 países, cargados de alimentos, leche en polvo y medicamentos. Se trata del tercer intento de romper el bloqueo por mar en lo que va de año, después de que los dos anteriores fueran asaltados por las FDI y sus tripulantes detenidas y expulsadas.

 En el momento en el que escribimos estas líneas, la flotilla todavía no ha llegado a la costa de Gaza, pero el ministro israelí de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, ha anunciado que les tratará como a terroristas. Ante esto, los estibadores de Génova, en un precioso ejemplo de solidaridad internacionalista, amenazaron con bloquear todos los envíos a Israel [13.000 contenedores al año] si se cumplen las represalias. “Si perdemos el contacto con nuestros barcos, con nuestros compañeros, aunque sea por 20 minutos, paralizaremos toda Europa”, declaró un estibador del Colectivo Autónomo de Estibadores (CALP) en un vídeo viral.

Unos días después, la Unión Sindical de Trabajadores Portuarios, el sindicato mayoritario del comité de empresa del puerto de Barcelona, se sumó al CALP: “el Estado de Israel está imponiendo sobre la población de Gaza aquello que la Organización de las Naciones Unidas ha calificado como «hambre provocada» y «crimen de guerra», empujando a la inanición y en la muerte una región habitada por aproximadamente 2,1 millones de personas, de las cuales el 100% sufre inseguridad alimentaria aguda y unas 641 000 ya se encuentran en situación de hambre extrema. […] Los trabajadores portuarios, y toda la clase trabajadora de Europa en general, no podemos restar impasibles ante las guerras que se llevan a cabo con la complicidad necesaria de nuestros gobiernos, que utilizan armamento producido a nuestras fábricas y que, a través de nuestros puertos, transportan material bélico para masacrar trabajadores otras partes del mundo”.

Por ello hacen un llamamiento a apoyar a “toda iniciativa encaminada a parar la guerra brutal e injusta que Israel está lanzando contra el pueblo palestino”. Consideran que los trabajadores deben “hacer todo aquello que esté en nuestras manos para defender la misión humanitaria hacia Gaza” y declaran su “apoyo total” a los portuarios de Génova “que han tomado su lugar en esta misión, poniendo en riesgo no solo sus lugares de trabajo sino también sus vidas”.

Es una frase tan manida que suena a cliché, pero sigue siendo cierto: solo el pueblo salva al pueblo.

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1Diferentes estudios afirman que el 80% de los palestinos muertos son civiles y que el 70% son mujeres y niños. Los datos oficiales, además, dicen que habrían sido asesinados 217 periodistas, 120 académicos y 224 trabajadores humanitarios, incluyendo 179 empleados de la UNRWA.

 

 

https://www.todoporhacer.org 

 

sábado, septiembre 13

Se alquila / Se vende

 


Cuando la hoguera se volvió hilo de humo
el mar, la arena, el horizonte, la playa entera,
todo, todo seguía ahí.
Como si la noche no hubiese ocurrido nunca.


Pero supimos que ya no nos pertenecía.


Mientras ardía, girábamos ciegos
creyendo ser la generación prometida,
nos inyectaron la creencia de la propiedad
en el ombligo
y brindábamos felices
la firma ante el dios que daba fe.


Cuando se apagó la hoguera
mi generación perdió el norte,
la esperanza, la fe y la casa.


Y así, de repente,
como un calambrazo o un bostezo,
nos ordenaron devolver la ropa.


¡Pobre generación!
La generación embargada
la generación emigrante
la generación nómada.


Nos enseñaron la playa, sí,
pero nos despertaron en mitad del desierto
y nos obligaron a abrir bien los ojos.


Cuando la hoguera ya era hilo de humo
el mar, la arena, el horizonte, la playa entera
todo seguía ahí, pero ya no era nuestro.


Mi generación ahora busca la belleza
en los puentes, en las fronteras
caminos de piedras,
en el centro de los cuatro vientos.


para sacudirnos las promesas
redimirnos y gritar:


No les creáis, todo es mentira
no estamos locos, lo hemos visto.
¡No les creáis, todo es mentira!
¡Todo es mentira!




Mar Domínguez.
Ilustración: Francisco Naranjo

domingo, septiembre 7

Hablemos de China

 


Caminando por la Gran Vía madrileña, en una capital del Reino de España colonizada en algunas zonas por la población inmigrante china, me topo con un solitario tipo con un pancarta de protesta. En la misma, se alude a la persecución de algo llamado Falun Gong en el régimen chino y como mi ignorancia no tiene límites, le interrogo al respecto. Al parecer, se trata de una enseñanza espiritual, que creo que algo tiene que ver con el budismo, y por algún motivo el régimen chino lleva más de un cuarto de siglo reprimiendo, incluso de manera brutal, a sus practicantes. Me pregunto si existe alguna creencia o ideología ajena al todopoderoso Estado que no esté reprimida en China y también el hecho de que esta en particular lo sea de manera tan despiadada. Si alguien se pregunta sobre por qué, al margen de algunas organizaciones de defensa de los derechos humanos, no se levanta con fuerza la voz denunciando la represión en el régimen totalitario chino, la respuesta puede ser evidente. Hablamos del primer exportador mundial y no sé si la segunda potencia económica, ya que creo que se encuentra muy cerca de los Estados Unidos. Los acuerdos comerciales de China con las grandes potencias «democráticas», al margen de derechos fundamentales de los trabajadores, creo que son un hecho, lo cual hace que vuelva la vista ante ciertas cosas, al igual que ocurre con tantos regímenes despóticos en el mundo. No puedo evitar acordarme de la frase que pronuncio el maléfico empresario Juan Roig: «Tenemos que imitar la cultura del esfuerzo con la que trabajan los chinos en España».

Además, al igual que nos repugna tanto comercio de armas que alimenta los conflictos armados en activo, se ha demostrado que la guerra en Sudán contó con armamento fabricado en China, así como su implicación en el suministro de combustible a los aviones que han bombardeado población civil en Myanmar. De modo muy general, el control estatal en China es sumamente férreo y es un hecho el continuo procesamiento de personas que defienden la libertad de expresión o de asociación o el mismo acceso a la información, entre tantas otras libertades formales que, al menos, en ciertos países está a priori respetada. Existen varias regiones autónomas, como es el caso de Uigur de Xinjiang o el mismo Tibet, donde el gobierno chino ha aplicado políticas represivas con las que ha negado derechos como el de expresión cultural o la libertad para creer en lo que les venga en gana. Asimismo, un clásico es invocar la lucha contra el terrorismo o apelar a la seguridad nacional para reprimir a ciertas etnias y minorías. Por supuesto, recordemos que el régimen de China no reconoce las relaciones entre personas del mismo sexo y es una realidad la continua represión del activismo LGTBI. En un mundo donde, afortunadamente, la pena de muerte va en retroceso, en China sigue siendo vigente bien entrado el siglo XXI. Se sabe que se realiza, e incluso con bastante frecuencia, aunque el número total de ejecuciones está clasificado como secreto de Estado.

Se ha dicho que el régimen chino recoge lo peor del comunismo autoritario, asegurando ese férreo control estatal, y de los desmanes del capitalismo con infinidad de personas sin apenas derechos laborales. De hecho, hay quien ha denunciado que el modelo chino siguió de alguna manera los pasos de las medidas económicas, recordemos que el primer laboratorio para el llamado neoliberalismo, implantadas en Chile en los años 70 del siglo XX: mercados libres combinados con un control político autoritario junto a una implacable represión. Así, a partir de 1983 China abrió el país a las inversiones extranjeras al mismo tiempo que se dejaban a un lado prestaciones sociales y derechos de los trabajadores. Muchos dirigentes comunistas se transformaron en magnates de los negocios acaparando activos que antes manejaban como burócratas estatales. Recordemos la represión de la plaza de Tiananmen, en junio de 1989, donde las personas exigían libertad y derechos (no solo «democracia», como se ha querido vender), que alguien ha visto como una especie de doctrina del shock para implantar las medidas económicas más duras. Así llegamos más de tres décadas después con el régimen chino presumiendo de ser una potencia económica y haber sacado a tantas personas de la pobreza. La cuestión es, como en tantos otros regímenes, a qué precio y que futuro nos espera con semejantes modelos políticos y económicos. Es muy condenable que se reprima cualquier práctica espiritual en cualquier lugar del mundo, pero me temo que el contexto es mucho más terrorífico.



Juan Cáspar

jueves, septiembre 4

Viento. Javi Caballero

 


Viento es el encuentro entre dos luchadores libertarios de distintas épocas a partir de una casual coincidencia.

 Alejandro, el Tuerto, vencido en la Guerra Civil Española, huido y guerrillero, recorre un extenso periplo vital en constante pelea por la supervivencia y la dignidad. Maquis, campos de concentración, exilio… pero también, profundas vivencias marcadas por la amistad, el amor, la fraternidad, la entrega, el desengaño, la traición y el desgarro.
Diego, un joven consciente del engaño que pretende el Sistema para el pueblo y que ha mostrado su verdadera cara en los últimos años de crisis. Contra lo que luchará participando en movimientos sociales y ensayando esas transformaciones deseadas en su día a día, en sus relaciones, prácticas y sueños.

Su encuentro une la continuidad que quebró el franquismo y los siguientes años de duda democrática y ambos lucharán juntos por dignificar la memoria de aquellos que se dejaron sus vidas o parte de ellas en la lucha antifascista.

Viento es una novela compuesta por un puzle de escenas bien encajadas y tratadas con rigor histórico lo que nos invita a tirar del hilo de alguno de los momentos expuestos en la obra. Con un estilo propio marcado el autor consigue elevar la emoción, la reflexión social y vital, sin abandonar ciertos juegos literarios y una suerte de realismo mágico que inunda la obra con delicada sutileza.

 Completa la obra un apéndice necesario, los Cuentos antifascistas, concebidos por una compañera guerrillera del protagonista que servían para mecer a sus hijas en las frías noches, al paso de su partida del maquis por las sierras ibéricas, y que han sido rescatados después de más de setenta años de olvido.

Javi Caballero

 Nació en Guadalajara hace treinta y seis años, y ha vivido siempre por aquí, salvo los cinco últimos años (durante dos y medio habitó en una aldea en la Sierra Norte de la provincia, y durante los otros dos y medio decidió cambiarla por Argentina; diferentes concepciones de un mismo aprendizaje). Creció silencioso y optimista, y cuando caviló que la solución para ciertas miserias pasaba, seguro, por el conocimiento y la conciencia, decidió proyectar su sombra de sensaciones por los pentagramas posibles y crear otras realidades alternativas.

 Se ha ganado la vida así como jardinero, obrero fabril, portero de edificio, bibliotecario, auxiliar geriátrico, educador de calle y terapeuta infatigable. Estudió psicología, y ejerce dicha profesión igualmente en el papel de sus cuadernos que en su entorno próximo. Tiene fe en el mar, en las montañas, en la gente, en los bichos y en las cositas que brotan del barro. Hace algunos años, cuando era todavía un escritor joven, consiguió publicar varias obras y también ganó algunos concursos. En Argentina terminó su primera novela,Viento, y sin querer, a través de un diario febril que escribía su perra, ultimó la segunda. Cuenta con algunos libros inéditos de poesía, narrativa y teatro. Es un loco de los microrrelatos y de la poética libre. Todos sus escritos contienen un trasfondo social que va más allá de la simple denuncia. Cree en la rehumanización a través de la creatividad y la igualdad como única forma de libertad.

 Javi Caballero
Volapük Ediciones
Guadalajara, mayo 2016
548 páginas

lunes, septiembre 1

Fascismo, usos y abusos del término


Resulta innegable que el término fascista, a estas alturas de la historia, sobrepasa su uso concreto referido a ciertos movimientos políticos totalitarios de los años 20 y 30 del siglo XX. De hecho, en su aplicación más general, no tardamos en definir a no pocos individuos, debido a su predisposición psicológica autoritaria, con el epíteto en cuestión. Pero, ciñámonos de momento a la historia para tratar de acercarnos a algo parecido a una definición, de la que es posible aprender mucho, aunque sin la facilona tentación de hacer sencillos paralelismos en la actualidad. En ocasiones, máxime desde una perspectiva libertaria, se han equiparado los totalitarismos fascistas con otros que se han definido como socialistas y, aunque de forma obvia existen rasgos comunes (caudillismo, centralismo, colectivismo, militarismo…), no querríamos simplificar en exceso sin más, colocando todo en el mismo saco. Parece poco cuestionable que los fascismos supusieron un retorno a la tiranía, después de los movimientos democráticos del siglo XIX, aunque ellos mismos bebieran en parte de la propia democracia y sus rasgos plutocráticos y oligárquicos, así como de los movimientos obreros transformadores; recordaremos el nombre de nacional-socialismo, que adoptó en Alemania, lo cual lleva a cierto delirio actual, intencionado por parte de la derecha, de catalogar el fascismo a la izquierda. Sin embargo, no está de más recordar que también fue usado el fascismo, por parte de la derecha y las clases privilegiadas, para anular los movimientos auténticamente transformadores. Otro asunto resulta en que se le escapara de las manos y tuviera, finalmente, que aliarse con la izquierda para frenar el fascismo. Esta especie de contrarrevolución preventiva, con la que algunos se empeñan en definir el fascismo, puede contener algo de verdad histórica, aunque se nos antoja sumamente reduccionista. No, no resulta nada fácil trazar los límites de unos fascismos, a veces reaccionarios, a veces con una faz revolucionaria.

No ha escondido el fascismo, contextualizado en cada lugar con rasgos y arquetipos diferentes, su fuerte nacionalismo apelando habitualmente a la tradición patriótica e imperial: el italiano, hundía sus raíces en la Antigua Roma adoptando sus emblemas; el alemán invocaba la grandeza de la raza tomando la esvástica de un símbolo indoeuropeo, mientras que, estrictamente, la dictadura franquista no puede calificarse de fascista, por su culto a la tradición católica, aunque también aparezcan rasgos nacionalistas que apelan a la exaltada historia de la patria. Que cataloguemos al franquismo de fascista, o no, no hace falta aclararlo, no lo convierte en menos cruento. En contraste con este aspecto ultranacionalista, se situaba el internacionalismo obrero del siglo XIX, al cual solo pareció ser finalmente fiel la corriente anarquista, por lo que para cuando nace el fenómeno fascista, bien entrado el siglo XX, el socialismo de origen marxista, convertido en un monstruoso Estado, ya apelaba igualmente a la grandeza nacional y patriótica. De nuevo, parecen inevitables ciertos paralelismos, aunque de forma paradójica uno de los rasgos primordiales del fascismo sea su anticomunismo; por supuesto, hablamos de un fenómeno que puede ser hijo de la derecha, pero sus rasgos aparecen en otros movimientos y sistemas autoritarios.

No puede tampoco dejarse a un lado, algo a lo que volveremos más adelante cuando abordemos el uso actual del término, que el comunismo internacional, en su momento, ya catalogó de fascista a no pocos opositores y movimientos, de tal manera que contribuyó a la vaguedad del concepto, de manera interesada, sin prever la equiparación histórica que llegaría. En lo más alto de la corporación fascista, hay también un líder carismático, que acumula en sus manos todos los poderes e igualmente se practica un feroz culto a la personalidad; la represión en estos sistemas es un hecho, a nivel gubernativo y administrativo, con una fuerte policía política y, claro, sin libertad de expresión. El fascismo suele ser proteccionista, ya que el Estado vela supuestamente por el conjunto de la sociedad, y se produce un constante adoctrinamiento para que cada persona forme parte del engranaje totalitario desde corta edad. Nos podemos esforzar en encontrar unos rasgos comunes, pero vemos que es complicado encontrar una definición satisfactoria para un fascismo genérico e incluso las teorías sobre su origen resultan controvertidas, repasemos algunas: una suerte de bonapartismo llevado al siglo XX, una consecuencia de relatos nacionales grandilocuentes, un producto de una crisis cultural y moral, el resultado de impulsos psicosociales enfermizos, una manifestación de los totalitarismos imperantes en el siglo XX, una resistencia a la modernización… En todas estas causas puede haber algo de verdad, pero resultan reduccionistas y no parecen enteramente satisfactorias, por sí solas, para explicar un fenómeno tan complejo y, insistiremos, contextualizable en cierta época y en determinados lugares, aunque por extensión se haya catalogado como tal a diversos regímenes autoritarios posteriores a la Segunda Guerra Mundial. No era posible repetir en sentido estricto el fenómeno fascista, ampliamente derrotado en su afán expansionista en 1945, aunque sus rasgos aparecieran en dichos despotismos de diversa condición y con cierta tendencia totalitaria.

Dicho todo esto, trataré de ceñirme ahora en este artículo al tendencioso abuso, siempre en el ámbito político, con el que se etiqueta como fascismo a no pocos partidos y figuras actuales, algunas de las cuales han logrado llegar al poder de modo «democrático». Santiago Gerchunoff, autor del reciente libro Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo, considera que el excesivo empleo de la palabra fascismo es síntoma de una parálisis de la izquierda. Podemos estar muy de acuerdo, aceptando que otra urgencia en la actualidad resulta en una definición satisfactoria de lo que hoy consideramos izquierda y derecha, mientras que esa referencia constante a un movimiento totalitario del siglo XX es quizá producto de una impotencia para definir actualmente ideas auténticamente transformadoras. Pondré un ejemplo muy concreto, en el que gran parte de la izquierda internacional se ha visto en mi opinión perdida de manera lamentable, y es el de la Venezuela chavista, donde a la oposición no pocas veces se la ha calificado de fascista; claro, el término es tan grueso que cualquier otra opción parece mejor para cierto imaginario, incluso la de una revolución bolivariana con una deriva ya abiertamente autoritaria gobernando Nicolás Maduro. Por supuesto, el uso de fascista, tantas veces, no pretende ser un mero sinónimo de autoritario, ya que en ese caso no deberíamos dudar en tildar como tal al régimen venezolano y al propio Maduro, por mucho que se llenen la boca tan a menudo de proclamas antifascistas.

No cabe duda que, lejos de hacer una eficaz crítica al autoritarismo, la intención de la etiqueta suele estar cargada de ciertas connotaciones emocionales e ideológicas (vamos a llamarlas izquierdistas), refiriéndose a fuerzas supuestamente reaccionarias, pero entramos aquí en una pueril y cuestionable, a estas alturas de la historia, concepción del progreso. De hecho, es posible que los que apelan como fascista al adversario crean situarse en esa línea tan peculiar, “el lado correcto de la historia”, ya que así se ha escuchado en ocasiones, sin rubor por su parte, de boca de mediáticas figuras de la izquierda; pero, curiosamente, posicionarse en ese supuesto lado históricamente correcto se trata de una idea surgida de la derecha, según la cual el progreso se ha dado exclusivamente en Occidente proveniente de la razón griega y los valores judeocristianos. Por supuesto, hoy no podemos más que poner en cuestión teleologías, de una u otra índole, tan insultantemente maniqueas.

Resulta especialmente llamativo que se etiquete frecuentemente como fascista a un tipo como Milei, especialmente cuando es uno de los símbolos más visibles de esa indignante acaparación de lo libertario, que nos esforzaremos una y otra vez en combatir desde perspectivas emancipadoras, horizontales y solidarias. De manera obvia, el inefable presidente argentino no confía a nivel económico en el proteccionismo de Estado, algo que, como ya dije anteriormente y al menos en la teoría, sí sostenía la teoría fascista. La caracterización como liberal-fascista a Milei vendría a ser una suerte de oxímoron para alguien que, no obstante, representa la peor faz del liberalismo económico, que desconfía de cualquier forma de gestión colectiva y, una vez más, recordaremos para el caso la condición totalitaria, más o menos perversión del socialismo, que suponía el auténtico fascismo. A pesar de ello, no dejaremos de señalar la hipocresía del supuesto ideario de Milei, ya que siempre va a necesitar del Estado, quizá reducido a sus funciones más represivas de salvaguarda de los propietarios, algo que solo puede repugnar a los auténticos libertarios. El Estado propugnado por Milei, de corte que podemos llamar quizá liberal radical con cierto control democrático, no sabría decir si es un peligro autoritario mayor que otros, pero no es ni por asomo fascista; su recorte de los servicios públicos, una obviedad, tiene que hacernos preguntar si la alternativa es una mera socialdemocracia, cuyas políticas durante décadas están conduciendo ahora en tantos lugares a estas peculiares alternativas al poder.

¿Un vulgar demagogo populista de derechas como Trump, hoy de nuevo al frente de los Estados Unidos, tiene algún vínculo con el fascismo? Otra característica del fascismo fue su afán expansionista y el imperialismo estadounidense, gobierne quien gobierne, manu militari o por otros medios, es un clásico al respecto. Pero, rara vez, escuchamos calificar de fascista al ejecutivo ruso encabezado por Putin, ferozmente autoritario, que invadió Ucrania hace tres años. De hecho, Trump y Putin, no sé si ambos fascistas, han realizado ya algunos amagos para llegar a acuerdos geoestratégicos con el objetivo de repartirse la zona. En ocasiones, se ha considerado que Putin representa una nostalgia del antiguo imperio soviético; uf, autoritarismo y expansionismo, digno de reflexión. Caemos de nuevo en la equiparación inevitable entre totalitarismos, de una u otra índole, que uno ingenuamente tanto se esfuerza en evitar, si vamos más allá del calificativo despectivo de intenciones dudosas que nos ocupa. Vox, que ha mostrado su entusiasmo por el trumpismo y, por lo tanto, podría acabar formando parte indirectamente de una alianza con Putin, no cabe duda, es un partido abiertamente autoritario (esto, no tanto por querer reinstaurar una dictadura, sino por querer reforzar a los cuerpos policiales y fuerzas armadas dentro de un Estado liberal y democrático), reaccionario y nacionalista, aunque ellos mismos se definan como patriotas por diferenciarse del nacionalismo separatista en España. Por cierto, un pequeño inciso, tantas veces, como crítica a cualquier forma de nacionalismo, se le ha equiparado con poco menos que el nazismo; otro reduccionismo atroz, y lo digo yo, que soy un claro opositor a toda exaltación abstracta de la nación, tras la cual inevitablemente considero que nace un Estado, y un decidido partidario del cosmopolitismo y la fraternidad universal, pero por favor, no seamos simplistas en nuestras críticas.

No cabe duda que existe en la actualidad un auge de fuerzas políticas que, sin duda, podemos calificar de reaccionarias, presentándose como una verdadera alternativa al poder. Pero, la cuestión es la forma de combatirlo y el análisis de por qué tantas personas les acaban dando respaldo democrático. Vox en España, al que difícilmente se le puede calificar de fascista en sentido estricto, no deja de ser una escisión del Partido Popular, reducido a su esencia reaccionaria más pura. Es cierto que ambas en este país, derecha y ultraderecha, poseen cierta conexión moral con el franquismo y, por supuesto, hay que luchar fuertemente para vencer a ese relato histórico que, de manera directa o indirecta, justifica el golpe de Estado de 1936. No obstante, etiquetar de fascistas sin más a estas fuerzas políticas no corresponde en mi opinión a rigor analítico alguno ni, más importante, creo que ayude demasiado a un cambio cultural, ni mucho menos social. De hecho, el abuso del término provocó que la inefable presidenta de la Comunidad de Madrid asegurara algo así como que, “si te llaman fascista, es que lo estás haciendo bien”. No, no se trataba de un reconocimiento, a pesar de lo que sostuvieran algunos, más bien una burla del contrario, y es digno de reflexión si no se acaba banalizando y otorgando armas a esa derecha considerada abiertamente reaccionaria.

No quiero infravalorar el peligro de gobiernos como los de Trump o Milei, o de otras fuerzas reaccionarias en Europa, solo advierto que etiquetarles tan alegremente como fascistas, contenga mayor o menos dosis de falsedad, tampoco ha servido para evitar que lleguen al poder, ni en absoluto va a conjurar el peligro autoritario, ni el de ellos, ni mucho menos el que adopta un pelaje diferente. De hecho, es digno de reflexión, sobre todo para esa izquierda que sigue confiando en la conquista del Estado para no sé muy bien qué transformación política, económica y social, el hecho de que tantas personas hayan elegido democráticamente lo que ellos demonizan tan visceralmente de forma, quizá, más interesada que honesta por sus propias aspiraciones al poder. Debería ser el momento de ahondar en alternativas libertarias (esto significa, por supuesto, autogestión social) a esa democracia electiva, basada en la alternancia de fuerzas políticas de diverso pelaje, con cambios más bien cosméticos dando bandazos a un lado u otro sin verdaderos cambios de fondo. Es hora de verdaderos ejercicios subversivos con los que, seguro, combatiremos mejor el fascismo, formas neofascistas o cualquier otra práctica autoritaria.

 

Capi Vidal