Una entrevista de Alva Tebar a Antonio Orihuela
1. ¿Por qué motivos dirías que la gente decide drogarse? ¿Es una forma de escapismo?
En esto de drogarnos, la verdad, no somos muy originales, muchas
otras especies también se drogan. La búsqueda del colocón no es algo
exclusivamente humano, mamíferos, aves, reptiles, insectos, peces y
batracios varios se la pasan igualmente intentando ponerse a gusto…
¿escapismo?, tal vez sea una admonición cargada en demasía de moralina
hecha a partes iguales de ética protestante e integrismo proletario. ¿Es
que no nos pasamos la vida haciendo cosas para escapar? ¿Y por qué no
búsqueda de placer, de conocimiento, de experiencia?

Lo evidente es que, como afirma el poeta y psiconauta Daniel Macías
Díaz: “la mayor parte de la población adulta de la tierra visita esa
deseada alteridad mental de la ebriedad frecuentemente a través de
fármacos y sustancias legales o ilegales siempre disponibles y
continuamente provistos vía receta, bar, estanco, smartshop o minorista
clandestino. La demanda mundial de lo que emborracha siempre ha sido
inmensa, y sigue y seguirá creciendo, o dicho de otra manera, la guerra
contra la droga se perdió antes de empezar.”1
O como le gusta decir al historiador Juan Carlos Usó: “Las personas
nos drogamos para sentirnos bien. Y, si ya estamos bien, para sentirnos
mejor”2.
2. ¿Cómo afectó la Transición a la popularización entre ciertos sectores del consumo de heroína?
La Transición fue un tiempo marcado por la subversión de los valores y
las conductas impuestas durante la larga dictadura, en ella se
concitaron todos los sueños de utopía que luego fueron fagocitados por
la sociedad de consumo o fueron aplastados por el autoritarismo del
régimen transicional. Del rollo expansivo y psiquedélico se
pasó a una consigna bastante más simple: ¡drógate!, y sobre todo más
acorde con los tiempos que corrían, donde el único horizonte para la
mayoría de la juventud de los barrios obreros era el paro, la exclusión y
la alienación; pero la heroína, en todo este proceso, y hasta finales
de los años setenta, sigue siendo una sustancia exótica.
3. ¿El consumo de droga resultó ser una forma más de autodefinirse e identificarse entre grupos de jóvenes de izquierdas o contraculturales?
Los partidos de izquierda eran muy críticos con respecto al tema de
las drogas ilegales, ya que siempre han considerado la ebriedad como un
estado contrario a las exigencias críticas de la razón, no así la
contracultura, donde su consumo reforzaba unas conductas que atentaban
directamente contra los pilares básicos del orden social y económico
establecido.
El consumo de cualquier tipo de sustancia ilegal significaba ruptura…
y la heroína no tenía, en sus inicios, el estigma con el que los medios
de formación de masas la invistieron luego, de hecho era una droga
cargada de glamour, así que los jóvenes la consumían de la misma manera
que lo habían hecho con los porros, los ácidos, los hongos o cualquier
tipo de droga que se pusiera a tiro…
4. ¿Tenía un componente generacional el consumo de drogas? ¿Por qué?
Legales e ilegales, las drogas siguen formando parte de los rituales
de socialización de los jóvenes y de los no tan jóvenes; pero más que
generacional, creo que lo que tienen es un componente transversal, es
decir, son utilizadas con el mismo fin por personas generacionalmente
muy distantes.
Puede que los consumos se acentúen durante la juventud, por el
carácter angustioso, conflictivo, precario, incierto y experimentador
que tiene esta etapa psicosocial, ya que como dice Usó, durante mucho
tiempo —al menos dos décadas de sus vidas—, los humanos se guían por lo
prohibido para localizar lo deseable. Luego una parte abraza el orden,
pero incluso ese segmento tiene por seguro que algo muy caro, perseguido
y peligroso alberga placeres inmensos. Pero identificar el consumo con
un componente generacional no hace sino volver a buscar cabezas de turco
entre los más débiles3.
5. ¿Fue la heroína un arma de Estado para desmovilizar a los grupos políticamente disidentes?
La disidencia fue desmovilizada desde fuera, por las lógicas de la
sociedad de consumo y la política del consenso, a la que muchos se
apuntaron abandonando viejas banderías que quedaban lejos del paraíso
prometido por los grandes almacenes. Y también desde dentro, a nivel
individual, pues muchos descubrieron en los paraísos artificiales la
tierra prometida que la disidencia política no les había entregado.
Fueron muchos los que buscaron por el atajo un bienestar que la
sociedad de consumo les negaba por vías convencionales: descreídos
políticos, transgresores sociales, insatisfechos existenciales,
desesperanzados que veían cómo la crisis, el paro y la falta de
expectativas les ponía muy difícil gozar de los supuestos paraísos que
el capitalismo prometía. La heroína gestionó su dolor proporcionándoles
un mundo de alivio rápido y placer seguro.
Pero el mito de la inducción toxicológica y la conspiración estatista
capitalista montado por la intelectualidad de izquierda no es más que
eso, un mito, un argumento conspiranoico con el que desviar la atención
de la responsabilidad que tuvo esa izquierda (que se vendió en el pacto
transicional y traicionó todos sus ideales revolucionarios) en la
extensión del desencanto social.
Por otro lado, la presencia en el mercado de algunos productos de
consumo (libros, discos, películas), que contribuyeron a estimular
cierta demanda, socializando el deseo entre los jóvenes, tampoco ayudó;
como no lo hizo el contexto socioeconómico (crisis económica, paro,
falta de expectativas para la juventud), ni las campañas de los medios
de comunicación que, ávidos de sensacionalismo, lejos de ayudar a paliar
el consumo incentivaron el interés de muchos jóvenes por algo tan
peligroso y perseguido que encerraba placeres inmensos, llevándolos a un
consumo irresponsable.

Como nos recuerda Juan Carlos Usó, que es quien probablemente más
tiempo ha dedicado a estudiar este aspecto de la historia reciente de
las drogas en nuestro país, es un mito asumido por mucha gente. Por los
supervivientes que se quieren dar lustre, por el yonqui que en ese
supuesto pasa a ser una víctima, y por los palmeros de las
conspiraciones políticas que confirman sus delirios. Si continúa vivo es
porque sigue siendo funcional.
En última instancia, Usó afirma que semejante planteamiento está
viciado de entrada, ya que sólo contempla la oferta y no tiene para nada
en cuenta la demanda4.
6. ¿La droga afectó por igual a personas politizadas que a sectores marginales no politizados? ¿Quién dirías que fue el colectivo más damnificado?
Se podría hablar de tres grandes grupos, con afecciones propias
derivadas de su naturaleza, composición y extracción social, que hace
que en muchas ocasiones, se entrecrucen observados en tanto personas
concretas.
1. Contraculturales: La sensación de autoderrota, de repliegue hacia
el ámbito de lo privado en medio de un paisaje de rupturas, decepción,
desencanto, apocamiento y falta de interés por continuar con unos
proyectos que se van desmoronando en un ambiente de discordias,
desafección, impotencia, suicidios o huidas a paraísos artificiales
estuvo bastante extendida entre los colectivos contraculturales de
finales de los años setenta.
Cabría señalar, que los contraculturales que venían de la mesocracia y
supieron esquivar la adicción, son quienes mejor surcaron ese tiempo,
convirtiéndose en consumidores ocasionales hasta hoy sin que sobre ellos
haya recaído ningún estigma social.
2. Presos: Entre 1979 y 1981, la población reclusa española se
duplicó, estando el 90% de los ingresos relacionados con las drogas. La
extensión de las drogas duras por los recintos penitenciarios supuso un
completo desastre para los internos, si bien sirvió para desarticular la
mayor plataforma reivindicativa que jamás han organizado los presos en
nuestro país, la COPEL, y empeoró las condiciones de vida de los
penados, acabando con la vida de muchos de ellos.
3. Subproletariado: Concentrados y segregados en lo que hoy llamamos banlieue,
los hijos de la emigración y la exclusión social se vieron, además,
azotados por la crisis económica de los años setenta que llevó al paro a
la mitad de los jóvenes españoles. Una crisis que apenas les dejó
hacerse dueños de los descampados, las ruinas, los no lugares donde solo
los más aptos y en condiciones extremas, tuvieron tiempo de vivir una
fugaz adolescencia construida sobre los pequeños hurtos y el consumo de
drogas. Si sus padres habían construido una chabola desde la que mirar
el futuro con optimismo, ellos construyeron su imaginario sobre las
llantas de un SEAT-127 robado, matando el tiempo entre futbolines,
billares y discotecas antes de que el tiempo decidiera acabar finalmente
con ellos en los centros de almacenamiento de yonquis, los
reformatorios, las prisiones y las salas de apestados de los hospitales.
Convertidos en espectros en chándal, fueron colocados junto al resto de
los desperdicios del primer mundo.
7. ¿Alguien cercano a ti cayó en las drogas? En caso
afirmativo, ¿cómo lo viviste? ¿En qué círculo social se movía y por qué
empezó a consumir?
Lo de “caer en las drogas” es de nuevo un juicio de valor, una pregunta moral que creo contestada en la primera.
8. ¿Qué responsabilidad tuvieron los medios de comunicación
en la popularización de la heroína en los años 80? ¿Creaban alarma,
criminalizaban o informaban debidamente?
La radio, la televisión y la prensa reaccionaria y conservadora, es
decir, casi toda la generalista, lanzaban, como hacen hoy día con los
okupas, por ejemplo, campañas destinadas a sobredimensionar el problema,
desinformando y creando un estado de alarma social que criminalizaba no
al drogadicto, pues este estaba extendido entre todas las clases
sociales, sino al escuálido espectro de cara amarillenta que, venido
desde los arrabales, sucio, descuidado y enfundado en cuero negro y
pantalones de pitillo, se dedicaba a cometer pequeños hurtos para
poderse pagar su dosis.
9. ¿Qué papel deberían haber tomado las instituciones respecto al aumento de drogadicciones? ¿Qué crees que se hizo bien y qué crees que se hizo mal?
Se hizo todo lo mal que se pudo. A partir de 1978 el gobierno español
creó “el problema de la heroína”, ofreciendo en los medios una exitosa
campaña de marketing que lejos de disuadir de su consumo a la
juventud, socializó su deseo. Los alarmantes vaticinios que clamaban los
medios no hacían sino favorecer la curiosidad por su consumo y el
Estado, criminalizando su consumo, criminalizaba también a una juventud
que iba a pagar en primera persona la crisis económica y la reconversión
industrial. La gente del rollo, marginados política, social y
económicamente, ya podían ser perseguidos a balazos. El yonqui se hizo
yonqui en el proceso social de asumir esta identidad que lo
criminalizaba.
La rebeldía de los jóvenes se encauzó en la épica heroica que extendían la música rock,
los conciertos, las revistas, películas y otros productos de consumo
masivo, despertando curiosidad y deseo, y contribuyendo a propagar la
dulce conformidad y el abandono emocional y sensorial que proporcionaba
la heroína. La alienación ganó la batalla a la experimentación política y
a la expansión de la conciencia. Finalmente, como nos recuerda Usó, con
la creación del Plan Nacional sobre Drogas, en 1985, el denominado
“problema” quedó definitivamente “institucionalizado”5.

La heroína disparó la pequeña delincuencia entre sus usuarios sin
recursos y los medios masivos extendieron las redes del miedo entre los
ciudadanos ante lo que presentaron como una oleada de delincuencia sin
igual en la historia de España, obligando a la gente a buscar la
seguridad del hogar y los locales cerrados. Las plazas y los espacios
públicos, hasta entonces signos de encuentro y sociabilidad popular, se
vaciaron, se volvieron hostiles, duros, impersonales; habrá que esperar
treinta años para que de nuevo estos lugares se vuelvan a resignificar
gracias al impulso del 15M.
10. Actualmente, ¿dirías que se aborda correctamente el problema de las drogadicciones en España?
Es cierto que hay más información, ONGs muy serias como Energy
Control y Metzineres, orientadas a la reducción de riesgos y daños,
revistas especializadas como Cañamo, Ulises, etc.
donde uno puede acceder a muchas investigaciones y enriquecer su propio
arsenal intelectual y experiencial, pero los aspectos más terribles de
la legislación prohibicionista común, con pequeñas diferencias, a todos
los Estados, siguen ahí, sin ser abordados:
– La guerra contra las
drogas supone un enorme gasto para el Estado, tanto en su persecución
como en su represión, y jamás se ganará porque, entre otras cosas, junto
con la esclavitud y las armas, constituyen uno de los mayores negocios
del mundo, además, libre de impuestos.
– Con la ilegalización, el negocio pasó de estar en la venta legal y
reglada a estar en su prohibición y los consumidores pasaron de ser
eso, simples consumidores, a convertirse en delincuentes que infringían
la ley, y que, por tanto, podían ser detenidos y encarcelados. El
mercado negro no ha dejado desde entonces de crecer, y con él, los
crímenes y los fallecidos derivados de la adulteración, las guerras
entre mafias y la persecución policial.
– Como nos recuerda Juan Carlos Usó: “Antes de la prohibición el
control y la dispensación de estas sustancias estaba en manos de
profesionales de la salud: médicos y farmacéuticos. Al imponerse la
política prohibicionista, o sea, después de la prohibición, el control
pasó a manos de la policía (y demás cuerpos de seguridad), y la
dispensación a manos de criminales”6. Y así nos va desde entonces.
– Las cárceles del primer mundo están llenas en su mayor parte de
presos por delitos relacionados con la droga, con el coste al erario
público que esto conlleva.
– Sólo la regularización del cannabis en España podría crear 90.000
empleos y unos ingresos vía impuestos en torno a los 3.000 millones, el
doble del presupuesto de Ministerio de Cultura. Sin embargo, y sin
saber muy bien por qué (el 90% de la población aprueba su
regularización) la clase política prefiere que ese dinero se pierda en
transacciones opacas y que no tengamos a la policía trabajando en
mejores afanes.
– Como recalca Daniel Macías Díaz: “La prohibición metió en el mismo
saco una variedad enorme de sustancias: algunas de ellas, como los
enteógenos, claves para el conocimiento de la mente y el alma humanas, y
asociadas de muy antiguo a prácticas mágicas y religiosas; otras con un
enorme potencial terapéutico, demostrado en aplicaciones médicas,
psiquiátricas y psicológicas.”7
– Las plantas sagradas nos recuerdan que somos espíritu, comunidad y
naturaleza; y recuperar esos vínculos, entrelazar esas tres realidades,
reconocer que somos “eso”, en medio del colapso social y ecológico al
que nos abocamos, es lo único que nos podrá salvar como especie. Sin
embargo, seguimos en guerra contra la expansión de la conciencia, es
decir, contra nosotros mismos; seguimos en guerra contra los demás,
porque así lo dicta el neoliberalismo, y seguimos en guerra contra la
naturaleza, cuando deberíamos estar en guerra contra el capitalismo. En
este sentido, las plantas sagradas son un magnífico aliado para
descubrir esas costas extrañas, esos caladeros de belleza desconocidos;
son la gran hoguera en la que verás arder todas tus adherencias, en la
que chisporrotearán y se derretirán todos los implantes; la puerta para
acceder a la delicada delicia del eterno momento. Preservarlas,
venerarlas y aprender de ellas me parece una de las escasas vías que nos
queda para parar el biocidio en ciernes.
En conclusión, tomando de nuevo las palabras de Daniel Macías Díaz:
“se puede decir que la prohibición no detiene ni la oferta, ni la
demanda, (verbigracia el caso del duro y desigual matrimonio entre los
EE.UU. y Colombia) generando: violencia, dolor, terror y castigo para
los más débiles; corrupción, enormes beneficios, y grandes cuotas de
influencia y poder ocultos sobre los gobiernos; y por último, toda esta
farsa planetaria supone para todos un coste económico inútil que puede
ser destinado para fines más nobles. Al igual que muchos derechos que
nos dejamos robar en algún momento de la historia y otros que aún no han
sido conquistados, la prohibición constituye en esencia la negación de
nuestra ancestral libertad farmacológica. Muy probablemente en el futuro
contaremos con un nuevo derecho fundamental, el derecho a la ebriedad.”8